domingo, 28 de mayo de 2017

Filtrar la mierda en Internet para salvar la civilización

"Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción" (Jorge Luis Borges)

Internet se asemeja algo a la biblioteca de Babel imaginada por Borges, pero sin pasillos, anaqueles ni libros de papel. ¡Qué avances en el pensamiento y la ciencia cosecharíamos si grandes genios del pasado como Demócrito, Spinoza, Newton o Einstein resucitaran y tuvieran acceso a ese vasto océano que ofrece todo el conocimiento humano a golpe de clic! Pero cualquier persona con fundamento que navegue a menudo por la red de redes sabe que sus numerosas -aunque relativamente escasas- perlas flotan en medio de un gigantesco montón de basura (consecuencia de su carácter democrático y universal, conforme al cual todo el mundo puede contribuir en igualdad de condiciones: "lo mismo un burro que un gran profesor", como reza el célebre tango). Encontrar un dato cierto o información valiosa puede ser equiparable, si no contamos con las adecuadas herramientas, a hallar una aguja en un pajar. La principal herramienta es sin duda el buen criterio, fruto de la inteligencia e instrucción de cada persona: este ha de ser cultivado en el sistema educativo, junto con el espíritu crítico, para permitir a los usuarios distinguir el grano de la paja, la verdad de la mentira.

La igualdad en el acceso es especialmente perniciosa en casos como el de Wikipedia, un proyecto enciclopédico extraordinario basado en la cooperación descentralizada que tiene en los troles y los cuñaos a sus mayores enemigos. Para preservar la calidad de sus contenidos (muy inferior en la versión española que en la mayoritaria inglesa, lo que es bastante ilustrativo del nivel cultural y científico del mundo hispano), sus contribuyentes con conocimiento y buena fe han de estar continuamente patrullando. Deshacer troleces y disparates de toda índole supone un derroche de tiempo y energía que podría destinarse a otros fines más productivos.

Por el mundo digital de comienzos del tercer milenio pululan junto a los troles otras especies que a veces se solapan con ellos y entre sí como los chiflados conspiranoicos, los magufos, los coelhistas y los analfabetos digitalizados (también hay fastidiosos especímenes no digitalizados como los analfabetos científicos, que desde sus cátedras nada inmateriales presumen tanto de su estéril erudición como de su ignorancia de todo lo ajeno a las humanidades). Pero entre los más peligrosos figuran, además de los delincuentes y los fanáticos religiosos 2.0, quienes se dedican de manera perfectamente organizada a fabricar y difundir noticias falsas con fines oscuros: ya hemos visto en el Reino Unido (con el Brexit) y en EE.UU. (con Trump) lo que pasa cuando personas poderosas con acceso a big data y buen conocimiento de las técnicas de propaganda se aprovechan de la ignorancia y estupidez de muchos congéneres para imponer su agenda política.

Una solución al problema del ruido en Internet sería su segmentación (ya es en parte un hecho), con un área de pago de calidad y otra gratuita donde se quede toda la porquería. La zona de pago estaría limpia y además eximiría a sus usuarios de soportar irritantes anuncios. Pero esto podría tener consecuencias muy indeseables, no tanto por obligar a los usuarios a pagar (seguramente les valga la pena si se lo pueden permitir) como por excluir a personas con pocos recursos pero inteligentes y potencialmente talentosas. Si la Wikipedia y otros contenidos culturales de Internet se convierten en un coto privado, ¿adónde acudirán para aprender y crecer intelectualmente el chico o chica de extracción humilde, pero listo y con inquietudes, de Karachi, Nairobi o Tegucigalpa?... El gran logro de Internet es haber puesto todo el saber humano -además de la mierda- a disposición de todo el mundo (otra cosa es que haya muchos humanos coprófagos a los que el saber les importe un pimiento).

Otra solución, a mi juicio mucho mejor, sería crear agencias independientes internacionales (preferiblemente públicas, integradas por expertos en todos los ámbitos del saber) dedicadas a calificar los contenidos con criterios objetivos de calidad. Esa labor de filtrado podría brindar un gran servicio a la sociedad, poniendo freno a las pseudociencias, la manipulación informativa, los abusos políticos y empresariales y el papanatismo (suponiendo que la gente se dejase guiar por las calificaciones, lo que yo no daría por descontado). El funcionamiento de estas agencias debería ser a su vez supervisado por otros organismos para asegurar su plena independencia y objetividad. Creo que no somos suficientemente conscientes de que el creciente desfase entre el desarrollo cientifico-tecnológico y el cultural-educativo es una grave amenaza no solo para la democracia sino para la pervivencia de nuestra civilización.

