viernes, 28 de diciembre de 2018

Correlaciones nada casuales a la derecha y a la izquierda

Que la línea dibujada en un plano por los picos de una cordillera se corresponda exactamente con la evolución del precio del tomate frito en Mongolia no significa necesariamente que haya algún tipo de relación causal entre esas dos realidades (las alturas de las montañas y los precios del susodicho alimento). Este es un caso claro de correlación espuria, puesto que no obedece a causalidad alguna (¡podemos poner la mano en el fuego a este respecto!) sino a la mera casualidad.

A mis alumnos de la Universidad Carlos III solía ilustrarles la diferencia entre causalidad y correlación con algún ejemplo de esa guisa. Lo del tomate frito en Mongolia me lo he inventado, pero hay curiosas correlaciones de verdad (aunque evidentemente espurias) como la que liga el consumo per cápita de margarita en EE.UU. con los divorcios en el estado de Maine o el número de ahogamientos anuales en piscinas en EE.UU. con las apariciones en películas del actor Nicholas Cage.

Pero la cosa cambia si observamos una correlación entre conservadurismo, nacionalismo, especismo, religiosidad, homofobia, machismo e ignorancia: dicha correlación no puede ser casual, tiene que haber necesariamente algún tipo de causalidad. Ello no quita que uno pueda ser políticamente conservador al tiempo que antinacionalista, animalista, ateo, defensor del colectivo LGTB y una lumbrera intelectual. O animalista y defensor del colectivo LGTB a la par que ultranacionalista y religioso. Aunque, reconozcámoslo, se trata de combinaciones infrecuentes: ¿cuántas personas conocemos que reúnan esas características? Lo habitual es que todo vaya en el mismo paquete, lo que requiere una explicación científica.

Según Lazar Stankov y Jihyun Lee, detrás de esa correlación hay un "síndrome conservador" que hace que la persona afectada dé mucha importancia a cosas como la obediencia, la tradición, la religión, el orden y la pertenencia a un grupo nacional, al tiempo que es menos abierta a desafíos intelectuales (como estudiar, ampliar conocimientos o aceptar opiniones diferentes) y hostil hacia quienes no forman parte de su grupo o se desvían de la normalidad. Eso es lo que explica que nacionalismo, especismo, religiosidad, machismo, homofobia e ignorancia suelan ir juntos (en España podemos añadir la afición a la tauromaquia). Lo cierto es que en un estudio realizado a más de mil aspirantes a entrar en la universidad en EE.UU., Stankov y Lee observaron una correlación negativa entre conservadurismo (definido en los términos anteriores) y habilidades cognitivas.

No quisiera que esto se tomara solo como una mofa de la derecha, ya que también podría haber correlaciones entre izquierdismo, sectarismo, conspiranoia y magufismo, detrás de las cuales puede estar apostado un hipotético "síndrome izquierdista" (causante de que la persona afectada dé escasa importancia a la tradición, la religión, el orden y la pertenencia a un grupo nacional -salvo que sea catalán o vasco-, haciéndola extremadamente desconfiada y recelosa del sistema y menos abierta a revisar dogmas ideológicos tomados como verdades científicas que solo pueden ser negadas desde la ignorancia, la idiotez o la maldad).

El psiquiatra Paco Traver incluso apunta la supuesta correlación entre animalismo, veganismo, infertilidad y anorexia intelectual (aunque, por mucho que me empeño, no logro encontrar referencia alguna de ello en Google). Esto no parece haberse manifestado en un tipo como el físico teórico Brian Greene, vegetariano desde los nueve años y vegano desde hace algún tiempo, lo que no obsta para que tenga una mente prodigiosa (también eran vegetarianos medianías como Leonardo da Vinci, Nikola Tesla o Albert Einstein) y sea padre de dos niños. Pero ya hemos visto que siempre hay excepciones, como la del animalista defensor del colectivo LGTB al tiempo que ultranacionalista e integrista religioso...

Sea como sea, no debemos negarnos a conocer la verdad, por incómoda o políticamente incorrecta que esta resulte. Las verdades estadísticas (como la de que un 30% de los asesinatos machistas de mujeres en España son cometidos por inmigrantes que representan solo el 10% de la población, o la de que el 25% de la población carcelaria femenina en nuestro país se corresponde con un grupo étnico que solo representa el 1,5% del total) son necesarias para diagnosticar un problema y así poder encontrarle una solución razonable, aunque es inevitable que algunos las utilicen torticeramente como arma arrojadiza para fines más o menos oscuros.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Teísmo abierto: ¿es el Multiverso el salón recreativo de Dios?

Diagrama de Kircher de los nombres de Dios.

Imagínate que diseñas un videojuego en el que pueden interactuar tres jugadores. Como creador del videojuego, conoces todos sus escenarios y líneas posibles: o sea, conoces el multiverso del juego. Pero lo que no puedes saber es qué líneas y escenarios son los que se materializarán una vez que empiezan a jugar los tres competidores: eso dependerá de la interacción de tres agentes volitivos  cuya conducta te resultará completamente imposible de anticipar. Conoces todas las partidas, pero no sabes cuál de ellas se va a concretar cada vez que se juega. Eres solo parcialmente omnisciente porque resulta imposible, por mucha tecnología que poseas, meterse en el pellejo de cada jugador para saber cómo actuará a cada paso.

Este caso puede extrapolarse al de un Cosmos supuestamente creado por un presunto Dios no omnisciente, trayendo con ello a colación dos conceptos físicos clave: el hipotético Multiverso y la incertidumbre de la mecánica cuántica (sobre la cual se erigiría el libre albedrío). Existen todos los universos posibles (Multiverso) y Dios los conoce, pero no es capaz de saber qué universo se acabará fraguando en una partida iniciada con su correspondiente Big Bang. Y no es capaz de saber qué decisión tomarás tú o yo porque ni siquiera lo es de adivinar si una moneda caerá de cara o de cruz o si la desintegración radiactiva de un átomo se producirá ahora o dentro de un minuto o dentro de 500 millones de años. Ni el mismísimo Dios podría sortear la naturaleza intrínsicamente aleatoria del mundo.

A modo de un programador cuántico, Dios crearía el Multiverso con unas leyes simples (que al evolucionar en cada uno de los universos compatibles con la inteligencia darían lugar a una gran complejidad), las cuales impondrían un orden sobre un inefable fondo caótico que escaparía a su control. Pero dicho orden no conseguiría subyugar del todo la indeterminación cuántica inherente a ese fondo: solo lo moldearía de una manera inteligible (por eso son posibles el conocimiento y la ciencia, por eso las matemáticas funcionan como un guante para entender el mundo físico), pero sin eliminar la permanente agitación cuántica subyacente. De ese modo habría un hueco para que ejercitasen el libre albedrío los seres vivos más complejos (y supongo que también un termitero o una comunidad bacteriana).

La parcial omnisciencia de Dios es lo que propugnan algunos teóricos del teísmo abierto, el planteamiento teológico más razonable con el que me he topado (un argumento que, por cierto, habría llevado hace pocos siglos a una piadosa hoguera cristiana a sus proponentes). ¿Entonces Dios (nombre que le damos al creador del juego o simulación, que bien podría ser -como dice el físico Brian Greene- un adolescente tetradimensional con granos frente a su ordenador cuántico, él a su vez fruto de otra creación de orden superior) se dedica a observar a las criaturas emergentes de su creación?... ¿Pero y si Dios fuese el participante en su propio juego, adoptando todas las formas posibles de interacción consciente con la realidad?: desde Anna Frank hasta el destripador de Londres, desde una ardilla hasta una termita y una bacteria, desde ti hasta David Hasselhoff... ¿Y si el Multiverso fuese el salón recreativo de Dios, acaso su jardín de desarrollo espiritual? ¿Y si el maremágnum cuántico de fondo fuese su tumultuoso, amorfo y eterno sueño, con cuyos mimbres se construye la realidad?...

Traeré de nuevo a este blog los versos de la gran poeta polaca Wislawa Szymborska:

PLATÓN O EL PORQUÉ
Por oscuros motivos,
en desconocidas circunstancias
el Ser Ideal ha dejado de bastarse a sí mismo.

Podría haber durado y durado, sin fin,
hecho de la oscuridad, forjado de la claridad
en sus somnolientos jardines sobre el mundo.

¿Para qué diablos habrá empezado a buscar emociones
en la mala compañía de la materia?

¿Para qué necesita imitadores
torpes, gafes,
sin vistas a la eternidad?

¿Cojeante sabiduría
con una espina clavada en el talón?
¿Desgarrada armonía
por agitadas aguas?
¿Belleza
con desagradables intestinos en su interior
y Bondad
-para qué con sombra,
si antes no tenía-?

Ha tenido que haber algún motivo
por pequeño que aparentemente sea,
pero ni siquiera la Verdad Desnuda lo revelará
ocupada en controlar
el vestuario terrenal.

Y para colmo, esos horribles poetas, Platón,
virutas de las estatuas esparcidas por la brisa,
residuos del gran Silencio en las alturas...

sábado, 17 de noviembre de 2018

Reggaetón, trap, machismo y cultura subyacente


No hay nada que haga más daño a la lucha contra el machismo que el videoclip de un primate enjoyado cantando reggaetón o trap en medio de un montón de chicas ligeras de ropa. Lo mismo pasa con las campañas de tráfico o antitabaco: basta una película en la que el actor guapo y famoso vaya a toda hostia con el coche o fume con gesto de tipo duro interesante para dinamitar cualquier intento de concienciar a los más jóvenes del riesgo de los accidentes de circulación o de los nefastos efectos del tabaco. Todo el dinero público invertido termina únicamente beneficiando a las agencias publicitarias encargadas de hacer los impactantes anuncios televisivos de turno. Todo el esfuerzo de comunidad educativa, sociedad civil y familias cae en saco roto.

