viernes, 28 de octubre de 2016

De muerte, paraísos virtuales y sandeces vaticanas


El sábado pasado, horas después de publicar mi última entrada en el blog (en la que apuntaba la esperanza en "universos virtuales creados y gobernados por una inteligencia emanada de nuestro universo" y mi confianza en que esa superinteligencia que está por emerger sería "benevolente y justa" con las pequeñas conciencias alumbradas antes que ella), tuve casualmente el gusto de ver uno de los capítulos de la tercera temporada de Black Mirror: "San Junípero" (AVISO: no pinches en el enlace ni sigas leyendo si aún no has visto el episodio).

La ficción televisiva guardaba relación con lo que había publicado por la mañana, aunque yo me refería a una superinteligencia transhumana infinitamente superior a la de una civilización de tipo III según la escala de Kardashev (capaz de aprovechar toda la energía disponible de una galaxia): o sea, en mi artículo aludía a una hipotética civilización de tipo IV con la capacidad de manipular la totalidad del espacio-tiempo para crear universos -reales o virtuales- a su antojo del infinito catálogo del Multiverso. Algo que podría materializarse dentro de cientos o quizá miles de millones de años.

Black Mirror no va tan lejos, solo apenas una generación hacia adelante: en "San Junípero" se presupone que hacia el año 2040 la humanidad cuenta con tecnología suficiente como para detener el envejecimiento y prolongar la vida indefinidamente (no anda desencaminado el guionista, aunque quizá ese logro se demore algunas décadas más; por otra parte, Aubrey de Grey nos diría que el envejecimiento puede ser incluso revertido, lo que no parece ser el caso del mundo real del capítulo). Pero lo más relevante es que la humanidad de ese 2040 tiene a su alcance la posibilidad de vivir existencias virtuales, tanto a tiempo parcial (unas horitas a la semana) como eternamente (tras morir) mediante algún tipo de descarga de la información física y mental de cada persona. Eso hace que el envejecimiento y la decrepitud no sean tan dramáticos, ya que al pasar al mundo virtual los individuos viven plena e intensamente en un cuerpo joven.

Al final del capítulo se ven los enormes servidores informáticos de la empresa proveedora del servicio post mortem de paraísos virtuales (aunque tan reales como el nuestro gracias a la calidad de la computación). Puesto que todo software necesita ejecutarse en un hardware, los usuarios muertos de los microuniversos virtuales de "San Junípero" nunca pueden estar del todo seguros de la continuidad de su nueva vida eterna como jóvenes (¡en la recreación no hay viejos!): un cataclismo o un ataque que destruya los macroservidores acabaría ipso facto con su paraíso. En esas existencias virtuales (aunque, insisto, completamente reales para sus usuarios) cada uno elegiría vivir para siempre con quien quisiera y podría entregarse a todo tipo de placeres sin freno. Pero no es oro todo lo que reluce: nadie podría obligar a un ser querido a elegir estar en su propio paraíso, con lo que jamás volvería a verlo, y la eternidad podría mutarse en infierno inescapable pese a la ausencia de enfermedad o sufrimiento físico (en el mundo virtual no existe la muerte). Los universos reales o virtuales fabricados por una superinteligencia transhumana del más remoto futuro no tendrían necesariamente que ver con las preferencias de sus habitantes conscientes y darían más juego al ser mucho más dinámicos y complejos, solo acotados por los límites cósmicos. De hecho, podríamos estar viviendo en alguno de ellos (en ese caso, nuestro universo no estaría concebido como un paraíso para sus moradores sino más bien como un experimento social o un juego).

Poniendo el contrapunto religioso a las hondas e interesantes implicaciones filosóficas de "San Junípero", el Vaticano se descolgaba anteayer con una de las mayores sandeces del año: la advertencia a sus fieles de que con las cenizas de sus seres queridos incinerados no puede hacerse cualquier cosa tal como arrojarlas al mar o devolverlas a otro espacio de la Naturaleza (¡Vade retro, panteísmo!). Alguien en la cúpula de la Iglesia debería ya saber que las cenizas de un ser querido son solo un puñado de minerales (sobre todo fosfatos, calcio y sulfatos), así como que todo individuo vivo -o muerto u objeto inerte- está compuesto de átomos y que lo realmente importante es la estructura o conjunto de relaciones entre ellos. De hecho, los átomos de nuestro cuerpo de hoy no son los mismos que los de hace unos años. Por cierto, todos tenemos siempre al menos algún átomo que formó parte de Sócrates, Cleopatra, Giordano Bruno (reducido a cenizas en una hoguera encendida en 1600 por la Iglesia católica), el mar Rojo, el Everest o cualquiera de los elefantes que cruzaron los Alpes con Aníbal. La clave es la información, el modo en que se ordena la materia viva. En fin, no le pidamos peras al olmo: es lo que tiene guiarse por cuentos en vez de por la ciencia.

