domingo, 15 de septiembre de 2019

'Years and Years', una verosímil distopía de los años 20 del siglo XXI


AVISO DE SPOILER: no sigas si quieres ver la serie

Me he tragado en apenas tres días Years and Years (Años y años), la renombrada serie de HBO que cuenta en seis capítulos las andanzas de una familia de Manchester desde 2019 hasta 2034. Una familia inglesa extensa (los Lyons), articulada en torno a la carismática abuela, que asiste con vértigo a los cambios de un mundo que se va deshaciendo política, económica y moralmente sin dejar por ello de ofrecer a sus moradores humanos nuevos y espectaculares avances tecnológicos: Internet de las cosas, carne sintética, realidad virtual, robots de uso personal (incluido el sexual), cyborgs, integración mente-máquina-Internet y descarga digital de la mente...

La serie es estremecedora porque se trata de una ciencia/política-ficción nada improbable, de una distopía no inverosímil: el energúmeno de Donald Trump es reelegido en 2020 (y le sucede en 2025 el talibán cristiano Mike Pence, su actual vicepresidente), Ucrania es ocupada militarmente por la Rusia imperial de Putin (quien es invitado a ello por el nuevo Gobierno comunista prorruso -supongo que, al mismo tiempo, baluarte del cristianismo ortodoxo- de Kiev), la ultraderecha populista se hace con el poder en casi toda Europa, el Reino Unido sufre los estragos del Brexit y de la llegada masiva de refugiados (muchos de ellos, ucranianos que huyen de la persecución de disidentes y homosexuales)...

El año pasado escribí una entrada a mi abuelo para explicarle lo que había cambiado el mundo desde su muerte en 1980. Había cosas muy malas, pero también grandes logros. Pero lo que podría venir es espeluznante: ataques con armas nucleares (Trump se despide en 2024 de la presidencia con el lanzamiento de un misil contra una isla artificial china, llevándose por delante 45 mil vidas) y bombas sucias (Leicester y Bristol las sufren en la serie, presuntamente a manos de terroristas islamistas), quiebra del sistema bancario y colapso de la infraestructura de las ciudades, desmoronamiento de la democracia (con campañas cada vez más agresivas de fake news orquestadas por la tramoya nacionalpopulista con el apoyo de Rusia), confirmación del desastre climático (se funde todo el hielo del Ártico, desaparecen muchísimas especies animales y vegetales...), proliferación de epidemias y de bacterias superresistentes (de modo que puedes morir por un rasguño sangrante), reversión de derechos de minorías como los homosexuales, reclusión de los inmigrantes ilegales en campos de concentración y cuasiexterminio... Todo ello, mientras continúa el espectáculo de masas de la telebasura, palanca de lanzamiento de los más infames políticos populistas: entre estos se cuenta una empresaria populachera llamada Vivienne Rook (encarnada por la actriz Emma Thompson), una suerte de mezcla entre Jesús Gil, Belén Esteban y Ana Oramas, que de bufona de la "caja tonta" pasa a diputada y finalmente a residir en el 10 de Downing Street.

Del visionado de Years and Years me quedo con cuatro conclusiones. La primera es la importancia de preservar la ley y el estado de derecho, de no dar por sentada la continuidad de la democracia si no la cuidamos (si pasamos alegremente de ella o la desdeñamos como algo solo formal y sin contenido, lo que suele hacer la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia). La segunda, relacionada con la anterior, es la constatación de que si se quiebra el orden constitucional (ese paripé gracias al cual los portavoces de la autoproclamada izquierda anticapitalista tienen garantizados su integridad física y sus derechos) la gente de la peor calaña no tarda en saltar brutalmente a la palestra. Los mimbres humanos de la Europa del siglo XXI son los mismos que los de la Alemania nazi o la Yugoslavia de 1993: la diferencia es que en 2019, al menos en la Unión Europea (no así en el este de Ucrania, en Transnistria, en Bielorrusia, en Chechenia o en Kosovo), los políticos están sujetos a la ley y la gente más desalmada está más o menos controlada en cuarteles, puertas de discotecas, fondos sur de estadios o gimnasios de full contact.

La tercera conclusión es que "derrotar a un monstruo es aguardar al siguiente", como avisa la abuela del clan familiar. Porque Vivienne Rook es derrocada (por cierto, gracias al poder de las mismas redes sociales que la auparon al poder), pero siempre habrá payasos populistas dispuestos a tomar su testigo y, a lomos de la ignorancia y la estupidez de millones de personas, seguir amenazándonos con el infierno. La cuarta conclusión, muy ligada a la anterior, es que somos corresponsables en mayor o menor medida del estado del mundo. La abuela Lyons dice algo en lo que yo no dejo de insistir desde hace años: "Todo lo que ha ido mal ha sido por culpa vuestra. Podemos pasar el día culpando a otros. Culpamos a la economía, a Europa, a la oposición, al clima y al vasto curso de la historia, como si no dependiera de nosotros". Somos culpables, no somos inocentes: también la buena gente (los que no somos unos sádicos o unos psicópatas sin escrúpulos) comete mezquindades y cabronadas, como se ve en el comportamiento de algunos de los miembros de la familia y allegados.

Pese al escenario tan sombrío que nos ofrece la serie, deja un hueco para la esperanza al final del último capítulo que me reafirma en mi creencia (más o menos fundada, aunque no deja de ser una creencia) en que la humanidad aún vive en su infancia moral. El Bien acabará imperando en el universo, aunque eso no será ni en el siglo XXII ni dentro de cien mil años ni acaso dentro de un millón. Pero hay tiempo más que suficiente para la posthumanidad (o para la postmapachidad, la postballenidad o la loqueseaidad) antes de la muerte térmica del cosmos...

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