Mi amigo Raúl me ha empujado a escribir este post al señalar repetidas veces que me limito a criticar sin proponer soluciones constructivas. Empezaré recordando que la crítica (acerba a veces) no sólo es sana para quien la practica -hay que desahogarse de vez en cuando-, sino socialmente necesaria para denunciar lo que está mal y remover las conciencias con objeto de combatirlo.
¿Soluciones?... Lo que hace falta sobre todo es educación: eso es lo más importante con diferencia. Sin una educación de calidad no hay civismo, responsabilidad social, espíritu crítico, desarrollo económico ni una democracia que se precie. Nuestro sistema educativo es muy mejorable, con planes de estudio desfasados, profesores desmotivados, desautorizados y a veces no debidamente cualificados, escasa presencia de los idiomas extranjeros, desatención de la escritura y la expresión oral, etc. Con todo, lo más grave no es eso sino el desprecio social a la educación, al esfuerzo por aprender y saber. La sociedad española actual valora más a un "periodista" de la crónica rosa que a un maestro: he aquí el drama. Por otra parte, los valores cívicos que se pretende inculcar en la escuela son desmentidos a diario por la televisión, medio de socialización mucho más fuerte, donde se vende que lo bueno es lucir un cuerpo perfecto (no aceptarse a uno mismo), tener un coche potente con el que correr mucho (no uno ecológico que gaste poco), hacerse famoso en un 'Gran Hermano' o similar (no prosperar a base de estudio y esfuerzo), resolver las desavenencias a hostias e incluso ser un poco malote/ta (no un buen chico estudioso y tímido); donde la vulgaridad, la zafiedad y el ruido tienen un espacio preferente en perjuicio del conocimiento y el análisis sosegado.
¿Y qué hacemos?... Puesto que vivimos en una democracia (afortunadamente, todo sea dicho), estamos a merced de lo que dicte la mayoría en las urnas: si ésta se desentiende de la educación y prefiere el fútbol o los Carnavales, pues habrá que fastidiarse. Si los ciudadanos consideran que no hace falta mejorar el sistema educativo porque hay cosas más importantes como la tele en alta definición, las autovías de cuatro carriles o la cobertura plena de la telefonía móvil, pues toca aguantarse. Luego no es de extrañar que esa misma mayoría no esté por la labor de afrontar decididamente la destrucción del entorno, el cambio climático, la salvaje especulación financiera o el subdesarrollo en medio mundo: lo que subyace a esa indiferencia es una enorme falla educativo-cultural, ensanchada por un egoísmo y una miopía no menos inmensas.
El problema es que muy pocos políticos van por delante de la sociedad, de modo que no acometerán ninguna mejora que no sea demandada por la gente de cuyo voto dependen. Y si los ciudadanos no están dispuestos a comportarse como votantes y consumidores responsables, poco margen queda para actuar: los grandes poderes económicos seguirán a lo suyo (ganar cada vez más dinero a toda costa) y los políticos también (beneficiarse de las prebendas del poder y hacerse de paso con un capitalito), conchabados con los anteriores y engañando/ignorando/despreciando al electorado del que se nutren. Les basta con el periódico show electoral cada cuatro años para asegurarse de que el voto del engañado/ignorado/despreciado se meta en la urna. Y entonces, ¡hasta luego, Lucas!...
Llama la atención que la burricie social haga que muchos de los votos de los más débiles vayan precisamente a los más poderosos o a aquellos que están en nómina de éstos: una inmigrante hispana limpiadora de casas en Nueva Jersey y una mamá-oso anglosajona de clase media-baja de Montana son más proclives a votar en EE.UU. a una Sarah Palin (sus homólogos aquí en España lo harían a Esperanza Aguirre) que a un político progresista, contribuyendo así a que los ricos paguen menos impuestos y los pobres (la limpiadora y la mamá-oso inclusive) se queden más desprotegidos. Con ello, el principio político de naturaleza democrática (véase interesante artículo del jurista Javier Pérez Royo) no sólo no limita -protegiendo a los ciudadanos más débiles de los excesos de los más poderosos- al principio económico de naturaleza oligárquica sino que lo refuerza. Detrás de esta estúpida conducta electoral se encuentran el apego a la tradición, el nacionalismo-tribalismo y la religión (esto más en América que en Europa), a los que recurren groseramente los políticos para pedir el voto del electorado menos informado: para la muy católica hispana y la muy episcopaliana mamá-oso, lo importante es que no entren homosexuales en el Ejército, no salga una teta en la tele o no se pueda fumar libremente marihuana; para no pocos de nuestros curritos de extrarradio, lo importante es que no se prohíban los festejos taurinos, no se permitan las bodas de gays o no venga alguien de fuera (menos aún si es de otra religión) a quitar supuestamente un puesto de trabajo a los españoles. Una población educada y bien informada es mucho menos crédula y más resistente al abrazo del nacional-tribalismo y el fanatismo religioso. Y, por supuesto, mucho más responsable y consciente de los riesgos que corremos con este modelo de crecimiento económico disparatado y absolutamente insostenible.
En suma, ¿hay algo que se pueda hacer?... Habida cuenta de todo lo expuesto, las opciones parecen limitarse a predicar en el desierto (la alienación ciudadana es tan grande como la fuerza de la tradición y de los medios de comunicación de masas) o abandonarse al cinismo. Sin embargo, hay una tercera vía: la de intentar vivir de una manera austera y responsable en nuestro entorno, procurando depender lo menos posible del sistema (conectándose a él sólo lo necesario) y de las modas que nos impone, castigando con nuestro no-consumo/no-voto a las empresas/políticos que se comporten mal y solidarizándonos activamente (en persona y/o a través de Internet) con causas justas dentro y fuera de nuestras fronteras. Sin hacerme demasiadas ilusiones comunitarias, yo me apunto a esta tercera vía. A Albert Camus le preguntaron aviesamente una vez qué había hecho él por la humanidad, a lo que respondió con muy buen criterio: "No la he empeorado, lo cual ya es bastante".
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
martes, 21 de diciembre de 2010
jueves, 16 de diciembre de 2010
Camino a la autodestrucción (¡pero en menudos coches, oiga!)
Al igual que un compañero y -sin embargo- amigo, yo tampoco soy moderno. No creo que el ayer tenga que ser necesariamente peor que el hoy, ni que éste a su vez tenga que ser peor que el mañana: la creencia en el progreso no deja de ser una superstición, y ya no hablemos si ampliamos la escala del tiempo para proyectarnos dentro de 10.000 o 300.000 años.
El agua corriente, la calefacción, Internet, el láser, la anestesia y la democracia son logros indudables, pero no irreversibles: nada garantiza que todo esto no acabe perdiéndose algún día. No sería la primera vez que ocurriese una regresión en la historia humana, pero sí la primera a escala planetaria, con el mundo ya convertido en una aldea global. Los perdedores seríamos en esta ocasión todos los humanos, y ya no sólo una civilización (como la maya clásica o la cretense minoica en el pasado). Y hay razones para sospechar que esto puede ocurrir dentro de no mucho, quizá en un plazo de pocas generaciones, dada la formidable amenaza que representa el cambio climático.
Siempre he pensado que sólo reaccionaremos cuando nos llegue el agua al cuello. Mientras tanto, la humanidad seguirá embalada en su vertiginoso y disparatado camino hacia la autodestrucción. Eso sí, a bordo de "menudos coches", como se lee en una de las viñetas más geniales de El Roto. Y no dejando de consumir telebasura en vez de hacer el esfuerzo de intentar entender lo que está pasando. Y no dejando de echarle la culpa al otro: a los políticos (esos que en una democracia están ahí porque les votamos), al sistema económico (el mismo que casi nadie impugnaba mientras nadaba felizmente en el más grosero consumismo), al diferente o al extranjero (el que, según tanto cretino afín al PP, viene a robarnos un puesto de trabajo); y en los países menos desarrollados, al imperalismo yanqui o al infiel. Sin una improbable revolución educativa global, yo veo imposible una reacción a tiempo. Que gentes como Sarah Palin, Paris Hilton, Esperanza Aguirre, Sergio Ramos, Britney Spears o Jomeini (desde su tumba) tengan tanto predicamento es una señal de que esto no tiene arreglo, me temo...
El agua corriente, la calefacción, Internet, el láser, la anestesia y la democracia son logros indudables, pero no irreversibles: nada garantiza que todo esto no acabe perdiéndose algún día. No sería la primera vez que ocurriese una regresión en la historia humana, pero sí la primera a escala planetaria, con el mundo ya convertido en una aldea global. Los perdedores seríamos en esta ocasión todos los humanos, y ya no sólo una civilización (como la maya clásica o la cretense minoica en el pasado). Y hay razones para sospechar que esto puede ocurrir dentro de no mucho, quizá en un plazo de pocas generaciones, dada la formidable amenaza que representa el cambio climático.
Siempre he pensado que sólo reaccionaremos cuando nos llegue el agua al cuello. Mientras tanto, la humanidad seguirá embalada en su vertiginoso y disparatado camino hacia la autodestrucción. Eso sí, a bordo de "menudos coches", como se lee en una de las viñetas más geniales de El Roto. Y no dejando de consumir telebasura en vez de hacer el esfuerzo de intentar entender lo que está pasando. Y no dejando de echarle la culpa al otro: a los políticos (esos que en una democracia están ahí porque les votamos), al sistema económico (el mismo que casi nadie impugnaba mientras nadaba felizmente en el más grosero consumismo), al diferente o al extranjero (el que, según tanto cretino afín al PP, viene a robarnos un puesto de trabajo); y en los países menos desarrollados, al imperalismo yanqui o al infiel. Sin una improbable revolución educativa global, yo veo imposible una reacción a tiempo. Que gentes como Sarah Palin, Paris Hilton, Esperanza Aguirre, Sergio Ramos, Britney Spears o Jomeini (desde su tumba) tengan tanto predicamento es una señal de que esto no tiene arreglo, me temo...
lunes, 6 de diciembre de 2010
Nación moderna y solidaria, bótox, galgos ahorcados y... ¡¡¡goooool!!!
(Dedicado a Julian Assange)
El monarca, de espaldas al telón, pronuncia otro discurso inflamado de retórica escrito por plumíferos a sueldo. Otra vez lo mismo: "nación moderna, unida y solidaria", "valores y principios que compartimos", "solidez de nuestras instituciones", bla, bla, bla... La escogida audiencia escucha entre reverente y somnolienta: unos pocos imbéciles incluso se creen lo que están escuchando. Desde sus casas, conectados a la tele, son muchos más los que se lo tragan. "¡Y qué guapo está el príncipe!". "¡Y qué vestido más mono lleva la reina!"...
Detrás del telón maniobran banqueros y siniestros neocaciques podridos de dinero, políticos hipócritas y corruptos, empresarios con chófer privado, mayordomo y dinero en paraísos fiscales que mandan a sus trabajadores al FOGASA, jueces con amistades peligrosas, leguleyos indecentes, intermediarios sin escrúpulos instalados en los arrabales del poder, brokers capaces de hacer un swap sobre sus madres, catedráticos casposos y fatuos, periodistas falsarios y de un engreimiento irrisorio, engañabobos "proactivos" y "asertivos" que se ganan la vida llamando al recreo "segmento de ocio", bufones del más variado pelaje dedicados a distraer a la chusma, 'hijos-de', 'hermanos-de', 'nietos-de' y 'otros-de' bien enchufados, chorizos infames (narcos, traficantes de personas, tratantes de armas...) convertidos en nuevos ricos, ex compañeros de pupitre y amiguetes del alma de los poderosos, 'señoras-de' multioperadas y cargadas de joyas y pellejos muertos, modelos descerebradas seducidas por chequeras potentes... Bótox, viagra, caviar y angulas de verdad (¡nada de vulgares sucedáneos!), pádel, coches de alta gama, par de golf, palco en el estadio, capeas y batidas de caza mayor, trajes a medida, cocaína de la buena, colegios de élite, putas de lujo en hoteles, costaleros VIPs en Semana Santa, abstinentes que hacen el sacrificio de comer marisco el Viernes Santo, crucifijos de oro (ya se sabe: bienaventurados los ricos porque ellos heredarán el reino de los cielos), "lo que hay que hacer es trabajar más y cobrar menos", "amáñame el concurso ese", "generamos sinergias para un monitoreo multidisciplinar de conflictos", "los calcetines dicen mucho de la clase de una persona"...