Si no fuera por eso, el reggaetón (denominación insultante para el reggae, que debe tener a Bob Marley retorciéndose en su tumba) y el trap serían solo meras manifestaciones de la ingente basura cultural de nuestro tiempo: como la telebasura de Belén Esteban y Jorge Javier, los telefilmes de serie B de las sobremesas del fin de semana en Antena 3, las instalaciones artísticas de Damian Hirst, la abundante literatura barata de masas o la inconmesurable mierda de Internet. Pero, más allá de representar un insulto a la inteligencia y a la estética (así como de invitar a perrear a la chavalería, a lo que no tengo nada que oponer), se trata de algo muy serio: es basura tóxica que, además de llenar de oro los cuerpos y las cuentas corrientes de algunos simplones alfa, perpetúa el machismo en sociedades tan necesitadas de librarse de esta lacra como las latinoamericanas y dificulta su erradicación en otras como la española (donde, pese a haber mucha gente rancia, hemos avanzado bastante en las últimas décadas).

Es innegable que el machismo suele venir en el mismo paquete cultural que la homofobia, la ignorancia, la religiosidad y el nacionalismo. Por eso no deja de ser, en lo que respecta al ámbito geográfico de raíz cultural ibérica, una de las caras de un poliedro con muchos otros lados: infames políticos populistas embutidos en el chándal de su selección nacional, grotescos culebrones infestados de la más ñoña moralina católica, concursos de belleza femenina que afrentan la dignidad de la mujer, clasismo y racismo vergonzantes de una plutocracia hortera hasta decir basta, pandilleros cuasihumanos tatuados hasta el prepucio, histriónicos predicadores evangélicos, maltrato animal, santería y Santa Muerte, persecuciones de maricos a manos de puromachos, embarazos no deseados de adolescentes, corrupción generalizada... Si el reggaetón tiene un amplio mercado es porque, dejando aparte que a los jóvenes les gusta divertirse y perrear (como a todo el mundo que no reniegue de su naturaleza animal), hay una cultura subyacente bastante mejorable: al otro lado del charco y también a este lado.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

El irritante culto de Pérez-Reverte al tip(ej)o duro


De entrada quiero decir que Arturo Pérez-Reverte me cae bien (lo cierto es que me resulta igual de simpático su odiado -el sentimiento es recíproco- Iñaki Anasagasti). Coincido con él en que los perros son generalmente mejores que los humanos, en que reyes y curas han tenido mucho que ver con el retraso de España y en que aquí hay bastante cabrón (aunque ni más ni menos que en cualquier otro lado), mucho ignorante y demasiado mamoneo. También suscribo su indignación por la corrección política llevada a extremos estúpidos, un trastorno que aqueja a cierta izquierda. Ya de paso, me gustó mucho su novela El pintor de batallas.

Pero no comulgo con el escritor cartagenero en su visión hidalgo-rancia de la vida, en esa preocupación a mi juicio ridícula por la "clase", el buen vestir y las apariencias (tuve hace unos años un choque con él en Twitter a cuenta de un artículo suyo sobre ir en chanclas al Parlamento). Y lo que más me irrita de su pensamiento es la declarada admiración por los hijos de puta listillos a la par que valientes, descarados y encantadores del tipo de Falcó, el protagonista de su última serie de novelas, un chulo de manual que va precisamente como un pincel y se conduce con la soltura y elegancia de todo un "señor" por la convulsa España y Europa de los años 30.

Falcó es un personaje literario, pero Pérez-Reverte reconoce que le atrae ese tipo humano. Los asesinos a sueldo, los buscavidas sin escrúpulos, los desaprensivos de toda condición, sobran en este mundo (mejor dicho, sobran más allá de las cuatro paredes de una cárcel). Por mucha simpatía y humor que exhiban, por mucho encanto y dotes de seducción que desplieguen ante hombres y mujeres, por muy bien que cuiden la raya del pelo y la del pantalón. Falcó no es un sádico, ya que no disfruta matando, pero sí un psicópata o al menos un tipejo con la empatía en suspenso: mata sin escrúpulos sencillamente porque ese es su trabajo. Dice Pérez-Reverte en una entrevista con Pepa Fernández que esta gente no tiene problemas para justificarse. En eso consiste ser un psicópata: en no sentir compasión alguna por tus víctimas y dormir de un tirón sin cargo de conciencia, como un niño pequeño.

A Falcó le importa un huevo la política, carece de ideología, le da igual unos que otros: lo que quiere saber es a quién hay que matar para seguir cobrando. Podría trabajar igual al servicio de la República que para Franco, a sueldo de Hitler o de Stalin, de chetnik o de ustacha, matando blancos en Zimbabue o negros en la Sudáfrica del apartheid. Por mucho glamour de malote que posea, este personaje no tiene maldita gracia más allá de las páginas de una novela (ahí sí puede ser muy divertido, no lo niego). Desde luego, yo no seré quien ría las ocurrencias en el mundo real a los Falcós. Porque tipos "duros" como ese, así como los que los utilizan y quienes los admiran, los justifican o callan ante sus excesos, son responsables o corresponsables de buena parte del dolor de la humanidad desde que empezamos a ser algo más que monos (aunque lleva razón Arturo al afirmar que quienes suelen sacar las castañas del fuego en situaciones extremas son también esos individuos, no los epistemólogos, medievalistas o profesores de griego antiguo). Muchos nos quedamos con las buenas personas (intuyo que Pérez-Reverte lo es). Aunque estas sean menos glamurosas, lleven los pantalones caídos o vayan en chanclas a un parlamento.

domingo, 14 de octubre de 2018

¿Hay sentidos vitales espurios?


Para acabar en una secta no hay que ser necesariamente un necio, aunque este sea el tipo humano mayoritario en su seno. Uno puede ser también inteligente, tal como vemos en la magnífica serie documental Wild Wild Country, producida por Netflix, que cuenta la historia de la multitudinaria comunidad establecida en torno al carismático gurú indio Osho o Bhagwan. Buen ejemplo de ello es el estadounidense Philip J. Toelkes (Swami Prem Niren), que fue abogado del líder espiritual y también integrante de su grupo religioso, quien pasados los años rememora con sincera emoción el genuino sentimiento de amor comunitario que experimentó tras llegar a la secta a finales de los años 60, hastiado de las mentiras sobre la guerra de Vietnam y de la grosera cultura materialista instalada en su país. No puede negarse que muchos de los que seguían a Osho eran realmente felices con sus vidas alternativas: su espiritualismo materialista no represor del sexo, sus risas flojas, sus estridentes terapias comunitarias new age... Por eso es inevitable preguntarse: ¿qué más da que sus creencias fueran falsas o estúpidas (qué mas da que Osho fuese solo un espabilado enjoyado subido a un Rolls Royce) si eso les hacía dichosos?... Probablemente Niren llegase a esta misma conclusión. Todas las religiones (o sea, las sectas con más solera) se fundan igualmente en falsedades no menos esperpénticas. Aunque amargan la existencia a no poca gente, informan también la vida de muchas y las hace incluso felices.

Nuestra vida no tiene más sentido que el que nosotros mismos, unos trocitos ordenados y conscientes del Universo, le demos. Seguramente no haya un Dios (aunque puede que acabe habiéndolo en un futuro remotísimo, fruto de la evolución inteligente del Cosmos) y le importemos un bledo a ese Universo del que nos hemos singularizado por tan breve tiempo. Pero como actores de nuestra propia existencia podemos darle un sentido a esta, el que queramos, y dicho sentido nunca será espurio si informa nuestro paso por la Tierra y nos hace dichosos. Por tanto, sería igual de válido al efecto adoptar como sentido vital el catolicismo o el ateísmo militante, el liberalismo o el comunismo, la independencia de Flandes o la unidad de Bélgica, el Real Betis o el Sevilla FC. Y cualquiera de esas causas no tendría por qué ser menos auténtica o funcional para el logro de la autorrealización o felicidad que las de la creación artística, el crecimiento espiritual, la ciencia o un hijo.

Dicho de otro modo, que uno puede encontrar tanto sentido en una mentira o en una tontería (incluso en el ejercicio más descarnado de la maldad) como en el amor u otra gran verdad. Eso sí, hay que creer firmemente en la causa (por eso muchos nunca seremos "religiosos" en un sentido amplio, lo que abarca también al comunismo, el nacionalismo o el sevillismo). O, al menos, en que algún elevado fin justifica la causa por muy estrafalaria que esta sea. Y no funciona el autoengaño salvo que sea inconsciente. No me gustaría estar en el pellejo de quien un día se despierta y descubre súbitamente que toda su vida se ha basado en una falsedad: el riesgo de no volver a levantarse es enorme.

jueves, 4 de octubre de 2018

Minimalismo, relaciones y sentido


Me ha gustado mucho un documental en Netflix titulado "Minimalismo: las cosas importantes". Se trata de un sincero y emotivo testimonio contra el consumismo, alejado de toda pose, que nos muestra el hartazgo de cada vez más gente (aunque, por desgracia, aún una minoría) con una cultura compulsiva de comprar y tirar que prima el enriquecimiento y la búsqueda de estatus social sobre el bienestar y la realización personal, las cosas sobre las personas, la cantidad sobre la calidad, la velocidad sobre la pausa, el ruido sobre la conversación y el silencio, la inconsciencia sobre la reflexión.

No descubrimos la pólvora al advertir que, más allá de un razonable límite, el dinero y el consumo no hacen felices a las personas: basta ver lo que dice la gente más inteligente y consciente que ha traspasado con creces ese umbral (no esperemos escucharlo de un imbécil como Trump), así como observar los estragos causados en algunos de ellos. Las relaciones personales enriquecedoras hacen mucho más por la felicidad (que, no olvidemos, es sobre todo un estado interior) que las cuentas corrientes y las posesiones, por muy abundantes que estas sean.