sábado, 13 de mayo de 2017

"Cuestión de genes" ("A dangerous idea"): un burdo panfleto negacionista


Hace unos días emitieron en La 2 el documental "A dangerous idea", doblado al español bajo el título de "Cuestión de genes" (puedes verlo en este enlace). Se trata de un panfleto destinado a convencernos de que los genes "no determinan nuestros rasgos" ni tienen demasiada importancia. Y también a desacreditar a científicos de la talla de James Watson (Premio Nobel, codescubridor en 1953 de la estructura en doble hélice del ADN), Edward O. Wilson (padre de la sociobiología), Richard Dawkins (autor de El gen egoísta) e incluso indirectamente al propio Charles Darwin, estableciendo vínculos entre sus hallazgos y cosas tan repugnantes como el supremacismo racial, las esterilizaciones forzadas o los delirios eugenésicos. ¡Como si los nazis hubieran inventado la selección natural y los genes! El documental pretende vendernos la idea de que la heredabilidad de la inteligencia o las diferencias entre hombres y mujeres son "ridiculeces biológicas", que el género es un constructo social sin fundamento biológico (penes, testículos y vaginas tendrían poco que decir al respecto), que la biología molecular se ha convertido en una peligrosa religión con profetas a los que se sigue ciegamente...

Posmodernistas y feministas radicales harán las delicias con un antropólogo llamado Agustín Fuentes que afirma alegremente que "la biología no explica la diferencia de géneros" y que "la idea de que hay una cosa ahí dentro que yo paso a mis hijos y tú a tus hijos (...) no es así, pero es una metáfora muy potente y una historia realmente buena". Los estudios culturales y de género, cada vez más influyentes en las universidades occidentales pese a estar sesgados ideológicamente y teorizar de espaldas a toda evidencia científica, están haciendo un flaco favor al conocimiento de la naturaleza humana. Según cuenta el tuitero @Yeyoza, en la televisión sueca han llegado a afirmar que si las mujeres son más pequeñas que los hombres es por culpa del patriarcado.

Es un disparate negar que tenemos, al igual que cualquier otro ser vivo, una programación genética en nuestras células. Por supuesto, los humanos también contamos con cultura además de genes: de hecho, la clave de nuestro triunfo evolutivo parece estar en ella, en nuestra capacidad para cooperar en masa gracias al lenguaje y los mitos compartidos (que, según el historiador Yuval Harari, no habrían sido inventados sin una mutación genética -¿o quizá una modificación en la expresión de los genes?- que hace 70 mil años permitió a nuestros antepasados el desarrollo de una nueva capacidad cognitiva: la de imaginar cosas inexistentes). Lo que somos es producto de la interacción entre genes y cultura, pero el sustrato genético es fundamental y lo cultural emerge de él.

El genoma del Homo sapiens es el código de instrucciones que hace que seamos humanos y no ardillas, bacterias o robles. Todos los bípedos implumes compartimos la mayor parte de esa programación, pero hay pequeñas diferencias (solo en un 0,1% del ADN) que son las que explican la diversidad individual de la humanidad. Nadie es genéticamente igual a otro, salvo que se trate de gemelos univitelinos: hay personas más listas y más tontas, más altas y más bajas, más pacíficas y más agresivas, con mayor o menor tolerancia a la lactosa o el gluten... Esa variabilidad existe en todos los reinos de la vida y es el repertorio sobre el que actúa la selección natural: no habría selección o criba si todo fuese igual. Constatar que somos diferentes, y en particular que hombres y mujeres son distintos, no significa que no debamos disfrutar de los mismos derechos.

Si la altura, el tipo de cabello o el color de los ojos son rasgos heredados (quiero suponer que esto no lo pone en duda ningún abanderado del posmodernismo o el feminismo radical), ¿por qué no iban a serlo la inteligencia, la agresividad o la empatía? Si los masai son por lo general más altos que los galeses, y los chinos más intolerantes a la lactosa que los suecos, es por una cuestión genética (por supuesto, siempre habrá galeses más altos que masais, suecos intolerantes a la lactosa y chinos que beban leche sin problema). Pero, así como hay individuos más inteligentes que otros, ¿nos atreveríamos a descartar que un pueblo o colectivo X sea en promedio más inteligente que otro Y por una posible ventaja genética? (ya hay quienes sostienen con buenos argumentos que hay culturas superiores a otras, como apunté en otra entrada de este blog)... Reconozco que esto supone entrar en terreno espinoso porque podría dar munición a gentuza racista, que además no suele ser muy inteligente. ¿Debería la verdad abrirse paso siempre, por incómoda que sea?... En cualquier caso, insisto en que las diferencias en las capacidades y aptitudes de los humanos no deben traducirse en distinciones en su dignidad: aquí entra en juego la moral (recordemos que el discurso especista convencional priva a los animales de todo derecho a vivir apelando a su inferior inteligencia).