Y, mientras tanto, un montón de bobos pendientes sobre todo de las patadas a un balón del macarra semianalfabeto de turno: seres incívicos, fieles servidores de la tradición resumida en un trapo con colorines (da igual cuál de ellos), un torito atravesado por una espada (o con antorchas en los cuernos) y una estampa kitsch del santo patrón o de Jean-Claude Van Damme, indiferentes a la rapiña, la miseria ajena y la destrucción del entorno, devotos del capitalismo mientras éste les dé pan y circo. Carajillos, bollería industrial, asiento sucio en el fondo del estadio, colillas con carmín pisoteadas en el suelo, galgos ahorcados en un campo lleno de plomo, coches de alta cilindrada para fardar ante el vecino, visitas a putas baratas, lavadoras viejas tiradas al barranco, gritos de tertulianos rosas animando la cena, cadenitas de oro y tatuajes en caracteres chinos, cine B o incluso C, golpes de Thai-boxing en el gimnasio, insultos a la madre del árbitro que pita en el partido del niño, amenazas al profesor que lo suspende en el colegio público cada vez más convertido en gueto, "el trabajo, primero para los españoles", "corre por la banda derecha y pásale al negro, cabrón", "vas pisando huevos, pringao"... Hombres-niño nunca responsables de sus vidas, ignorantes por vocación y con gusto, que se creen que la democracia es un regalo; los mismos que serían utilizados como carne de cañón por los políticos hipócritas y corruptos para defender los intereses de los banqueros y siniestros neocaciques podridos de dinero y su grotesca legión de cortesanos. ¡Que viva España y la virgen del Pilar, coño! ¡¡Goooooool.....!!
El monarca, de espaldas al telón, pronuncia otro discurso inflamado de retórica escrito por plumíferos a sueldo. Otra vez lo mismo: "nación moderna, unida y solidaria", "valores y principios que compartimos", "solidez de nuestras instituciones", bla, bla, bla... La escogida audiencia escucha entre reverente y somnolienta: unos pocos imbéciles incluso se creen lo que están escuchando. Desde sus casas, conectados a la tele, son muchos más los que se lo tragan. "¡Y qué guapo está el príncipe!". "¡Y qué vestido más mono lleva la reina!"...
Detrás del telón maniobran banqueros y siniestros neocaciques podridos de dinero, políticos hipócritas y corruptos, empresarios con chófer privado, mayordomo y dinero en paraísos fiscales que mandan a sus trabajadores al FOGASA, jueces con amistades peligrosas, leguleyos indecentes, intermediarios sin escrúpulos instalados en los arrabales del poder, brokers capaces de hacer un swap sobre sus madres, catedráticos casposos y fatuos, periodistas falsarios y de un engreimiento irrisorio, engañabobos "proactivos" y "asertivos" que se ganan la vida llamando al recreo "segmento de ocio", bufones del más variado pelaje dedicados a distraer a la chusma, 'hijos-de', 'hermanos-de', 'nietos-de' y 'otros-de' bien enchufados, chorizos infames (narcos, traficantes de personas, tratantes de armas...) convertidos en nuevos ricos, ex compañeros de pupitre y amiguetes del alma de los poderosos, 'señoras-de' multioperadas y cargadas de joyas y pellejos muertos, modelos descerebradas seducidas por chequeras potentes... Bótox, viagra, caviar y angulas de verdad (¡nada de vulgares sucedáneos!), pádel, coches de alta gama, par de golf, palco en el estadio, capeas y batidas de caza mayor, trajes a medida, cocaína de la buena, colegios de élite, putas de lujo en hoteles, costaleros VIPs en Semana Santa, abstinentes que hacen el sacrificio de comer marisco el Viernes Santo, crucifijos de oro (ya se sabe: bienaventurados los ricos porque ellos heredarán el reino de los cielos), "lo que hay que hacer es trabajar más y cobrar menos", "amáñame el concurso ese", "generamos sinergias para un monitoreo multidisciplinar de conflictos", "los calcetines dicen mucho de la clase de una persona"...
Y, mientras tanto, un montón de bobos pendientes sobre todo de las patadas a un balón del macarra semianalfabeto de turno: seres incívicos, fieles servidores de la tradición resumida en un trapo con colorines (da igual cuál de ellos), un torito atravesado por una espada (o con antorchas en los cuernos) y una estampa kitsch del santo patrón o de Jean-Claude Van Damme, indiferentes a la rapiña, la miseria ajena y la destrucción del entorno, devotos del capitalismo mientras éste les dé pan y circo. Carajillos, bollería industrial, asiento sucio en el fondo del estadio, colillas con carmín pisoteadas en el suelo, galgos ahorcados en un campo lleno de plomo, coches de alta cilindrada para fardar ante el vecino, visitas a putas baratas, lavadoras viejas tiradas al barranco, gritos de tertulianos rosas animando la cena, cadenitas de oro y tatuajes en caracteres chinos, cine B o incluso C, golpes de Thai-boxing en el gimnasio, insultos a la madre del árbitro que pita en el partido del niño, amenazas al profesor que lo suspende en el colegio público cada vez más convertido en gueto, "el trabajo, primero para los españoles", "corre por la banda derecha y pásale al negro, cabrón", "vas pisando huevos, pringao"... Hombres-niño nunca responsables de sus vidas, ignorantes por vocación y con gusto, que se creen que la democracia es un regalo; los mismos que serían utilizados como carne de cañón por los políticos hipócritas y corruptos para defender los intereses de los banqueros y siniestros neocaciques podridos de dinero y su grotesca legión de cortesanos. ¡Que viva España y la virgen del Pilar, coño! ¡¡Goooooool.....!!
viernes, 26 de noviembre de 2010
Profesor Galíndez: la razón por bandera
-... por lo que, en resumidas cuentas, no debe haber más guía válida en nuestras vidas que la de la razón, la única que auxilia a los hombres de corazón fuerte y mente clara, a los hombres con mayúsculas. Gracias a todos por vuestra asistencia.
Una salva de aplausos tronó en el salón de actos de la facultad. El profesor Galíndez se vio en un instante rodeado de una entusiasta turba de alumnos: unos se permitían exponer alguna duda; los menos, apostillar el discurso del brillante catedrático de Ética; la mayoría, sin embargo, se conformaba con un autógrafo o la simple cercanía física a tan egregio y reputado intelectual.
-Un discurso muy coherente y compacto, profesor -señalaba un cuarto de hora después, copa de cava en mano, el decano de la facultad.
-He querido inculcar a los chavales -explicó Galíndez, posando la mano que no sostenía el cava en el hombro casposo del decano -la necesidad de seguir aferrados al valor sagrado de la razón en estos tiempos tan proclives a lo irracional, a la vuelta a creencias acientíficas. No podemos arrojar por la borda toda esa lucha de siglos por el establecimiento del imperio de la razón. No, mi querido decano.
-Usted siempre tan lúcido y brillante -sentenció el decano con una sonrisa servil antes de apurar su primer vaso de espumoso.
Dos horas después, absolutamente ebrio, el profesor Galíndez se aprestaba a tomar un taxi para volver a su hotel. Era ya noche cerrada.
-Al Hotel Santa Catalina, por favor -dijo tras instalarse a duras penas en la parte de atrás del automóvil. La cabeza le daba vueltas. Abrió la ventanilla para sentir algo de fresco. -Aquí en las islas se vive muy bien, ¿verdad que sí? -inquirió con voz quebrada. -¿verdad?.
-Todo depende de si uno es un hombre o no -respondió el taxista, dándose la vuelta.
Galíndez observó con regocijo la estrambótica cara de aquel individuo, pero muy pronto la diversión se trocó en preocupación y, más tarde, en horrendo pánico.
-¿Qué está ocurriendo?, ¿qué me pasa? ¡Quiero bajarme! -gritó transido de pavor.
-Aún no hemos llegado -informó el taxista, volviendo a mirar hacia atrás.
Las circunvalaciones cerebrales del profesor registraban una frenética actividad: "Pensemos, razonemos. Ante todo, tranquilidad. Todas las cosas tienen una explicación racional. Este hombre tiene, sin lugar a dudas, el rostro de un équido; al menos así me parece. Claro, que es por completo imposible que esta visión sea real: lo que ocurre es que yo he bebido demasiado esta noche y me imagino cosas disparatadas. ¡Ay, el cerebro!: bien lubricado de alcohol o de cualquier otra droga, qué cosas más absurdas y grotescas nos pone ante los ojos... Debería beber menos, sí".
Galíndez se estiró y procuró relajarse. El taxi proseguía su camino por la avenida marítima. El puerto era una constelación de luces.
-Qué noche más agradable -volvió a señalar tras un par de minutos de silencio.
-Ya le digo -de nuevo el taxista le mostró su hocico negro, su potente dentadura y sus grandes orejas equinas-, depende de si uno es hombre o no.
"¡Qué juguetona está esta noche mi mente!", dijo para sus adentros el profesor. "Bueno, pero al fin y al cabo éste puede ser un juego divertido".
-¿Y usted qué es, hombre o ...? -se atrevió a preguntar.
-Soy un caballo, un caballo con el cuerpo y la inteligencia de un hombre, ¿a qué nunca ha conocido a nadie como yo?.
-No, no, qué va... Y menos en el gremio del taxi -respondió divertido.
-Tengo la impresión de que me está usted tomando a broma, ¿me equivoco?.
-En absoluto, caballero. Perdón, caballo... -Galíndez no pudo reprimir una sonora carcajada. No podía imaginarse que segundos más tarde una abundante y repentina micción mancharía sus pantalones. El taxista equino soltó un rebuzno estremecedor y pisó el acelerador a fondo. A una velocidad de vértigo, el coche se saltó un semáforo en rojo y se metió en dirección prohibida. Con la entrepierna mojada y los pelos de punta, el catedrático imploró piedad:
-¡Nos vamos a matar, por Dios, nos vamos a matar!...
... Galíndez se sintió traspasado a otro lugar. No sentía ningún dolor, sólo un ligero mareo y cierto escozor anal. Estaba en medio de una pradera plagada de flores. Varias personas con túnicas blancas paseaban apaciblemente. Alguien se aferraba a sus caderas con furia: el escozor era cada vez más molesto. No tardó entonces en descubrir que se encontraba desnudo, hincado de rodillas sobre el suelo y sodomizado por un individuo calvo de raza negra y complexión robusta. Intentó zafarse, pero no pudo evitar que aquel sujeto culminara con éxito su tarea. Apesadumbrado, el profesor se dejó caer boca abajo sobre la hierba. Creyó haber perdido el juicio. Dos mujeres enfundadas en túnicas blancas se le acercaron y le ayudaron a incorporarse. Una de ellas le hizo una reverencia y le palpó las sienes.
-Has pasado a formar parte de la Iglesia de los Actores del Eterno Tránsito. Ahora eres uno más entre nosotros -dijo la otra mujer entregándole una túnica y un par de sandalias. -Recibe esta prenda y este calzado como dispone el Hermano Mayor para todos los iniciados. Ahora, vístete como uno más y ven a conocer con nosotras al Hermano Mayor. Luego podrás comer e iniciar tu nueva vida como Actor del Eterno Tránsito.
Galíndez, alucinado y con el ánimo deshecho, se puso la túnica y las sandalias y se dejó llevar por las dos mujeres. Tras caminar unos quince minutos, en los que fue incapaz de articular una sola reflexión, llegaron a una gran mansión azul rodeada de jardines. A un lado pudo observar una piscina en la que mujeres desnudas se bañaban sin ningún pudor. Traspasaron una formidable puerta custodiada por dos fornidos mulatos igualmente desnudos y, una vez dentro, varias estancias y escaleras hasta arribar al lugar donde se encontraba el Hermano Mayor. Sentado en una hamaca que parecía de cristal, y rodeado de bellas mujeres de todas las razas -todas ellas tal cual vinieron al mundo-, el Hermano Mayor, un hombre joven de barbas rubias que lucía una túnica celeste, apagaba su sed con un extraño brebaje.
-Hermano Mayor, aquí tenéis al nuevo hermano -dijeron al unísono, antes de abandonar la estancia, las dos mujeres que le acompañaron.
-Vuestro nombre será Hiyutu. Bienvenido a nuestra Iglesia, querido hermano Hiyutu -el Hermano Mayor le miró de arriba abajo y, tras dar una palmadita en el culo a una bella oriental de su harén, dio un trago a su bebida.
-¿Qué significa esto, que Hiyutu ni qué pollas en vinagre?, ¿qué burla es ésta? -reaccionó furioso Galíndez.
El Hermano Mayor clavó sus ojos grises en los del catedrático. Las mujeres que le flanqueaban exhibieron un gesto de desaprobación y disgusto.
-¡No se os ocurra jamás volver a decir semejantes cosas en presencia mía y en este sagrado lugar si no queréis que la ira del Gran Generador se descargue sobre vuestro ridículo traje carnal!, ¿me habéis oído bien, hermano Hiyutu? -el Hermano Mayor posó su vaso con violencia sobre la mesa.
