sábado, 26 de abril de 2014

¿Tercera guerra mundial?

Los sucesos en Ucrania recuerdan mucho al comienzo de las guerras en la ex Yugoslavia en 1991: la aparición de milicias armadas con lo mejor de cada casa (neonazis ucranianos, bacalas rusófonos, cosacos asilvestrados, radicales serbios prorrusos...), la exacerbación nacionalista (agresivo nacionalismo ucraniano católico versus agresivo nacionalismo ruso ortodoxo), la retórica victimista manipuladora de las masas (para un lado, el enemigo son rusos opresores antieuropeos que quieren reconstruir la URSS; para el otro, ucranianos fascistas al servicio del perverso Occidente que quiere hundir a Rusia).

Los recientes acontecimientos en el este del país (lo de Crimea parece por ahora un asunto cerrado, tras el triunfo del órdago ruso de los hechos consumados) son mucho más inquietantes que los de la ex Yugoslavia porque implican a una potencia nuclear como Rusia y a una importante alianza militar como la OTAN, que se da por aludida pese a no estar ligada a compromiso alguno de defender a Ucrania por no ser ésta miembro del club (pero que ya ha tragado bastante con la anexión de Crimea).

El primer ministro de Ucrania ha llegado a ventilar la posibilidad de estar a las puertas de una Tercera Guerra Mundial. Podría parecer una boutade, una salida de tono de un Gobierno desesperado por el desgarro territorial del país, pero viene a cuento recordar que nadie pudo prever hace justo un siglo el estallido de un brutal conflicto armado de cuatro años que se cobraría la vida de más de diez millones de personas (la Primera Guerra Mundial fue un perfecto "cisne negro", como la descomposición de la URSS, los atentados del 11-S o la primavera árabe: según Nassim Taleb, sucesos sorprendentes de gran impacto y absolutamente imprevisibles -por su naturaleza caótica- que solo a posteriori son racionalizados como fruto inevitable de determinados factores económicos, políticos, etc.).

Hay quienes dicen que no habrá guerra entre Estados -ni por asomo una delirante Tercera Guerra Mundial- porque seria un suicidio económico para Rusia, Ucrania y la propia Unión Europea. Esta última es muy dependiente del gas ruso, que en buena parte circula por gasoductos en suelo ucraniano. Además, los oligarcas rusos tienen mucho dinero invertido en la City londinense y otros negocios en Occidente. A nadie le interesaría -ni siquiera a una China que, en su carrera hacia la hegemonía mundial, podría sentirse tentada a sacar partido- desbaratar la incipiente recuperación económica en Europa con un choque armado de semejante potencial destructivo. 

El problema de ese análisis es que peca de economicista (muy típico del pensamiento marxista) y excesivamente racional, desdeñando la importancia de los factores culturales e identitarios (lo que un marxista llamaría elementos superestructurales) e incluso de la irracionalidad en la conducta de las personas y los Gobiernos. Muchas veces las cosas se salen de madre y acaban desbordando los límites previstos por sus protagonistas (ojo, por cierto, al conflicto que se avizora en Cataluña cara al intento de consulta popular en noviembre). Cuando siembras un viento nunca sabes si este acabará convertido en tempestad que terminará sepultándote.

Lo cierto es que Rusia es un país a la defensiva en el que se ha instalado el sentimiento paranoico de ser víctima de una conspiración de Occidente (ese pérfido engendro católico y protestante enemigo de la genuina civilización cristiana: la ortodoxa). Un ruso de a pie percibe que, desde la disolución de la URSS, su país ha ido retrocediendo geopolíticamente en beneficio de unos EE.UU. que han alentado el ingreso de los Estados bálticos y de Ucrania en la OTAN y llegado a plantar bases militares en Asia central. Si el ejército ucraniano acaba matando civiles en el este del país, Putin estaría obligado moral y políticamente -el nacionalismo ruso que profesan él y muchos de sus compatriotas no le dejaría opción- a ordenar una entrada de sus tanques en Ucrania. En ese caso, la OTAN podría estar obligada a dar un paso adelante: la credibilidad de una organización armada es fundamental y se pone precisamente en juego en momentos como éste. Y entonces, a saber... ¡Que el GADU nos coja confesados! 

PD: Siempre le aconsejo a mi hijo que si algún día se viese inmerso en una guerra no dude en huir o desertar (si tiene la oportunidad). La vida es muy corta para dedicarse a matar a desconocidos (para eso están los guerreros, si hace falta) y arriesgar el pellejo en el intento. Llámenme antipatriota, pero yo nunca derramaría una sola gota de mi sangre ni por España ni por Canarias (o lo que podría estar apostado tras sus respectivas banderas).

domingo, 20 de abril de 2014

Mensaje extraño

Sucesión desigual de caracteres (se identifican más de treinta) agrupados en su mayoría en segmentos de entre uno y diez (predominan los segmentos de uno o pocos caracteres, algunos de los cuales parecen tener una función conectiva). No hay evidencia de simetría, aunque se advierten claramente determinadas pautas (los caracteres detrás del carácter '.' son siempre de un tipo más alto; detrás de un '¡' y un '¿' -aunque nunca inmediatamente después- jamás se repiten dichos caracteres sino que aparecen sus aparentes inversos '!' y '?', etc.). Descartada una generación puramente aleatoria, todo parece apuntar a un mensaje codificado elaborado deliberadamente por alguna inteligencia. No puede desdeñarse la posibilidad de que se trate del registro de un Universo, pero es improbable dada su gran -e innecesaria- complejidad así como su evidente falta de elegancia matemática. El enigmático encabezamiento con caracteres de tamaño relativamente grande ("Cien años de soledad") podría dar pistas de la naturaleza del mensaje -o acaso Universo- si aquél pudiera ser descodificado.

