sábado, 30 de julio de 2016

Estupidez y culturas

El biólogo evolutivo David Krakauer, investigador y presidente del Instituto de Santa Fe (centro multidisciplinar dedicado al estudio de la complejidad), nos brinda una definición de la estupidez relacionada con la resolución de tareas o problemas: una solución estúpida es la que hace que tardemos en llegar al objetivo o resultado –¡si acaso llegamos!- al menos tanto como si nos hubiéramos encomendado al puro azar. Tomemos el ejemplo de un cubo de Rubik. Las soluciones inteligentes nos llevarían a dejar el cubo con todas sus caras igualadas en un tiempo relativamente breve, que podrían ser minutos u horas, siguiendo unas reglas o pautas racionales. Es verdad que si dispusiéramos de un tiempo infinito acabaríamos terminando el cubo más tarde o más temprano (quizá en dos millones de años o acaso en treinta mil millones), manipulándolo como nos viniese en gana en todo momento sin pauta ni razonamiento alguno. Pero una solución manifiestamente estúpida como la de limitarnos a rotar el cubo, sin alterar la disposición de sus 27 componentes, ni siquiera llegaría a ser efectiva aunque empeñáramos en ella toda la eternidad. Toda persona estúpida tiende a hacer estupideces como esa, pero no todas ellas son cometidas por individuos estrictamente estúpidos (privados del uso de la razón): los hay también obcecados, ignorantes, mal informados y fanáticos (que anteponen su veneno ideológico a la razón).
Krakauer distingue entre dos tipos de artefactos culturales por su efecto en nuestra cognición: los complementarios y los competidores. Los primeros potencian nuestras habilidades cognitivas y nos hacen, por tanto, más listos. Entre ellos figuran los mapas, los ábacos y las lenguas. No solo cumplen con la función para la que fueron diseñados sino que, instalados en modo virtual en nuestro cerebro (a cuyo cableado contribuyen), potencian diversas capacidades. El uso para el cálculo del ábaco, por ejemplo, favorece tanto la comprensión espacial como la lingüística. Por su parte, los artefactos culturales que compiten con nuestra cognición son los que ejecutan mucho mejor y en menos tiempo que un humano tareas que ya sabíamos hacer. Un ejemplo típico es la calculadora electrónica, que tan buenos servicios nos ha prestado a todos aunque al precio de hacer olvidar a más de uno cómo multiplicar o dividir números grandes. El riesgo de estos artefactos competidores, entre los que también se incluyen los procesadores de texto, es que nos entontecen y podrían dejarnos en un estado peor que cuando los inventamos (no es improbable que en unos pocos decenios casi ningún humano sepa ya multiplicar o dividir manualmente, o incluso escribir a mano con lápiz o bolígrafo) si un día desaparecieran. Por lo que, evidentemente, sería un error depender demasiado de ellos.

Por cierto, ¿cabe hablar de culturas estúpidas o, al menos, de algunas más estúpidas que otras? ¿Incluso de culturas que hagan estúpidos a los individuos?... Si consideramos la cultura como un potenciador de la inteligencia, hay que reconocer la existencia de objetos culturales más eficaces que otros. Los números romanos eran un buen invento para contar (siempre y cuando las cifras no fueran demasiado altas), pero no para hacer operaciones aritméticas. Para sumar, restar, multiplicar y dividir (¡ya no hablemos de álgebra!), el sistema de numeración indo-arábigo es infinitamente mejor. No es pues de extrañar que los europeos medievales estuvieran tan atrasados en matemáticas con respecto al mundo islámico. Una cultura sin matemáticas avanzadas nunca habría logrado poner a un hombre en la Luna ni descifrar nuestro genoma. Lo mismo puede decirse de una cultura ágrafa. Desde luego, la ciencia no sería posible sin matemáticas ni escritura. Y sin ellas, el universo cognitivo de sus individuos sería mucho más pobre.