Galíndez perdió los estribos. Como un poseso se arrojó sobre el Hermano Mayor para estrangularlo. Ciego de ira, apretaba febrilmente el pescuezo de aquel personaje. Las jóvenes gritaban presas de la histeria.
-¡Te voy a matar!, ¡te voy a matar, hijo de la gran puta! -gritaba desaforado el profesor...
... -Profesor, por favor, profesor... -el rector de la Universidad de Jaramillo pugnaba por evitar que el catedrático acabara con la vida de tan alto dignatario. El revuelo era enorme en la sala de audiencias del palacio. Un ujier logró al fin reducir el enajenado erudito. Los fotógrafos y cámaras de televisión recogían con alborozo aquel insólito trance. El decano de Fisioterapia le propinó a Galíndez un bofetón que le hizo volver a la realidad. Con los ojos fuera de las órbitas, acertó a ver al Monarca -que respiraba aún con dificultad, rojo como un tomate-, a su esposa la Reina, al ministro de Cultura, al rector y los decanos, al Consejo Social en pleno... Todos estaban consternados. El rector vacilaba cabizbajo, incapaz de entender las razones de aquella absurda agresión...
... -Y yo aún soy incapaz de dar una respuesta coherente y compatible con la razón a aquellos sucesos de la pasada década que me sumieron durante años en una horrible y larga pesadilla... -el ex catedrático Galíndez, muy desmejorado por el paso del tiempo y el durísimo tratamiento psiquiátrico, tomó, antes de proseguir, un sorbo del vaso de agua que tenía frente a su mesa. -Aún así, sigo proclamando la superioridad intrínseca de la razón frente a cualquier otro método de abordaje de la realidad. Muchas gracias a todos.
Mientras se sucedían los emocionados aplausos al entrañable ex profesor, un joven que escuchaba la conferencia en la última fila de butacas se levantó y se dirigió resuelto hacia el estrado. Galíndez observó con pavor su rostro caballar.
-El próximo día 14 no debéis pasar por alto la gran verbena de disfraces de Carnaval en Políticas. Estáis todos invitados.
Galíndez no pudo escuchar completo el mensaje del dinámico representante estudiantil: su maltrecho corazón había dejado de latir.
Una salva de aplausos tronó en el salón de actos de la facultad. El profesor Galíndez se vio en un instante rodeado de una entusiasta turba de alumnos: unos se permitían exponer alguna duda; los menos, apostillar el discurso del brillante catedrático de Ética; la mayoría, sin embargo, se conformaba con un autógrafo o la simple cercanía física a tan egregio y reputado intelectual.
-Un discurso muy coherente y compacto, profesor -señalaba un cuarto de hora después, copa de cava en mano, el decano de la facultad.
-He querido inculcar a los chavales -explicó Galíndez, posando la mano que no sostenía el cava en el hombro casposo del decano -la necesidad de seguir aferrados al valor sagrado de la razón en estos tiempos tan proclives a lo irracional, a la vuelta a creencias acientíficas. No podemos arrojar por la borda toda esa lucha de siglos por el establecimiento del imperio de la razón. No, mi querido decano.
-Usted siempre tan lúcido y brillante -sentenció el decano con una sonrisa servil antes de apurar su primer vaso de espumoso.
Dos horas después, absolutamente ebrio, el profesor Galíndez se aprestaba a tomar un taxi para volver a su hotel. Era ya noche cerrada.
-Al Hotel Santa Catalina, por favor -dijo tras instalarse a duras penas en la parte de atrás del automóvil. La cabeza le daba vueltas. Abrió la ventanilla para sentir algo de fresco. -Aquí en las islas se vive muy bien, ¿verdad que sí? -inquirió con voz quebrada. -¿verdad?.
-Todo depende de si uno es un hombre o no -respondió el taxista, dándose la vuelta.
Galíndez observó con regocijo la estrambótica cara de aquel individuo, pero muy pronto la diversión se trocó en preocupación y, más tarde, en horrendo pánico.
-¿Qué está ocurriendo?, ¿qué me pasa? ¡Quiero bajarme! -gritó transido de pavor.
-Aún no hemos llegado -informó el taxista, volviendo a mirar hacia atrás.
Las circunvalaciones cerebrales del profesor registraban una frenética actividad: "Pensemos, razonemos. Ante todo, tranquilidad. Todas las cosas tienen una explicación racional. Este hombre tiene, sin lugar a dudas, el rostro de un équido; al menos así me parece. Claro, que es por completo imposible que esta visión sea real: lo que ocurre es que yo he bebido demasiado esta noche y me imagino cosas disparatadas. ¡Ay, el cerebro!: bien lubricado de alcohol o de cualquier otra droga, qué cosas más absurdas y grotescas nos pone ante los ojos... Debería beber menos, sí".
Galíndez se estiró y procuró relajarse. El taxi proseguía su camino por la avenida marítima. El puerto era una constelación de luces.
-Qué noche más agradable -volvió a señalar tras un par de minutos de silencio.
-Ya le digo -de nuevo el taxista le mostró su hocico negro, su potente dentadura y sus grandes orejas equinas-, depende de si uno es hombre o no.
"¡Qué juguetona está esta noche mi mente!", dijo para sus adentros el profesor. "Bueno, pero al fin y al cabo éste puede ser un juego divertido".
-¿Y usted qué es, hombre o ...? -se atrevió a preguntar.
-Soy un caballo, un caballo con el cuerpo y la inteligencia de un hombre, ¿a qué nunca ha conocido a nadie como yo?.
-No, no, qué va... Y menos en el gremio del taxi -respondió divertido.
-Tengo la impresión de que me está usted tomando a broma, ¿me equivoco?.
-En absoluto, caballero. Perdón, caballo... -Galíndez no pudo reprimir una sonora carcajada. No podía imaginarse que segundos más tarde una abundante y repentina micción mancharía sus pantalones. El taxista equino soltó un rebuzno estremecedor y pisó el acelerador a fondo. A una velocidad de vértigo, el coche se saltó un semáforo en rojo y se metió en dirección prohibida. Con la entrepierna mojada y los pelos de punta, el catedrático imploró piedad:
-¡Nos vamos a matar, por Dios, nos vamos a matar!...
... Galíndez se sintió traspasado a otro lugar. No sentía ningún dolor, sólo un ligero mareo y cierto escozor anal. Estaba en medio de una pradera plagada de flores. Varias personas con túnicas blancas paseaban apaciblemente. Alguien se aferraba a sus caderas con furia: el escozor era cada vez más molesto. No tardó entonces en descubrir que se encontraba desnudo, hincado de rodillas sobre el suelo y sodomizado por un individuo calvo de raza negra y complexión robusta. Intentó zafarse, pero no pudo evitar que aquel sujeto culminara con éxito su tarea. Apesadumbrado, el profesor se dejó caer boca abajo sobre la hierba. Creyó haber perdido el juicio. Dos mujeres enfundadas en túnicas blancas se le acercaron y le ayudaron a incorporarse. Una de ellas le hizo una reverencia y le palpó las sienes.
-Has pasado a formar parte de la Iglesia de los Actores del Eterno Tránsito. Ahora eres uno más entre nosotros -dijo la otra mujer entregándole una túnica y un par de sandalias. -Recibe esta prenda y este calzado como dispone el Hermano Mayor para todos los iniciados. Ahora, vístete como uno más y ven a conocer con nosotras al Hermano Mayor. Luego podrás comer e iniciar tu nueva vida como Actor del Eterno Tránsito.
Galíndez, alucinado y con el ánimo deshecho, se puso la túnica y las sandalias y se dejó llevar por las dos mujeres. Tras caminar unos quince minutos, en los que fue incapaz de articular una sola reflexión, llegaron a una gran mansión azul rodeada de jardines. A un lado pudo observar una piscina en la que mujeres desnudas se bañaban sin ningún pudor. Traspasaron una formidable puerta custodiada por dos fornidos mulatos igualmente desnudos y, una vez dentro, varias estancias y escaleras hasta arribar al lugar donde se encontraba el Hermano Mayor. Sentado en una hamaca que parecía de cristal, y rodeado de bellas mujeres de todas las razas -todas ellas tal cual vinieron al mundo-, el Hermano Mayor, un hombre joven de barbas rubias que lucía una túnica celeste, apagaba su sed con un extraño brebaje.
-Hermano Mayor, aquí tenéis al nuevo hermano -dijeron al unísono, antes de abandonar la estancia, las dos mujeres que le acompañaron.
-Vuestro nombre será Hiyutu. Bienvenido a nuestra Iglesia, querido hermano Hiyutu -el Hermano Mayor le miró de arriba abajo y, tras dar una palmadita en el culo a una bella oriental de su harén, dio un trago a su bebida.
-¿Qué significa esto, que Hiyutu ni qué pollas en vinagre?, ¿qué burla es ésta? -reaccionó furioso Galíndez.
El Hermano Mayor clavó sus ojos grises en los del catedrático. Las mujeres que le flanqueaban exhibieron un gesto de desaprobación y disgusto.
-¡No se os ocurra jamás volver a decir semejantes cosas en presencia mía y en este sagrado lugar si no queréis que la ira del Gran Generador se descargue sobre vuestro ridículo traje carnal!, ¿me habéis oído bien, hermano Hiyutu? -el Hermano Mayor posó su vaso con violencia sobre la mesa.
Galíndez perdió los estribos. Como un poseso se arrojó sobre el Hermano Mayor para estrangularlo. Ciego de ira, apretaba febrilmente el pescuezo de aquel personaje. Las jóvenes gritaban presas de la histeria.
-¡Te voy a matar!, ¡te voy a matar, hijo de la gran puta! -gritaba desaforado el profesor...
... -Profesor, por favor, profesor... -el rector de la Universidad de Jaramillo pugnaba por evitar que el catedrático acabara con la vida de tan alto dignatario. El revuelo era enorme en la sala de audiencias del palacio. Un ujier logró al fin reducir el enajenado erudito. Los fotógrafos y cámaras de televisión recogían con alborozo aquel insólito trance. El decano de Fisioterapia le propinó a Galíndez un bofetón que le hizo volver a la realidad. Con los ojos fuera de las órbitas, acertó a ver al Monarca -que respiraba aún con dificultad, rojo como un tomate-, a su esposa la Reina, al ministro de Cultura, al rector y los decanos, al Consejo Social en pleno... Todos estaban consternados. El rector vacilaba cabizbajo, incapaz de entender las razones de aquella absurda agresión...
... -Y yo aún soy incapaz de dar una respuesta coherente y compatible con la razón a aquellos sucesos de la pasada década que me sumieron durante años en una horrible y larga pesadilla... -el ex catedrático Galíndez, muy desmejorado por el paso del tiempo y el durísimo tratamiento psiquiátrico, tomó, antes de proseguir, un sorbo del vaso de agua que tenía frente a su mesa. -Aún así, sigo proclamando la superioridad intrínseca de la razón frente a cualquier otro método de abordaje de la realidad. Muchas gracias a todos.
Mientras se sucedían los emocionados aplausos al entrañable ex profesor, un joven que escuchaba la conferencia en la última fila de butacas se levantó y se dirigió resuelto hacia el estrado. Galíndez observó con pavor su rostro caballar.
-El próximo día 14 no debéis pasar por alto la gran verbena de disfraces de Carnaval en Políticas. Estáis todos invitados.
Galíndez no pudo escuchar completo el mensaje del dinámico representante estudiantil: su maltrecho corazón había dejado de latir.
jueves, 18 de noviembre de 2010
De vuelta
Mi coche avanza por la autovía. Decenas de faros resplandecientes vienen a mi encuentro, desfilan veloces ante mis ojos para luego perderse rumbo a la gran ciudad; detrás de esas luces pueblan seres desconocidos, ajenos a mí, que no llorarán mi muerte. Jirones de nubes rosadas coronan perfiles montañosos que ya empiezan a difuminarse, a ser tragados nuevamente por la noche (me dispongo a conocer otra: ya son más de 15 mil). Estoy solo. La radio está encendida. Mi coche se mueve. La Tierra gira. El Universo se expande. Voy dejando atrás edificios de oficinas vacíos, oscuros solares poblados por matojos que no existirán el año próximo, trozos de asfalto que algún día fueron vida, tristes farolas oxidadas, piedras abandonadas a su suerte desde hace millones de años, fríos rótulos luminosos que no sienten ni padecen, árboles fijados al mismo suelo en que nacieron y morirán. En algunas casas hay ventanas iluminadas, gente que también desconoce mi existencia...
... Una línea de luz se dibuja en el suelo. Hay un rumor al otro lado. Abro la puerta y veo a mi hijo sentado en el salón, llevándose a la boca un trocito de fruta. Veo en sus gestos algo de mí. Él sí lloraría mi muerte. Ya estoy en casa.