sábado, 5 de abril de 2014

Algunas cosas acerca de mí (un día antes del examen)

Hola. Me llamo Carlos Heriberto López Minuesa. Para empezar les diré que vivo en un piso estupendo cerca de la Plaza de España. Aunque no muy grande, es lo bastante amplio para que mis animalitos puedan explayarse y yo atender a mis aficiones. En el vestíbulo yace mi bruñida sierra eléctrica: se llama Esperancita. Ese nombre se lo puse tras haberla sustraído del almacén de Pello, ese viejo inútil al que no deben quedarle muchas afeitadas. Bien que le administraría yo gustoso su última rasurada con la ayuda de Esperancita, pero ella los prefiere más jóvenes: como aquella turista neozelandesa, como aquella pija de El Viso, como aquel ridículo corredor de marcha, como aquel músico callejero andaluz... Tanto me apenó dejar huérfana a su guitarra que decidí adoptarla: la vestí como a una mujer y la pendí del herrumbroso garfio que sostuvo a mi padre casi cinco años, hasta que decidí entregarlo al Manzanares. Porque me gustan mucho los ríos. Recuerdo las palabras de uno de mis profesores sobre alguien que había advertido que un río cambia constantemente, que el río que ves ahora no es el mismo que verás un poco más tarde. Qué ingenioso. Yo pienso lo mismo viendo correr el agua en el lavabo. Fluidos muy variados han asaltado su boca, desde la espesa sangre destilada por Esperancita hasta mi semen pasando por mis lágrimas cuando sentía triste a papá. Sin olvidar, claro, mi sudor salado: me encanta casi tanto como el chocolate, pero solo si es mío o de una mujer que no sea mayor. ¡Ay, mujeres! Siempre me gustaron, pero ellas no querían nada conmigo. Menudas zorras, empezando por mi madre. Mi pobre papá aguantó lo indecible: el idiota era un corderito, un juguete en manos de esa bruja. Luego, en el garfio, cambió. Amén de más azul y menos hablador -de hecho, no volvió a hacerlo-, dejó de suspirar por la marcha de aquella puta con su jefe de la caja de ahorros. En la caja eran todos unos cretinos. Siempre le decía a papá que no cambiaría la vida de mis animalitos por la de alguno de aquellos payasos. Qué majete es mi camaleón. Se llama Ernesto Gómez Gutiérrez. Me gusta verle cambiar de color, observarle devorando sus grillos y polillas, asistir a sus defecaciones. Anatoli Svreganov intenta siempre en vano adentrarse en su urnita de cristal para comérselo. Anatoli no es malo, solo que la ley natural le ha puesto enfrente de Gómez: Svreganov es una noble musaraña. Por contra, Joan Carles Viladecamps es taimado y traicionero, como buen felino. Reconozco que un día estuve a punto de presentarle a Esperancita, pero con los animales tengo mucha paciencia. Hay que entenderlos: luego comienzas a amarlos. Bueno, con Joao Pires, mi graciosa oca, fue todo lo contrario. Yo es que tengo especial debilidad por los palmípedos. Mañana, como todas las semanas, iré a comprar comida para todos. Con un poco de suerte también le daré una alegría a Esperancita, que lleva varios meses de ayuno. Aunque lo cierto es que no me apetece nada salir: no soporto estos días de Sol radiante. Si tuviera a mi alcance la posibilidad de acabar con ese maldito astro, no dudaría en hacerlo. Si hay algo que nadie puede recriminarme es mi valor; y mi fuerza de voluntad, por supuesto. Una vez me pasé tres meses sin comer chocolate por una promesa que hice a mi padre, ya en su etapa en el garfio. Y lo conseguí. Para qué engañarnos, me costó muchísimo: es que me gusta tanto el chocolate... A veces me pongo a correr por casa -hay que estar en forma para trabajar con Esperancita- hasta sudar a chorros. Luego, con una pala de madera, me embadurno los brazos de chocolate recién hecho. Y a comer, qué delicia... Solía hacerlo frente a papá. Ahora que ya no está, lo hago frente al espejo de mi habitación. "¡Cuánto te pareces a tu padre!", me decían mucho de pequeño. Qué trágico fue para mí descubrir años más tarde que aquel buen hombre no era mi verdadero progenitor: la puta de su esposa (o sea, mi madre) no tuvo empacho alguno en escupírselo a la cara en mi presencia. El pobrecillo se quedó destrozado. Claro, debía haber pensado, si nunca había mantenido relaciones sexuales con ella -ni con ninguna otra- era realmente difícil... Aunque no me extrañaría que no hubiese reparado en ese detalle hasta que ella se lo espetó, a título explicativo, a renglón seguido. Volviendo a lo del valor y la voluntad, cuánto me costó mentalizarme para llevar a Esperancita frente a papá. Pero tenía que hacerlo: una vez tomada la decisión, había que afrontarla con todas sus consecuencias. Él sufría mucho. No podía seguir viéndole así, tan triste y apesadumbrado. Todas las mañanas hacía un esfuerzo descomunal para levantarse, echarse un poco de colonia en los sobacos, ponerse el traje gris y dirigirse a la caja. Creo que luego me lo agradeció. No pretendo echarme flores: cualquier buen hijo hubiese hecho lo mismo. Tengo que dejarles: me estoy meando y quiero dejar la bañera casi llena. Con la primera micción de mañana ya la tendré lista para mi baño quincenal. Además, debo dormir muchas horas para asistir mañana bien despejado al examen oral de la oposición de Judicatura. A ver si tengo suerte. Buenas noches.

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