viernes, 25 de marzo de 2016

Decaimiento del falso vacío: Apocalipsis vía "majo y limpio"

Ilustración de Kamran Samimi.

En Canarias, "majo y limpio" es una expresión que tiene su origen en un juego de cartas: la ronda. Aplicada más allá de una partida de ronda, significa empezar de cero prescindiendo de todo lo anterior. Eso es más o menos lo que podría ocurrir si nuestro vacío (el estado mínimo -no nulo- de energía inherente a cualquier rincón del espacio-tiempo aunque se encuentre vaciado de toda materia-energía) fuera un falso vacío: o sea, si se tratase de un vacío inestable que pudiese súbitamente decaer en otro con un estado menor de energía (el cual, a su vez, podría ser el verdadero vacío u otro también falso).

Para entender esto vale el símil de un pedrusco enorme que se precipita desde lo alto de una montaña y queda detenido en una repisa a mitad del camino: ese no sería un estado estable, ya que un golpe de viento o el impacto de una pequeña piedra podría empujarlo de nuevo hacia abajo del todo (donde sí hablaríamos con propiedad de equilibrio o estabilidad, ya que el pedrusco habría liberado toda su energía potencial). Otro símil muy ilustrativo es el del hielo convertido en agua a una temperatura por encima de los 0ºC y en vapor a una temperatura de 100ºC. El falso vacío de nuestro Universo se correspondería con el pedrolo detenido en la repisa de la montaña (sin llegar abajo del todo) o con el estado de agua líquida (que no es el estado mínimo de energía del H2O).

En nuestra escala macroscópica, "inestable" es algo que no permanece invariable más de unos segundos (por ejemplo, un plato excesivamente inclinado sobre el filo o borde de una mesa) o acaso unos pocos minutos, horas o días. No nos entra en la cabeza que algo que lleva durando 13.800 millones de años sea inestable, pero puede que sí. Si ese fuera el caso, dentro de mil millones de años, o quizá solo dentro de un siglo, en unos pocos minutos o incluso ahora mismo, un accidente cuántico en algún lugar del espacio-tiempo podría formar una burbuja que empezara a expandirse a la velocidad de la luz arrasando y reciclando a su paso todo lo existente para darle otra forma inimaginable (al menos por nosotros, ignorantes criaturas mortales tridimensionales). Ese decaimiento de vacío o reseteo cósmico sería un Apocalipsis del todo impredecible del que solo lograríamos tener noticia instantáneamente. De hecho, ni siquiera nos daría tiempo a pensar una sola milésima de segundo: sería un Game Over en toda regla, invisible e indoloro.

La película de este universo podría acabar de otras tres formas: con su muerte térmica (un estado de máxima dispersión y entropía, con una temperatura homogénea de -273ºC en todas sus regiones, en el que el tiempo acabaría deteniéndose porque ya no podría ocurrir nada), con un Big Crunch (la expansión cósmica se revertiría y el Universo empezaría a contraerse hasta la singularidad o pepita extremadamente densa de la que partió, con la flecha del tiempo apuntando hacia el pasado en vez de hacia el futuro) o con un Big Rip (desgarro del tejido espacio-temporal). La astrofísica australiana Katie Mack confiesa que su escenario favorito es el del decaimiento del vacío, por ser una manera "rápida, limpia y eficiente" de liquidar el Universo. Yo me pregunto: ¿Y también de dar paso a otro escenario quizá más esplendoroso, con otras partículas, otras leyes de la Física y otras asombrosas emergencias?...

viernes, 18 de marzo de 2016

Error y azar

Foto: Marcus Quigmire


El otro día mi hijo se quejaba de su mala racha con su equipo de baloncesto. Es un buen tirador, pero en el último partido no había conseguido anotar un solo punto y en los entrenamientos también le estaba fallando la suerte. Le dije que lo más importante es hacer bien el trabajo (encestar, estudiar o interpretar una ópera) y que la suerte es solo una pequeña parte -aunque, desde luego, puede ser determinante- del éxito o fracaso de cualquier empresa. Puedes tener mala suerte durante un tiempo, pero si haces bien las cosas el signo de la suerte acaba cambiando.

Y no hay nada especial ni esotérico detrás de esto: se trata de una simple cuestión estadística. Supongamos que para meter una canasta se requiere ejecutar un buen tiro y tener además cierta dosis de suerte (o, dicho de otro modo, no tener mala suerte). Es como si por cada tiro bien ejecutado tuvieras que depender luego del lanzamiento de un dado para asegurarte de su éxito: si sale un 6, lo que ocurre en el 16,66% de los casos, la has fastidiado (por ejemplo, la pelota choca ligerísimamente con el aro y acaba saliendo). Sabemos que en el mundo real es extremadamente improbable (aunque, ciertamente, ocurre a veces) que salga un 6 cuatro veces seguidas.

Por otra parte, también ocurre que un tiro mal ejecutado se transforma a veces en canasta en virtud de lo que llamamos un churro, o sea un golpe de buena suerte. Volviendo al símil anterior, es como si cada tiro mal ejecutado pudiera ser exitoso si en el posterior lanzamiento de dados te saliese un 1 dos veces seguidas, lo que ocurre en el 0,027% de los casos. Se puede ganar de churro un partido, pero no todo un campeonato de Liga en el que cuentan los resultados de muchos partidos.

