domingo, 30 de marzo de 2014

Mi tributo a Adolfo Suárez


Cuando murieron Manuel Fraga y Santiago Carrillo publiqué sendas entradas en este blog alusivas a mi breve encuentro en 2010 con ellos: fue una suerte haber tenido la oportunidad de conocer, gracias a mi trabajo en RTVE, a esos dos personajes que aún eran memoria viva de nuestra historia contemporánea. Por desgracia, no llegué a cruzarme nunca con Adolfo Suárez, así que nada tengo que contar de primera mano de nuestro primer presidente democrático después de Franco y principal artífice de la Transición (de Alfonso Guerra sí lo haré si se sube a la barca de Caronte antes que yo, lo que espero y deseo por razones que todo el mundo puede entender).

Lo cierto es que de alguna manera me siento en deuda con ese señor de Cebreros (Ávila), lo que podría parecer una sandez pero no lo es, tal como pretendo demostrar en las próximas líneas. Lo que logró Suárez, con el apoyo de gente de dentro y fuera del régimen, fue algo titánico: traer la democracia a un país azotado por la crisis económica, el terrorismo etarra y la agitación de la ultraderecha, con un Ejército franquista irreductible y una sociedad muy alejada cultural y socialmente de su entorno europeo (el llamado franquismo sociológico). Porque, no nos engañemos: los progres eran una minoría de gente de clase media y media-alta en un país con un montón de cenutrios como el que despedía a Franco en la foto de abajo.

Un obrero despide a Franco en su capilla ardiente (1975).

Suárez era un hombre honrado y digno. Los testimonios de quienes le conocieron desde pequeño -los que han salido en la tele y también los procedentes de gente (como mi compañero abulense Gonzalo Caretti) con algún familiar o amigo que llegó a tratarle- concuerdan en que era un buen tipo. Una persona de buena pasta ya lo es desde niño: quienes de chiquillos matan a pedradas a perros suelen ser casi siempre unos hijos de puta en su adultez. La bonhomía no es habitual en las personas instaladas en las altas esferas políticas y económicas, ya que esa condición es un obstáculo para trepar y suele haber una selección negativa de la hijoputez (quien tiene escrúpulos parte con una clara desventaja).

Pero gracias a su profesionalidad, su encanto personal y sus extraordinarias habilidades sociales (y, como en todo, a la suerte), Suárez consiguió llegar arriba del todo en un momento clave de la historia de España. Aunque venía del franquismo, su perfil político era en realidad lo más cercano a un socialdemócrata. Desde que fue elegido presidente por el Rey en 1976, impulsó la reforma política democratizadora (desmontando desde dentro el régimen franquista), legalizó los partidos políticos (inclusive el PCE, medio engañando a los militares, en la Semana Santa de 1977), devolvió la autonomía a Cataluña y Euskadi, abrió el camino a una Constitución de consenso, forjó los Pactos de La Moncloa para capear la crisis, llevó a cabo una reforma fiscal, inició la senda para legalizar el divorcio, escuchó siempre con respeto a todos... La democracia, la reconciliación y la paz no eran cosas triviales en un país cuyos mayores todavía tenían fresco el recuerdo de los bombardeos y atrocidades de la Guerra Civil y de la terrible represión que le sucedió (mi abuelo materno fue arrancado de Canarias y llevado a la gélida sierra turolense de Albarracín a combatir presuntamente "por Dios y por España").

En menos de un lustro, Suárez se ganó la inquina de la extrema derecha, el machaque inclemente del PSOE de Felipe González y las puñaladas traperas dentro de su heterogénea UCD, además de perder la confianza del propio Rey (quien, según Javier Cercas y hoy mismo Pilar Urbano, dio alas al golpe del 23-F con su actitud y sus comentarios irresponsables a altos mandos del Ejército). Abandonado por casi todos, el político abulense se vio obligado a dimitir a principios de 1981. En las elecciones de 1982 sacó solo dos escaños con su nuevo partido: el CDS. Cuatro años después, el CDS se disparaba hasta los 19 escaños. Yo no le voté (en 1986, con 18 años cumplidos, debuté en las urnas con el referéndum sobre la OTAN y las elecciones generales que volvieron a dar mayoría absoluta al PSOE), pero sé de amigos progresistas de mi edad que sí lo hicieron: todavía estaba muy reciente su imagen sentado en el Congreso -al igual que el vicepresidente Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo- al irrumpir el 23-F de 1981 pistola en mano ese grotesco personaje decimonónico de apellido Tejero, símbolo de la España más impresentable, oscura y apestosa.