Mi amigo Luis me contaba emocionado ayer que en la despedida el martes de su compañero Golfillo querría haberle dicho un "Gracias" por una amistad de años que él aseguraba que le había hecho mejor persona. Pero no es improbable que su perro fuese capaz de leer en la expresión de Luis, en el momento de abandonar la existencia, lo que pretendía transmitirle. Esos mensajes sirven para justificar y dar sentido a toda una vida: la del que lo emite y la del que lo recibe. Esos gestos valen más que todo el dinero y las posesiones del mundo. Me recordó el reciente obituario de Alejandro Bolaños escrito en El País por su esposa, quizá la despedida más conmovedora de un ser querido que haya leído nunca: en el texto, Tereixa agradecía al bueno de Alejandro el haberla hecho mejor a ella (y, sin duda, a todas las personas que lo conocieron).

Cuando el Universo da un zarpazo a alguien bueno y querido (ya ande a dos patas o a cuatro), sea en forma de mortal accidente o de enfermedad incurable, pensamos en el sinsentido de la vida. Pero son precisamente las relaciones entre unos trocitos ordenados y conscientes de ese mismo Universo (Luis, Conchi, Golfillo, Alejandro, Tereixa, su hija Elba...) las que dan a estos su sentido y, de paso, al propio Cosmos aparentemente frío y amoral.

sábado, 8 de septiembre de 2018

La corta y dramática historia de la teleportación cuántica de objetos masivos (MOQT)

La teleportación cuántica de objetos masivos (MOQT, por sus siglas en inglés) empezó a aplicarse a gran escala en junio de 2027, en medio de una inusitada expectación mundial. Tras varias pruebas menores saldadas con éxito (como el envío instantáneo un año antes de un teléfono de Elon Musk desde un plató de la CNN en Atlanta hasta otro de la televisión pública australiana en Sydney), el estadio de Wembley en Londres fue el pionero en la nueva técnica, al ser teleportado a Brighton para dejar sitio a un nuevo teatro en su emplazamiento original londinense. Un consorcio participado a medias por Tesla y Amazon patentó la MOQT e iniciaría su explotación comercial.

Al principio todo era asombro y parabienes. Urbanistas, ingenieros, políticos, agentes inmobiliarios, notarios, registradores de la propiedad ("Miusté, es sumamente extraordinario y ya tal", diría el expresidente Mariano Rajoy), artistas de performances y grandes empresarios (no fueron raras las teleportaciones de sedes, entre ellas la de la propia Tesla desde California a Melbourne por las desavenencias de Musk con el presidente vitalicio Trump) estaban cautivados por el potencial y las repercusiones de la nueva tecnología. El ciudadano común no tardó en beneficiarse, al abaratarse el precio de las teleportaciones y ponerse de moda las mudanzas en las que se conservaba la misma casa (los propietarios de pisos lo tenían más complicado, al depender de un acuerdo unánime de todos los vecinos de la comunidad). Las expropiaciones forzosas dejaron de ser tan traumáticas para los afectados, al ofrecerles la posibilidad de escapar con su vivienda o propiedad a otro lugar de su conveniencia. Y las cosas se pusieron mucho más difíciles para los okupas, que podían quedar neutralizados a golpe de teleportación (una vez desalojados del solar, se llevaba a cabo la teleportación de vuelta). El mercado de los solares experimentó un enorme boom, dado el creciente interés de las empresas inmobiliarias por esta rama de negocio (en detrimento del puro ladrillo). Hubo localidades que multiplicaron su población solo con teleportaciones: en España destaca el caso de Guardamar de Segura (Alicante), que acogió muchas viviendas de la cercana La Manga -ya muy amenazada por el cambio climático- y del sur de la Comunidad de Madrid. El cobro de impuestos como el IBI abrió una pugna entre administraciones públicas, que se embarcaron en una feroz competencia para atraer propiedades.

Pero la delincuencia no tardaría en salir a escena: varios expertos, tachados de cenizos por más de un incauto, ya habían avisado del riesgo de que redes mafiosas se hicieran con el conocimiento de la técnica. Centrándonos en España, la finca Ambiciones desapareció de su ubicación en Ubrique la nochebuena de 2029. Igual suerte corrió meses más tarde la embajada catalana en Flandes (muchos quisieron ver la larga mano del CNI). Y, a renglón seguido, el Museo Reina Sofía en Madrid con toda su obra (buena parte de la cual fue vendida en eBay y mercadillos asiáticos a precio de saldo). Amén de numerosas viviendas privadas, generalmente de alto estándar. En el resto del mundo las fugas más sonadas fueron las de la Torre Trump de Nueva York (su hallazgo en un lugar recóndito de Guinea Ecuatorial propició la caída de la dictadura de Teodorín Obiang, tras una invasión relámpago del país africano por tropas de EE.UU.), el mausoleo de Lenin en Moscú (trasladado a las afueras de Lviv por nacionalistas radicales ucranianos para proceder a su dinamitado) y la pirámide de Keops en Egipto (que supuso la caída en desgracia del exfutbolista portugués Cristiano Ronaldo, al ser localizada solo horas más tarde junto a su flamante mansión en Madeira en plena celebración de su cumpleaños).

Las compañías de seguros pagaron el pato cuando el fraude empezó a generalizarse: el valor de sus acciones se derrumbó y se tambalearon algunas empresas bien asentadas, al punto de precipitar la crisis financiera mundial de principios de los años 30. La inseguridad jurídica prendió por todos lados y muchos abogados se hicieron de oro con las cascadas de reclamaciones y pleitos. Al igual que los llamados "buscadores", nuevo nicho laboral cada vez más demandado: contratados por los damnificados por teleportaciones fraudulentas, los "buscadores" se dedicaban a recorrer el planeta en un intento muchas veces frustrado de hallar el paradero de los objetos cambiados de lugar (los cuerpos policiales estaban completamente desbordados). Los "buscadores" solían ejercer también de intermediarios entre los afectados y las mafias teleportadoras: Jesulín de Ubrique tuvo la suerte de localizar gracias a ellos su finca en Zimbabue, lo que permitió su reubicación en tierras gaditanas (el torero y cantante siempre negó haber pagado un rescate).

Las legislaciones tuvieron que adaptarse a una realidad en la que podías quedarte sin tu casa mientras estabas sentado en la taza del WC o haciendo una tortilla en la cocina (no pocas personas perdieron la vida al verse de pronto suspendidas en el aire, al no encontrarse a ras de suelo en el momento de la inesperada teleportación). Los Gobiernos reaccionaron no solo de fronteras adentro sino firmando convenios internacionales para reforzar la cooperación en la lucha contra esta plaga. La desaparición del principado de Mónaco el 3 de octubre de 2034 a las 22:34 horas marcó un hito trágico: miles de personas se quedaron sin patria, cientos perdieron la vida bruscamente y centenares de miles repartidas por todo el globo se quedaron sin sus ahorros. Quince años después, el territorio monegasco sigue en paradero desconocido, aunque algunos apuntan a las selvas más profundas de Borneo. La sombra de la sospecha siempre persiguió al presidente vitalicio ruso Putin.

Elon Musk anunció en 2035 su retirada del consorcio con Amazon, al mismo tiempo que la descarga de su persona a formato digital para ser trasladada eternamente a un paraíso virtual. La tecnología fue abandonada poco tiempo después, al llegar la Gran Disrupción.

lunes, 30 de julio de 2018

Naturaleza amoral... pero también moral e inmoral


No es cierto que la Naturaleza sea amoral e indiferente al sufrimiento de sus criaturas: nunca lo será mientras haya un solo ser moral y empático dentro de ella (en el muy improbable caso de que no existiese vida más allá de la Tierra, sabemos al menos con certeza que ha habido y hay muchos entes morales y empáticos -no necesariamente bípedos implumes- habitando en nuestro planeta). Esa visión amoral de la Naturaleza, que hizo tambalear la fe religiosa de Charles Darwin (¿cómo puede un Dios omnipotente y benevolente permitir que los icneumónidos -avispas parasitarias- pongan sus huevos dentro de orugas a las que paralizan para ser luego devoradas vivas lentamente por sus larvas?), parte de un concepto erróneo de lo natural conforme al cual las creaciones de los humanos serían artificiales: desde un coche hasta un código ético pasando por una llave Allen. Pero, por definición, todo es natural en el mundo (¡de otro modo no existiría!): no lo es menos una turbina o Internet que un termitero, un virus o un hipopótamo.

La moral y la empatía son productos naturales de la evolución, seleccionados por haber conferido ventajas reproductivas a sus portadores. Cuando un humano siente compasión de un toro brutalmente asaeteado en una plaza, es la Naturaleza misma (una singular combinación de los mismos electrones y quarks que dan también forma al toro, al torero y a la espada de este último) la que se está conmoviendo. Es igualmente cierto que cuando uno tortura a otro ser es la propia Naturaleza la que está infligiendo un daño... ¡y al mismo tiempo la que lo está padeciendo! Se podría decir que el Bien (la conducta compasiva) y el Mal (la conducta no compasiva, ya sea inmoral o amoral) son productos de la Naturaleza desplegados sobre el espacio-tiempo por haber sido funcionales para la supervivencia y reproducción de sus moradores. ¡Al final van a tener algo de razón los maniqueos al sostener la eterna lucha entre el Bien y el Mal! ¿Y acaso también los defensores del Punto Omega al propugnar el advenimiento de una Singularidad al final del Universo, merced a la cual este se haría plenamente consciente de sí mismo alumbrando una entidad omnisciente y benevolente?

Una visión evolucionista del mundo, maridada con la confianza en el poder transformador de la ciencia, no está reñida con la esperanza en que el Bien acabe imperando en un Universo que consume su autoconsciencia (o sea, que se haga Dios). Llegados a ese punto, por cierto, no debería preocupar demasiado la muerte térmica del Universo.

sábado, 7 de julio de 2018

El principio de la Purísima Concepción: o algo es perfecto o no vale para nada

En su libro La izquierda feng-shui, Mauricio Schwarz define el principio de la Purísima Concepción como la exigencia por cierta izquierda de una absoluta perfección a toda solución política propuesta (una exigencia que se extiende además a quienes pretendan ponerla en marcha). Como dice el escritor mexicano afincado en Gijón, "es un puritanismo implacable, que se puede utilizar para condenar prácticamente a cualquier persona o actividad imaginables".

