domingo, 5 de febrero de 2017

Tabaco, adolescentes y estupidez humana


Cada vez que paso por delante de un instituto y veo a chavales fumando para hacerse los guays me asaltan emociones que van desde la lástima hasta el desprecio. Que predomine esto último depende del rictus del fumador, que suele decir mucho de su carácter: he de reconocer que mi empatía hacia el malote o el chulo (da igual su edad) es muy baja, relacionada inversamente con mi simpatía por las compañías tabaqueras en caso de que fume.

Estupidez, ignorancia, irresponsabilidad, inseguridad, inestabilidad emocional, gregarismo, vanidad, rebeldía, falta de escrúpulos (en lo tocante a su producción y distribución)... Todas estas cosas, entre otras igualmente familiares para los humanos, guardan relación con el tabaco. Auténticas lecciones de psicología y sociología pueden extraerse del consumo de esta droga de origen americano que inicialmente fue condenada por la Iglesia católica, la cual llegó a dictar excomunión para los fumadores: ¡Algo diabólico debía haber en la exhalación de humo por boca y narices!

No es sorprendente que un ser supuestamente racional se dedique a ingerir de manera voluntaria sustancias nocivas, ya que no todo es malo en dicho consumo. Junto a la cara B del deterioro de la salud, en toda droga legal o ilegal hay también una cara A: pueden ser temporalmente fuente de sosiego, concentración, autoconfianza, inspiración o felicidad, además de aliviar el dolor y el sufrimiento. Pero parece claro que tanto la dependencia física y psicológica como el daño a la salud propia desaconsejan un consumo que no sea esporádico o puntual (cuestión aparte es su uso terapéutico, caso de la marihuana o los opiáceos).

Obviamente, desde una genuina óptica liberal, cada uno tiene derecho a hacer con su vida lo que le plazca con el único límite del respeto al prójimo. Si alguien quiere drogarse, nadie es quien para impedírselo salvo que cause un perjuicio a terceros, por ejemplo pretendiendo conducir a continuación (en cuyo caso la ley debería ser implacable). Eso sí, los poderes públicos están obligados a informarle de sus consecuencias y deberían regular el comercio de estas sustancias e incluso monopolizarlo (para que algunas drogas sean expendidas por estanqueros en vez de por desaprensivos e indeseables). Es absurdo derrochar energías en perseguir a quien quiere drogarse, tanto como multar a quien no lleva puesto el cinturón de seguridad en el coche o va sin casco sobre la moto (equivalente a sancionar a quien solo come bollería y hamburguesas o se dedica a la escalada libre o las apuestas on line). La policía y los jueces tienen cosas mucho más serias de que preocuparse.

En el caso del tabaco, el componente social es muy importante para enganchar a los más jóvenes. Eso bien lo saben los directivos de las compañías tabaqueras, que han encontrado en los ídolos del cine y la música la mejor manera de compensar la prohibición de toda publicidad o patrocinio. Porque cada vez que sale en la tele un actor o un cantante famoso fumando durante unos segundos, anula de golpe los millones de euros o dólares invertidos en campañas antitabaco. El malote exhalando humo sigue siendo, por desgracia, una figura atractiva (también lo son, para un sector más cultivado de la juventud, el pensador rebelde y el creador heterodoxo, complejo y maldito tipo Panero). Parte de la culpa la tiene una industria audiovisual y musical de masas que exalta, además de la burricie cool y la mera búsqueda de la fama y el dinero, la figura del tipo duro y el macarra (desde las películas de Chuck Norris y Steven Seagal hasta el rap y el reggaetón). Un amigo me dijo una vez con algo de sorna que habría que promover el consumo del tabaco y otras drogas entre la gente irrespetuosa y violenta para hacer así un favor a la sociedad. Si la droga consumida por el macarra es el alcohol, yo sugeriría habilitar circuitos especiales para la posterior conducción donde no puedan causarse daños a terceros: más que en el Jarama o Montmeló, pienso en carreteras con terminación abrupta en lo alto de un acantilado...

Hay dos maneras de aprender: la sabia (siguiendo el consejo y ejemplo de los demás) y la estúpida (llevándose directamente la hostia por ignorar consejos y ejemplos). Por desgracia, siempre habrá gente -buena y mala- que tome esta segunda ruta. Para ayudar a los buenos chicos a tener un aprendizaje no traumático de los daños del tabaco hay que informar adecuadamente tanto en casa como en la escuela. Pero el problema es el ya señalado en el párrafo anterior: la televisión (¡por no hablar de Internet!) es un medio de socialización mucho más potente que el sistema educativo y promueve valores en conflicto con los transmitidos en las aulas. Las amistades (los pares, como dirían los sociólogos) también influyen mucho en la conducta de un adolescente, un ser especialmente necesitado de aceptación social que podría estar dispuesto a cometer más de un disparate a cambio de ella. Destruir toda esa aureola mítica del malote (y, también, del pensador y el creador rebelde) haría mucho bien, pero parece difícil en un mundo donde tienen tanto predicamento popular individuos como Chris Brown, Don Omar o Benzema. Y donde 60 millones de estadounidenses votan a un tipo como Donald Trump.

Creo que la solución debe articularse en dos pilares: uno informativo y otro propagandístico. Por un lado, hay que inquirir directamente a los chicos y chicas: ¿Quieres joderte la salud, levantarte todas las mañanas tosiendo y con un aliento apestoso y, encima, gastarte una pasta en esta mierda adictiva que contribuirá a que se forren los propietarios de las tabaqueras (los cuales, no lo dudes, no fuman)? No se trata de una apuesta por vivir más o menos años, sino por el bienestar personal. Por otro lado, hay que ridiculizar a esos iconos de la chulería, el machismo, la velocidad, la horterada, la basura cultural y la violencia gratuita (aprovecho para recordar que la violencia no es mala per se: depende de su finalidad y destinatario). Hay pocas cosas más grotescas que un primate engreído con un pitillo humeante en los labios y el ceño fruncido. En última instancia, desde luego, siempre habrá que apelar a la inteligencia y fortaleza de carácter del adolescente.

En fin, que ya va quedando menos para el advenimiento de la singularidad tecnológica que pondrá a la imbecilidad humana en su sitio (no es otro que la papelera de reciclaje)...

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