lunes, 28 de febrero de 2011

Tercer movimiento de la tercera sinfonía de Brahms (pasaje de 'Viaje de ida')

Seis niños ensayaban con sus violines sobre el escenario. En la primera línea de sillas se divisaban las cabecitas de otros pequeños intérpretes que esperaban su turno: una de ellas era la de mi hijo. Los jóvenes violinistas, bajo la dirección de su profesor, tocaban el tercer movimiento de la tercera sinfonía de Brahms. La música envolvía suavemente el auditorio. La misma sinfonía escuchaba en su apartamento Masoch (un personaje de Augusto Monterroso) mientras leía Los hermanos Karamazov y bebía un vaso de ron. Masoch se emocionaba con la imagen del jovencito Ilucha en su ataúd azul, con la del también niño Kolia exclamando que le gustaría morir por la humanidad en su conjunto, con la de Aliocha esparciendo trocitos de pan sobre la tumba de aquél... Masoch lloraba y lloraba, Monterroso se conmovía en su escritorio, Brahms componía el tercer movimiento de su sinfonía para Masoch y unos niños violinistas que nunca llegaría a conocer, Dostoievski escribía la historia trágica de los Karamazov sin saber que sería leída por un escritor guatemalteco y por un vaporoso Masoch que ya abrazaba a un no menos vaporoso Aliocha, quien a su vez acariciaba las cabecitas de los pequeños músicos que asistían en primera fila a la interpretación de Brahms. Sentado en el fondo del auditorio, yo fui testigo de ello.

(Leer la novela Viaje de ida)

sábado, 19 de febrero de 2011

Adiós, abuela Aurora

Mi abuela, Aurora Cabrera Muñoz, hacia 1919-1920. A la izquierda, con su madre Agustina Muñoz Calderín. 
Cuando un ser querido ronda los 95 años, sabemos que está en el tiempo de descuento de la vida y vamos ya asumiendo con resignación la cercanía de su inevitable muerte. Sin embargo, no deja de sorprendernos e impactarnos profundamente cuando al fin le llega la hora a esa persona.

Lo cierto es que todos los días muere mucha gente en el mundo. Casi todos son adioses de personas anónimas, a las que no se recordará en los telediarios o en las páginas necrológicas de los periódicos, gentes a las que solo llorarán sus familiares y amigos. Parafraseando a Isaac Bashevis Singer, yo no puedo dejar de preguntarme ahora mismo: ¿existe en algún lugar del Universo una placa recordatoria en la que conste que desde 1916 hasta 2011 vivió en Gran Canaria una buena mujer llamada Aurora Cabrera Muñoz, hija de Francisco Cabrera Benítez y Agustina Muñoz Calderín, la mayor de siete hermanos, a la que le gustaban la playa, los carnavales (que disfrutó antes de que los prohibiese la ridícula dictadura franquista), las plantas, gastar bromas el día de los Inocentes, la papaya y el aguacate con pan, que se casó con Nicolás González Macías, tuvo una hija, tres nietos y dos bisnietos, fue esmerada ama de casa y vigorosa protectora de sus deudos (¡cuántas veces nos llegó a decir a mis hermanos y a mí "ten cuidado al cruzar" o "no tomes agua fría sudando"!), solo una vez viajó fuera de la isla (a la vecina Tenerife) y murió en una cama de hospital antes del amanecer del 19 de febrero de 2011?. Gracias por todo, abuela.

martes, 15 de febrero de 2011

Bodrios ininteligibles

Si eres universitario y no entiendes un texto supuestamente sesudo, en España tiendes a pensar que eres un poco tonto; en el mundo anglosajón, que quizá se trate de un bodrio ininteligible. No es infrecuente toparse con este último género en un país como el nuestro que valora tan poco -incluso en el sistema educativo- la correcta expresión escrita, donde además se estila mucho el darse ínfulas con palabros, neologismos, latinajos y una sintaxis retorcida (no olvidemos que el fantasmeo es aquí deporte nacional). Así tenemos tantos mediocres ensoberbecidos -instalados en cátedras universitarias, consejos de administración, púlpitos mediáticos, comisarías artísticas, direcciones de colegios e institutos, canonjías culturales públicas, etc.- perpetrando textos de sintaxis infame y una pedantería insoportable en medio de la admiración de una horda de papanatas incondicionales y la indiferencia de una mayoría social entregada a Belén Esteban, Gran Hermano, la prensa deportiva y gratuita y, acaso, los voluminosos best sellers de cátaros y templarios.

Sólo así se puede entender que este texto (lo tomo de la antología de bodrios del blog de Pseudópodo) pueda publicarse en un suplemento cultural de enjundia sin que casi nadie levante la voz. Y que la calidad de los artículos serios de la Wikipedia (no los dedicados a Carlos Baute o al pulpo Paul) sea por lo general muchísimo mejor en su versión inglesa que en la española. Y que sean tan escasas las publicaciones de compatriotas en revistas académicas de prestigio internacional, donde no cuentan amistades y favores pendientes que sí son muchas veces determinantes de nuestras fronteras hacia dentro.

Es en el ámbito de las ciencias sociales donde más proliferan estos bodrios, lo que seguramente tiene que ver con el predicamento que aún tiene en nuestra intelectualidad el llamado pensamiento postmoderno importado de la vecina Francia (nuestro principal inspirador intelectual, para bien o para mal, en los últimos siglos), con exponentes como Lacan, Baudrillard, Deleuze o Derrida. Estos presuntos bebedores de fuentes marxistas y freudianas, de sospechoso verbo oscuro y pastoso, son la antítesis del típico pensador anglosajón de verbo claro y riguroso y excelente sintaxis (Bertrand Russell, por ejemplo).

Hace unos años, el físico Alan Sokal logró colar en una prestigiosa revista de ciencias sociales (Social Text) un artículo redactado deliberadamente de manera esperpéntica, con un título tan ampuloso como disparatado (Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica interpretativa de la gravitación cuántica), que pretendía desnudar la verborrea vacía de estos postmodernos que cuentan en España con tantos admiradores (ya no hablemos de en otros países como Argentina) aunque nadie entienda un pijo lo que dicen. Gentes que escriben sin avergonzarse cosas como "La guerra se desarrolla en la actualidad en un espacio no euclidiano" (Baudrillard) o "La ecuación E=mc2 es una ecuación sexuada en la medida en que privilegia la velocidad de la luz en relación a otras velocidades de las cuales tenemos una necesidad vital" (Luce Irigaray).

Por si fuera poco, tenemos la nefasta influencia de la nueva pedagogía, con su ampulosa jerga salpicada de "segmentos de ocio", "conceptualizaciones icónicas", "intervenciones psicopedagógicas", bla, bla, bla... Una nueva pedagogía que parece tener algo de responsabilidad en el lamentable estado de nuestro sistema de enseñanza. Y así nos va: como bien decía Derrida con su proverbial claridad y elegancia, "el movimiento de toda arqueología, como el de toda escatología, es cómplice de esa reducción de la estructuralidad de la estructura e intenta siempre pensar esta última a partir de una presencia plena y fuera de juego".

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