sábado, 22 de octubre de 2016

El 'mal morir' de los creyentes: el caso de Teresa de Calcuta

Un médico que ha sido testigo del adiós a la vida de muchas personas en estado terminal me confiesa que el "mal morir" (el hacerlo presa de terrores y sentimientos de culpa) es más frecuente entre los creyentes que en los ateos o agnósticos. Parece paradójico, aunque en el fondo es coherente: ¿no podría tener algo que ver el miedo al castigo eterno, inoculado por la religión? Pero yo añadiría otra posible explicación: la postrera sospecha de que todo en lo que uno creyó, y conforme a lo cual fundamentó su vida, pudiera ser un cuento. Quizá eso sea lo más mortificante de todo.

El otro día supe con enorme sorpresa que Santa Teresa de Calcuta pudo haber muerto siendo atea, ya que en el último tramo de su vida había perdido la fe. En su propio expediente de canonización se apunta esa crisis de fe, que la Iglesia interpreta como una dura prueba reservada por Dios a las almas más grandes (supongo que darían la prueba por superada). Mientras en público afirmaba que "Cristo está en todos los sitios, en nuestros corazones, en los pobres que conocemos, en la sonrisa que damos y recibimos", Teresa rumiaba en su fuero interno un terrible conflicto, incapaz de entender el sentido del sufrimiento y el mal y, sobre todo, de conciliarlo con su religión. "¿Para qué hago esta obra?", se preguntaba en una de las cartas a la que accedió el cura canadiense Brian Kolodiejchuk, encargado por el Vaticano de incoar la causa para su elevación a los altares. "Si no hay Dios, no puede haber alma. Si no hay alma, entonces, Jesús, tú tampoco eres verdadero", razonaba la monja albanomacedonia.

Pues yo creo humildemente que Teresa estaba equivocada. Acaso haya esperanza aunque no exista el alma y todo tenga un fundamento material (por supuesto, lo de que Jesús fuera real o no carece de toda importancia). Siguiendo al físico y cosmólogo Frank Tipler, la esperanza estaría en universos virtuales creados y gobernados por una inteligencia emanada de nuestro universo (necesariamente guiada por la ciencia para alcanzar su propósito). El nuestro sería pues un universo en el que Dios no existe al principio sino al final, como ya intuyeron en su día Pierre Teilhard de Chardin o Henri Bergson. Y como también apunta Yuval Harari en su último libro: Homo Deus. Si es así, podemos morir más o menos tranquilos (otra cosa es que nos lo permita una mala conciencia), relativamente confiados en que esa superinteligencia que está por emerger será benevolente y justa. Aunque, ciertamente, esto no deja de ser una suerte de fe.

sábado, 15 de octubre de 2016

El acoso escolar más allá del buenismo biempensante

La brutal agresión a una niña de ocho años en Mallorca por parte de chicos de entre doce y catorce ha avivado el debate sobre el acoso en las aulas, sus causas y los modos de prevenirlo y atajarlo. Vuelve a saltar a la palestra la ya tópica letanía de psicólogos y psicopedagogos: que si nuestra sociedad es cada vez más violenta (por culpa supuestamente de la injusticia social -achacable directamente al capitalismo- y también de las películas y videojuegos que "banalizan el mal"), que si el verdugo es una víctima social a la que no se le ha enseñado a respetar al prójimo por una falla de nuestro sistema educativo, que si los medios de comunicación son corresponsables (aunque he de reconocer que flaco favor hacen las típicas teleseries norteamericanas que presentan a los malotes como enrollados y a los chicos formales y estudiosos como pringaos)...