Nada es suficiente bajo semejante grado de exigencia: todo tiene que ser perfecto o, de otro modo, es una mierda. Si sigue habiendo gente pobre en Chile, pues concluimos que las políticas económicas allí aplicadas por la izquierda tras la dictadura no han servido (aunque hayan sacado de la pobreza a muchas personas). Si siguen muriendo en España 50 mujeres al año manos de sus parejas, entonces es que las leyes contra la violencia de género aquí no funcionan (¿alguno de estos puristas realmente se cree que algún día será erradicada la delincuencia y dejará de haber asesinos, violadores o atracadores?). Si hay un brote puntual de salmonella o botulismo, toda la política de seguridad alimentaria es puesta en la picota (no se cuentan los casos evitados gracias a las normativas, al no salir felizmente del ámbito de lo contrafactual).

Dos ejemplos muy ilustrativos a este respecto son la Transición española y la Unión Europea (UE). Para la actual izquierda más allá de la socialdemocracia (recordemos que esta última llegó a ser etiquetada como "socialfascista" por la izquierda comunista), la Transición fue simplemente un trapicheo para perpetuar el franquismo por otras vías menos impresentables. Y la UE solo es una Europa de los mercaderes en la que únicamente importa el dinero y Alemania condena al ostracismo a los pobres países del sur. Negar los grandes logros de la Transición (establecer en España un marco civilizado de convivencia lo más integrador posible) y de la UE (asegurar la paz en Europa tras siglos de guerras continuas) apelando a todos sus vicios, limitaciones y problemas -que los tuvieron o tienen, claro está, como procesos sociopolíticos complejos- es de un sectarismo y una miopía gigantescos: solo un ignorante, un fanático o una persona de mala fe pueden hacerlo. ¿Alguien en su sano juicio pensaba que íbamos a meter en la cárcel en 1977 a criminales de guerra franquistas, con un ejército aún poblado de militares defensores del dictador, o que acaso tenía sentido arriesgar la democracia por eso? ¿Alguien cree que la UE no ha valido la pena, a pesar de todo lo malo que podamos decir de ella? ¿Esperábamos vivir en un paraíso terrenal, libres de todo mal y corrupción, por disfrutar de una democracia (tras la larga pesadilla franquista) y formar luego parte del club comunitario?...

Nada es perfecto en el mundo, ni siquiera la naturaleza (incluso la evolución es chapucera). Por eso cuando decidimos algo (en particular, cuando votamos) debemos hacerlo a sabiendas de que nuestra opción nunca surtirá propiedades mágicas ni estará libre de defectos. La presidencia de Felipe González en España o la de Barack Obama en EE.UU. no fueron perfectas, tienen sus luces y sombras como todo, pero su balance es claramente positivo para cualquier progresista medianamente sensato y con los pies en la tierra. Tampoco ha sido un dechado de perfección el desbloqueo por decreto-ley de la renovación del consejo de administración de RTVE. ¿Pero había otra solución mejor sobre la mesa? ¿Dejarán sus trabajadores de vestir de negro los viernes solo cuando esta empresa pública supere a la BBC (que, imagino, tampoco será perfecta) en financiación, credibilidad informativa y calidad de su producción audiovisual?...

domingo, 17 de junio de 2018

¿Selección artificial de humanos?


Ya escribí en este blog que los perros son en promedio mejores que los humanos, lo que paradójicamente ha sido posible gracias a la acción de nuestros congéneres. La clave ha sido la selección artificial: a partir del lobo hemos esculpido seres como el labrador retriever que nos aventajan con creces en apacibilidad, fidelidad, bondad y nobleza. Si podemos convertir a los lobos en perros y a las pequeñas y ácidas manzanas silvestres en frutos mucho más carnosos y sabrosos, ¿por qué no guiar la evolución de la humanidad?

La presencia entre nosotros de psicópatas y sádicos violentos se explica porque la selección natural ha premiado estos rasgos, al ofrecer indudables ventajas evolutivas (la carencia de empatía y escrúpulos hace más fácil la propagación de los genes). Pero es cierto que también los rasgos cooperativos y empáticos han sido seleccionados naturalmente por ser ventajosos para la supervivencia. Existe pues un delicado equilibrio evolutivo merced al cual siempre hay buenos y malos: la selección natural asegura la pervivencia de unos y otros.

¿Y si recurrimos a la selección artificial para mejorar conductualmente al Homo sapiens? De entrada, la idea tiene resonancias siniestras: todos los intentos de ingeniería social siempre han acabado en un infierno. Pero no deja de ser una propuesta teóricamente factible que acaso en medio milenio (unas veinte generaciones) ya podría arrojar sus frutos en forma de humanos mejorados: cooperativos, leales, empáticos, menos violentos... Ahora bien, ¿quién haría de seleccionador? Si es un humano o grupo de humanos el que decide, nos exponemos a un sesgo seguro y a resultados del todo indeseables (más allá del límite razonable de una mejora conductual). Confiar la tarea a una inteligencia artificial podría ser más fiable, pero no pueden descartarse efectos igualmente dantescos. Quizá solo una inteligencia extraterrestre muy superior a la nuestra (tanto tecnológica como éticamente) afrontaría este reto con garantías de éxito.

Para seleccionar no haría falta matar (aunque la ejecución en frío de brutales asesinos y torturadores a mí no me plantea dudas morales sino estéticas: no está bien solo porque queda feo). Bastaría con esterilizar y así impedir la replicación de genes indeseables. O con manipular genéticamente las células germinales, lo que permitiría acortar el tiempo de mejora de la especie. Hacer esto sin coacción y violencia sería imposible, de ahí que afrontase tanta resistencia social como la epistocracia (todo intento de restringir el sufragio universal para que solo vote la gente medianamente informada sería combatido a muerte por los partidos populistas, con el apoyo indignado de buena parte de las masas*). Aunque, ¿acaso no es necesaria la coacción para llevar a un delincuente ante un juez y luego a la celda de una prisión?

También hay un problema técnico no menor: la pleiotropía, merced a la cual rasgos físicos y mentales no relacionados son expresados por un mismo gen. Por ejemplo, los perros más apacibles y nobles tienen las orejas caídas (las escasas experiencias de domesticación de zorros arrojan resultados similares). Eliminar los genes de la propensión a la agresividad (por cierto, dudo que esta sea mala en pequeñas dosis) podría afectar a otros rasgos beneficiosos y condenarnos a la extinción a largo plazo: la ciega selección natural se acabaría imponiendo a la artificial.

En suma, que la fuerte oposición social y los elevados riesgos asociados (sobre todo, esto último) hacen que aquí sea aplicable el dicho de "experimentos con gaseosa". Parece que lo más razonable es asumir la existencia de la maldad y acostumbrarnos a convivir con ella; eso sí, teniéndola bien controlada con leyes, educación e instituciones sólidas para evitar paraísos de psicópatas, imbéciles morales y fanáticos.

*Otra buena parte de las masas ni se inmutaría: le importaría un bledo mientras estuviera bien abastecida de basura televisiva y digital.

domingo, 27 de mayo de 2018

Megaconglomerados bacterianos racionales y con ropa (y a veces también irracionales)


Leyendo a Lynn Margulis, eminente bióloga que además fue esposa de Carl Sagan, uno experimenta un vértigo inquietante a la par que fascinante. Es inevitable ser presa del asombro al saber que bacterias libres de hace dos mil millones de años parecen ser los ancestros de todas nuestras células, que otras bacterias independientes fotosintéticas de hace varios cientos de millones de años pueden ser los antepasados de las mitocondrias alojadas dentro de nuestros ladrillos celulares (así como de los cloroplastos de las células vegetales) y que las espiroquetas (bacterias con flagelo) podrían estar en el origen de todas nuestras células musculares, espermatozoides y neuronas.

Esto va mucho más allá de constatatar que nuestros abuelos de hace seis millones de años son los mismos que los de los actuales chimpancés, que los de hace 60 millones de años son los mismos que los de los actuales lémures o que los de hace 600 millones de años son los mismos que los de las actuales plantas y hongos. Es una conexión remota y a la vez íntima con un mundo microscópico que no solo permite que existamos sino que además es parte activa de nuestra vida (hablo de nuestro propio cuerpo, ya que las bacterias simbióticas que pueblan su interior -por ejemplo, el intestino grueso- son un interesante capítulo aparte).

Pensamientos y sentimientos humanos serían pues producto de una red neuronal de origen bacteriano (hay estudios científicos que incluyen también a las bacterias intestinales simbióticas en la fábrica de nuestra psique, al influir en nuestro estado de ánimo), por lo que los principios básicos de funcionamiento de la mente humana (de cualquier inteligencia animal) podrían no ser muy distintos a los de una comunidad bacteriana desarrollada en una manzana podrida o en la placa de Petri de un laboratorio. Una diferencia es el tipo de información recogida y procesada por la red: en el caso de las comunidades bacterianas y de los vegetales, solo señales químicas (feromonas) o eléctricas y datos ambientales rudimentarios (acidez, humedad, temperatura, luz...); en el caso de los animales, datos sensoriales mucho más profusos con los que se construye la visión, la audición, el olfato, el gusto, el tacto, la inteligencia social... Otra diferencia es el modelo centralizado en nuestro caso animal (con el cerebro como centro de control) y el descentralizado en el de bacterias y plantas. Por supuesto, lo más importante es el nivel de complejidad de la red (el número de conexiones entre nuestras neuronas es gigantesco, lo que nos permite el estudio de agujeros negros o de ondas gravitacionales).