... Una línea de luz se dibuja en el suelo. Hay un rumor al otro lado. Abro la puerta y veo a mi hijo sentado en el salón, llevándose a la boca un trocito de fruta. Veo en sus gestos algo de mí. Él sí lloraría mi muerte. Ya estoy en casa.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Ladero Cortina, la nueva voz de España
Martín Ladero Cortina no dormía nada bien desde hacía un tiempo. No obstante, su acusada hipocondría lo había disuadido de ponerse en manos de un especialista. Pero su estado ya era alarmante: había empezado a soñar con tertulias radiofónicas en las que ora condenaba por "notoria y señaladamente roma" la utilización de un sistema 5-4-1 por el combinado futbolístico nacional, ora alertaba acerca de los riesgos de la globalización sobre la pesca en el Sella, ora defendía la audaz adscripción de la lengua vasca al tronco semítico "dadas sus indudables conexiones con los dialectos prenormandos de la antigua estepa jurásica", ora abogaba por una reducción en el tipo de descuento interbancario del orden del punto y tres cuartos con una contracción paralela del "excesivamente modulado" coeficiente de caja, ora ponía en tela de juicio por "desfase protoempírico" las últimas investigaciones trasalpinas en materia de fusión nuclear, ora enriquecía el debate sobre el terrorismo tildando a los etarras de "putas ratas malditas sin entrañas que no conocen ni a sus putas madres", ora exponía con elegantes pinceladas -"proverbial y adusto, como nos tiene acostumbrados"- las excelencias del primer opúsculo de un filósofo rumano reseñado por error en la Guía del Ocio.
La severa admonición de su esposa ante el deterioro nocturno de su ya de por sí irregular función renal le hizo dirigir sus pies hacia la consulta del reputado psicoanalista y esoterólogo Gracio Hellner, recién estrenada su doble nacionalidad con su incorporación a uno de los más brillantes espacios culturales de la televisión pública.
-Respire hondo, don Martín, respire... -auscultábale Hellner con un magnetizador multivariante de potasio de última generación importado de Venezuela- Elimine las sinergias negativistas que taponan el libre fluir de su ying interno al espacio multidimensional.
-¿Lo superaré, doctor? -inquirió, acongojado hasta la médula y haciendo acopio de todo su arrojo, Ladero Cortina.
-Desde luego que sí, pero tendrá que poner de su parte.
-¿Y qué tengo qué hacer?
-Combustión aeróbica, no más que eso.
Tras abonar las 60.000 pesetas de la consulta, Ladero Cortina fue a comprarse un chándal. Al día siguiente iniciaría su actividad aeróbica. Pero esa noche ocurrió algo determinante. Había apagado la luz de la mesilla de noche cuando, segundos antes de la llegada de su mujer procedente del dormitorio del atento estudiante de Morfología del 3º, una entidad espectral con la apariencia del Capitán Trueno surgió de entre las tinieblas:
-Vete mañana temprano a hablar con el director de Radio España. Dile que vienes de mi parte. ¡Vas a mostrar a todo el país lo que vale un peine, cojones! -dijo antes de replegarse en su capa y esfumarse.
Ladero Cortina acababa de descubrir por fin la grandeza de la tarea que le había sido encargada. Al día siguiente marchó a la emisora. Temía que unos cursos a distancia de alicatado y otros de pintura a chorro realizados años atrás pudieran interponerse en su meta, pero, afortunadamente, no fue considerada cualificación suficiente para cerrarle las puertas de esa fascinante misión. Sendos cursos de dicción burgalesa y entonación sincopada y una gymkana de dos semanas en Los Monegros lo catapultaron a su nuevo trabajo. Volvió a dormir como un niño. Ya nada le quitaría el sueño, ni siquiera su ulterior nombramiento como portavoz del Ejecutivo.
La severa admonición de su esposa ante el deterioro nocturno de su ya de por sí irregular función renal le hizo dirigir sus pies hacia la consulta del reputado psicoanalista y esoterólogo Gracio Hellner, recién estrenada su doble nacionalidad con su incorporación a uno de los más brillantes espacios culturales de la televisión pública.
-Respire hondo, don Martín, respire... -auscultábale Hellner con un magnetizador multivariante de potasio de última generación importado de Venezuela- Elimine las sinergias negativistas que taponan el libre fluir de su ying interno al espacio multidimensional.
-¿Lo superaré, doctor? -inquirió, acongojado hasta la médula y haciendo acopio de todo su arrojo, Ladero Cortina.
-Desde luego que sí, pero tendrá que poner de su parte.
-¿Y qué tengo qué hacer?
-Combustión aeróbica, no más que eso.
Tras abonar las 60.000 pesetas de la consulta, Ladero Cortina fue a comprarse un chándal. Al día siguiente iniciaría su actividad aeróbica. Pero esa noche ocurrió algo determinante. Había apagado la luz de la mesilla de noche cuando, segundos antes de la llegada de su mujer procedente del dormitorio del atento estudiante de Morfología del 3º, una entidad espectral con la apariencia del Capitán Trueno surgió de entre las tinieblas:
-Vete mañana temprano a hablar con el director de Radio España. Dile que vienes de mi parte. ¡Vas a mostrar a todo el país lo que vale un peine, cojones! -dijo antes de replegarse en su capa y esfumarse.
Ladero Cortina acababa de descubrir por fin la grandeza de la tarea que le había sido encargada. Al día siguiente marchó a la emisora. Temía que unos cursos a distancia de alicatado y otros de pintura a chorro realizados años atrás pudieran interponerse en su meta, pero, afortunadamente, no fue considerada cualificación suficiente para cerrarle las puertas de esa fascinante misión. Sendos cursos de dicción burgalesa y entonación sincopada y una gymkana de dos semanas en Los Monegros lo catapultaron a su nuevo trabajo. Volvió a dormir como un niño. Ya nada le quitaría el sueño, ni siquiera su ulterior nombramiento como portavoz del Ejecutivo.
martes, 9 de noviembre de 2010
Hobbes, porteros de discoteca, hooligans y voladuras benéficas
Coincido con Adam Smith en que no es "la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero", sino su mero interés, lo que hace que podamos disponer cada día de alimentos en la tienda o el supermercado. Como además soy hobbesiano, voy incluso más allá: no es la benevolencia del prójimo, sino el poder coercitivo y punitivo del Estado, lo que me permite pasear tranquilamente por la calle y estar relativamente seguro en mi hogar. No me trago esa sandez anarquista de "vaciemos las cárceles": si eso ocurriera, yo sería el primero en huir del país o atrincherarme en mi casa provisto de una buena escopeta de cañones recortados. En el trullo debería haber incluso más gente, sobre todo tanto rufián enchaquetado con amiguitos en cargos públicos, animales disecados en casa y esposas adosadas a un visón.
Y es que la maldad y, sobre todo, la estupidez ajenas son elementos que deben tenerse siempre en cuenta para evitarse muchos disgustos en la vida: que se lo digan si no al Cándido de Voltaire... El pensamiento buenista yerra en no tomarlos como constantes de la conducta humana, como elementos no erradicables dada la naturaleza de nuestra especie (en el resto de los primates parece que ocurre algo parecido). Lo cierto es que la convivencia sería un infierno si el orden social se derrumbara y hubiese que confiar exclusivamente en la buena voluntad del prójimo -y no en el aparato coercitivo y punitivo de un Estado democrático- para andar por la vida sin problemas: no me cabe la menor duda de que el mundo se convertiría en algo parecido al 'Mad Max' de Mel Gibson o a 'La carretera' de Cormac McCarthy. La moralidad se disolvería como azucarillo en leche caliente, por mucho capital social que tenga un país (más en Suecia que en España, y más en nuestro país que en Guatemala).
No hace falta recurrir a la ficción, ya que ahí tenemos el caso de la Yugoslavia de principios de los años 90 (por poner un ejemplo cultural y temporalmente cercano). Gente que conocía aquel país no salía de su asombro al enterarse de las atrocidades allí perpetradas. Quizá no se fijaron bien en el comportamiento de los porteros de discoteca o de los hooligans futboleros. Porque, no nos engañemos, en todos los sitios hay un cierto número de potenciales asesinos y torturadores que no pasan de la potencia al acto hasta que no se dan las circunstancias propicias para ello; si se dieran, si se resquebrajase el orden democrático o estallara el caos, no se portarían mejor que Ratko Mladic (que en paz descanse muy pronto). O sea, que más vale que nunca salgan de la puerta de la discoteca o del fondo sur del estadio para ponerse al frente de un control de carretera o de una brigada paramilitar...
Afortunadamente, los malos son una minoría, pero lo suficiente -con el inestimable auxilio de la amplia legión de estúpidos- como para amargar la existencia al resto de la humanidad. Los buenos son más numerosos que los malos, pero estos últimos suelen ser más poderosos. Por eso, si se diera la circunstancia sumamente improbable de tener juntos bajo un mismo techo a Mladic, a los gorilas que matan o dejan en coma a periodistas en Rusia -y a quienes les pagan-, a los otros primates que matan y descuartizan en México -y a sus respectivos jefes-, al amigo guineano de Bono, a la cúpula de Al Qaeda y a la junta militar birmana en pleno (no he pretendido ser exhaustivo), y alguien decidiera que volasen al cielo, no seré yo quien se lo afee.
Y es que la maldad y, sobre todo, la estupidez ajenas son elementos que deben tenerse siempre en cuenta para evitarse muchos disgustos en la vida: que se lo digan si no al Cándido de Voltaire... El pensamiento buenista yerra en no tomarlos como constantes de la conducta humana, como elementos no erradicables dada la naturaleza de nuestra especie (en el resto de los primates parece que ocurre algo parecido). Lo cierto es que la convivencia sería un infierno si el orden social se derrumbara y hubiese que confiar exclusivamente en la buena voluntad del prójimo -y no en el aparato coercitivo y punitivo de un Estado democrático- para andar por la vida sin problemas: no me cabe la menor duda de que el mundo se convertiría en algo parecido al 'Mad Max' de Mel Gibson o a 'La carretera' de Cormac McCarthy. La moralidad se disolvería como azucarillo en leche caliente, por mucho capital social que tenga un país (más en Suecia que en España, y más en nuestro país que en Guatemala).
No hace falta recurrir a la ficción, ya que ahí tenemos el caso de la Yugoslavia de principios de los años 90 (por poner un ejemplo cultural y temporalmente cercano). Gente que conocía aquel país no salía de su asombro al enterarse de las atrocidades allí perpetradas. Quizá no se fijaron bien en el comportamiento de los porteros de discoteca o de los hooligans futboleros. Porque, no nos engañemos, en todos los sitios hay un cierto número de potenciales asesinos y torturadores que no pasan de la potencia al acto hasta que no se dan las circunstancias propicias para ello; si se dieran, si se resquebrajase el orden democrático o estallara el caos, no se portarían mejor que Ratko Mladic (que en paz descanse muy pronto). O sea, que más vale que nunca salgan de la puerta de la discoteca o del fondo sur del estadio para ponerse al frente de un control de carretera o de una brigada paramilitar...
Afortunadamente, los malos son una minoría, pero lo suficiente -con el inestimable auxilio de la amplia legión de estúpidos- como para amargar la existencia al resto de la humanidad. Los buenos son más numerosos que los malos, pero estos últimos suelen ser más poderosos. Por eso, si se diera la circunstancia sumamente improbable de tener juntos bajo un mismo techo a Mladic, a los gorilas que matan o dejan en coma a periodistas en Rusia -y a quienes les pagan-, a los otros primates que matan y descuartizan en México -y a sus respectivos jefes-, al amigo guineano de Bono, a la cúpula de Al Qaeda y a la junta militar birmana en pleno (no he pretendido ser exhaustivo), y alguien decidiera que volasen al cielo, no seré yo quien se lo afee.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Ley moral, sinfonía cósmica y encuentros rutinarios en el metro
Kant decía que había dos cosas que le maravillaban: "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí". Esa expresión da por sentado que hay una frontera entre el dentro y el fuera, algo que resulta obvio para cualquier ser vivo consciente: como dice el escritor canario Rafael-José Díaz, estamos "rodeados de lo que no somos, irremediablemente encerrados en aquello que somos".
Pero la Física nos enseña que estamos hechos de los mismos materiales que las estrellas, que no dejamos de ser polvo estelar consciente de sí mismo y autónomo durante un periodo de tiempo relativamente efímero: o sea, que nuestros cuerpos y la ley moral que sentía Kant -y que podemos sentir el lector de estas líneas y yo- tienen los mismos mimbres que el cielo estrellado que veían los ojos del filósofo alemán, al igual que una flor, un cocodrilo, una persiana o un meteorito.