En primer lugar, siguiendo el planteamiento de Steven Pinker, me atrevo a afirmar que probablemente nunca haya habido menos violencia en la escuela -además de en el hogar y en cualquier otro ámbito humano- como en nuestros tiempos. Lo que pasa es que, al igual que con la violencia machista, la racista y la homófoba, los abusos se denuncian ahora con mayor frecuencia y son mucho más mediáticos. Y en segundo lugar apunto lo que casi nadie se atreve a decir en público -mucho menos desde una óptica cristiana o de izquierdas- aunque todo el mundo en el fondo lo intuya: la verdad de que hay niños malvados, de que la hijoputez no es cosa solo de adultos porque también hay pequeños monstruos de doce años, de siete o de cuatro.

¿Cuándo entenderemos de una vez que no somos una hoja en blanco al nacer? ¿Cuándo entenderemos que se nace psicópata, que la ausencia de empatía ya está inscrita en los genes y no se cura (ni siquiera es una enfermedad, incluso podría afirmarse que es un rasgo adaptativo)? (Luego seguirán diciendo algunos que la ciencia no ofrece pista alguna para resolver los problemas sociales). Con un psicópata no valen de nada las dinámicas de grupo, los talleres de educación emocional, la papiroflexia... Por desgracia, no hay reeducación posible con ese 1-2% de la población humana (que algunos estudios elevan hasta el 20% si nos ceñimos a los altos cargos políticos y empresariales de la sociedad): la unica solución efectiva es su neutralización, que en el ámbito escolar va desde el marcaje férreo hasta la expulsión del colegio y, si es menester, el ingreso en un centro penitenciario para menores (llámenlo cárcel de menores si lo prefieren: no tengo problema con esa denominación). No se trata de ninguna venganza social, sino exclusivamente de proteger al resto de la población de individuos evidentemente dañinos y peligrosos. Es inmoral y absurdo que una niña de ocho años tenga que cambiar de colegio tras recibir una paliza porque sus agresores no pueden ser expulsados, que se valore más el supuesto derecho a la reeducación de estos últimos que el derecho a la integridad física y psíquica de la agredida.

Eso en cuanto a los psicópatas, que son bien reconocibles desde pequeños: los niños que matan a pedradas a gatos o perros ya se están retratando inequívocamente como tales. Pero no todos los pequeños acosadores y maltratadores son psicópatas: también están los matones y abusadores normales (o sea, potencialmente compasivos), amparados tanto en su mayor fuerza física como en la ausencia de límites a su conducta (una responsabilidad atribuible principalmente a sus padres). Esos sí que son reeducables, aunque en no pocos casos ello pasa necesariamente por apartarles de unos progenitores instalados en una subcultura de violencia, delincuencia y marginalidad (parece ser el caso de los atacantes de la niña en Mallorca). Por cierto, no creo que sean muy útiles al respecto las dinámicas de grupo, los talleres de educación emocional y la papiroflexia.

Por otro lado está la mayoría silenciosa que en el mejor de los casos calla por miedo y en el peor ríe servil y mezquinamente la gracia al abusador. Sin su inacción o complicidad más o menos dolosa, los acosadores no podrían hacer nada (esto es algo generalizable a todo colectivo humano, desde una empresa hasta un país). Por eso resulta fundamental intervenir sobre ese segmento mayoritario de alumnos, para generar una masa crítica que impida sistemáticamente todo abuso: es la vía más eficaz para cortocircuitar el acoso escolar, sin perjuicio del control permanente por el propio colegio de lo que ocurre en su interior y de la mano dura con los violentos y su eventual aislamiento social.

Es muy importante recordar que cada vez que la autoridad estatal legítima se retira de un espacio (sea un centro escolar, una oficina, una cárcel, un barrio o toda una región o país), este no tarda en ser ocupado a las bravas por los más brutos y con menos escrúpulos: es una especie de principio social bien contrastado (véase el caso de Venezuela) que presenta cierta semejanza inversa con el de Arquímedes. Solo el imperio necesariamente coercitivo de la ley nos libra de la barbarie. Si en un colegio se quebrase completamente la autoridad de su dirección y profesorado y ni siquiera fuese posible recurrir a la policía o la justicia, la muerte de escolares a manos de compañeros malotes sería cuestión de (no mucho) tiempo. ¿Alguien lo duda?