Ya nos dice la ciencia que el lenguaje no es necesario para tener un pensamiento racional: animales humanos y no humanos actúan racionalmente (por la cuenta que les trae, ya que la selección natural no perdona) y también a veces irracionalmente (así como los humanos tenemos religiones, los no humanos también exhiben prácticas supersticiosas y absurdas mientras estas sean funcionales -la religión lo ha sido- o al menos no disfuncionales para la supervivencia). ¿Y si las bacterias también se condujesen racionalmente, a modo de ordenadores que, conforme a un determinado programa, generan outputs a partir de una serie de inputs?... ¿Y si el conjunto de la biosfera, identificado con el Gaia autorregulado de Lovelock, fuese un agente racional?... ¿Y si bacterias y Gaia también pudiesen comportarse irracionalmente?...

sábado, 19 de mayo de 2018

Presentan un programa para reconstruir una contabilidad B mediante indemnizaciones en diferido

El empresario ruso Vasili Jetagurov ha presentado en España, en el Foro de Emprendimiento Trincando que es Gerundio, un programa informático que permite reconstruir la contabilidad B de una empresa mediante una indemnización en diferido en forma efectivamente de simulación o de lo que hubiera sido en diferido en partes de una, de lo que antes era un premio gordo del sorteo de la lotería de Navidad, con la retención correspondiente a la Seguridad Social. A efectos legales, la reconstrucción contable es completamente involuntaria y ya tal.

Jetagurov desembarcó hace ya seis años en nuestro país con su original modelo de negocio: el selling on detracted. Hace unos meses se reunió en Moncloa con el presidente Mariano Rajoy, quien junto a él y ante los reporteros gráficos alabó su espíritu emprendedor ("Vasili es un emprendedor puro y una gran nación") para a continuación, preguntado por una supuesta investigación de su entramado empresarial por el FBI, asegurar que "confío plenamente en el Estado de Derecho, no tengo constancia de la existencia de ese tal señor Jetagurov, al cual por cierto apenas conozco, y espero que Benzema recupere pronto la confianza de cara al gol, que falta nos hace".

El Foro de Emprendimiento Trincando que es Gerundio se integra dentro del Master en Administración y Emprendimiento 3.0 de la Universidad de Berkeley, que se celebró el pasado fin de semana en Sigüenza (Guadalajara).

sábado, 5 de mayo de 2018

El gran error de Marx acerca de la naturaleza humana


El filósofo australiano Peter Singer, principal exponente de una moral transhumanista con obras como Liberación animal y Ética práctica, acierta plenamente en un artículo reciente titulado Is Marx still relevant? (hoy mismo se cumplen 200 años del nacimiento del pensador alemán): el mayor error del marxismo fue su falsa visión de la naturaleza humana, al achacar al sistema capitalista los vicios de nuestra especie y creer que algún día, con el socialismo y el supuesto advenimiento de la sociedad comunista sin clases, se alumbraría un hombre nuevo libre de codicia, egoísmo, ansia de poder y afán de ostentación. Porque los mimbres de los que estamos hechos los hombres y las mujeres son los mismos, ya sea bajo el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo o el socialismo. Y la utopía comunista es tan disparatada como inalcanzable.

Negando la naturaleza humana nos daremos de bruces una y otra vez con la realidad y terminaremos abocados a la frustración, al constatar que nunca se erradicarán lacras como la violencia machista, la criminalidad organizada, el acoso escolar o los abusos a menores. Claro que hemos avanzado mucho al respecto, sobre todo en los países más desarrollados, pero solo desde la ingenuidad más pueril o la ignorancia de cómo somos realmente (en parte por estimar que la ciencia no es aplicable al estudio de la conducta humana) podemos llegar a creer que algún día no habrá abusos, violaciones, asesinatos (machistas o no) o cualquier otro acto bárbaro. Y que no harán falta la policía o las cárceles, como sueña cierta izquierda.

Aceptemos de una vez por todas que siempre habrá entre nosotros psicópatas, sádicos y gente malvada. Y también, por fortuna, gente buena y compasiva. Que somos cooperadores, pero también depredadores. ¡Es la variabilidad humana, con lo mejor y lo peor! Por mucha educación y buenas leyes que pongamos en el asador, lo peor de nuestra naturaleza jamás será suprimido; si acaso, minimizado, como ocurre en los Estados más civilizados del mundo (por eso me temo que en España el número de mujeres asesinadas anualmente por sus parejas nunca baje de 40 o 50; en sitios como  África, Latinoamérica, India o el mundo islámico, donde la situación es mucho peor, sí que hay un margen de mejora bastante más amplio).

Ni siquiera la ingeniería social puede alterar la pasta con la que nos ha fabricado la evolución. Mientras sigamos siendo Sapiens, nuestras motivaciones, pulsiones, temores y anhelos serán los mismos (teniendo en cuenta, por supuesto, la susodicha variabilidad en la conducta). Durante la Guerra Fría, los alemanes orientales no eran esencialmente diferentes a los occidentales. Como los rusos de hoy no son en el fondo distintos a los de 1960 o 1915. La película humana es siempre la misma, solo con pequeñas adaptaciones en el guion, pese a los cambios culturales. Aunque, como insiste machaconamente Steven Pinker, nunca la humanidad ha estado mejor que ahora: hay un progreso innegable, atribuible al fortalecimiento de la democracia (últimamente amenazada por una ola nacional-populista), las crecientes interdependencias entre Estados y la extensión de la educación y el cosmopolitismo.

martes, 17 de abril de 2018

¿Ignorante, idiota... o acaso malvado?


En mi libro R que R desde Alfa hasta Omega: Un ensayo sobre el error menciono varias veces a Kathryn Schulz, autora de En defensa del error: Un ensayo sobre el arte de equivocarse.
En un párrafo de mi obra se lee lo siguiente:

Schulz nos alerta de que estar convencido de tener la razón en algo puede ser muy peligroso. El pensar que nuestras creencias reflejan perfectamente la realidad nos lleva a chocar con los que no lo ven así. En primera instancia atribuimos esa discrepancia a la ignorancia del prójimo (sesgo cognitivo de atribución), quien supuestamente suscribiría nuestras ideas de tener acceso a la información adecuada. Aun así, puede ocurrir que este siga empeñado en disentir: entonces tendemos a etiquetarlo como un idiota. Pero si resulta que el tipo maneja la misma información que nosotros y tenemos acreditado que se trata de una persona inteligente, Schulz introduce un tercer supuesto: nos convencemos de estar lidiando con un ser malvado, que conoce la verdad pero la distorsiona deliberadamente con aviesas intenciones. De ahí a deshumanizarlo solo hay un paso. Suele ocurrir en el mundo de la política cuando nos dejamos llevar por el forofismo y el trazo grueso. 

Imputar en principio ignorancia, luego idiotez y finalmente maldad cuando alguien disiente de nuestras ideas es típico de la izquierda más dogmática e intransigente (también de la derecha, pero hablo de la izquierda porque es la que me interesa y la conozco bien: ¡yo mismo he llegado a pensar así!). Intelectuales como Albert Camus, Octavio Paz, Jorge Luis Borges o Alexander Solzhenitzyn, y más recientemente Francis Fukuyama, Samuel Huntington, Fernando Savater o Mario Vargas Llosa, se cuentan entre las personas sometidas a este proceder por la izquierda menos tolerante; además de no pocos políticos, desde Adolfo Suárez a Albert Rivera pasando por Joaquín Leguina, por centrarnos solo en España. Eso no quita que a menudo sí estemos lidiando con ignorantes (Savater, al igual que muchos otros humanistas, es un lego en ciencias), idiotas o gente realmente malévola: por ejemplo, cuando nos encontramos con muchos de los votantes de Trump, con él mismo o con compatriotas nuestros que hablan de indemnizaciones en diferido en forma de simulación.


Podemos no estar de acuerdo con muchos planteamientos de Fukuyama, pero ese tipo no es ningún botarate: es un pensador de ideas diferentes a las nuestras pero igual de legítimas y bienintencionadas (por cierto, la idea del "fin de la historia" es originariamente de Marx, aunque para él la estación final era la sociedad comunista sin clases y no la democracia liberal). Podemos disentir de Vargas Llosa, pero eso no lo convierte en un mentecato o un tipo artero que escribe con fines espurios (ya puestos, ni siquiera es un conservador sino un liberal genuino). Como tampoco eran ignorantes, necios o necesariamente malvados Solhzenitzyn (pese a profesar su peculiar nacionalismo místico ortodoxo ruso), Paz, Borges o Camus. Ya hay más dudas acerca de quienes, como Sartre, justificaban las atrocidades del régimen soviético y al mismo tiempo disfrutaban plenamente de las mieles de las democracias liberales.

El caso de Huntington es especialmente sangrante, ya que se le acusa poco menos que del choque de civilizaciones adelantado en su libro de 1996 El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial: es como si alguien alertara del riesgo de las superbacterias resistentes y luego se le culpara, al confirmarse su advertencia, de los daños causados por esos microorganismos. Huntington preveía un choque de culturas, pero no le parecía que eso fuera algo bueno o deseable: todo lo contrario. Sin embargo, la marca "Huntington" es para muchos izquierdistas intransigentes de manual un sinónimo de neoconservadurismo imperialista (al igual que la marca "Adam Smith" es sinónimo injustamente de egoísmo y perversidad capitalista). Es lo que pasa cuando alguien habla de un libro sin haberlo leído, o se dedica a retuitear acríticamente, dejándose llevar por los creadores de opinión de su bandería. La izquierda, que siempre se ha preciado de ser autocrítica, deja de merecer su nombre si queda reducida a una suerte de secta o religión. Y si no es inclusiva, está condenada a la irrelevancia.

lunes, 2 de abril de 2018

Por qué lo de Cataluña es un problema (nada que ver con unidades de destino en lo universal)


El procés soberanista en Cataluña es un problema porque amenaza la convivencia civilizada entre catalanes, así como entre los habitantes de ese país y el resto de españoles, al pretender imponer la independencia con el apoyo de la mitad de la población y la oposición de la otra mitad. La unidad de España no es un fin en sí mismo (esa sería la visión de un nacionalista), pero sí lo es el binomio democracia-paz social. No perdamos de vista que aquí los actores no son distintos a los de la ex Yugoslavia, ya que el modelo es generalizable: algunos dirigentes fanáticos o sin escrúpulos (tanto en Barcelona como en Madrid), un montón de gente engañada o desinformada (tanto allá como aquí) dentro del que se incluye una legión de imbéciles morales (cuya mezquindad, alienación, sumisión, pereza intelectual o pocas luces son una fuente inagotable de acciones e inacciones malévolas) y una reserva constante de peligrosos psicópatas y sádicos (ni mayor ni menor que en cualquier otro sitio, listos para infligir sufrimiento con cualquier excusa si se ofrece la ocasión). Cuando se quiebran el orden y la legalidad, estos últimos siempre saltan a la palestra para convertir la vida ajena en un infierno. Además, se multiplican los efectos dañinos de los imbéciles morales, ya presentes en una situación de normalidad social. Los más vapuleados en estas circunstancias suelen ser los más o menos informados que no son fanáticos ni imbéciles morales ni psicópatas ni sádicos (sean de izquierdas o de derechas, independentistas -una opción legítima- o unionistas, del Barça o del Madrid). Ellos son los primeros que ponen pies en polvorosa cuando se levanta la veda para psicópatas y sádicos envueltos en trapos de colores, caso de la España de 1936, la Alemania nazi o la Yugoslavia de 1991.