Acaso esa ley moral sea una consecuencia necesaria de la evolución del Universo conforme a las constantes que lo rigen desde el big bang, como también lo sean todas las hojas, los sueños, los hipopótamos o los cometas. O puede que esa ley sea un principio latente en las fuerzas físicas que operan en el Cosmos. Incluso podríamos identificarla con la gran sinfonía cósmica, fruto de la vibración conjunta de las finísimas pero inmensas cuerdas que según algunos físicos informan el Universo. Toda castaña, nutria, planeta, poema o canción no dejaría de ser una variación de esa sinfonía cósmica infinita. ¿Serán pues todas las cosas meras notas de esa invisible y misteriosa ley moral, esa música del Universo a la que también podríamos llamar Matemática, Brahman o Dios?...
A veces pienso que todos y cada uno de los fresnos, de los osos polares, de las nubes y de los ciclones siempre han existido y no dejarán de hacerlo: hay que ir a encontrarlos en recovecos de la espuma de sucesos del espacio-tiempo. Igual ocurre con todos los sueños, los pensamientos y los momentos; incluso los más triviales, los que parecen acabar disolviéndose como azucarillos en las aguas agitadas del tiempo, esos encuentros rutinarios en el metro con desconocidos de los que nunca te acordarás (de ellos habla Txe Peligro en su blog). Lo cierto es que nada de eso se borra porque siempre ha estado ahí eternamente, antes y después de desfilar ante nuestra conciencia.
Así que en algún lugar del Universo, o del Multiverso, deben estar íntegramente (no dañados ni destruidos por el olvido) nuestro sexto cumpleaños, aquel sueño infantil en el que volábamos como pájaros sobre la ciudad, nuestros pensamientos del 7 de noviembre de 1987 o aquella fugaz mirada en el tren a un extraño el 20 de septiembre de 1998. Lo que pasa es que no podemos volver a ellos con nuestra conciencia individual, condenada a seguir la flecha del tiempo con una mochila llena de frágiles recuerdos a sus espaldas. Pero, ¿existirá una conciencia cósmica (ley moral en estado puro) que sí lo permita?...
Pero la Física nos enseña que estamos hechos de los mismos materiales que las estrellas, que no dejamos de ser polvo estelar consciente de sí mismo y autónomo durante un periodo de tiempo relativamente efímero: o sea, que nuestros cuerpos y la ley moral que sentía Kant -y que podemos sentir el lector de estas líneas y yo- tienen los mismos mimbres que el cielo estrellado que veían los ojos del filósofo alemán, al igual que una flor, un cocodrilo, una persiana o un meteorito.
Acaso esa ley moral sea una consecuencia necesaria de la evolución del Universo conforme a las constantes que lo rigen desde el big bang, como también lo sean todas las hojas, los sueños, los hipopótamos o los cometas. O puede que esa ley sea un principio latente en las fuerzas físicas que operan en el Cosmos. Incluso podríamos identificarla con la gran sinfonía cósmica, fruto de la vibración conjunta de las finísimas pero inmensas cuerdas que según algunos físicos informan el Universo. Toda castaña, nutria, planeta, poema o canción no dejaría de ser una variación de esa sinfonía cósmica infinita. ¿Serán pues todas las cosas meras notas de esa invisible y misteriosa ley moral, esa música del Universo a la que también podríamos llamar Matemática, Brahman o Dios?...
A veces pienso que todos y cada uno de los fresnos, de los osos polares, de las nubes y de los ciclones siempre han existido y no dejarán de hacerlo: hay que ir a encontrarlos en recovecos de la espuma de sucesos del espacio-tiempo. Igual ocurre con todos los sueños, los pensamientos y los momentos; incluso los más triviales, los que parecen acabar disolviéndose como azucarillos en las aguas agitadas del tiempo, esos encuentros rutinarios en el metro con desconocidos de los que nunca te acordarás (de ellos habla Txe Peligro en su blog). Lo cierto es que nada de eso se borra porque siempre ha estado ahí eternamente, antes y después de desfilar ante nuestra conciencia.
Así que en algún lugar del Universo, o del Multiverso, deben estar íntegramente (no dañados ni destruidos por el olvido) nuestro sexto cumpleaños, aquel sueño infantil en el que volábamos como pájaros sobre la ciudad, nuestros pensamientos del 7 de noviembre de 1987 o aquella fugaz mirada en el tren a un extraño el 20 de septiembre de 1998. Lo que pasa es que no podemos volver a ellos con nuestra conciencia individual, condenada a seguir la flecha del tiempo con una mochila llena de frágiles recuerdos a sus espaldas. Pero, ¿existirá una conciencia cósmica (ley moral en estado puro) que sí lo permita?...
sábado, 23 de octubre de 2010
Grin Palacios: de las armas a la pluma
El comandante retirado Pascual Grin Palacios tomó su viejo catalejo de vigía y dirigió su mirada hacia el parque de abajo. Sus ojos no tardaron en confirmarle la desgracia: era el fin, no había espacio alguno para la duda. Grin enfundó el catalejo, se puso encima la bufanda y abandonó el piso con un aspecto muy sombrío, desde luego nada reñido con la gravedad de la situación. Al abrir la puerta que daba a la calle sintió un golpe de calor que le hizo recordar que se encontraba en pleno mes de julio y en tierras del hemisferio norte. Decidió volver tras sus pasos para dejar la bufanda en casa, pero apenas salvados algunos peldaños advirtió lo inútil de ese acto. Se deshizo de la bufanda con rabia, como quien se zafa de una alimaña, y entonces no dejó pasar la ocasión de ensañarse con la odiada prenda otrora tan estimada. Tras haberla desgarrado y pisoteado lo suficiente, el comandante retirado Grin volvió a abrir la puerta de la calle. Se irguió y avanzó hacia el lugar donde debía llevar a término una dolorosa, pero no por ello menos necesaria, reválida de su hombría. Se llevó ceremoniosamente la mano al bolsillo derecho, donde solo pudo sentir el tacto de su juego de llaves: su proverbial despiste volvía a traicionarle. Subió las escaleras a un paso inhabitual para un hombre de su edad y agarró la indispensable herramienta. Ahora sí que estaba totalmente preparado...
-Buenos días, joven. Tengo algo para usted –Grin sacó una pistola de su bolsillo para espanto del joven y de su hermosa acompañante.
-Cariño, ¿te has vuelto loco? –la bella mujer se interpuso entre el joven y el comandante retirado. -¿Qué haces, Dios mío?.
-Con Grin Palacios no se juega, voy a hacer justicia... –el veterano militar levantó el arma y apuntó al tándem conformado por la fémina –por otra parte, su esposa- y el joven, quien ante el cariz de la amenaza, y conocedor por su amante de ciertas disfunciones de la personalidad del agresor, decidió jugárselo todo a una carta.
-Oiga, yo le conozco, es uno de mis escritores favoritos. Qué placer toparme con el mismísimo Graham Greene. Es usted, ¿no?. Sí, sí, lo es...
Grin esbozó una sonrisa. Bajó la pistola y se dejó querer.
-¿De veras me ha reconocido?...
-Claro, es usted inconfundible, Mr. Greene. Me he leído casi todas sus novelas. Especial cariño tengo por El factor humano, maravillosa muestra de su sensibilidad y su inquietud social.
-Es una buena novela, muy humana... – Grin devolvió la pistola a su bolsillo. – Me gusta lo humano...
-¿Y qué decir de El americano impasible, otro tanto de lo mismo?.
-Es difícil permanecer impasible ante esta obra mía, lo admito...
-¿Podría firmarme un autógrafo, Mr. Greene?
-Con mucho gusto, joven. ¿Tiene usted lápiz y bolígrafo?...
El comandante retirado Grin se sintió rejuvenecido. Era tanta su satisfacción por el público y sincero reconocimiento –debía remontarse mucho tiempo atrás, a sus tiempos en la comandancia de marina de Melilla, para hallar un acto de semejante naturaleza- que optó por minimizar la infidelidad de su esposa. "Al fin y al cabo, ella es una mujer joven y atractiva", pensaba, "y yo no dejo de ser un hombre mayor y achacoso, aunque eso sí, un gran novelista y un intelectual de peso".
-¿A qué se dedica ese amable joven, Palomita? –le preguntó al día siguiente, a la hora de la cena, frente a un plato de pisto precocinado.
-Es periodista, trabaja en una emisora de radio.
-No me importaría que me llamara de su emisora para charlar con sus oyentes de literatura o de lo que sea, de todo lo divino y de lo humano, de lo pasible y lo impasible.
-Hablaré con él, no te preocupes.
-¿Pensaban que había muerto? Pues se equivocan... Hoy presentamos a nuestra audiencia de Invertido el último nada más y nada menos que a quien se proclama el verdadero Graham Greene. Mr. Greene, buenas tardes...
-Muy buenas, un saludo a todos de mi parte.
-Mr. Greene, gran escritor británico, amante de España y autor de auténticos clásicos de la literatura del siglo XX. ¿Qué tal está entre nosotros?.
-Bien, un poco de calor, eso sí.
-¿Quiere enviar algún mensaje en particular a su legión de seguidores en nuestro país?.
-Sí, tengan cuidado al cruzar la calle. Los atropellos están a la orden del día. Más vale esperar a que se ponga verde el semáforo, y esto se lo digo en particular a los chavales, a los más jóvenes. Se lo dice alguien con experiencia, con mucho rodaje en la vida. Háganme caso, por favor...
El comandante retirado Pascual Grin Palacios fue internado días más tarde en una quinta de reposo de la huerta murciana. Allí transcurrieron los últimos años de su existencia, en medio del calor y de la admiración de sus compañeros de centro. Su viuda contrajo matrimonio poco tiempo después con el periodista radiofónico de moda.
-Buenos días, joven. Tengo algo para usted –Grin sacó una pistola de su bolsillo para espanto del joven y de su hermosa acompañante.
-Cariño, ¿te has vuelto loco? –la bella mujer se interpuso entre el joven y el comandante retirado. -¿Qué haces, Dios mío?.
-Con Grin Palacios no se juega, voy a hacer justicia... –el veterano militar levantó el arma y apuntó al tándem conformado por la fémina –por otra parte, su esposa- y el joven, quien ante el cariz de la amenaza, y conocedor por su amante de ciertas disfunciones de la personalidad del agresor, decidió jugárselo todo a una carta.
-Oiga, yo le conozco, es uno de mis escritores favoritos. Qué placer toparme con el mismísimo Graham Greene. Es usted, ¿no?. Sí, sí, lo es...
Grin esbozó una sonrisa. Bajó la pistola y se dejó querer.
-¿De veras me ha reconocido?...
-Claro, es usted inconfundible, Mr. Greene. Me he leído casi todas sus novelas. Especial cariño tengo por El factor humano, maravillosa muestra de su sensibilidad y su inquietud social.
-Es una buena novela, muy humana... – Grin devolvió la pistola a su bolsillo. – Me gusta lo humano...
-¿Y qué decir de El americano impasible, otro tanto de lo mismo?.
-Es difícil permanecer impasible ante esta obra mía, lo admito...
-¿Podría firmarme un autógrafo, Mr. Greene?
-Con mucho gusto, joven. ¿Tiene usted lápiz y bolígrafo?...
El comandante retirado Grin se sintió rejuvenecido. Era tanta su satisfacción por el público y sincero reconocimiento –debía remontarse mucho tiempo atrás, a sus tiempos en la comandancia de marina de Melilla, para hallar un acto de semejante naturaleza- que optó por minimizar la infidelidad de su esposa. "Al fin y al cabo, ella es una mujer joven y atractiva", pensaba, "y yo no dejo de ser un hombre mayor y achacoso, aunque eso sí, un gran novelista y un intelectual de peso".
-¿A qué se dedica ese amable joven, Palomita? –le preguntó al día siguiente, a la hora de la cena, frente a un plato de pisto precocinado.
-Es periodista, trabaja en una emisora de radio.
-No me importaría que me llamara de su emisora para charlar con sus oyentes de literatura o de lo que sea, de todo lo divino y de lo humano, de lo pasible y lo impasible.
-Hablaré con él, no te preocupes.
-¿Pensaban que había muerto? Pues se equivocan... Hoy presentamos a nuestra audiencia de Invertido el último nada más y nada menos que a quien se proclama el verdadero Graham Greene. Mr. Greene, buenas tardes...
-Muy buenas, un saludo a todos de mi parte.
-Mr. Greene, gran escritor británico, amante de España y autor de auténticos clásicos de la literatura del siglo XX. ¿Qué tal está entre nosotros?.
-Bien, un poco de calor, eso sí.
-¿Quiere enviar algún mensaje en particular a su legión de seguidores en nuestro país?.