Pese al esperanzador repunte del CDS, la suerte política de Suárez estaba echada por la consolidación del bipartidismo en nuestro mapa político. En 1991, tras un nuevo revés electoral, dimitió como presidente del partido. Años más tarde, retirado de la política, comenzó todo un calvario familiar con la enfermedad y fallecimiento de su esposa Amparo (2001) y de su hija mayor Mariam (2004), que acaso precipitaron su caída en el pozo negro del Alzheimer. Qué trágico destino el de un presidente que estaba llamado a olvidarse de quién había sido en la historia de España. Que ya no reconocía ni al Rey, a quien le preguntó "¿Y tú quién eres?" cuando éste le fue a visitar en 2008 en un estado avanzado de su enfermedad neurológica.

El propio Carrillo y su mujer Carmen Menéndez nos expresaron a Lola Funchal y a mí, en el encuentro que tuvimos hace cuatro años en su humilde piso de Madrid, su gran aprecio al matrimonio Suárez y su familia, con quienes confesaban haber tenido una sincera amistad. Por eso resulta tan chocante que ahora salga tanto progre relativizando e incluso burlándose tan injustamente (es el caso de los cretinos de la Revista Mongolia) de su figura. No lo olvidemos nunca: Adolfo Suárez ha sido el único presidente de la democracia que ha salido de La Moncloa menos rico de lo que entró. Y tras su etapa como presidente nunca calentó el asiento de un consejo de administración (esa sinecura tan deseada por nuestros políticos cuando abandonan su servicio público). Él no tiene la culpa de que ahora tanto cabrón oportunista intente capitalizar políticamente su figura (habría que recordarle a Rouco Varela, que oficiará el funeral de Estado de mañana lunes, que la ley del divorcio empezó a gestarse en el Gobierno de quien ahora reposa para siempre -por voluntad propia- dentro de una catedral). En fin, que ya he saldado mi deuda como ciudadano agradecido. Aunque a Suárez no le llegará, yo he cumplido con lo que sentía como una obligación moral.

viernes, 21 de marzo de 2014

Un descubrimiento que nos acerca al origen del Universo

(Lee mejor este artículo de 2016 publicado en RTVE.es, que contiene información actualizada de las ondas gravitacionales)

Los resultados anunciados este lunes en el Harvard-Smithsonian Center de Astrofísica en Massachusetts (a partir de la información recogida por el telescopio de microondas BICEP2 instalado en el Polo Sur) representan, a decir de los entendidos en Física y Cosmología, un gran hito en la historia de la ciencia. De confirmarse en unos meses -lo que parece bastante probable*-, darían un sólido respaldo empírico a la teoría de la inflación cósmica, a la existencia de las ondas gravitacionales predichas por Einstein en su teoría de la relatividad general y también a la naturaleza cuántica de la gravedad (como el resto de las fuerzas conocidas de la Naturaleza: la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil responsable de la radiactividad).

Empecemos por las ondas gravitacionales, que son olas o rizos en el tejido del espacio-tiempo que se propagan como consecuencia del movimiento acelerado de cuerpos con mucha masa. Al igual que las ondas electromagnéticas, que transportan la luz en todo su espectro (desde las ondas de radio hasta los rayos gamma pasando por las microondas, la radiación infrarroja, la luz visible, la radiación ultravioleta y los rayos X, fotones todos ellos de distinta frecuencia y longitud de onda), las gravitacionales también se desplazan a una velocidad de casi 300.000 kilómetros por segundo.

Supongamos que de repente algún desaprensivo sacara al Sol de su ubicación y lo colocara en otra galaxia. Al cabo de ocho minutos, la Tierra no solo dejaría de recibir su luz (con lo que ya siempre sería de noche) sino que saldría disparada de su órbita al dejar de experimentar el campo gravitacional generado por la estrella, que es lo que comba el espacio-tiempo en su entorno y hace que giremos en su derredor. Por supuesto, ambos sucesos serían catastróficos para la vida en el planeta azul. O sea, que durante ocho minutos estaríamos observando el Sol y sintiendo su influjo gravitatorio aunque el astro ya no existiese (de igual modo que por las noches vemos estrellas que pueden haber desaparecido hace cientos de millones de años).