No dudo que Junqueras o Puigdemont sean buena gente, ciudadanos civilizados y empáticos a los que uno puede tranquilamente comprar un coche usado, darles una nevera para que la entreguen en el punto limpio (no en el fondo de un barranco) o confiar el cuidado de un ser querido. ¡A ver quién preferiría de compañero de celda, en vez de a ellos, a algún Chicle, Carcaño o Rafita de la vida! Pero su fanatismo les ha inducido a manipular, mentir (acaso engañándose también a sí mismos) y prevaricar, unas acciones con gran potencial destructivo por empujar a las masas al choque con el enemigo. Indalecio Prieto o José Antonio Primo de Rivera también eran educados y civilizados (menos mentirosos, seguramente, que Junqueras o Puigdemont), pero no así las milicias incontroladas (dentro de las cuales psicópatas y sádicos se movían, junto a los fanáticos, como peces en el agua) de anarquistas, socialistas, comunistas o falangistas que sembraron el terror en el Madrid de 1936. No todos los líderes tenían entonces, ni tienen ahora, ese perfil civilizado: ahí está el caso de generales franquistas como Queipo de Llano, quizá el mayor criminal de guerra español del siglo XX. A las órdenes de este golpista (como premio, sus restos reposan en la basílica sevillana de La Macarena), la selección más granada de psicópatas y sádicos del norte de Marruecos violó, mutiló y mató a gusto durante unos años en tierras cristianas.

Creo que nos equivocamos si pensamos que dentro de la población catalana y española del siglo XXI no hay queipodellanos, chequistas (algún dirigente joven de ERC da el perfil) ni individuos equiparables a los matarifes moros de la Guerra Civil. ¿Acaso somos mejores que los exyugoslavos (con sus Milosevic, Tudjman, Karadzic, Mladic, Praljak, Gotovina, Arkan, Haradinaj o Thaçi)?... Como ya he escrito en este blog, "siempre que falte el poder coercitivo del Estado estará el camino expedito para psicópatas y tipejos sin escrúpulos, que lo tienen más complicado en un marco democrático civilizado (aunque no por ello dejen de medrar en empresas, partidos políticos, clubes de fútbol, etc.)". La convivencia pacífica entre las personas no puede darse por sentada en ninguna parte, ni siquiera en la avanzada Escandinavia, y se basa en el monopolio estatal de la violencia bajo un orden democrático con sólidos contrapesos institucionales. Eso es lo que está en juego en Cataluña por una necia aventura secesionista sin suficiente respaldo social y a cualquier precio (incluso el del Estado fallido), ignorando lo que ello supuso para el País Vasco hasta hace pocos años. Aunque en Cataluña aún no han matado a nadie, sería muy necio negar que se está creando el caldo de cultivo para ello: ya hay señales inquietantes en forma de amenazas. La principal esperanza es que en 2018 la mayor parte de los catalanes independentistas no está dispuesta a sacrificar su paz y relativo bienestar económico y social por presumir de asiento en la ONU. Pero la historia nunca ha sido escrita por las mayorías, sino por minorías bien organizadas que no pocas veces se comportan irracionalmente.

Dos apuntes finales:

1) Si el apoyo a la independencia estuviera muy extendido en Cataluña (pongamos que fuera de un 70%), poco habría que objetar -si hay que cambiar la Constitución, se cambia- a la celebración de un referéndum de autodeterminación y la apertura de negociaciones para un divorcio acordado a la checoslovaca (aunque, siguiendo la misma lógica, toda comarca catalana debería tener el derecho a permanecer en España si en las urnas se opusiera al plan secesionista).

2) El Gobierno español debería tener la generosidad de indultar tras su juicio a todos los encausados del procés (hasta ahora no ha habido, por fortuna, ningún Txapote) si se comprometieran a no volver a las andadas, para así dar un carpetazo a este insidioso asunto. Sería un insulto a la inteligencia, además de un terrible fracaso social, que Junqueras, Puigdemont y compañía pasaran más tiempo en prisión que Chicles, Carcaños o Anajulias.

sábado, 17 de marzo de 2018

¿Globalización domesticada?: ¡sí, gracias!


La globalización económica es una de las bestias negras de la izquierda más dogmática, que en este punto coincide plenamente con el nacionalismo populista de extrema derecha. La verdad es que oponerse a ella por principio no parece razonable, ya que no solo tiene una cara negativa (la especulación financiera internacional, el incremento de la desigualdad -hay personas y territorios perdedores que se quedan atrás- o la fuerte presión sobre los recursos naturales -incluidos elefantes y rinocerontes- de los países más pobres) sino otra innegablemente positiva (una creciente integración comercial en el mundo que ha favorecido la inversión y la competencia, permitiendo sacar de la pobreza a millones de personas en los Estados más atrasados y acelerando la innovación de la tecnología y su difusión).

Por otra parte, sus aspectos menos amables no son achacables al fenómeno globalizador en sí sino a instituciones y legislaciones nacionales deficientes que no son debidamente contrarrestadas a nivel supranacional: en el caso del tráfico de marfil, a una perversa combinación de pseudociencia y burricie novorriquista en China y de debilidad institucional en África; en el caso de la desigualdad, a una respuesta no adecuada a la misma (sobre todo, por la vía de la fiscalidad) en el ámbito nacional. También es cierto que difícilmente se pueden corregir las desigualdades de renta en una democracia cuando los más débiles económicamente votan a los que -como Trump o el PP- defienden de manera más o menos descarada a los más ricos.

Además, la globalización va más allá de lo meramente económico: el Tribunal Penal Internacional, Internet, la televisión por satélite, el software libre, la cooperación policial entre los Estados o los tratados sobre el cambio climático y la protección de la fauna son también manifestaciones suyas, incluso las protestas organizadas en su contra a escala internacional. Porque nos olvidamos de que no solo se globaliza el mundo empresarial (legal o ilegal, caso del narcotráfico o el tráfico de personas) sino también el gubernamental y el activista de cualquier etiqueta: sindicatos, partidos políticos, organizaciones ecologistas, de derechos humanos o animalistas... Los marcos nacionales y regionales cada vez son menos relevantes a la hora de actuar, puesto que los retos de la humanidad del siglo XXI son globales.

Por cierto, el drama de las migraciones descontroladas no es atribuible directamente a la globalización sino a las guerras, la falta de libertades en los países de origen y el efecto llamada (a través de las imágenes televisivas) de las zonas más ricas del mundo sobre muchos ciudadanos de las menos favorecidas. Nuestras puertas deben seguir abiertas a la inmigración (aunque siempre vigilantes del mantenimiento de valores laicos y democráticos que tanto nos costó conquistar, para no precipitarnos en un indeseable multiINculturalismo) no solo por una cuestión moral sino también por nuestro propio interés, para asegurar el futuro de la economía y la viabilidad de sistemas de bienestar social como las pensiones.

Podemos contemplar la globalización económica como un caballo salvaje ante el que tenemos tres opciones: liquidarla (creo que sería un grave error replegarnos a la tribu a estas alturas), dejar que galope libremente a su aire (es lo que proponen con una ingenuidad pasmosa neoliberales de pacotilla) o domesticarla con leyes, tratados e instituciones (es lo que han hecho con el capitalismo los Estados socialmente más avanzados del mundo). La especulación financiera campa a sus anchas debido a una insuficiente regulación a escala internacional, una falta de armonización del tratamiento a los capitales extranjeros cuya manifestación más extrema son los paraísos fiscales. Una gobernanza fiscal internacional solo puede empezar a construirse a partir de grandes bloques como la Unión Europea, con suficiente fortaleza económica y poder negociador para imponer un cambio global junto a otros actores como EE.UU. o China. La propia dinámica del mercado podría incluso por sí misma poner coto a prácticas empresariales detestables, como la explotación laboral o ambiental en los países más pobres, si los consumidores más concienciados de los países ricos dejaran de comprar productos fabricados en condiciones de cuasiesclavitud o con un alto coste para la naturaleza (caso del aceite de palma, también costoso para la salud). Conviene recordar que somos corresponsables, a la hora de comprar o de votar (por eso hay que poner también en valor la democracia como herramienta de transformación), del estado de nuestro país y del mundo.