domingo, 9 de octubre de 2016

Las infinitas formas de ser y percibir

Nos dice Carl Sagan en Los dragones del edén que el número de estados mentales que puede alcanzar el ser humano, suponiendo que el cerebro contiene 10 elevado a 13 sinapsis (conexiones entre neuronas) y que cada sinapsis es un bit de información, es de alrededor de 2 elevado a 10 elevado a 13. Es un número ingente que supera en mucho a la cantidad de partículas elementales existentes en el Universo. Esta es la razón por la que cada individuo humano es distinto (ni siquiera son iguales los hermanos gemelos univitelinos criados juntos, ya que el factor ambiental -las experiencias- ensancha muchísimo la base genética) y por la que la diversidad mental de nuestra especie no se agotaría en toda la historia del Cosmos. Tengamos en cuenta que ese número crecería a medida que lo hiciera el número de sinapsis cerebrales en el futuro, alumbrando así nuevos estados por ahora inaccesibles.

Si incluyéramos en este cálculo de Sagan todos los estados mentales de cualquier ser vivo de la Tierra (pasado, presente y futuro), la cifra sería aún más mareante. Incluyendo la hipotética vida extraterrestre, tendríamos material más que suficiente para rellenar todas las historias de un también hipotético Multiverso: todas las formas de percibir subjetivamente, dentro del espacio-tiempo, el mundo de ahí fuera.

¿A alguien se le ocurre mejor tablero de juego para una presunta Conciencia Universal (llamémosla Sustancia, Brahman, Ser, Dios o como queramos)?: poder ser desde un adenovirus hasta Dolores de Cospedal pasando por un estreptococo, un olivo, el caracol que aplastaste involuntariamente ayer por la mañana, Gengis Khan, Albert Einstein, un rinoceronte blanco o un alienigena. Cada uno de nosotros consistiría en una colección de ese cuasinfinito catálogo de estados mentales, uno de los modos que tendría el Cosmos de percibirse a sí mismo.

sábado, 1 de octubre de 2016

El mito de Gustavo Bueno (y también el del "reduccionismo cientificista")


Con este tuit me despaché con el pensamiento de Gustavo Bueno a los pocos días de su fallecimiento este verano. Lo cierto es que lo mastiqué mucho antes de lanzarlo, pues no estaba muy seguro de su tono y oportunidad: es verdad que no le faltaba personalmente al respeto, pero el tuit era una dura (aunque legítima) enmienda a la totalidad a su filosofía en pleno duelo por su muerte. Mis dudas se despejaron cuando recordé que Bueno había tildado en 1996 de "mediocre" al profesor José Luis López Aranguren cuando éste aún se hallaba en su capilla ardiente. "Quien dice 'Aranguren nos enseñó a pensar' no está definiendo a Aranguren, sino a su propio y mediocre nivel de pensamiento", escribió hace veinte años en el artículo antes enlazado, asaeteando tanto al difunto como a sus seguidores. En fin, invito a tomar mi tuit y esta entrada solo como lo que pretenden ser: una crítica a sus ideas.

El principal motivo que me impulsó a condensar en 140 caracteres mi opinión acerca del trabajo filosófico de Bueno fueron las alabanzas desproporcionadas en prensa y redes sociales, muchas de ellas a manos de quienes seguramente jamás habían leído alguna línea suya (habitual por estos lares, desde luego). Tras su fallecimiento he sido testigo de desmesuras sonrojantes, incluyendo comparaciones a pensadores como Platón o Kant. Todo ello contrasta vivamente con mi impresión de lo leído y escuchado del propio Bueno, que no hace honor a su apellido: sobre todo, porque los textos de este hombre son ininteligibles, un desordenado -y, encima, presuntuoso- potaje de filosofía escolástica, hegelianismo de la peor especie, categorizaciones improcedentes y conceptos científicos tomados de manera impropia (en la ignorancia de lo que significan).