El telescopio BICEP2 ha detectado ondas gravitacionales primordiales (provenientes del Big Bang), manifestadas en muy sutiles distorsiones en el fondo cósmico de microondas que baña todo el Universo. Unos 380.000 años después del Big Bang, el Universo se hizo transparente al juntarse protones (partículas de carga positiva) y electrones (partículas de carga negativa) para formar los primeros átomos: los fotones dejaron de ser rebotados una y otra vez por las partículas cargadas (ahora integradas en átomos neutros) y ya pudieron viajar sin impedimentos a través del espacio. Este es el verdadero Fiat lux ("¡Hágase la luz!") atribuido por el Génesis a Dios, y lo más antiguo del Universo que hasta ahora podíamos observar (¡con las señales detectadas por el BICEP2 nos hemos acercado al mismísimo comienzo, en el que todas las fuerzas estaban unificadas!). Esos fotones ya envejecidos, cuya temperatura ronda ahora los -273º C (el 0 absoluto), de una onda larguísima, una frecuencia muy corta y una energía muy exigua (lo contrario de los rayos gamma, que son superenergéticos, de una onda pequeñisima y una frecuencia elevadísima), son los que componen el fondo cósmico de microondas: una parte de la nieve que se observaba en la pantalla de los antiguos televisores analógicos cuando no había un canal sintonizado es precisamente eso.

El hallazgo de estas ondas gravitacionales primordiales atestiguaría la existencia de fluctuaciones cuánticas al poco tiempo (¡10 elevado a menos 35 segundos!) del nacimiento del Universo, o sea del surgimiento del propio espacio-tiempo. Estas fluctuaciones se producen de manera constante en el mal llamado vacío, que es un auténtico hervidero siempre en ebullición del que brotan partículas de signo contrario que por lo general se aniquilan mutuamente. Hasta ahora, por su carácter tan especial (por ser una expresión de la geometría del espacio-tiempo, solo relevante para objetos muy masivos), la gravedad es la única fuerza que no ha podido ser abordada satisfactoriamente por la mecánica cuántica. Los rizos primordiales en el espacio-tiempo evidenciarían su naturaleza cuántica, por lo que debería existir un bosón o partícula transmisora de la gravedad: el hipotético y fantasmal gravitón, que sería el homólogo del fotón en la fuerza electromagnética.

Pese a las apariencias, la gravedad es la fuerza más débil del Universo: cada vez que un pequeño imán atrae (mediante la fuerza electromagnética) unas llaves del suelo le está ganando un pulso a todo el influjo gravitatorio de la Tierra. Hay quienes, dentro de la teoría de cuerdas, atribuyen esta relativa debilidad a la fuga de gravitones a dimensiones extra no desplegadas en nuestro Universo (que se sumarían a las tres dimensiones espaciales y una temporal sí desplegadas, con las que estamos tan familiarizados). El habernos acercado tanto con el BICEP2 al Big Bang promete futuros avances espectaculares en el estudio de la gravedad. Una teoría cuántica de la gravedad nos permitiría conocer el aspecto del espacio-tiempo (¿espumoso?) a la escala de Planck (en torno a los 0,00000000000000000000000000000000001 metros y los 0,00000000000000000000000000000000000000000001 segundos), por debajo de la cual el espacio y el tiempo dejan de tener significado.

La confirmación de la expansión superlumínica

La teoría de la inflación cósmica, propuesta originariamente en 1980 por Alan Guth y luego modificada por Andrei Linde (mira aquí cómo se enteró del hallazgo del BICEP2), señala que el Universo experimentó una expansión acelerada muy poco tiempo después del Big Bang, duplicando sucesivamente su tamaño decenas de veces. Duplicar 30 veces el tamaño puede parecer algo poco impresionante, pero si empezamos a aplicar la serie 1-2-4-8-16-32... el término trigésimo sería el número ¡536.870.912! Es como si un objeto de solo un milímetro de diámetro pasara a tener casi 537 kilómetros en muchísimo menos tiempo que un nanosegundo. Si en vez de 30 duplicaciones fueran 40, ese diámetro pasaría a ser de 549.000 kilómetros (algo menos que un viaje de ida y vuelta a la Luna).

