jueves, 29 de noviembre de 2018

Teísmo abierto: ¿es el Multiverso el salón recreativo de Dios?

Diagrama de Kircher de los nombres de Dios.

Imagínate que diseñas un videojuego en el que pueden interactuar tres jugadores. Como creador del videojuego, conoces todos sus escenarios y líneas posibles: o sea, conoces el multiverso del juego. Pero lo que no puedes saber es qué líneas y escenarios son los que se materializarán una vez que empiezan a jugar los tres competidores: eso dependerá de la interacción de tres agentes volitivos  cuya conducta te resultará completamente imposible de anticipar. Conoces todas las partidas, pero no sabes cuál de ellas se va a concretar cada vez que se juega. Eres solo parcialmente omnisciente porque resulta imposible, por mucha tecnología que poseas, meterse en el pellejo de cada jugador para saber cómo actuará a cada paso.

Este caso puede extrapolarse al de un Cosmos supuestamente creado por un presunto Dios no omnisciente, trayendo con ello a colación dos conceptos físicos clave: el hipotético Multiverso y la incertidumbre de la mecánica cuántica (sobre la cual se erigiría el libre albedrío). Existen todos los universos posibles (Multiverso) y Dios los conoce, pero no es capaz de saber qué universo se acabará fraguando en una partida iniciada con su correspondiente Big Bang. Y no es capaz de saber qué decisión tomarás tú o yo porque ni siquiera lo es de adivinar si una moneda caerá de cara o de cruz o si la desintegración radiactiva de un átomo se producirá ahora o dentro de un minuto o dentro de 500 millones de años. Ni el mismísimo Dios podría sortear la naturaleza intrínsicamente aleatoria del mundo.

A modo de un programador cuántico, Dios crearía el Multiverso con unas leyes simples (que al evolucionar en cada uno de los universos compatibles con la inteligencia darían lugar a una gran complejidad), las cuales impondrían un orden sobre un inefable fondo caótico que escaparía a su control. Pero dicho orden no conseguiría subyugar del todo la indeterminación cuántica inherente a ese fondo: solo lo moldearía de una manera inteligible (por eso son posibles el conocimiento y la ciencia, por eso las matemáticas funcionan como un guante para entender el mundo físico), pero sin eliminar la permanente agitación cuántica subyacente. De ese modo habría un hueco para que ejercitasen el libre albedrío los seres vivos más complejos (y supongo que también un termitero o una comunidad bacteriana).

La parcial omnisciencia de Dios es lo que propugnan algunos teóricos del teísmo abierto, el planteamiento teológico más razonable con el que me he topado (un argumento que, por cierto, habría llevado hace pocos siglos a una piadosa hoguera cristiana a sus proponentes). ¿Entonces Dios (nombre que le damos al creador del juego o simulación, que bien podría ser -como dice el físico Brian Greene- un adolescente tetradimensional con granos frente a su ordenador cuántico, él a su vez fruto de otra creación de orden superior) se dedica a observar a las criaturas emergentes de su creación?... ¿Pero y si Dios fuese el participante en su propio juego, adoptando todas las formas posibles de interacción consciente con la realidad?: desde Anna Frank hasta el destripador de Londres, desde una ardilla hasta una termita y una bacteria, desde ti hasta David Hasselhoff... ¿Y si el Multiverso fuese el salón recreativo de Dios, acaso su jardín de desarrollo espiritual? ¿Y si el maremágnum cuántico de fondo fuese su tumultuoso, amorfo y eterno sueño, con cuyos mimbres se construye la realidad?...

Traeré de nuevo a este blog los versos de la gran poeta polaca Wislawa Szymborska:

PLATÓN O EL PORQUÉ
Por oscuros motivos,
en desconocidas circunstancias
el Ser Ideal ha dejado de bastarse a sí mismo.

Podría haber durado y durado, sin fin,
hecho de la oscuridad, forjado de la claridad
en sus somnolientos jardines sobre el mundo.

¿Para qué diablos habrá empezado a buscar emociones
en la mala compañía de la materia?

¿Para qué necesita imitadores
torpes, gafes,
sin vistas a la eternidad?

¿Cojeante sabiduría
con una espina clavada en el talón?
¿Desgarrada armonía
por agitadas aguas?
¿Belleza
con desagradables intestinos en su interior
y Bondad
-para qué con sombra,
si antes no tenía-?

Ha tenido que haber algún motivo
por pequeño que aparentemente sea,
pero ni siquiera la Verdad Desnuda lo revelará
ocupada en controlar
el vestuario terrenal.

Y para colmo, esos horribles poetas, Platón,
virutas de las estatuas esparcidas por la brisa,
residuos del gran Silencio en las alturas...

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