Desafiando toda corrección política, el filósofo y neurocientífico Sam Harris afirma que una cultura que justifique los crímenes de honor o la discriminación de las mujeres es objetivamente inferior a otra democrática y tolerante. Siguiendo el planteamiento de Krakauer, una cultura de esa índole (fundada en la tradición-religión y no en la razón) haría a sus individuos no solo moralmente peores sino también menos inteligentes, al dejar desde su más tierna infancia en sus conexiones neuronales una impronta de odio e irracionalidad. Así como los números romanos son inferiores a los indo-arábigos, la cultura talibán (paradigma extremo de integrismo religioso) sería inferior a la de una sociedad civilizada democrática. Entre otras cosas, dice Harris, por promover la comisión por personas psicológicamente normales de actos que en una sociedad democrática solo podrían ser atribuidos a psicópatas. Es difícil rebatírselo... racionalmente.

martes, 19 de julio de 2016

El clan Sandoval se reconcilia y Justo Javier Ullambres retoma la faca

Los hijos de Perica Sandoval, Cuqui y Santi, atraviesan un buen momento tras su desencuentro primaveral por el discurso de ingreso de su madre en la Real Academia Española de la Lengua. La doctora en Bioquímica Molecular Cuqui tildó su discurso sobre la relación entre ética y ascética en Fray Luis de León de "excesivamente academicista", además de apuntar "un inquietante sesgo antipositivista". Estas palabras abrieron una brecha en la familia, por cuanto Santi (catedrático de Historia del Mundo Contemporáneo) se alineó con su madre y denunció el "cientifismo miope" de su hermana. Pero las aguas no han tardardo en volver a su cauce y eso ya es pasado. "Siempre le voy a perdonar a mi hermana todo", aseguraba ayer Santi a la salida de la Biblioteca Nacional, con un ejemplar de La miseria del historicismo de Popper bajo el brazo, camino de una exposición en el Museo Antropológico. Ni Cuqui ni Santi han querido inmiscuirse en sus respectivas relaciones de pareja: la de Cuqui con el epistemólogo checo Petr Ucher (con quien sale desde primavera) y la de Santi con la paleontóloga jiennense Consuelo Oláriz (una relación estable de varios años que dentro de unos meses dará un nieto a Perica). Todo se arregla en familia, desde luego. ¡Y bien que lo celebramos!

Vayamos a otra cosa, corazones... ¿Sabéis que la secretaria judicial Toñi Calasparri mantiene una excelente relación con sus exparejas: el alicatador Jaime Sosa y el cooperante en Congo Jaume Munt? Ambos acudieron junto a su actual novio, el arabista José Henrique Fermosillo, a su fiesta de 40 cumpleaños en la Sala Magna de la Casa Árabe en Madrid. A Toñi y su pareja se les ve superfelices y están juntos las 24 horas del día. José Henrique y ella han llevado su relación sentimental muy discretamente. Y ambos tienen claro que van a pelear por un amor que promete grandes momentos. ¡Seguro que sí!

Ya queda menos para la vuelta a la matanza del encofrador Justo Javier Ullambres, que rebanará el pescuezo a cuatro cochinos en la plaza mayor de Valoria la Buena (Valladolid). Javier afronta las horas previas con nerviosismo. La hora de la verdad se acerca (será el sábado a las 9 de la mañana) y el verdugo ya ha adelantado que empleará una faca de Toledo que le regaló su hermanastro Fermín. Ejecutará la matanza con un traje hecho expresamente a medida para ese día por el conocido sastre lagarterano Fulgencio Corominas. Toda la familia de Justo Javier estará con él arropándole en un día tan especial, ya que será su última matanza. Encofrador, pero sobre todo verdugo, está tan ilusionado como el primer día que degolló a un guarro.

Y cerramos el programa de hoy con otra muy feliz noticia: el inminente enlace de la telefonista Margarita Fierro con el fresador Pedro Gómez López. Solo les faltaba marcar la fecha en el calendario: la boda tendrá lugar finalmente el 6 de agosto en la parroquia de al lado de la fábrica donde trabaja Gómez en L'Hospitalet del Llobregat (Barcelona). El traje de Margarita es un misterio. Y también el destino de su luna de miel, aunque alguien muy próximo a la telefonista nos ha asegurado que la pareja duda entre una pensión en Villarrobledo (Albacete) o el camping de Jarandilla de la Vera (Cáceres). "Me siento pletórica", nos decía hace unos días Margarita, que sigue creciendo en lo personal y lo profesional. ¡No es para menos, guapa! ¡Muchas felicidades a la pareja! Con ellos nos despedimos hasta mañana, corazones.

martes, 5 de julio de 2016

Economía y error

La crisis económica en la que aún estamos instalados tuvo su origen en una crisis financiera en los Estados Unidos (la de las hipotecas subprime o de alto riesgo), desatada por la desregulación y la falta de controles: en toda una combinación de errores, públicos y privados, tanto por omisión como por acción. Algo parecido ocurrió en 1929, con la diferencia de que entonces el Estado era mucho más débil y se encontraba bastante menos preparado para evitar el derrumbe de la economía estadounidense y, con ella, del resto del mundo. Al crack bursátil del 29 sucedió la tremenda crisis económica de los años 30 que condujo al auge del nazismo y el fascismo y, en última instancia, al mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. No se trataba, desde luego, de un fallo menor.