Cuando la expansión superlumínica (el límite de 300.000 km/s es para todo lo que se mueve dentro del espacio, no para el propio espacio) se detuvo, la energía que se liberó fue la que creó toda la materia del Universo: es lo que se llama el Big Bang caliente, posterior a la detonación que desató -a causa de una fuerza repulsiva cualitativamente similar a la desconocida energía oscura- la expansión acelerada. Desde entonces, el Universo ha seguido expandiéndose, pero de una manera muchísimo más pausada (aunque con una aceleración creciente).
Representación gráfica del fondo cósmico de microondas

Las ondas gravitacionales primordiales presuntamente detectadas en el Polo Sur confirman el modelo de la inflación cósmica, que explica por qué el Universo es plano y tan homogéneo a gran escala. Suele ponerse el símil de un globo sin inflar con sus pequeñas arrugas (semejantes a las inhomogeneidades a escala microscópica producto de la agitación cuántica): al inflar el globo, las arrugas se van alisando hasta el punto de hacer difícil su apreciación. Las pequeñas diferencias de temperatura (expresadas gráficamente en diferentes colores) en el fondo cósmico de microondas reflejan precisamente esas pequeñas inhomogeneidades iniciales. Por cierto, sin ellas (y sin una pequeñísima discrepancia entre las cantidades originales de materia y antimateria, que al tener signo contrario se autodestruyen) no se hubieran formado las galaxias, las estrellas y la vida: todo lo que vemos, incluidos nosotros mismos, debe su existencia a una minúscula asimetría de partida.

El poder asombroso de las Matemáticas

El físico y magnífico divulgador Brian Greene, especialista en teoría de cuerdas que dice que las galaxias son "pinceladas en el firmamento de la incertidumbre cuántica", señala que los resultados ofrecidos por el equipo investigador de Harvard afirman el "poder asombroso" de las Matemáticas para acceder hasta los más remotos rincones del espacio y el tiempo. Desde luego, que las Matemáticas sean un guante para la comprensión del Universo es un fuerte indicio de que éste podría ser una estructura matemática. Es lo que creen grandes físicos como Roger Penrose o Max Tegmark (¡y lo que ya creía Pitágoras hace 2.500 años!).

El también físico y cosmólogo Lawrence Krauss considera que para algunas personas sería "terrorífica" la posibilidad de que las leyes de la física pudiesen llegar a alumbrar la creación de nuestro Universo sin necesidad de apelar a una intervención sobrenatural o a algún propósito. Para Krauss, el anuncio del lunes 17 de marzo puede haber abierto una nueva era en la que incluso podrían ser accesibles a la experimentación cuestiones que hasta ahora quedaban dentro del dominio de la metafísica. ¿La propia existencia de Dios, por ejemplo?...

Probablemente Krauss se pase de optimista, ya que el misterio de la conciencia (de la que no sabemos prácticamente nada) quizá sea mucho más profundo que el del origen del Universo. La Física y la Biología apuntan a que la conciencia es un fruto de la evolución del Universo; al contrario que las cosmogonías orientales, que sostienen que es ella (la conciencia) la creadora del Universo. Si lo cierto fuera lo primero, a la luz de la mecánica cuántica cabría preguntarse por la realidad del Universo anterior a la aparición de sus primeros observadores conscientes. Conforme a la interpretación de Copenhague, la realidad solo se alumbra cuando es observada, permaneciendo en una especie de limbo cuántico (en el que coexisten misteriosamente todas las posibilidades) en caso contrario.

No sería pues disparatado pensar que, antes de ser percibido, el Universo tuviese una existencia meramente virtual. Lo que nos impediría descartar que se tratase de una gigantesca computación (como sugería John A. Wheeler), acaso de un holograma (como sostienen algunos desarrollos de la teoría de cuerdas a partir de una idea de Gerard't Hooft). Sin olvidarnos de la hipótesis del Multiverso, que ha ganado verosimilitud tras el gran descubrimiento anunciado en Harvard.

*Por desgracia, este descubrimiento no superó la revisión científica -el excesivo polvo galáctico contaminó los resultados- y quedó en suspenso en febrero de 2015.

sábado, 15 de marzo de 2014

¿Elogio de la erudición vana?

