domingo, 27 de mayo de 2018

Megaconglomerados bacterianos racionales y con ropa (y a veces también irracionales)


Leyendo a Lynn Margulis, eminente bióloga que además fue esposa de Carl Sagan, uno experimenta un vértigo inquietante a la par que fascinante. Es inevitable ser presa del asombro al saber que bacterias libres de hace dos mil millones de años parecen ser los ancestros de todas nuestras células, que otras bacterias independientes fotosintéticas de hace varios cientos de millones de años pueden ser los antepasados de las mitocondrias alojadas dentro de nuestros ladrillos celulares (así como de los cloroplastos de las células vegetales) y que las espiroquetas (bacterias con flagelo) podrían estar en el origen de todas nuestras células musculares, espermatozoides y neuronas.

Esto va mucho más allá de constatatar que nuestros abuelos de hace seis millones de años son los mismos que los de los actuales chimpancés, que los de hace 60 millones de años son los mismos que los de los actuales lémures o que los de hace 600 millones de años son los mismos que los de las actuales plantas y hongos. Es una conexión remota y a la vez íntima con un mundo microscópico que no solo permite que existamos sino que además es parte activa de nuestra vida (hablo de nuestro propio cuerpo, ya que las bacterias simbióticas que pueblan su interior -por ejemplo, el intestino grueso- son un interesante capítulo aparte).

Pensamientos y sentimientos humanos serían pues producto de una red neuronal de origen bacteriano (hay estudios científicos que incluyen también a las bacterias intestinales simbióticas en la fábrica de nuestra psique, al influir en nuestro estado de ánimo), por lo que los principios básicos de funcionamiento de la mente humana (de cualquier inteligencia animal) podrían no ser muy distintos a los de una comunidad bacteriana desarrollada en una manzana podrida o en la placa de Petri de un laboratorio. Una diferencia es el tipo de información recogida y procesada por la red: en el caso de las comunidades bacterianas y de los vegetales, solo señales químicas (feromonas) o eléctricas y datos ambientales rudimentarios (acidez, humedad, temperatura, luz...); en el caso de los animales, datos sensoriales mucho más profusos con los que se construye la visión, la audición, el olfato, el gusto, el tacto, la inteligencia social... Otra diferencia es el modelo centralizado en nuestro caso animal (con el cerebro como centro de control) y el descentralizado en el de bacterias y plantas. Por supuesto, lo más importante es el nivel de complejidad de la red (el número de conexiones entre nuestras neuronas es gigantesco, lo que nos permite el estudio de agujeros negros o de ondas gravitacionales).

Ya nos dice la ciencia que el lenguaje no es necesario para tener un pensamiento racional: animales humanos y no humanos actúan racionalmente (por la cuenta que les trae, ya que la selección natural no perdona) y también a veces irracionalmente (así como los humanos tenemos religiones, los no humanos también exhiben prácticas supersticiosas y absurdas mientras estas sean funcionales -la religión lo ha sido- o al menos no disfuncionales para la supervivencia). ¿Y si las bacterias también se condujesen racionalmente, a modo de ordenadores que, conforme a un determinado programa, generan outputs a partir de una serie de inputs?... ¿Y si el conjunto de la biosfera, identificado con el Gaia autorregulado de Lovelock, fuese un agente racional?... ¿Y si bacterias y Gaia también pudiesen comportarse irracionalmente?...

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