-Sí, tengan cuidado al cruzar la calle. Los atropellos están a la orden del día. Más vale esperar a que se ponga verde el semáforo, y esto se lo digo en particular a los chavales, a los más jóvenes. Se lo dice alguien con experiencia, con mucho rodaje en la vida. Háganme caso, por favor...
El comandante retirado Pascual Grin Palacios fue internado días más tarde en una quinta de reposo de la huerta murciana. Allí transcurrieron los últimos años de su existencia, en medio del calor y de la admiración de sus compañeros de centro. Su viuda contrajo matrimonio poco tiempo después con el periodista radiofónico de moda.
viernes, 15 de octubre de 2010
Ante el dolor y la muerte
Al final nos espera la muerte, esa es una realidad impepinable. Y el dolor siempre está acechándonos aunque nos dé tregua de vez en cuando. Lo cierto es que solo muere quien vive, por lo que no debemos considerar la muerte como una derrota. Es como cuando vas al cine: ¿es una derrota que al final termine la película y salgan los títulos de crédito?... Con el sufrimiento, igual: está ahí por el mero hecho de vivir con apego a uno mismo y a los seres queridos en un escenario donde hay necesidad (de comer, beber, protegerse del frío...), riesgo (de que te cortes con un cuchillo, te caiga un rayo, ingieras una ameba...), pelea (con nuestros congéneres y, cada vez menos, con otros animales) e incertidumbre (nunca sabes con certeza lo que te aguarda el mañana).
Hay que ser siempre conscientes de que el final de la vida propia llegará algún día, y de que el sufrimiento no dejará de golpearnos periódicamente para reaparecer probablemente con su mayor virulencia en los últimos instantes. Ante ello caben varias opciones: el no pensar (tipo 1), el autoengaño (tipo 2) o el intento de entender (tipo 3). Creo que lo primero y lo segundo son un error, porque no te pillan preparados para los momentos malos cuando estos llegan.
La mejor preparación consiste, a mi juicio, en intentar comprender dónde estamos, quiénes somos, cómo somos, de dónde venimos y adónde vamos; en procurar arrojar algo de luz sobre esos enigmas con el auxilio de la razón, de la experiencia (propia y ajena) y de la intuición, confiando en la ciencia sin desdeñar el poder iluminador de la meditación, la contemplación e incluso el arte. Y en hacerlo ya desde la juventud, sin esperar a la llegada de la edad madura.
Pienso que no se trata de "dar sentido o tratar de explicar el valor que ese sufrimiento puede tener" (Agus Alonso-G. dixit), sino de asumirlo totalmente como algo propio de un mundo físico hecho con estos mimbres y de acercarse a su comprensión objetiva con las herramientas antes señaladas. Eso sí, siendo conscientes de que la tarea no llegará seguramente a completarse; lo que no debe desalentarnos, puesto que el solo hecho de caminar por la senda del conocimiento -y al mismo tiempo de la aceptación del mundo, empezando por la de uno mismo- ya es una fuente de satisfacción y consuelo. El budismo, en su concepción más intelectual (dejando aparte el folclore de estatuillas, reencarnaciones y supersticiones varias), parece tener mucho que ver con esta senda.
Lo cierto es que la religiosidad suele ser casi siempre del tipo 2, generalmente asociada al cómodo tipo 1: una buena muestra del infantilismo humano y de la fuerza del miedo (poderoso caballero). No obstante, hay también casos (minoritarios, desde luego) de religiosidad del tipo 3, y no sólo en el budismo genuino sino también en otras confesiones: para ellos prefiero usar la etiqueta nada infantil de espiritualidad. Ahí es donde creo que Agus y yo, andando desde direcciones diferentes, ya nos hemos encontrado.
Hay que ser siempre conscientes de que el final de la vida propia llegará algún día, y de que el sufrimiento no dejará de golpearnos periódicamente para reaparecer probablemente con su mayor virulencia en los últimos instantes. Ante ello caben varias opciones: el no pensar (tipo 1), el autoengaño (tipo 2) o el intento de entender (tipo 3). Creo que lo primero y lo segundo son un error, porque no te pillan preparados para los momentos malos cuando estos llegan.
La mejor preparación consiste, a mi juicio, en intentar comprender dónde estamos, quiénes somos, cómo somos, de dónde venimos y adónde vamos; en procurar arrojar algo de luz sobre esos enigmas con el auxilio de la razón, de la experiencia (propia y ajena) y de la intuición, confiando en la ciencia sin desdeñar el poder iluminador de la meditación, la contemplación e incluso el arte. Y en hacerlo ya desde la juventud, sin esperar a la llegada de la edad madura.
Pienso que no se trata de "dar sentido o tratar de explicar el valor que ese sufrimiento puede tener" (Agus Alonso-G. dixit), sino de asumirlo totalmente como algo propio de un mundo físico hecho con estos mimbres y de acercarse a su comprensión objetiva con las herramientas antes señaladas. Eso sí, siendo conscientes de que la tarea no llegará seguramente a completarse; lo que no debe desalentarnos, puesto que el solo hecho de caminar por la senda del conocimiento -y al mismo tiempo de la aceptación del mundo, empezando por la de uno mismo- ya es una fuente de satisfacción y consuelo. El budismo, en su concepción más intelectual (dejando aparte el folclore de estatuillas, reencarnaciones y supersticiones varias), parece tener mucho que ver con esta senda.
Lo cierto es que la religiosidad suele ser casi siempre del tipo 2, generalmente asociada al cómodo tipo 1: una buena muestra del infantilismo humano y de la fuerza del miedo (poderoso caballero). No obstante, hay también casos (minoritarios, desde luego) de religiosidad del tipo 3, y no sólo en el budismo genuino sino también en otras confesiones: para ellos prefiero usar la etiqueta nada infantil de espiritualidad. Ahí es donde creo que Agus y yo, andando desde direcciones diferentes, ya nos hemos encontrado.
domingo, 10 de octubre de 2010
Progresismo e izquierda
Aprovechando que le han dado el Nobel a Vargas Llosa, no viene mal replantearse la definición de progresismo. Algunos dicen que el premiado es un conservador, mientras otros -con menos tino aún- aseguran que se trata de un reaccionario. Por otra parte -permítaseme la digresión- están quienes sostienen que García Márquez es mejor escritor (aseveración que muchas veces se hace sin haber leído a Vargas, e incluso sin haber leído a ambos).
Desde luego, Vargas Llosa no es un conservador ni un derechista: no puede serlo quien defiende cosas como el laicismo, la legalización de las drogas, el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio (o como se quiera llamar) y el derecho de todo hombre o mujer a hacer en la cama lo que quiera con quien quiera siempre que sea mutuamente consentido. El hispano-peruano es, como bien dice el diputado popular José María Lassalle, un "liberal a secas", o sea la antítesis de un conservador: dicho de otro modo, un auténtico progresista (yo incluso diría que un izquierdista de verdad).
Porque ser progresista es defender un sistema político que permita a los individuos desarrollar su vida como quieran, siempre que el ejercicio de esa libertad no colisione con los derechos de otros (el vertido de lavadoras a barrancos, la circulación a 200 km/h, la ablación del clítoris o la tauromaquia son algunos ejemplos de esa colisión). Ello supone recelar siempre de la tradición, que suele ser la mejor coartada de la barbarie; y, también, sacar las religiones del espacio público, para que sólo conciernan a quienes decidan practicarlas.
Ser progresista es considerar innegociable la libertad de expresión y de culto (o no culto), así como abominar de cualquier discriminación por razón de raza, etnia, sexo, religión (o no religión), ideología u orientación sexual. Y, por supuesto, ser antinacionalista sin ambages.
Es defender un sistema basado en la igualdad de oportunidades, no para asegurar que todas las personas lleguen juntas a una misma meta (¡cada cual ha de fijarse la suya!) sino para que éstas se encuentren en la casilla de salida en igualdad de condiciones: para ello hay que procurar un acceso igualitario a la educación, los cuidados médicos, la justicia, etc.
También es progresista proponer una compensación social a quienes parten con desventaja (caso de los discapacitados), además de amparar a los más débiles (niños, ancianos, enfermos...) y a quienes se han estrellado en la vida: sólo por el mero hecho de formar parte de la comunidad, una persona debe tener derecho a vivir por encima de un umbral considerado digno. Es progresista vigilar que los fondos del Estado del bienestar lleguen a quienes realmente los necesitan, no a unos caraduras espabilados. Y propugnar reformas para asegurar la sostenibilidad de los sistemas de protección social.
Ser progresista es defender los derechos de los ciudadanos, tanto en su faceta de actores políticos como de consumidores, frente a posibles abusos de los más poderosos. Y defender esos derechos no sólo para nosotros sino también para el resto de los países del mundo. Es aborrecer la guerra, pero siendo consciente de que el mundo no es Disneylandia y de que a veces es necesario defenderse.
Ser progresista es respetar el derecho de una persona a tomar drogas sin perjudicar a nadie, a consumir pornografía (entre adultos) si le place, a optar por la eutanasia si se halla en una situación médica penosa... Es emplazar a las personas adultas a asumir su responsabilidad para conducir sus vidas sin la tutela de nadie. Y afirmar que la vida social comprende no sólo derechos sino también obligaciones; y que "quien la hace, la paga".
Es también defender la existencia de un Estado fuerte y eficaz (que no sobredimensionado), capaz de garantizar la igualdad de oportunidades, de corregir las injusticias sociales y de regular las actividades económicas sin asfixiar la iniciativa privada. Y velar por que ese Estado sea eficiente en sus funciones y esté al servicio de la comunidad, no de los empleados públicos, de los lobbies o del partido del gobernante de turno.
Ser progresista es tener un firme compromiso con el cuidado del medio ambiente, no sólo en interés propio sino por respeto a las criaturas no humanas y a las futuras generaciones. Y propugnar una manera de vivir más sostenible, saludable y plena. E impugnar este capitalismo salvaje de casino capaz de doblegar a gobiernos elegidos democráticamente... pero no para proponer infiernos como el soviético o el polpotista.
Conforme a todo lo señalado, no puede reclamarse progresista quien apoya una dictadura como la cubana o un gobierno autoritario como el venezolano, quien antepone supuestos derechos de los pueblos (que no son otra cosa que conjuntos de individuos) a los derechos de las personas, quien cree que por encima del ordenamiento legal ha de estar la tradición (caso de Evo Morales y Benedicto XVI, aunque este último no tiene la desfachatez de proclamarse progresista); por no hablar de quienes incluso justifican el régimen clerical de Irán o la esperpéntica tiranía monarco-comunista de Corea del norte.
En fin, que ya es hora de quitar la etiqueta de progresista a la izquierda antiliberal y/o nacionalista que encima se mofa de los homosexuales (cuando no los mete en campos de concentración), abraza a energúmenos como Ahmedinayad y da rodillazos en los huevos a sus rivales futbolísticos.
Desde luego, Vargas Llosa no es un conservador ni un derechista: no puede serlo quien defiende cosas como el laicismo, la legalización de las drogas, el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio (o como se quiera llamar) y el derecho de todo hombre o mujer a hacer en la cama lo que quiera con quien quiera siempre que sea mutuamente consentido. El hispano-peruano es, como bien dice el diputado popular José María Lassalle, un "liberal a secas", o sea la antítesis de un conservador: dicho de otro modo, un auténtico progresista (yo incluso diría que un izquierdista de verdad).
Porque ser progresista es defender un sistema político que permita a los individuos desarrollar su vida como quieran, siempre que el ejercicio de esa libertad no colisione con los derechos de otros (el vertido de lavadoras a barrancos, la circulación a 200 km/h, la ablación del clítoris o la tauromaquia son algunos ejemplos de esa colisión). Ello supone recelar siempre de la tradición, que suele ser la mejor coartada de la barbarie; y, también, sacar las religiones del espacio público, para que sólo conciernan a quienes decidan practicarlas.
Ser progresista es considerar innegociable la libertad de expresión y de culto (o no culto), así como abominar de cualquier discriminación por razón de raza, etnia, sexo, religión (o no religión), ideología u orientación sexual. Y, por supuesto, ser antinacionalista sin ambages.
Es defender un sistema basado en la igualdad de oportunidades, no para asegurar que todas las personas lleguen juntas a una misma meta (¡cada cual ha de fijarse la suya!) sino para que éstas se encuentren en la casilla de salida en igualdad de condiciones: para ello hay que procurar un acceso igualitario a la educación, los cuidados médicos, la justicia, etc.