En el programa del Ciudadano García en RNE, el escritor Luis Alberto de Cuenca recomendaba este jueves la lectura de Elogio del libro de papel de Antonio Barnés. Ya su título da una pista de que podríamos encontrarnos ante una invectiva contra el libro digital (nada más que un formato cuyo contenido es exactamente el mismo que en papel), y algo de eso hay aunque su propio autor lo niegue.

Es cierto que, como escribe Barnés, "el formato influye en la lectura": tanto es así que gracias a mi Kindle puedo leer mucho más cómodamente tumbado en la cama o dentro del coche cuando se hace de noche; aunque, por otro lado, he de reconocer que se hace más incómodo ir a una página anterior y que la batería limita (como también condiciona el peso y envergadura de un libro de papel muy gordo, o su letra muy pequeña, o su lectura de noche dentro de un coche o una tienda de campaña). Todo tiene sus pros y sus contras, pero la obra leída en formato electrónico es -¡insisto!- exactamente la misma, con todas sus comas y sus puntos, que la versión convencional en papel: aquí no es aplicable la máxima macluhaniana de que "el medio es el mensaje". Una cosa es la literatura y otra bien distinta la bibliofilia, una afición muy respetable pero que tiene más relación con la filatelia o el coleccionismo de latas de cerveza que con el mundo de la cultura y las letras.

Además de prevenirnos contra el e-book (la Fundeu me llamaría a capítulo por no escribirlo en español, pero lo hago porque no soy nacionalista y, sobre todo, porque me da la gana), Barnés propina una colleja a "la rastrera reducción de lo humano a lo numérico". "La razón y las palabras no deben ceder al tubo de ensayo", se lee en el libro de este autor, al que se le escapa que en los tubos de ensayo solo se someten a experimentación hipótesis pergeñadas por la razón (no verdades absolutas más o menos pintorescas). Lo más gracioso es que, por mucho que les pese a quienes tienen aversión a la ciencia o la desdeñan, hay indicios de que el Universo podría ser mera Matemática (y esto no haría, por cierto, que nuestros sentimientos y pasiones perdiesen un ápice de su valor).

De Cuenca, que incurre en el manido tópico de confundir cultura con inteligencia (hay personas tan inteligentes como incultas y también lo contrario: gente culta pero poco inteligente), sostiene en RNE que "la gente va perdiendo el pensamiento abstracto" y lo atribuye a las nuevas tecnologías (hace medio siglo, por no decir 200 años, España debía ser todo un dechado de pensamiento abstracto). Por lo que afirma, evidencia ignorar que se puede leer perfectamente -aunque quizá no sea lo mejor para los ojos- un buen libro o un artículo sesudo en un iPad. Es muy probable que nunca haya visto -o, al menos, reconocido- un iPad de esos a los que se refiere en su charla radiofónica con el Ciudadano García y mi excompañero de la web de RTVE David Sierra.

Volviendo a Barnés, éste acierta de pleno al considerar que la acumulación de conocimientos no constituye la sabiduría. Y no puedo estar más de acuerdo con él cuando afirma que "para surcar el cuasi infinito almacén de datos del océano virtual hacen falta nuevas brújulas y mapas, si se pretende arribar a destinos de conocimiento". En Internet hay mucha paja y poco grano (¡aunque muy bueno!), pero en papel también ha habido siempre mucha basura (y cada vez más, dado que la producción de la industria editorial se asemeja crecientemente a la de cualquier otro bien, sea éste un tornillo, un termostato o un bote de tomate frito, aunque con unos estándares de calidad mucho más bajos por culpa de una demanda de mercado poco exigente). Y claro que hay, además de analfabetos digitales, analfabetos digitalizados. Pero la culpa no es (particularmente en España) de Internet, sino de un sistema educativo bastante deficiente y un nivel cultural aún peor.