El día en que cierta izquierda entienda que globalización no es sinónimo de neoliberalismo o capitalismo habremos dado un paso más para intentar gobernarla y lograr así un mundo más habitable. Observar el caso de Chile, un país que ha avanzado espectacularmente en los últimos lustros (tanto en lo económico como en lo social), podría ser muy instructivo. Seguro que más de uno y más de una en nuestra izquierda tiene el cuajo de llamar "neoliberal" a Ricardo Lagos y Michelle Bachelet por haber apostado (como todo el arco político chileno, a excepción de los comunistas) por la internacionalización de la economía del país andino, lo que lo ha llevado a ser líder mundial en la firma de tratados comerciales. Ya dijo Kant que la paz entre las naciones se construye a través del comercio (las apelaciones navideñas a la paz del Papa son tan útiles como sus rezos o los de cualquier otro congénere).

sábado, 3 de marzo de 2018

Así es el mundo de 2018, abuelo (pese a todo, mejor que en el 506 y que en el 2000 también)


A veces imagino que vuelvo a encontrarme con mi abuelo comunista Nicolás y le pongo al día del estado de Canarias, España y el mundo. Casi 38 años después de que él se fuera (fue el 25 de junio de 1980), ya con medio siglo a mis espaldas, esto es lo que le contaría:

Para empezar, querido AbueloYá, que sepas que a finales de 1991 se disolvió la Unión Soviética (y todas sus repúblicas se independizaron) tras derrumbarse como un castillo de naipes el sistema comunista en Europa oriental. Como ya decían algunos tachados entonces de revisionistas y fachas, el "socialismo real" era un timo insostenible: un régimen liberticida terriblemente ineficaz en lo económico -y muy dañino, por cierto, para el medio ambiente-, con una élite corrompida que se mantenía en el poder gracias exclusivamente a la fuerza bruta. La liberalización política y económica iniciada en la URSS a mediados de los años 80 por el presidente reformista Mijaíl Gorbachov fue la antesala de un final abrupto y desordenado del régimen, que en poco tiempo transitó desde el "socialismo real" al más siniestro capitalismo gangsteril (muchos exdirigentes comunistas se hicieron millonarios de la noche al día, reconvertidos en codiciosos capitalistas de una nueva Rusia independiente, merced a un saqueo estatal de proporciones épicas). El lado bueno fue el levantamiento del yugo soviético sobre el este de Europa, lo que permitiría en 1990 la reunificación de Alemania. El mundo se las prometía muy felices con el emotivo derribo en noviembre de 1989 del muro de Berlín: algún iluso historiador llegó a hablar del "fin de la historia".

Estonia, Lituania, Letonia, Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania, Chequia y Eslovaquia (¡separadas desde 1993!), Albania, Eslovenia, Croacia y Montenegro (estas tres últimas, segregadas de una Yugoslavia rota violentamente en los años 90 en unas guerras étnicas saldadas con decenas de miles de muertos) están ahora en la OTAN. Y casi todas, también en la Unión Europea (que ya cuenta con una moneda única: el euro), en eso que antes se llamaba popularmente el Mercado Común, al que entró España en 1986... También España está en la OTAN desde 1982. El Gobierno del PSOE convocó un referéndum en 1986 para decir que sí a lo que solo unos años antes se oponía rotundamente. Porque, ya te imaginas, el PSOE ganó las elecciones de octubre de 1982 por mayoría absoluta. Felipe González llegó a ser presidente durante 14 años. ¡Y Javier Solana fue secretario general de la OTAN! La verdad es que España cambió mucho en esos tres lustros, aunque ya había empezado a hacerlo en la etapa del no bien ponderado Adolfo Suárez (el aeropuerto de Madrid lleva ahora su nombre, un tributo del todo merecido a una persona tan vilipendiada en la Transición pese a haber desempeñado un papel clave).

Además de la independencia de las exrepúblicas soviéticas y yugoslavas, dentro de ellas hubo movimientos separatistas que llevaron a conflictos y a territorios no reconocidos internacionalmente como Kosovo (dentro de Serbia), Transnistria (dentro de Moldavia), Nagorno Karabaj (dentro de Azerbaiyán), Abjasia y Osetia del sur (ambas dentro de Georgia)... Hasta Chechenia estuvo a punto de independizarse, pero se ha convertido en un pseudoestado delincuencial feudatario de Moscú. De una nueva Rusia imperial ya no solo capitalista sino también cristiana y conservadora, que bajo el liderato del exagente del KGB Vladímir Putin se anexionó hace unos años Crimea (la enemistad con Ucrania se ha exacerbado también con el apoyo ruso a los independentistas rusófonos del este del país, un conflicto causante de algunos miles de muertos) y favoreció deliberadamente la llegada a la Casa Blanca en 2016 del magnate Donald Trump, ese multimillonario egocéntrico e ignorante sin escrúpulo alguno. Para ser justos con Rusia, el país quizá se haya sentido acorralado y ninguneado tras la caída del comunismo: hacer leña del árbol caído nunca fue una buena estrategia, como ya vimos con la Alemania de entreguerras.

Por supuesto, Trump se presentó bajo la bandera del Partido Republicano (te aseguro que, a su lado, Ronald Reagan es intelectualmente Kant). Sus oscuros vínculos con Rusia, que apoyó su campaña con artera propaganda subterránea contra su rival demócrata Hillary Clinton, están siendo actualmente investigados en EE.UU. y auguran un impeachment como el de Nixon. La buena noticia es que antes de Trump fue inquilino de la Casa Blanca el primer presidente negro de los Estados Unidos: un gran tipo llamado Barack Obama, obviamente no republicano sino demócrata. Un estadista que levantó muchas expectativas dentro y fuera de su país, AbueloYá, pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones porque la naturaleza humana es la que es: para lo bueno, pero también para lo malo (hace ya tiempo que descubrí que la estupidez y la maldad son unas constantes históricas). Solo por haber sacado adelante su plan de universalización de la sanidad, frente a los intereses de las grandes compañías aseguradoras y farmacéuticas, quizá valiera la pena su presidencia.

Trump ganó, después de ocho años de Obama, porque ahora campa a sus anchas en el mundo la llamada posverdad, el desvergonzado engaño masivo a un electorado ignorante por parte de populistas y nacionalistas de la peor especie. Por eso mismo triunfó el Brexit, un referéndum para sacar al Reino Unido de la Unión Europea promovido no solo por euroescépticos del Partido Conservador sino por hooligans borrachos de un partido de extrema derecha (UKIP) que conecta con parte de la clase obrera británica. Medias verdades y falsedades que ahora se propagan viralmente gracias a lo que llamamos redes sociales e Internet, accesibles desde teléfonos móviles que no solo sirven para hablar sino también para sacar fotos, grabar audios y vídeos, mandar mensajes escritos, obtener información de todo tipo (buena parte de ella, errónea o falsa)... La manipulación televisiva es un juego de niños comparada con la de las redes e Internet.

Es cierto que hay una clase trabajadora occidental perdedora de lo que se llama la globalización, un movimiento de creciente integración económica y comercial en el mundo que también ha tenido muchos beneficiarios (aquí y, sobre todo, en países de la periferia como los asiáticos o Chile). Esos trabajadores autóctonos de baja cualificación son el granero natural de populistas y ultras, que se encargan de convencerles de que la culpa de su malestar socioeconómico es de los inmigrantes (en España, al igual que en otros países de la UE, ya son un colectivo importante) o del comercio internacional y no de la crisis de un Estado del Bienestar que no ha logrado adaptarse a los retos de un mundo cada vez más competitivo e interconectado. Esa crisis está asociada al auge del neoliberalismo y el paralelo declive de la socialdemocracia. ¿Recuerdas a Margaret Thatcher? Pues su ideología económica consistente en cargarse lo público para favorecer lo privado se ha hecho fuerte en toda Europa -también en España- coincidiendo con la ola globalizadora (que, ya digo, también tiene su cara positiva al haber sacado de la pobreza a millones de personas).

Desaparecida la amenaza comunista, los más ricos han intentado romper el pacto social vigente tras la II Guerra Mundial en perjuicio de una mayoría que ni las ha visto venir (por pillar a muchos enganchados a la telebasura -ahora hay muchos canales de TV, un bodrio la mayoría- y el fútbol). El hecho es que la sanidad y la educación públicas se han deteriorado en beneficio de empresarios privados dedicados a la sanidad y la enseñanza, a su vez muy relacionados con políticos de la derecha. Y ha aumentado la brecha entre las rentas del capital y del trabajo, generalizándose los sueldos bajos al tiempo que se reducen los impuestos a los más acomodados. La izquierda socialdemócrata no ha sido capaz de articular una respuesta coherente a la globalización, mientras que la más radical abomina con simpleza de ella a causa de sus dogmas y prejuicios. Tampoco ha encontrado la izquierda la manera de reconstruir un Estado del Bienestar que sea sostenible. Y parece más preocupada por la ultracorrección política en el lenguaje que por los vicios de un multiculturalismo mal entendido (que en algunos barrios de las grandes ciudades europeas ha degenerado en verdadero multiINculturalismo), lo que la ha alejado del sentir de las clases populares.

Por eso mismo de la posverdad tenemos ahora mismo un lío en Cataluña, donde nacionalistas (de derechas y de izquierda) y unos colgados de extrema izquierda han convencido a mucha gente de que España tiene la culpa de todo, de que los catalanes son una nación oprimida y de que separarse es como ir al juzgado a divorciarse. Llegaron a proclamar el año pasado la independencia, pero esta acabó reducida a una especie de sainete (aunque el coste económico ha sido alto) con un president exiliado en una mansión en Bruselas al abrigo de independentistas flamencos de dudoso pedigrí democrático. Por cierto, curiosamente el País Vasco ya está tranquilo porque ETA (políticamente derrotada y con apoyos cada vez menores desde que optó por asesinar a políticos vascos, entre ellos del PSOE) dejó de matar hace años. Ah, ¿te acuerdas de Jorge Verstrynge, el delfín de Fraga? Ahora milita en Podemos, un partido republicano a la izquierda del PSOE. Y más de un comunista de entonces está ahora en el PP, el partido fundado por Fraga (llegué a conocer personalmente tanto a él como a Carrillo, a quienes entrevisté tal como puedes ver en los artículos enlazados) para agrupar a toda la derecha españolista. Es el partido que gobierna en España desde 2011, con Mariano Rajoy de presidente (aquí te enlazo otro artículo mío), pese a haberse acreditado judicialmente su contabilidad B y haber batido el récord de corrupción en la historia de nuestra democracia (también el PSOE se vio envuelto en jaleos de financiación ilegal hace tiempo). ¿Que por qué gana las elecciones? Porque la corrupción en España es un problema sistémico, no limitado al mundo de la política (aunque el auge de dos nuevos partidos, Podemos por la izquierda y Ciudadanos por el centro, ha supuesto un soplo de renovación).