También es progresista proponer una compensación social a quienes parten con desventaja (caso de los discapacitados), además de amparar a los más débiles (niños, ancianos, enfermos...) y a quienes se han estrellado en la vida: sólo por el mero hecho de formar parte de la comunidad, una persona debe tener derecho a vivir por encima de un umbral considerado digno. Es progresista vigilar que los fondos del Estado del bienestar lleguen a quienes realmente los necesitan, no a unos caraduras espabilados. Y propugnar reformas para asegurar la sostenibilidad de los sistemas de protección social.
Ser progresista es defender los derechos de los ciudadanos, tanto en su faceta de actores políticos como de consumidores, frente a posibles abusos de los más poderosos. Y defender esos derechos no sólo para nosotros sino también para el resto de los países del mundo. Es aborrecer la guerra, pero siendo consciente de que el mundo no es Disneylandia y de que a veces es necesario defenderse.
Ser progresista es respetar el derecho de una persona a tomar drogas sin perjudicar a nadie, a consumir pornografía (entre adultos) si le place, a optar por la eutanasia si se halla en una situación médica penosa... Es emplazar a las personas adultas a asumir su responsabilidad para conducir sus vidas sin la tutela de nadie. Y afirmar que la vida social comprende no sólo derechos sino también obligaciones; y que "quien la hace, la paga".
Es también defender la existencia de un Estado fuerte y eficaz (que no sobredimensionado), capaz de garantizar la igualdad de oportunidades, de corregir las injusticias sociales y de regular las actividades económicas sin asfixiar la iniciativa privada. Y velar por que ese Estado sea eficiente en sus funciones y esté al servicio de la comunidad, no de los empleados públicos, de los lobbies o del partido del gobernante de turno.
Ser progresista es tener un firme compromiso con el cuidado del medio ambiente, no sólo en interés propio sino por respeto a las criaturas no humanas y a las futuras generaciones. Y propugnar una manera de vivir más sostenible, saludable y plena. E impugnar este capitalismo salvaje de casino capaz de doblegar a gobiernos elegidos democráticamente... pero no para proponer infiernos como el soviético o el polpotista.
Conforme a todo lo señalado, no puede reclamarse progresista quien apoya una dictadura como la cubana o un gobierno autoritario como el venezolano, quien antepone supuestos derechos de los pueblos (que no son otra cosa que conjuntos de individuos) a los derechos de las personas, quien cree que por encima del ordenamiento legal ha de estar la tradición (caso de Evo Morales y Benedicto XVI, aunque este último no tiene la desfachatez de proclamarse progresista); por no hablar de quienes incluso justifican el régimen clerical de Irán o la esperpéntica tiranía monarco-comunista de Corea del norte.
En fin, que ya es hora de quitar la etiqueta de progresista a la izquierda antiliberal y/o nacionalista que encima se mofa de los homosexuales (cuando no los mete en campos de concentración), abraza a energúmenos como Ahmedinayad y da rodillazos en los huevos a sus rivales futbolísticos.
jueves, 30 de septiembre de 2010
¿Por qué no hice huelga?
El 29-S fui a trabajar. Las opciones para ese día sólo eran dos (ir o no ir), pero la realidad es mucho más compleja que esa simple dicotomía. Lo cierto es que no fue una decisión fácil, y sigo sin estar seguro de haber hecho lo adecuado. Pero fue algo meditado. Y hecho está.
En primer lugar, me tiraba para atrás el secundar una convocatoria lanzada por los sindicatos mayoritarios en función no tanto de los intereses de los trabajadores como de los suyos propios: tenían que escenificar un distanciamiento frente al Gobierno ante reformas muy impopulares como las recientemente aprobadas y las que con toda seguridad vendrán más adelante.
También me fastidiaba que calificasen la reforma laboral de agresión intolerable cuando la situación de los contratados temporales -con 8 días de indemnización por año trabajado- ya es desde hace un puñado de años bastante lamentable. ¿Alguien se acuerda de ellos?, ¿y alguien se acuerda de los parados?... Era indignante leer en una de las hojas sindicales distribuidas en mi empresa uno de los "ganchos" para atraer a la huelga a los trabajadores fijos con mucha antigüedad y un sueldo nada desdeñable: que en vez de llevarte a casa una indemnización de 170.000 euros (45 días por año trabajado), sólo pillarías 80.000. A ver quién le cuenta esto a alguien harto de enganchar contratos temporales y de ser parasitado por ETTs; a ver quién le pide que se sume a la huelga para que unos señores o señoras puedan aumentar su patrimonio en 170.000 euros (y no en 80.000) si les despidiesen unos añitos antes de su más que garantizada jubilación.
Al final te das cuenta de que los llamados sindicatos de clase defienden sobre todo a la aristocracia obrera, la compuesta por los trabajadores de la industria y las grandes empresas, los funcionarios y los trabajadores fijos de empresas públicas. Y descubres que los intereses de la mal llamada clase trabajadora no son los mismos, por no hablar ya de los parados.
Otra cosa que me disuadía de ponerme en huelga es la demagogia sindical acerca de la reforma de las pensiones, algo inaplazable en el tiempo por el desequilibrio entre el número de beneficiarios y sostenedores del sistema. Ésta es una cuestión de pura aritmética, no de política. Y proponer que la gente que ahora tiene 40 años se jubile a los 67 en vez de a los 65 no parece un disparate, habida cuenta de que dentro de 30 años el concepto de ancianidad será seguramente diferente.
Lo que puede calificarse ya directamente como engaño es la afirmación de que si la huelga triunfaba sería posible hacer rectificar a Zapatero. Tal como está la situación, nuestro Gobierno -como todos los demás- es rehén de los mercados financieros: un paso atrás del presidente bastaría para que se nos echasen encima los gigantescos fondos de inversión y tuviésemos que recurrir al socorro del FMI (¡y éstos no ayudan gratis!). Éste es el sistema capitalista que tanto aplauden algunos y en el que tan plácidamente parece vivir (al menos hasta ahora) la mayor parte de la gente en Occidente... No es que sea imposible hacer frente a la dictadura del capital: sí que se puede, pero sólo con una acción concertada a nivel internacional, por ejemplo a través de la Unión Europea. Si un país quisiera ir por libre, puede darse ya por machacado...
Mirando las cosas por el otro lado, uno tiene claro que los sindicatos deben existir como contrapeso al empresariado, más aún en un país como España donde la calidad de los empleadores es por lo general muy mala. Aquí hay mucho botarate encorbatado incapaz de entender que sin trabajadores motivados no puede haber productividad, que no se trata de tener a sus empleados 8, 10 u 11 horas encadenados a su puesto sino de alentarles a sacar con inteligencia y flexibilidad lo mejor de sí mismos. Si no existieran los sindicatos, el mundo del trabajo sería un verdadero infierno.
Uno es además consciente de que los grandes logros sociales en Europa han sido fruto de una lucha de siglos que se ha cobrado la sangre y la vida de mucha gente: no son un regalito de quienes manejan el cotarro económico, sino una concesión (no irreversible).
Desde luego, la reforma laboral del Gobierno -eso sí, presionado desde fuera- se ha pasado varios pueblos. Con unos empresarios como los nuestros, no es de extrañar que a su amparo proliferen los abusos y la conciliación familiar se convierta en una quimera. Todo ello, para colmo, en perjuicio de la productividad de nuestra economía (¿no se pretende justamente lo contrario?). Aunque, en realidad, el de España es un problema de fondo: un sistema educativo muy deficiente, una economía excesivamente basada en la construcción, unos empresarios chapuceros, unos trabajadores poco productivos, una muy escasa inversión en I + D, un sistema judicial decimonónico, una corrupción arraigada y premiada electoralmente...
En fin, el 29-S por la mañana traspuse la barrera de seguridad de Torrespaña entre el abucheo de un grupo de piqueteros “informativos” (léase coactivos) que ni siquiera se dignaron a preguntarme si mi presencia obedecía a la fijación de servicios mínimos. La defensa de los trabajadores más débiles y de los parados no parece que sea el empeño de esta gente, más típica del cada vez más lejano siglo XX que del XXI. Algo habrá que hacer, pues...
En primer lugar, me tiraba para atrás el secundar una convocatoria lanzada por los sindicatos mayoritarios en función no tanto de los intereses de los trabajadores como de los suyos propios: tenían que escenificar un distanciamiento frente al Gobierno ante reformas muy impopulares como las recientemente aprobadas y las que con toda seguridad vendrán más adelante.
También me fastidiaba que calificasen la reforma laboral de agresión intolerable cuando la situación de los contratados temporales -con 8 días de indemnización por año trabajado- ya es desde hace un puñado de años bastante lamentable. ¿Alguien se acuerda de ellos?, ¿y alguien se acuerda de los parados?... Era indignante leer en una de las hojas sindicales distribuidas en mi empresa uno de los "ganchos" para atraer a la huelga a los trabajadores fijos con mucha antigüedad y un sueldo nada desdeñable: que en vez de llevarte a casa una indemnización de 170.000 euros (45 días por año trabajado), sólo pillarías 80.000. A ver quién le cuenta esto a alguien harto de enganchar contratos temporales y de ser parasitado por ETTs; a ver quién le pide que se sume a la huelga para que unos señores o señoras puedan aumentar su patrimonio en 170.000 euros (y no en 80.000) si les despidiesen unos añitos antes de su más que garantizada jubilación.
Al final te das cuenta de que los llamados sindicatos de clase defienden sobre todo a la aristocracia obrera, la compuesta por los trabajadores de la industria y las grandes empresas, los funcionarios y los trabajadores fijos de empresas públicas. Y descubres que los intereses de la mal llamada clase trabajadora no son los mismos, por no hablar ya de los parados.
Otra cosa que me disuadía de ponerme en huelga es la demagogia sindical acerca de la reforma de las pensiones, algo inaplazable en el tiempo por el desequilibrio entre el número de beneficiarios y sostenedores del sistema. Ésta es una cuestión de pura aritmética, no de política. Y proponer que la gente que ahora tiene 40 años se jubile a los 67 en vez de a los 65 no parece un disparate, habida cuenta de que dentro de 30 años el concepto de ancianidad será seguramente diferente.
Lo que puede calificarse ya directamente como engaño es la afirmación de que si la huelga triunfaba sería posible hacer rectificar a Zapatero. Tal como está la situación, nuestro Gobierno -como todos los demás- es rehén de los mercados financieros: un paso atrás del presidente bastaría para que se nos echasen encima los gigantescos fondos de inversión y tuviésemos que recurrir al socorro del FMI (¡y éstos no ayudan gratis!). Éste es el sistema capitalista que tanto aplauden algunos y en el que tan plácidamente parece vivir (al menos hasta ahora) la mayor parte de la gente en Occidente... No es que sea imposible hacer frente a la dictadura del capital: sí que se puede, pero sólo con una acción concertada a nivel internacional, por ejemplo a través de la Unión Europea. Si un país quisiera ir por libre, puede darse ya por machacado...
Mirando las cosas por el otro lado, uno tiene claro que los sindicatos deben existir como contrapeso al empresariado, más aún en un país como España donde la calidad de los empleadores es por lo general muy mala. Aquí hay mucho botarate encorbatado incapaz de entender que sin trabajadores motivados no puede haber productividad, que no se trata de tener a sus empleados 8, 10 u 11 horas encadenados a su puesto sino de alentarles a sacar con inteligencia y flexibilidad lo mejor de sí mismos. Si no existieran los sindicatos, el mundo del trabajo sería un verdadero infierno.
Uno es además consciente de que los grandes logros sociales en Europa han sido fruto de una lucha de siglos que se ha cobrado la sangre y la vida de mucha gente: no son un regalito de quienes manejan el cotarro económico, sino una concesión (no irreversible).
Desde luego, la reforma laboral del Gobierno -eso sí, presionado desde fuera- se ha pasado varios pueblos. Con unos empresarios como los nuestros, no es de extrañar que a su amparo proliferen los abusos y la conciliación familiar se convierta en una quimera. Todo ello, para colmo, en perjuicio de la productividad de nuestra economía (¿no se pretende justamente lo contrario?). Aunque, en realidad, el de España es un problema de fondo: un sistema educativo muy deficiente, una economía excesivamente basada en la construcción, unos empresarios chapuceros, unos trabajadores poco productivos, una muy escasa inversión en I + D, un sistema judicial decimonónico, una corrupción arraigada y premiada electoralmente...