En "A dangerous idea" se señala que "la idea del ADN como la de un gen todopoderoso (sic)" fue severamente cuestionada cuando se descubrió que el llamado ADN basura es mayoritario, o sea que la mayor parte del genoma no codifica proteínas ni desempeña función conocida alguna. Precisamente, recientes investigaciones científicas (como las de Ewan Birney, coordinador del proyecto ENCODE) apuntan en sentido contrario: todo el genoma sería funcional, de modo que lo que pensábamos que no hacía nada parece estar implicado en la regulación de la expresión de los genes y en la organización de la arquitectura cromosómica. Pero aun suponiendo que existiera el ADN basura (se especulaba que fuese simple material parasitario de acompañamiento), ¿por qué habría de ello derivarse que no estamos fuertemente influidos por los genes?... Otro supuesto golpe a la religión genetista habría sido, según el panfleto, descubrir que el número de genes de los humanos (unos 20.000) era mucho más pequeño que el esperado inicialmente e incluso inferior al de otras especies animales y vegetales. ¿Pero eso acaso significa que no estemos en buena medida determinados genéticamente?... Antes también pensábamos que un cerebro más grande debía ser más inteligente, pero no necesariamente es así. Genoma y cerebro son realidades extremadamente complejas y todavía bastante desconocidas.

Podríamos definir al gen como cualquier trozo del genoma (el genoma humano tiene más de 3 mil millones de caracteres extraídos de un alfabeto de cinco letras -A, G, C, T y U- que son las bases nitrogenadas) que determina algún rasgo de un organismo vivo y se transmite a través de la herencia de generación en generación. Desde luego que no existe un gen del terrorismo o un gen de la creencia en Dios, pero sí que hay una mayor o menor predisposición genética a la agresividad, la impulsividad o la racionalidad que hace que algunas personas estén más inclinadas -la educación y la cultura dan el empujoncito- al ejercicio del terrorismo o la creencia en Dios (o a las dos cosas al mismo tiempo). Claro que no hay un gen de la inteligencia, puesto que se trata de un rasgo multifactorial definido por diferentes genes. Y por supuesto que el entorno influye, ya que el sustrato genético puede ser potenciado o inhibido culturalmente. Una propensión genética a una alta inteligencia puede verse truncada si quien la porta sufre malnutrición, no recibe adecuados cuidados médicos o no es estimulado intelectual y afectivamente en los primeros años de su vida. Eso explica que los tests de inteligencia realizados a individuos de los colectivos sociales más desfavorecidos suelan arrojar malos resultados. O sea, la pobreza perjudica a la inteligencia por la misma razón por la que el bienestar económico y social la favorece. Pero eso no debe hacernos olvidar que la inteligencia potencial viene de serie al nacer.

El experto en relaciones entre ciencia y religión Robert Pollack alerta de que no hemos aprendido nada de la capacidad humana para hacer el mal al nacido diferente, una capacidad supuestamente alimentada por ideas relacionadas con la genética. Ignora que esa propensión genocida está precisamente inscrita en nuestros genes y, por desgracia -¡aunque sin ella no estaríamos aquí!-, ha informado nuestra historia evolutiva. Quizá también desconozca que nuestros buenos instintos están igualmente impresos en nuestro genoma. Desde luego, ignorando la naturaleza humana (que es tanto cooperativa como egoísta y malvada) no aprenderemos demasiado y seguiremos tropezando con la misma piedra. Al final del programa se dice que es "muy liberador" descubrir que los genes no pintan mucho, ya que ello significa que a través de la educación podremos un día erradicar la violencia y el mal y alcanzar una Arcadia feliz e igualitaria: ¡todos seríamos compañeros y compañeras cooperadores y cooperadoras! Pero es falso que seamos hojas en blanco al nacer y que la educación pueda redimir a toda la humanidad (la psicopatía, que tiene un fundamento genético, es incorregible). Como bien dice Watson, "no podemos ser lo que queramos"... salvo que modifiquemos nuestra programación genética. Y es mejor saberlo para no llamarnos a engaño con quimeras irrealizables (unos sueños utópicos que, paradójicamente, nos han conducido a algunas de las más siniestras distopías).

En su ataque a los profetas del gen, los autores del documental han tenido la mala fe de poner inmediatamente después de un plano de Richard Dawkins hablando desde un estrado la imagen de un cartel de Monsanto, uno de los patrocinadores del acto en que participaba. El mensaje subliminal es evidente: "Ya veis los intereses espurios que hay detrás de estos fanáticos del gen". Es la guinda de un panfleto pseudocientífico que de manera singularmente grotesca, aunque con la mejor de las intenciones (poner freno a las idioteces supremacistas en la sociedad estadounidense), pretende hacer pasar como pseudociencia tanto a la genética como a la biología y la psicología evolucionarias.

(Mi agradecimiento al biólogo Antonio José Osuna Mascaró, autor de El error del pavo inglés, por su atenta lectura del texto y sus valiosas sugerencias)

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