El autor del Elogio del libro de papel parece limitar la acumulación estéril de saberes al ámbito científico y tecnológico, cuando hay un montón de morralla humanística cuyo conocimiento solo sirve para jugar al Trivial y, en el mejor de los casos, ir a concursar a Saber y ganar y llevarse un pellizcono aportando nada más que un ridículo barniz de la más superficial erudición. ¿Tiene alguna importancia saberse de memoria los nombres de todos los reyes godos o recitar párrafos enteros del Cantar del Mío Cid o de José María Pemán? Por el contrario, sí que me resulta bastante lamentable la ignorancia científica de la que ciertos humanistas (entre los que se cuentan algunos que ni siquiera saben escribir correctamente), en un osado ejercicio de engreimiento y estupidez, incluso se enorgullecen.

jueves, 6 de marzo de 2014

Panero is over (en este Universo)



A través de los ventanales de mi casa en Las Palmas vi de adolescente construir, en lo más alto del risco de San Nicolás, el que sería el nuevo hospital militar de la ciudad. Reconvertido en civil desde 2002, ese era el lugar reservado por el destino para la muerte del poeta madrileño Leopoldo María Panero. Si alguien le hubiera informado de ello cuando se puso la primera piedra del hospital, hace más de treinta años, ¿cómo se lo hubiese tomado? Recuerdo ahora esta letra de Sabina: "El traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado, (...) el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo". Acaso desconocer el futuro sea necesario para vivir feliz y plenamente. Mejor que no te digan dónde se plantó el pino (si ya se ha plantado) o qué monaguillo se encargará de administrar el susodicho sacramento (por cierto, no se molesten en hacerlo conmigo).

A Panero tuve ocasión de verlo varias veces a lo largo de estos últimos años, porque solía estar tumbado en un banco frente a una conocida librería (El libro técnico) ubicada en la misma calle Tomás Morales donde siguen viviendo mis padres (frente al instituto del mismo nombre). Estaba siempre en un estado lamentable: sucio, borracho, junto a un brik de vino de Don Simón. ¡Quién podría sospechar, no conociéndolo, que podían adquirirse libros suyos en esa misma librería! Una vez le preguntó a mi amigo Samuel Rodríguez Navarro, cuando éste salía de otra librería próxima (Canaima), si estaba interesado en comprarle un libro suyo por 20 euros (seguramente se trataba de uno de esos ejemplares que la editorial entrega a los autores para repartir entre familiares y amigos). Samuel le dio un billete de 20 y fueron hasta un estanco para comprar un boli Bic con el que le firmó la obra. Ya de paso, mi amigo le informó de que era uno de los personajes mencionados en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Panero no tenía ni idea de esto, ni siquiera de la existencia del escritor chileno ya convertido en mito. Otro amigo, Carlos González Artiles, tuvo cierto trato con él, ya que a veces se dejaba caer por la cercana facultad de Humanidades, entre cuyos estudiantes contaba con algunos admiradores. Quienes le conocían decían que había un tipo tierno detrás del personaje desquiciado que profesó el malditismo y no dejó una sola droga (alcohol y tabaco inclusives) sin probar.

Preguntado sobre Dios en la entrevista que le hizo Sánchez Dragó en 1999, Panero soltaba este delirante disparate sin pies ni cabeza: "Yo creo en lo que llamaban los gnósticos el hipercosmos, el cielo de las estrellas fijas, que es lo que llaman los rusos, lo que llama Isaac Asimov el antiuniverso... Un... otro espacio... energía en estado puro, fuego en estado puro... que... lo que decía Heráclito: todo volverá al fuego original... Es la energía en estado puro de la ecuación de Einstein E = m por c al cuadrado, y que es otro espacio con presente (sic) en este disimétrico que es la geometría no goulliana (sic) de Farca (sic), Boulet, Lobachevski y Taurinus, que es un universo subjetivo que no es nadie y eso es Dios". Solo puede afirmarse esto si eres un Deepak Chopra o estás drogado o como una maraca, que era el caso del bueno de Leopoldo Panero.

"Cuando el veneno entra en sangre, mi cerebro es una rosa", decía el poeta en esa misma entrevista en TVE. No puedo estar de acuerdo, pero cada uno (aparentemente) elige -si quiere y puede- su propio camino vital y creativo: en eso consiste lo que hemos dado en llamar libertad. Quizá la locura y el delirio sean otras sendas no menos válidas para acercarse al cogollo del Cosmos. ¿Por qué no? ¡Hasta la próxima función (ya verás que volverá a ser en el tablero del espacio-tiempo), Leopoldo!

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