Uno de los grandes misterios de la vida es por qué existe -¿por qué habría de existir?- la conciencia. Para que un ser vivo se desempeñe por el mundo no hace falta que posea esa cosa tan difícil de definir pero con la que todos tenemos tanta intimidad. Un ordenador recibe información (inputs) del exterior y, conforme a su programación, la procesa para generar unos outputs. Un animal recibe información a través de sus sentidos y, conforme a su cerebro (una máquina orgánica plástica que no deja de aprender constantemente para corregir sus errores), la procesa para generar unos outputs en forma de acciones (atacar, huir, dirigirse en busca de comida o compañero sexual, etc.). Los animales y los propios humanos podrían ser perfectamente meras computadoras orgánicas, simples zombis sin consciencia ni vida mental. (La hipótesis filosófica del zombi ha sido desarrollada por pensadores como David Chalmers: lo más inquietante es la imposibilidad práctica de descartar con certeza que nuestro interlocutor -o el bloguero que esto escribe- sea un zombi).
Hay quienes piensan, sin embargo, que a partir de un determinado nivel de complejidad incluso los ordenadores se harían necesariamente conscientes (¿por qué el silicio habría de ser menos válido que el carbono a este respecto?). Por otro lado, hay quienes sostienen que hasta un simple termostato es consciente de algún modo. Y, ya en el extremo, las religiones orientales (hinduismo, sintoísmo, budismo...) se fundan en el pampsiquismo, en la creencia en que la conciencia mora en todo objeto del mundo aunque sea una piedra, un papel o un tornillo.
Hay quienes piensan, sin embargo, que a partir de un determinado nivel de complejidad incluso los ordenadores se harían necesariamente conscientes (¿por qué el silicio habría de ser menos válido que el carbono a este respecto?). Por otro lado, hay quienes sostienen que hasta un simple termostato es consciente de algún modo. Y, ya en el extremo, las religiones orientales (hinduismo, sintoísmo, budismo...) se fundan en el pampsiquismo, en la creencia en que la conciencia mora en todo objeto del mundo aunque sea una piedra, un papel o un tornillo.
El biólogo Richard Dawkins sugiere que la conciencia podría ser una interfaz entre el cerebro y el cuerpo que lo aloja, una especie de sistema operativo (a lo Windows, pero sin tantos fallos) para hacer un uso fácil de ese órgano tan complejo. Para Dawkins, que no deja de confesarse intrigado, la mente sería una emanación cerebral favorecida por la selección natural. El antedicho Chalmers defiende un dualismo naturalista merced al cual la conciencia emerge de la materia, pero no está sujeta a las leyes físicas tal y como las conocemos. Sería algo parecido a los genes culturales o memes de Dawkins, que emergen de seres materiales -los humanos- pero luego tienen vida propia en ámbitos inmateriales.
Una respuesta a la pregunta de ¿Quién soy yo? puede ser la que nos ofrece el célebre fisico Erwin Schrödinger en su librito ¿Qué es la vida?: "Analizándolo minuciosamente, se verá que no es más que una colección de datos aislados (experiencias y recuerdos), o sea, el marco en el cual están recogidos. En una introspección detenida, se encontrará que lo que en realidad se quiere decir con ‘Yo’ es ese material de fondo sobre el cual están coleccionados". Para Schrödinger, inspirado en el hinduismo, solo habría pues un Yo universal con multitud de avatares ilusorios (la pluralidad de conciencias).
Pese a ser un ateo confeso, el filósofo y estudioso de la mente Daniel Dennet reconoce que si nuestra conciencia fuese un software ejecutado por el cerebro, podría ser grabada de algún modo -no dejaría de ser información susceptible de registro con la adecuada tecnología- y así inmortalizada. Lo que Dennet pasa por alto es que, debido al íntimo y complejo entrelazamiento -tanto en el espacio como en el tiempo- entre las partículas del Universo, acaso nuestro registro personal no pueda ser reproducido si no es reproduciendo la totalidad del Universo. En una película se pueden ver los fotogramas hacia adelante o hacia atrás, pero no es posible -además de que no tendría sentido- ver solo los fotogramas en los que aparece un determinado protagonista. Ese registro personal podría estar inscrito de modo indeleble en el Universo, imbricado en el complejísimo entramado cósmico. Por lo que quizá tuviese razón Borges cuando escribió: "Sé que una cosa no hay: es el olvido. Sé que en la oscuridad perdura y arde lo mucho y lo precioso que he perdido: Esa fragua, esa luna, y esa tarde".
2 comentarios:
Qué interesante. Es verdad que a menudo las preguntas más "sencillas" son las más difíciles. A mí me ha pasado muchas veces. Te ves explicando cuestiones varias hasta que alguien te pregunta lo aparentemente más simple y... ¡glub! ¡Qué aprieto!
Me parece muy acertado el análisis que haces sobre el hecho de que si quedamos como "grabación" debería ser toda la secuencia universal la que se pusiera a salvo para tener coherencia. Desde otro plano, decía Ortega y Gasset aquello de "yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Ojo con esta segunda parte, que es fundamental.
Somos una realidad relacional, en conexión, "circunstancial", no islas ni mónadas autosuficientes. Estoy contigo.
Encuentro cuestionable nuestra reducción a pura materialidad, ser algo así como un "programa avanzado" en un soporte carnal. La experiencia muestra que existe la libertad, la trascendencia, el amor... que desbordan ese marco y que cuando se reducen a él se desvirtúan. Pero esto, una vez más, debe quedar para esas cuatrocientas mil cañas que tenemos pendientes.
Un abrazo.
Muy interesante me ha gustado, aunque no sé porqué planteamiento de los planteados te decantas. ¿O acaso un mix de varios de ellos?.
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