Ya no hablemos de Canarias, de nuestra tierra. ¿Recuerdas a los insularistas tinerfeños de ATI, tan neofranquistas como antigrancanarios y españolistas?... Pues ellos fueron los artífices de la nacionalista Coalición Canaria, una fuerza que lleva gobernando Canarias desde hace muchos años, apoyándose unas veces en el PSOE y otras en el PP gracias a un sistema electoral profundamente injusto. Aunque hay que reconocer que Canarias ha avanzado mucho en lo económico, sigue habiendo unas grietas sociales y culturales (además de un problema ambiental) que causan sonrojo. Bueno, al menos ahora poca gente se avergüenza de hablar con acento canario: era mucho más frecuente antaño. Digamos que los canarios (yo me sigo considerando como tal, pese a llevar 24 años en Madrid) tenemos ahora más orgullo propio.

El mapa del mundo ha cambiado. Ya te conté lo ocurrido con la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia, pero otros Estados han ido apareciendo en la escena internacional: Namibia, Eritrea, Timor oriental, Sudán del Sur... En lista de espera están Groenlandia y Nueva Caledonia. Y no nos olvidemos de los kurdos, que a medio plazo podrían tener un Estado en el norte de Irak (aunque de facto ya son casi independientes). Quebec y Escocia estuvieron a punto de separarse respectivamente de Canadá y el Reino Unido en sendos referendos que inclinaron la balanza del lado de los unionistas (en el caso quebequés, por muy poco).

Como ya te dije, el comunismo ha fracasado y quedado completamente desacreditado, ya no solo por culpa de los malditos estalinistas -pioneros en los años 30 de la posverdad- sino por haber ignorado la naturaleza humana: somos ángeles pero también demonios, en buena parte a causa de nuestra herencia genética (no digo que la cultura y la educación no influyan, pero somos animales que tendemos naturalmente al egoísmo y entre nosotros siempre habrá psicópatas que ya vienen averiados de nacimiento). El hombre nuevo auspiciado por el marxismo es tan real como el hombre del saco. La izquierda más cerril se empeña en seguir negando esa naturaleza, convirtiéndose a veces en involuntaria aliada de la derecha religiosa. Lo que hay en China, convertida en segunda potencia económica mundial merced a una transformación espectacular, tiene mucho más que ver con el capitalismo salvaje que con el comunismo, aunque sus dirigentes (en el fondo unos nacionalistas) se sigan llamando oficialmente comunistas. Seguramente es lo que acabe pasando en Cuba, cuyos líderes (ahora está Raúl Castro) son también probablemente más nacionalistas que comunistas. Ya no hablemos del engendro de Corea del Norte, la primera monarquía hereditaria comunista del mundo, que ha logrado construir su bomba atómica y es una fuente de tensión permanente en la zona. Y que no se me olvide decirte que en Venezuela han ensayado desde 1999, con el apoyo en las urnas (un respaldo decreciente tras la muerte del carismático líder Hugo Chávez), una ruta democrática al socialismo que está a punto de acabar en desgracia por culpa del dogmatismo, el sectarismo, la incompetencia y la corrupción de unos dirigentes autollamados bolivarianos (desde luego, los políticos de la oposición tampoco permiten albergar muchas esperanzas).

En el resto de Latinoamérica ya no hay, por fortuna, dictaduras militares (Pinochet acabó amargamente sus días apartado del poder, aunque a diferencia de los militares golpistas argentinos no conoció la cárcel). Pero los populistas campan a sus anchas con escasas excepciones como Chile o Uruguay. ¿Recuerdas la revolución sandinista en Nicaragua? Pues Daniel Ortega ha acabado convertido en el típico caudillo caribeño, ahora congraciado con la Iglesia oficial (por eso mete en la cárcel a las niñas violadas que quieran abortar, aunque su vida corra peligro con el indeseado parto). El problema principal en la región es de índole cultural, lo que se manifiesta en malas instituciones y escaso capital social. Al igual que en el resto del mundo menos avanzado. El populismo es una plaga que azota también África, Asia (el caso filipino es singularmente grotesco) e incluso Europa: en Hungría y Polonia gobiernan ahora líderes de esa calaña (en el segundo caso, el país de Juan Pablo II, son además ultras católicos). Más que al capitalismo o el neoliberalismo, habría que culpar de muchos de los males del mundo menos desarrollado a la tradición, en cuyo corazón está apostada la religión-superstición. Las tradiciones (muchas veces atroces), sustentadas en la ignorancia, son utilizadas como escudo e instrumento de manipulación política por élites malévolas (hay una curiosa selección negativa que hace que la gente con menos escrúpulos llegue más fácilmente arriba que las buenas, lo que explica la relativa abundancia de psicópatas en las altas esferas de la sociedad).

Juan Pablo II murió hace ya 13 años: ¡le sucedió Ratzinger (Benedicto XVI)! Este último dimitó hace unos años para dar paso al primer papa argentino de la historia: Jorge Bergoglio, el papa Francisco, un hombre con un perfil más progresista (dentro de lo progresista que puede ser un sumo pontífice). Los discursos papales de Navidad siguen la misma plantilla de siempre, en la que solo se cambia el nombre de algunos países y se hacen las tradicionales apelaciones estériles a la paz. El fanatismo religioso sigue enquistado en una parte de la sociedad de los Estados Unidos (decisiva en la victoria de Trump) y ha aumentado en el mundo musulmán y en la India (ahora gobiernan allí integristas hindúes). En 2011 se inició en Túnez una "primavera árabe" preñada de promesas: unas protestas populares que, por efecto dominó, acabaron sacudiendo casi todo el mundo árabe (cayeron Ben Alí en Túnez, Gadafi en Libia y Mubarak en Egipto) y desatando sangrientas guerras en Siria, Libia y Yemen (a las que hay que sumar la prolongada en Irak desde la invasión norteamericana en 1991 hasta el reciente fin del autoproclamado Estado Islámico, una suerte de califato que llegó a ejercer unos años su reino religioso del terror sobre buena parte de Irak y Siria). El terrorismo islámico ha irrumpido como una nueva amenaza internacional. Aquellos muyahidines a los que apoyó EE.UU. en los años 70 para echar a los soviéticos de Afganistán acabarían derribando en septiembre de 2001 las Torres Gemelas de Nueva York y sembrando el terror en medio mundo con atentados suicidas indiscriminados que continúan a día de hoy bajo distintas marcas islamistas. El irresuelto conflicto entre Israel y Palestina (ahí siguen peleados después de 70 años, aunque los palestinos -los más fastidiados con diferencia, que en algunos lugares como Hebrón viven bajo un régimen de apartheid- tienen una cierta autonomía) les ha servido de alimento propagandístico.

Como reza el tango, "el mundo es y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también", aunque según el psicólogo evolucionario Steven Pinker (y estoy de acuerdo con él) nunca hemos estado tan bien como ahora. En lo que más cerca nos toca, esto tiene mucho que ver con la Unión Europea, tan denostada injustamente. Pese a todas las guerras y desgracias, la gente por lo general (hagamos la excepción de Siria y otros países azotados por la barbarie bélica) vive ahora mejor que en cualquier otro momento de la historia: hay más alimentos, medicinas, medios materiales y tecnología para hacer la vida mejor... Y los criminales de guerra ya no lo tienen tan fácil: los causantes de la barbarie en la ex Yugoslavia cumplen cadenas perpetuas en La Haya junto a genocidas de otras latitudes. Que no se me pase decirte que el apartheid se acabó en Sudáfrica: Nelson Mandela salió de la cárcel y llegó a presidir su país tras ganar unas elecciones abiertas a toda la población sudafricana. La sola existencia de ese gran tipo, un verdadero gigante moral, debe ser un motivo de esperanza para todos. Y el hecho de que cada vez hay más vegetarianos en el mundo por razones éticas. Y el creciente reconocimiento de derechos de la comunidad homosexual: ya en España pueden casarse parejas del mismo sexo. Y la cada vez mayor preocupación por la igualdad de la mujer (aunque siempre habrá bestias). La sensibilidad por el medio ambiente también se ha consolidado en los países más desarrollados e incluso en China (el país más devastador de la naturaleza salvaje) empiezan a tomárselo en serio: la amenaza ambiental quizá sea el reto más acuciante para la humanidad. La futura integración entre seres humanos y máquinas, conectados en red, puede ser una oportunidad para lograr un mundo mejor (aunque algunos presagian escenarios dantescos). Si te digo la verdad, yo soy optimista en el fondo: me encomiendo a la ciencia y la Singularidad (¿y si Dios nos aguardase al final de la historia del Universo para decirnos: "¡Hola, soy una emergencia de ustedes; es más, ¡soy ustedes!"?).

Un abrazo muy fuerte, AbueloYá. Y muchas gracias por todo.

P.D.: Ya reina Felipe VI desde hace años porque su padre abdicó; hace poco cumplió, ya sabes que 13 días antes que yo, los 50 años. Y la Unión Deportiva descendió en 1983, llegando incluso a bajar a Segunda B en 1992. Pero hemos vuelto a esa Primera División donde estuvimos todo el tiempo que compartí contigo (los primeros doce años de mi vida), listos para ganar alguna vez la Liga (¡el Deportivo de La Coruña ya lo hizo en 2000!)... ¡Y España ganó por fin el Mundial de fútbol en 2010!

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