Abundan los ejemplos de trágicos errores económicos, fruto de la combinación de codicia, dejadez más o menos interesada, ignorancia de los fundamentos de la economía y falta de sentido común. El más reciente y próximo a los españoles es el de la burbuja inmobiliaria, cuyo pinchazo en 2007 puso fin a una escalada de precios en la vivienda que parecía no tener techo. En la segunda mitad del año 2003, cuando compré mi casa, recuerdo haberle señalado al tipo de la agencia inmobiliaria el riesgo de estallido de la burbuja. Le puse como ejemplo el caso de Japón en los 90. “¡No, no!”, me respondió con una sonrisa condescendiente. “La Unión Europea no permitiría que bajaran los precios en España. A lo sumo, no subirían más. Pero bajar, ¡eso no!”. Otro ejemplo más de lo que el economista John Keneth Galbraith acuñase en su libro La sociedad opulenta como “sabiduría convencional”: un conjunto de ideas tomadas como indiscutibles al contar con la aprobación generalizada tanto de expertos como de público. Un conjunto de ideas que, por desgracia, es muchas veces erróneo. Sabiduría convencional fue durante muchos siglos la creencia en que la Tierra era plana. Y lo es en la actualidad la fe, profesada por muchos académicos y políticos, en las políticas económicas de ajuste (que tanto daño han hecho a algunos países como España, Portugal o Grecia) para combatir la recesión.

Lo cierto es que la ciencia económica ortodoxa se funda sobre premisas muy discutibles -por no decir falsas- como el comportamiento racional de los agentes económicos (muchas veces la gente actúa irracionalmente), su condición de maximizadores del beneficio o la utilidad, la información perfecta (no existe tal cosa, aparte de que hay individuos que tienen más y mejor información que otros) o la igualdad ante los mercados (solo hay que tener sentido común para darse cuenta de que no es igual el poder negociador de un trabajador que el de un empresario que lo contrata). Así no es de extrañar que la economía haya sido una de las ramas del conocimiento más proclives al error, cuyos triunfos han consistido sobre todo en predecir lo que ya ha ocurrido: para dicho viaje no hacen falta alforjas científicas.

En la segunda mitad del siglo XIX, la teoría económica neoclásica empezó a vestir a la economía de un aparato matemático que se ha ido haciendo más complejo con el tiempo. Hasta el punto de que en pleno siglo XXI hay economistas que pretenden entender el mundo solo con su arsenal de curvas y derivadas matemáticas, sin necesidad de saber nada de Historia, Geografía, Psicología y otras humanidades. Y no es posible acometer esa empresa intelectual sin otorgar la suficiente importancia a factores institucionales como la cultura y costumbres o la estructura social. Los enfoques heterodoxos de la economía atienden más a ellos que al trinomio en que se asienta la teoría neoclásica hegemónica: racionalidad-equilibrio-individualismo.

La corriente dominante de la economía ha acabado reconociendo la existencia de fallos de mercado, conforme a los cuales la búsqueda por los individuos de su propio interés lleva a ineficiencias -mercados no competitivos (oligopolios o monopolios), externalidades (como la contaminación), provisión insuficiente de bienes públicos, etc.- que solo pueden ser solventadas a escala colectiva. Pese a ello, los economistas neoliberales próximos a la influyente Escuela de Chicago consideran que los efectos de una acción gubernamental podrían ser peores que los del propio fallo de mercado. Y desde los años 80 del pasado siglo, la síntesis neoclásico-keynesiana que representa la teoría económica ortodoxa se ha enriquecido con aportes de nuevos enfoques como la neuroeconomía (que trata de arrojar luz con los descubrimientos de la neurociencia sobre el proceso humano de toma de decisiones) o la economía evolutiva (inspirada en la biología evolutiva, que pone el acento en el valor para la supervivencia de las decisiones económicas). Pero sigue siendo incapaz de explicar y predecir con solvencia esos curiosos fenómenos emergentes que nacen de la interacción de los Homo sapiens para procurarse bienes y servicios con los que satisfacer sus necesidades económicas; o sea, sus necesidades de bienes escasos (por eso el aire que respiramos continúa siendo por ahora -¡pero no lo digamos muy alto!- un bien no económico).

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