En el fondo, Bueno no deja ser una víctima de Hegel (ese "soplagaitas", según Schopenhauer) y su pensamiento. Si Hegel desarrolló su idealismo dialéctico y Marx hizo lo propio con su materialismo dialéctico, don Gustavo no podía ser menos: acuñó y formuló su propio sistema, el llamado "materialismo filosófico", una pomposidad que fuera de España (donde tantos filósofos conocen a Bueno como a El Fary) suscitaría estupor y risa floja a más de uno. Para tener una idea de qué va el "materialismo filosófico" (véase aquí una explicación más completa de su sistema), valga el siguiente texto de Bueno:

"El dualismo Hombre/Mundo, considerado desde los principios del materialismo filosófico, debe ser disuelto, o triturado, en cuanto reliquia de una visión teológica de la realidad. El procedimiento de disolución habrá de desarrollarse en dos frentes: la disolución de la Idea de Hombre como unidad metafísica, y la disolución de la Idea de Mundo (o, más modestamente, de Gaia) propia del monismo armonista. Por lo que se refiere al «Genero humano»: será preciso tener en cuenta que no cabe hablar, desde el punto de vista antropológico, de un único «género» semejante. Desde un punto de vista taxonómico-primatológico se distinguen por lo menos tres o cuatro géneros de homínidas: australopitécidos, pitecantrópidos, neandertalienses y cromagnones. El Mundo, por su parte, tampoco es una unidad sustantiva; el Mundo, como unidad, ha de ir referida al conjunto de los fenómenos con significado «organoléptico».

La doctrina del dualismo del Hombre y el Mundo se sustituye, en el materialismo filosófico, por la doctrina del espacio antropológico, que se organiza según tres ejes: el eje circular, el eje radial y el eje angular. Desde el punto de vista político el hombre habrá de ser considerado ante todo en el eje circular. Es aquí donde el materialismo histórico tiene sus principales efectos. Pero los contenidos incluidos en los ejes radial y angular no son en modo alguno homogéneos, ni susceptibles de ser pensados mediante categorías armonistas. Una biocenosis puede ser el mejor ejemplo del significado de esa tan admirada «unidad» de la Naturaleza: una biocenosis implica poblaciones de especies diversas conviviendo en una «armonía» más o menos estable, pero que implica la «explotación» y aún la muerte de los organismos que sean necesarios para la subsistencia de otros organismos heterótrofos. Desde el punto de vista político la concepción dialéctica y no armonista de la Naturaleza tiene un alcance de radio muy amplio, a la hora de formular programas y planes políticas «seculares»; así como también la consideración de los contenidos que se engloban en el llamado eje angular, cuya significación política puede deducirse de la importancia medible en términos de las inversiones económicas, atribuida no solamente en la antigua Unión Soviética, sino también en las actuales primeras potencias, a la investigación de los «extraterrestres» (proyecto Ozma, proyecto Seti)".
(Tomado de Principios de una teoría filosófico política materialista).

Otro oscuro -y, yo añadiría, grotesco- concepto acuñado y desarrollado por Bueno es el de "cierre categorial", que deja a las claras su ignorancia de lo que es una emergencia (más adelante abundaré en esto). Él mismo se explica en el vídeo de abajo. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones.



En la última etapa de su vida, a Bueno le dio por teorizar acerca de España y también de la izquierda. De España llegó a decir que es un "problema filosófico que nos desborda", no definible como supuestamente sí lo serían "Suiza o Checoslovaquia" (¿?). Convertido al nacionalismo español, no ahorró críticas a la construcción política europea, que consideraba un "proyecto de la OTAN". En cuanto a la izquierda, hizo un distingo entre la supuesta izquierda definida ("definida en función del Estado") y la indefinida ("no definida por criterios políticos sino que está en otro mundo"). Esta última se correspondería con la que adopta causas como el feminismo, el ecologismo o la defensa de los derechos de los animales, que para Bueno no tendrían la categoría de "problemas políticos" (¡!). Anteriormente ya había hecho una no menos absurda clasificación de las doctrinas sobre la felicidad (en el vídeo enlazado hay un momento esperpéntico, desde el minuto 18:50 hasta el 21:20, en el que saca a colación nada menos que a la gravedad, exhibiendo un completo desconocimiento al respecto).



