sábado, 8 de septiembre de 2018

La corta y dramática historia de la teleportación cuántica de objetos masivos (MOQT)

La teleportación cuántica de objetos masivos (MOQT, por sus siglas en inglés) empezó a aplicarse a gran escala en junio de 2027, en medio de una inusitada expectación mundial. Tras varias pruebas menores saldadas con éxito (como el envío instantáneo un año antes de un teléfono de Elon Musk desde un plató de la CNN en Atlanta hasta otro de la televisión pública australiana en Sydney), el estadio de Wembley en Londres fue el pionero en la nueva técnica, al ser teleportado a Brighton para dejar sitio a un nuevo teatro en su emplazamiento original londinense. Un consorcio participado a medias por Tesla y Amazon patentó la MOQT e iniciaría su explotación comercial.

Al principio todo era asombro y parabienes. Urbanistas, ingenieros, políticos, agentes inmobiliarios, notarios, registradores de la propiedad ("Miusté, es sumamente extraordinario y ya tal", diría el expresidente Mariano Rajoy), artistas de performances y grandes empresarios (no fueron raras las teleportaciones de sedes, entre ellas la de la propia Tesla desde California a Melbourne por las desavenencias de Musk con el presidente vitalicio Trump) estaban cautivados por el potencial y las repercusiones de la nueva tecnología. El ciudadano común no tardó en beneficiarse, al abaratarse el precio de las teleportaciones y ponerse de moda las mudanzas en las que se conservaba la misma casa (los propietarios de pisos lo tenían más complicado, al depender de un acuerdo unánime de todos los vecinos de la comunidad). Las expropiaciones forzosas dejaron de ser tan traumáticas para los afectados, al ofrecerles la posibilidad de escapar con su vivienda o propiedad a otro lugar de su conveniencia. Y las cosas se pusieron mucho más difíciles para los okupas, que podían quedar neutralizados a golpe de teleportación (una vez desalojados del solar, se llevaba a cabo la teleportación de vuelta). El mercado de los solares experimentó un enorme boom, dado el creciente interés de las empresas inmobiliarias por esta rama de negocio (en detrimento del puro ladrillo). Hubo localidades que multiplicaron su población solo con teleportaciones: en España destaca el caso de Guardamar de Segura (Alicante), que acogió muchas viviendas de la cercana La Manga -ya muy amenazada por el cambio climático- y del sur de la Comunidad de Madrid. El cobro de impuestos como el IBI abrió una pugna entre administraciones públicas, que se embarcaron en una feroz competencia para atraer propiedades.

Pero la delincuencia no tardaría en salir a escena: varios expertos, tachados de cenizos por más de un incauto, ya habían avisado del riesgo de que redes mafiosas se hicieran con el conocimiento de la técnica. Centrándonos en España, la finca Ambiciones desapareció de su ubicación en Ubrique la nochebuena de 2029. Igual suerte corrió meses más tarde la embajada catalana en Flandes (muchos quisieron ver la larga mano del CNI). Y, a renglón seguido, el Museo Reina Sofía en Madrid con toda su obra (buena parte de la cual fue vendida en eBay y mercadillos asiáticos a precio de saldo). Amén de numerosas viviendas privadas, generalmente de alto estándar. En el resto del mundo las fugas más sonadas fueron las de la Torre Trump de Nueva York (su hallazgo en un lugar recóndito de Guinea Ecuatorial propició la caída de la dictadura de Teodorín Obiang, tras una invasión relámpago del país africano por tropas de EE.UU.), el mausoleo de Lenin en Moscú (trasladado a las afueras de Lviv por nacionalistas radicales ucranianos para proceder a su dinamitado) y la pirámide de Keops en Egipto (que supuso la caída en desgracia del exfutbolista portugués Cristiano Ronaldo, al ser localizada solo horas más tarde junto a su flamante mansión en Madeira en plena celebración de su cumpleaños).

Las compañías de seguros pagaron el pato cuando el fraude empezó a generalizarse: el valor de sus acciones se derrumbó y se tambalearon algunas empresas bien asentadas, al punto de precipitar la crisis financiera mundial de principios de los años 30. La inseguridad jurídica prendió por todos lados y muchos abogados se hicieron de oro con las cascadas de reclamaciones y pleitos. Al igual que los llamados "buscadores", nuevo nicho laboral cada vez más demandado: contratados por los damnificados por teleportaciones fraudulentas, los "buscadores" se dedicaban a recorrer el planeta en un intento muchas veces frustrado de hallar el paradero de los objetos cambiados de lugar (los cuerpos policiales estaban completamente desbordados). Los "buscadores" solían ejercer también de intermediarios entre los afectados y las mafias teleportadoras: Jesulín de Ubrique tuvo la suerte de localizar gracias a ellos su finca en Zimbabue, lo que permitió su reubicación en tierras gaditanas (el torero y cantante siempre negó haber pagado un rescate).

Las legislaciones tuvieron que adaptarse a una realidad en la que podías quedarte sin tu casa mientras estabas sentado en la taza del WC o haciendo una tortilla en la cocina (no pocas personas perdieron la vida al verse de pronto suspendidas en el aire, al no encontrarse a ras de suelo en el momento de la inesperada teleportación). Los Gobiernos reaccionaron no solo de fronteras adentro sino firmando convenios internacionales para reforzar la cooperación en la lucha contra esta plaga. La desaparición del principado de Mónaco el 3 de octubre de 2034 a las 22:34 horas marcó un hito trágico: miles de personas se quedaron sin patria, cientos perdieron la vida bruscamente y centenares de miles repartidas por todo el globo se quedaron sin sus ahorros. Quince años después, el territorio monegasco sigue en paradero desconocido, aunque algunos apuntan a las selvas más profundas de Borneo. La sombra de la sospecha siempre persiguió al presidente vitalicio ruso Putin.

Elon Musk anunció en 2035 su retirada del consorcio con Amazon, al mismo tiempo que la descarga de su persona a formato digital para ser trasladada eternamente a un paraíso virtual. La tecnología fue abandonada poco tiempo después, al llegar la Gran Disrupción.

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