sábado, 22 de octubre de 2016

El 'mal morir' de los creyentes: el caso de Teresa de Calcuta

Un médico que ha sido testigo del adiós a la vida de muchas personas en estado terminal me confiesa que el "mal morir" (el hacerlo presa de terrores y sentimientos de culpa) es más frecuente entre los creyentes que en los ateos o agnósticos. Parece paradójico, aunque en el fondo es coherente: ¿no podría tener algo que ver el miedo al castigo eterno, inoculado por la religión? Pero yo añadiría otra posible explicación: la postrera sospecha de que todo en lo que uno creyó, y conforme a lo cual fundamentó su vida, pudiera ser un cuento. Quizá eso sea lo más mortificante de todo.

El otro día supe con enorme sorpresa que Santa Teresa de Calcuta pudo haber muerto siendo atea, ya que en el último tramo de su vida había perdido la fe. En su propio expediente de canonización se apunta esa crisis de fe, que la Iglesia interpreta como una dura prueba reservada por Dios a las almas más grandes (supongo que darían la prueba por superada). Mientras en público afirmaba que "Cristo está en todos los sitios, en nuestros corazones, en los pobres que conocemos, en la sonrisa que damos y recibimos", Teresa rumiaba en su fuero interno un terrible conflicto, incapaz de entender el sentido del sufrimiento y el mal y, sobre todo, de conciliarlo con su religión. "¿Para qué hago esta obra?", se preguntaba en una de las cartas a la que accedió el cura canadiense Brian Kolodiejchuk, encargado por el Vaticano de incoar la causa para su elevación a los altares. "Si no hay Dios, no puede haber alma. Si no hay alma, entonces, Jesús, tú tampoco eres verdadero", razonaba la monja albanomacedonia.

Pues yo creo humildemente que Teresa estaba equivocada. Acaso haya esperanza aunque no exista el alma y todo tenga un fundamento material (por supuesto, lo de que Jesús fuera real o no carece de toda importancia). Siguiendo al físico y cosmólogo Frank Tipler, la esperanza estaría en universos virtuales creados y gobernados por una inteligencia emanada de nuestro universo (necesariamente guiada por la ciencia para alcanzar su propósito). El nuestro sería pues un universo en el que Dios no existe al principio sino al final, como ya intuyeron en su día Pierre Teilhard de Chardin o Henri Bergson. Y como también apunta Yuval Harari en su último libro: Homo Deus. Si es así, podemos morir más o menos tranquilos (otra cosa es que nos lo permita una mala conciencia), relativamente confiados en que esa superinteligencia que está por emerger será benevolente y justa. Aunque, ciertamente, esto no deja de ser una suerte de fe.

1 comentario:

Adolfo dijo...

Muy interesante. Personalmente sospecho que la gente más inmune al "mal morir", es la gente de fuertes convicciones.

Esto es, si crees firmemente que no hay nada más allá estarás más tranquilo que si crees que habrá premios y castigos.

Si crees firmemente en una segunda vida según tu religión, al menos, sabes a qué atenerte, y lo más probable, es que hayas vivido más o menos acorde a esa guía de vida (si crees, lo lógico es que lo trates de hacer). Esto me recuerda cuando mi prima me decía que en la India la gente se tomaba la muerte sin dramas, pues existe el convencimiento de que vas a reencarnarte.

El problema principal está cuando crees y dudas al mismo tiempo. Ese desconcierto, supongo que hará que pienses al final de tu vida, "¿Y si estoy equivocado?"

Bueno, son todo conjeturas, uno no sabe cómo se va a enfrentar a la muerte hasta que no la tenga cara a cara. Ya veremos.

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