lunes, 30 de julio de 2018

Naturaleza amoral... pero también moral e inmoral


No es cierto que la Naturaleza sea amoral e indiferente al sufrimiento de sus criaturas: nunca lo será mientras haya un solo ser moral y empático dentro de ella (en el muy improbable caso de que no existiese vida más allá de la Tierra, sabemos al menos con certeza que ha habido y hay muchos entes morales y empáticos -no necesariamente bípedos implumes- habitando en nuestro planeta). Esa visión amoral de la Naturaleza, que hizo tambalear la fe religiosa de Charles Darwin (¿cómo puede un Dios omnipotente y benevolente permitir que los icneumónidos -avispas parasitarias- pongan sus huevos dentro de orugas a las que paralizan para ser luego devoradas vivas lentamente por sus larvas?), parte de un concepto erróneo de lo natural conforme al cual las creaciones de los humanos serían artificiales: desde un coche hasta un código ético pasando por una llave Allen. Pero, por definición, todo es natural en el mundo (¡de otro modo no existiría!): no lo es menos una turbina o Internet que un termitero, un virus o un hipopótamo.

La moral y la empatía son productos naturales de la evolución, seleccionados por haber conferido ventajas reproductivas a sus portadores. Cuando un humano siente compasión de un toro brutalmente asaeteado en una plaza, es la Naturaleza misma (una singular combinación de los mismos electrones y quarks que dan también forma al toro, al torero y a la espada de este último) la que se está conmoviendo. Es igualmente cierto que cuando uno tortura a otro ser es la propia Naturaleza la que está infligiendo un daño... ¡y al mismo tiempo la que lo está padeciendo! Se podría decir que el Bien (la conducta compasiva) y el Mal (la conducta no compasiva, ya sea inmoral o amoral) son productos de la Naturaleza desplegados sobre el espacio-tiempo por haber sido funcionales para la supervivencia y reproducción de sus moradores. ¡Al final van a tener algo de razón los maniqueos al sostener la eterna lucha entre el Bien y el Mal! ¿Y acaso también los defensores del Punto Omega al propugnar el advenimiento de una Singularidad al final del Universo, merced a la cual este se haría plenamente consciente de sí mismo alumbrando una entidad omnisciente y benevolente?

Una visión evolucionista del mundo, maridada con la confianza en el poder transformador de la ciencia, no está reñida con la esperanza en que el Bien acabe imperando en un Universo que consume su autoconsciencia (o sea, que se haga Dios). Llegados a ese punto, por cierto, no debería preocupar demasiado la muerte térmica del Universo.

sábado, 7 de julio de 2018

El principio de la Purísima Concepción: o algo es perfecto o no vale para nada

En su libro La izquierda feng-shui, Mauricio Schwarz define el principio de la Purísima Concepción como la exigencia por cierta izquierda de una absoluta perfección a toda solución política propuesta (una exigencia que se extiende además a quienes pretendan ponerla en marcha). Como dice el escritor mexicano afincado en Gijón, "es un puritanismo implacable, que se puede utilizar para condenar prácticamente a cualquier persona o actividad imaginables".

Nada es suficiente bajo semejante grado de exigencia: todo tiene que ser perfecto o, de otro modo, es una mierda. Si sigue habiendo gente pobre en Chile, pues concluimos que las políticas económicas allí aplicadas por la izquierda tras la dictadura no han servido (aunque hayan sacado de la pobreza a muchas personas). Si siguen muriendo en España 50 mujeres al año manos de sus parejas, entonces es que las leyes contra la violencia de género aquí no funcionan (¿alguno de estos puristas realmente se cree que algún día será erradicada la delincuencia y dejará de haber asesinos, violadores o atracadores?). Si hay un brote puntual de salmonella o botulismo, toda la política de seguridad alimentaria es puesta en la picota (no se cuentan los casos evitados gracias a las normativas, al no salir felizmente del ámbito de lo contrafactual).

Dos ejemplos muy ilustrativos a este respecto son la Transición española y la Unión Europea (UE). Para la actual izquierda más allá de la socialdemocracia (recordemos que esta última llegó a ser etiquetada como "socialfascista" por la izquierda comunista), la Transición fue simplemente un trapicheo para perpetuar el franquismo por otras vías menos impresentables. Y la UE solo es una Europa de los mercaderes en la que únicamente importa el dinero y Alemania condena al ostracismo a los pobres países del sur. Negar los grandes logros de la Transición (establecer en España un marco civilizado de convivencia lo más integrador posible) y de la UE (asegurar la paz en Europa tras siglos de guerras continuas) apelando a todos sus vicios, limitaciones y problemas -que los tuvieron o tienen, claro está, como procesos sociopolíticos complejos- es de un sectarismo y una miopía gigantescos: solo un ignorante, un fanático o una persona de mala fe pueden hacerlo. ¿Alguien en su sano juicio pensaba que íbamos a meter en la cárcel en 1977 a criminales de guerra franquistas, con un ejército aún poblado de militares defensores del dictador, o que acaso tenía sentido arriesgar la democracia por eso? ¿Alguien cree que la UE no ha valido la pena, a pesar de todo lo malo que podamos decir de ella? ¿Esperábamos vivir en un paraíso terrenal, libres de todo mal y corrupción, por disfrutar de una democracia (tras la larga pesadilla franquista) y formar luego parte del club comunitario?...

Nada es perfecto en el mundo, ni siquiera la naturaleza (incluso la evolución es chapucera). Por eso cuando decidimos algo (en particular, cuando votamos) debemos hacerlo a sabiendas de que nuestra opción nunca surtirá propiedades mágicas ni estará libre de defectos. La presidencia de Felipe González en España o la de Barack Obama en EE.UU. no fueron perfectas, tienen sus luces y sombras como todo, pero su balance es claramente positivo para cualquier progresista medianamente sensato y con los pies en la tierra. Tampoco ha sido un dechado de perfección el desbloqueo por decreto-ley de la renovación del consejo de administración de RTVE. ¿Pero había otra solución mejor sobre la mesa? ¿Dejarán sus trabajadores de vestir de negro los viernes solo cuando esta empresa pública supere a la BBC (que, imagino, tampoco será perfecta) en financiación, credibilidad informativa y calidad de su producción audiovisual?...

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