Bueno versus Ochoa: el "reduccionismo cientificista" sale a la palestra

Un episodio que causa intensa vergüenza ajena tuvo como protagonistas a Bueno y el bioquímico Severo Ochoa (todo un Premio Nobel de Fisiología y Medicina) al final de un acto académico de este último. Es una anécdota muy celebrada por los buenistas, que la interpretan como un zasca en toda regla del maestro al cientificismo reduccionista o reduccionismo cientificista. Pero si sabemos qué es una emergencia y en qué consiste la reducción de una ciencia a otra (no era el caso de Bueno y tampoco parece serlo de sus seguidores y de tanto analfabeto científico autoproclamado humanista), se trata de un ridículo bochornoso. ¿Qué debió pensar Ochoa al ser asaltado por un tipo esgrimiendo un libro de química para preguntarle si ese libro era química o no? "Sí, es química", le dijo el Nobel. "¿Y esta 'y' entre física y química es un enlace iónico, covalente o metálico?", le repuso, ufano, el filósofo.

En el mundo hay diversos niveles de realidad, pero todos ellos son reducibles dentro de una jerarquía. A nadie en su sano juicio se le ocurre analizar la guerra civil española atendiendo a la dinámica molecular (desde una óptica química) o al movimiento de electrones y quarks (desde una óptica física). Cada nivel de realidad tiene que ser analizado con herramientas adecuadas a ese nivel. La guerra civil española es un fenómeno social que ha de ser abordado científicamente por ramas del conocimiento como la historia o la sociología. Pero no por ello deja de ser una emergencia fruto de la acción de muchos individuos, cuya conducta es tratada por la psicología. Por su parte, los individuos son macromáquinas biológicas cuyo funcionamiento viene explicado por la biología. A su vez, la biología puede ser reducida a la química y ésta última a la física (desconocemos si hay algún otro nivel por debajo).

Ese libro de química de Bueno (le habría hecho bien leerlo, por cierto) es una entidad material, como nuestros propios cuerpos, sujeta a las leyes físico-químicas. Pero es algo más que eso, ya que es un contenedor de información expresada en un código lingüístico (cuya destrucción supondría, por supuesto, la pérdida del mensaje que porta). Es la lingüística, no la química, la que debe ser convocada para su tratamiento y análisis. La dichosa 'y' no es solo un simple borrón de tinta de imprenta (su soporte material) sino un símbolo lingüístico arbitrario cuya función es la de conjunción copulativa: no es un enlace covalente (que solo tiene significado en el ámbito de la química) ni una polla en vinagre ni nada parecido.

Devolviéndole la pelota -o sea, aplicando groseramente conceptos de un nivel subyacente a otro emergente-, Ochoa podía haberle respondido de esta guisa: "¿Y su majadería es una reacción endotérmica o exotérmica?". Esa majadería o sandez ha de ser tratada como un fenómeno psicológico, no biológico ni químico, lo que no obsta para que -como todo lo relacionado con un ser vivo, ya sea Bueno o un toro de lidia- tenga un fundamento biológico, químico y, en última instancia, físico. Puede ser una reacción fruto de la envidia, de la frustración, de alguna pulsión obsesiva o de un complejo de superioridad-inferioridad, pero el concepto "exotérmico" no procede en ese nivel de realidad. Como bien dice el psicólogo evolucionario Steven Pinker, saliendo al paso de los cansinos antirreduccionistas, hay que diferenciar siempre la causalidad próxima de la causalidad última. Los seres humanos se enamoran porque les hace felices (causa próxima), aunque en el fondo haya una inclinación genética (causa última): ello no tiene por qué quitarle valor al amor u otros sentimientos.

Por si alguien no ha tenido aún suficiente con Bueno, valgan aquí otras dos joyas del maestro, referidas respectivamente a su oposición al aborto y su aprobación de la tauromaquia (en la terminología de su materialismo filosófico, una "ceremonia de carácter angular, independientemente de que tenga otros componentes circulares o radiales"). Ciertamente, no podía esperarse otra cosa del maridaje de diarrea mental, analfabetismo científico y carpetovetonismo del más rancio (aunque vestido de marxismo y ateísmo).



Desconozco si Aranguren enseñó a pensar a muchos o a pocos. En lo que sí coincido con Bueno es en otra frase suya del artículo-obituario de 1996, enlazado al comienzo de esta entrada: "Es evidente que cada grupo social 'elige' a sus sabios y a sus héroes. Pero al elegirlos se define a sí mismo, tanto o más que a la persona escogida como paradigma de sabio, de filósofo o de héroe". Esto es perfectamente aplicable a los seguidores del propio Bueno.

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