En la conversación con mi hijo aproveché para sacar a colación la situación de la Unión Deportiva Las Palmas. Lo cierto es que mi equipo de fútbol llevaba jugando bien casi toda la temporada, pero con poca fortuna en cuanto a resultados. Pero el ciego azar, que no entiende de colores ni de sentimientos, acaba dándote lo que te ha quitado (y al revés, claro): tres victorias seguidas en solo ocho días nos habían sacado de los puestos de descenso y colocado en una muy buena situación para encarar el final de Liga y lograr la permanencia. El buen trabajo acaba siendo finalmente premiado... y los errores, severamente castigados (tal como le pasó a la Unión Deportiva en el último minuto del último partido contra el Real Madrid, que acabó con la imbatibilidad amarilla de tres jornadas).

sábado, 12 de marzo de 2016

Engaño y error

El engaño es una herramienta de la inteligencia que, para consumarse, requiere del error del agente al que va destinado: las consecuencias para éste pueden variar desde la inocuidad hasta la fatalidad. No otra cosa que ingenioso engaño es la atracción de insectos por algunas orquídeas cuyas flores semejan -e incluso huelen como- hembras de su especie. Los insectos macho intentan copular con las flores tomándolas por sus compañeras de sexo contrario, lo que hace que se llenen de sacos de polen (en caso de flores masculinas) o que los vacíen (en caso de flores femeninas). En este ejemplo, los insectos son utilizados por la planta para su reproducción y no sufren daño alguno. No corre la misma suerte el insecto atrapado por las hojas (ascidios) de una planta carnívora.

El mundo natural está lleno de ejemplos de engaños y trampas. Al igual que la vida social humana, como no podía ser menos. Hay engaños para depredar, para copular, para evitar predadores (pasando desapercibidos como los camaleones o dando una falsa apariencia temible como los sífridos, moscas con aspecto de avispas o abejas), para escaquearse de tareas comunitarias, para pagar en B a los dirigentes de un partido político...

Por supuesto, en el fondo de todo ello no hay voluntariedad alguna -algo sí en el caso de los pagos en B o en el despido en diferido de un contable- sino genuina selección natural: no es que una planta decida tener flores con forma de insecto para así embaucar a los insectos macho, sino que las plantas con esas flores (producto de sucesivas mutaciones) han pervivido precisamente por ese motivo. O sea, que el engaño -al igual que la agresividad y la psicopatía- ha sido premiado por la selección natural (no desesperemos: también la compasión y la cooperación).

Por otra parte está el autoengaño. Dice Unamuno en sus Ensayos, a mi juicio con poco tino: "Vale más el error en que se cree que no la realidad en que no se cree". Para el autor de El sentimiento trágico de la vida, la fe es un "absurdo" al que decide voluntariamente abrazarse para dar sentido a su existencia: es, por tanto, un elemento funcional en la medida en que le permite seguir viviendo. Lo cierto es que la religión no solo da consuelo personal sino que tiene una importante función social cohesiva. Pero no es una guía válida para quienes persiguen la verdad (no la que supuestamente te hace libre).

viernes, 4 de marzo de 2016

Inteligencia artificial: ¿un Buda?


Hay un encendido debate acerca de los riesgos de la todavía muy incipiente inteligencia artificial (IA), que algunos científicos como Stephen Hawking apuntan como una posible amenaza para la humanidad. El filósofo sueco Nick Bostrom (el mismo formulador del argumento de que nuestro Universo podría ser una simulación informática) ha abordado ampliamente este asunto en su reciente libro Superintelligence: Paths, Dangers, Strategies.

El temor de Hawking es que la IA imponga su propia agenda, que no tendría por qué casar con los intereses humanos. En efecto, tal como señala Bostrom en su obra, un agente superinteligente podría tener como único fin o propósito resolver la hipótesis de Riemann (una célebre conjetura matemática aún irresuelta) utilizando instrumentalmente nuestro planeta como mera “materia programable” al servicio de dicho cálculo. En la hilarante novela de ciencia-ficción Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams, la Tierra es precisamente un superordenador diseñado para encontrar la pregunta a la “Respuesta a la Vida, el Universo y Todo” (¡que es -la respuesta- 42!).

Si para esa superinteligencia (la entregada a la conjetura de Riemann) el fin justifica los medios, se opondría con todas sus fuerzas a cualquier intento exterior de entorpecer o dificultar su agenda. Podemos entenderlo mejor, aplicando nuestras motivaciones humanas, con el símil del ganadero que cría corderos -destinados al matadero y, luego, al mercado- para ganarse la vida: el cordero es un medio del que se vale el bípedo implume para cubrir las necesidades (alimento, ropa, cobijo, transporte, ocio, vicios...) de su familia. Si viniera un lobo a atacar a su ganado ovino, sería probablemente recibido a tiros. Si quien se acercase es un congénere animalista decidido a liberar a los animales, es posible que corriese la misma suerte… si no fuera por el ordenamiento legal que castiga el homicidio. Lobos y animalistas estarían amenazando el medio del que se vale este individuo para obtener sus fines.

Frente a los temores apocalípticos a una superinteligencia artificial malvada (o, al menos, ajena a los intereses humanos), hay un razonamiento de peso para ser optimistas: la mente de la IA podría ser la de un Buda, ya que una máquina está libre del pesado fardo genético que portan los seres vivos como consecuencia de cientos de millones de años de evolución buscando presas y parejas sexuales, huyendo de predadores y sorteando multitud de peligros inherentes al espacio-tiempo (vertiginosos barrancos, cauces torrenciales de agua, ventiscas, aludes, calores y fríos extremos...). Una mente libre de ese estrés y esa angustia vitales parece, en principio, más propensa al conocimiento desapegado y a la compasión. En cualquier caso, quizá algunos de nosotros -o nuestros hijos- lleguen a verlo.

Lee también: "Superconciencia, emergencia pendiente".

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