En fin, el 29-S por la mañana traspuse la barrera de seguridad de Torrespaña entre el abucheo de un grupo de piqueteros “informativos” (léase coactivos) que ni siquiera se dignaron a preguntarme si mi presencia obedecía a la fijación de servicios mínimos. La defensa de los trabajadores más débiles y de los parados no parece que sea el empeño de esta gente, más típica del cada vez más lejano siglo XX que del XXI. Algo habrá que hacer, pues...
viernes, 24 de septiembre de 2010
Positivity
S.coincidió el otro día conmigo en que mis últimos posts rezumaban un cierto resentimiento, en que todo eran palos a diestro y siniestro, en que parecía no haber lugar para la ternura; en fin, que el blog podía empezar a resultar algo fastidioso. Yo ya lo había apreciado, y luego J. me lo confirmó. Pero cuando se lo conté a M., amenazó con dejar de leerme si abandonaba la línea corrosiva. La verdad es que J. estaba de acuerdo con el contenido, pero ponía acertadamente el dedo en la llaga: "Aunque sea verdad lo que cuentas, públicamente queda mal decir algunas cosas". Y es que siempre es más cómodo y socialmente menos arriesgado hacer un discurso vacío y lleno de 'buenismos' y topicazos que pronunciarse como lo hacen Fernando Vallejo o Arturo Pérez-Reverte dando mandobles a un lado y a otro.
Presa de esa inquietud, me tumbé anoche en el sofá y no tardé en entrar en una extraña especie de duermevela. Sucesivos fogonazos penetraban en mi mente para iluminar mi entendimiento sobre un montón de cosas muy diversas: vi con absoluta claridad que en España le puedes comprar a un desconocido un coche usado sin temor, que el mérito prima siempre aquí sobre los enchufes, que la circulación por nuestras carreteras es maravillosa -gracias sobre todo a la educación de nuestros conductores-, que la gente que escribe libros de cátaros, templarios y esoterismo no lo hace para ganar dinero sino para crear belleza, que aquí nadie se hace rico a costa de la estupidez (con perdón) del prójimo, que un buen libro de Ética debe presentarse siempre en una plaza de Toros, que si Cuba está tan mal económicamente es sólo por el bloqueo norteamericano, que la mayor parte de nuestros empresarios son unos grandes emprendedores generadores de riqueza, que Pedro J. Ramírez es una bellísima persona, que todos los delincuentes no dejan de ser víctimas obligadas a delinquir para dar de comer a sus hijos, que los países ricos sólo lo son porque explotan a otros, que los países pobres sólo lo son porque son explotados por otros, que los gitanos rumanos son en su totalidad buena gente que no crea problemas a nadie, que el Islam es una religión de paz, que el catolicismo ha sido una bendición para Latinoamérica, que los occidentales somos malos y los demás son buenos, que la gente ve telebasura no porque le guste sino porque se la ponen (si no, verían documentales de anfibios o cine expresionista checo), que los norteamericanos son casi todos tontos e incultos -no como nosotros los españoles, que somos todos listos y cultos-, que el deporte de elite es un medio para unir a los pueblos y dar buen ejemplo a los niños, que los sindicatos se preocupan sobre todo de los más débiles (contratados temporales y parados), que el fundador del PNV era un gran sabio, que a los nacionalistas catalanes les preocupa mucho la felicidad de los animales, que no existe un nacionalismo español, que Juan Antonio Samaranch fue siempre un demócrata convencido, que el lugar más seguro para un niño es una sacristía, que la gente del medio rural es siempre más humana y noble que la de la ciudad, que nuestras Universidades son las mejores del mundo, que Damian Hirst es un artista sublime -y también la española Esther Ferrer-, que "Lucía y el sexo" es un producto exquisito de un lirismo extraordinario (Carlos Boyero no ha llegado a entender a Medem, como yo acababa de hacerlo)...
Agotado mentalmente por tal bombardeo de verdades, que debió durar horas, volví de pronto al estado de vigilia. Entonces pensé: "Qué bien vivir en este mundo, y sobre todo en España (en Italia o México tampoco estaría mal), con tanta verdad, tanta justicia, tanta inteligencia, tanta bondad y generosidad". Por entre las cortinas se colaban unos rayos de luz: ya había amanecido. Las descorrí y vi un cielo de un azul intenso. Los pajarillos cantaban, y la brisa mecía las hojas de los chopos de enfrente. Entonces me dije: "Bueno, aunque todo fuera al revés (¡que no lo es!), qué mañana más estupenda hace. Hoy voy a subir con mi hijo a la sierra para dar un rico paseo por el bosque, hacer un pícnic y jugar con los cromos del Mundial de fútbol... ¡qué bien nos lo pasaremos!".
Presa de esa inquietud, me tumbé anoche en el sofá y no tardé en entrar en una extraña especie de duermevela. Sucesivos fogonazos penetraban en mi mente para iluminar mi entendimiento sobre un montón de cosas muy diversas: vi con absoluta claridad que en España le puedes comprar a un desconocido un coche usado sin temor, que el mérito prima siempre aquí sobre los enchufes, que la circulación por nuestras carreteras es maravillosa -gracias sobre todo a la educación de nuestros conductores-, que la gente que escribe libros de cátaros, templarios y esoterismo no lo hace para ganar dinero sino para crear belleza, que aquí nadie se hace rico a costa de la estupidez (con perdón) del prójimo, que un buen libro de Ética debe presentarse siempre en una plaza de Toros, que si Cuba está tan mal económicamente es sólo por el bloqueo norteamericano, que la mayor parte de nuestros empresarios son unos grandes emprendedores generadores de riqueza, que Pedro J. Ramírez es una bellísima persona, que todos los delincuentes no dejan de ser víctimas obligadas a delinquir para dar de comer a sus hijos, que los países ricos sólo lo son porque explotan a otros, que los países pobres sólo lo son porque son explotados por otros, que los gitanos rumanos son en su totalidad buena gente que no crea problemas a nadie, que el Islam es una religión de paz, que el catolicismo ha sido una bendición para Latinoamérica, que los occidentales somos malos y los demás son buenos, que la gente ve telebasura no porque le guste sino porque se la ponen (si no, verían documentales de anfibios o cine expresionista checo), que los norteamericanos son casi todos tontos e incultos -no como nosotros los españoles, que somos todos listos y cultos-, que el deporte de elite es un medio para unir a los pueblos y dar buen ejemplo a los niños, que los sindicatos se preocupan sobre todo de los más débiles (contratados temporales y parados), que el fundador del PNV era un gran sabio, que a los nacionalistas catalanes les preocupa mucho la felicidad de los animales, que no existe un nacionalismo español, que Juan Antonio Samaranch fue siempre un demócrata convencido, que el lugar más seguro para un niño es una sacristía, que la gente del medio rural es siempre más humana y noble que la de la ciudad, que nuestras Universidades son las mejores del mundo, que Damian Hirst es un artista sublime -y también la española Esther Ferrer-, que "Lucía y el sexo" es un producto exquisito de un lirismo extraordinario (Carlos Boyero no ha llegado a entender a Medem, como yo acababa de hacerlo)...
Agotado mentalmente por tal bombardeo de verdades, que debió durar horas, volví de pronto al estado de vigilia. Entonces pensé: "Qué bien vivir en este mundo, y sobre todo en España (en Italia o México tampoco estaría mal), con tanta verdad, tanta justicia, tanta inteligencia, tanta bondad y generosidad". Por entre las cortinas se colaban unos rayos de luz: ya había amanecido. Las descorrí y vi un cielo de un azul intenso. Los pajarillos cantaban, y la brisa mecía las hojas de los chopos de enfrente. Entonces me dije: "Bueno, aunque todo fuera al revés (¡que no lo es!), qué mañana más estupenda hace. Hoy voy a subir con mi hijo a la sierra para dar un rico paseo por el bosque, hacer un pícnic y jugar con los cromos del Mundial de fútbol... ¡qué bien nos lo pasaremos!".
domingo, 19 de septiembre de 2010
Peligro: estúpidos sueltos
La primera de las leyes fundamentales de la estupidez humana formuladas por el economista italiano Carlo Cipolla reza: "Siempre e inevitablemente, cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo". Y la cuarta afirma: "Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas". En consecuencia, un no estúpido debería suscribir necesariamente la opinión de Borges acerca de la democracia: un "abuso de la estadística" basado en el error de dar igual valor al voto de Belén Esteban (una mujer del PPueblo, como bien sabemos) que al del estimado individuo que me honra con la lectura de estos párrafos.
Pero los estúpidos no se contentan con refrendar con sus actos u omisiones (votando -o no haciéndolo-, consumiendo irresponsablemente y pasando olímpicamente de casi todo) a unos políticos nefastos, unos empresarios diazmarsanianos, unos corruptos impresentables, unos "creadores" y "artistas" de medio pelo y, a la postre, un orden socioeconómico mundial profundamente injusto e insostenible; algunos hasta se permiten pontificar públicamente con todo el desparpajo lo mismo de política tributaria que de neutrinos, del conflicto kurdo o de los chemtrails. Y han encontrado en Internet un paraíso para campar impunemente a sus anchas: entran en la Wikipedia para reventar de mala fe el trabajo de mucha gente o contribuir de manera bienintencionada con sandeces de toda índole a cuál más risible; se inmiscuyen en retransmisiones en directo, en foros y en blogs serios para insultar o, en el mejor de los casos, hacer apuntes de lo más estúpido, plagados de disparates y de faltas de ortografía y con la sintaxis de un niño de seis años; y a veces crean incluso sus propias páginas en las que vuelcan sin complejos su basura esperando un reconocimiento que a veces, en virtud de la querencia social por la coprofagia, termina por producirse.
Lo único que podemos hacer es volver a Cipolla y tomarle la palabra: "Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error". Avisados estamos.
Pero los estúpidos no se contentan con refrendar con sus actos u omisiones (votando -o no haciéndolo-, consumiendo irresponsablemente y pasando olímpicamente de casi todo) a unos políticos nefastos, unos empresarios diazmarsanianos, unos corruptos impresentables, unos "creadores" y "artistas" de medio pelo y, a la postre, un orden socioeconómico mundial profundamente injusto e insostenible; algunos hasta se permiten pontificar públicamente con todo el desparpajo lo mismo de política tributaria que de neutrinos, del conflicto kurdo o de los chemtrails. Y han encontrado en Internet un paraíso para campar impunemente a sus anchas: entran en la Wikipedia para reventar de mala fe el trabajo de mucha gente o contribuir de manera bienintencionada con sandeces de toda índole a cuál más risible; se inmiscuyen en retransmisiones en directo, en foros y en blogs serios para insultar o, en el mejor de los casos, hacer apuntes de lo más estúpido, plagados de disparates y de faltas de ortografía y con la sintaxis de un niño de seis años; y a veces crean incluso sus propias páginas en las que vuelcan sin complejos su basura esperando un reconocimiento que a veces, en virtud de la querencia social por la coprofagia, termina por producirse.
Lo único que podemos hacer es volver a Cipolla y tomarle la palabra: "Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error". Avisados estamos.
lunes, 13 de septiembre de 2010
¡Es el contenido, estúpido!
Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a Alfonso Guerra (como diría Borges, el hermano de Juan), quien nos recibió en su despacho en el Congreso para hablar de la Transición. Al final, el hombre se empeñó en que viéramos un vídeo en su ordenador. No podía evitar troncharse con la exposición de las magníficas prestaciones de un Dispositivo de Conocimiento Bioóptico Organizado, también llamado Book: o sea, lo que todos conocemos con el nombre vulgar de 'libro'. El vídeo, bastante ingenioso, pretendía ser una crítica irónica del libro electrónico. Pero también, sin pretenderlo, es el reflejo de una incapacidad de la intelectualidad (o presunta intelectualidad) más rancia para entender que una cosa es el formato o soporte de una obra creativa y otra bien distinta su contenido.
Precisamente hoy, Diego Manrique publica en 'El País' una 'Guía del rock para idiotas' en la que se burla con razón del cliché que reza "Yo sólo escucho música en vinilo". Manrique dice: "Derivar el énfasis hacia el soporte revela inclinaciones fetichistas". Lo cierto es que yo prefiero leer en formato digital -¡en cualquiera de ellos!- las "Cartas de una desconocida" (Zweig) que degustar en papel las "Cartas a un joven español" (Aznar) o el listín telefónico de Zamora, por muy bonitas y cuidadas que sean las ediciones de estos dos últimos textos. Como no soy un coleccionista ni Naomi Campbell, me interesan las obras escritas mucho más por su contenido que por el soporte en que se presentan.
No niego las magníficas prestaciones de un libro en comparación con una tablilla de arcilla, un rollo de papiro o un pergamino; sobre todo, por la comodidad para leerlo. Pero es que el libro electrónico tiene también muchas ventajas que pueden convertirlo en pocos años en el formato dominante. Estando en casa, la lectura de un e-book en un Kindle o un iPad no me parece más incómoda que la de un libro de papel. Además, en gadgets como el de Steve Jobs -empeñado en vestir como un estudiante de Biología a diferencia de verdaderos emprendedores de punta en blanco como César Alierta- puedes almacenar cientos de obras y acceder rápidamente a cualquier pasaje de cualquiera de ellas que te apetezca. Encima, hay un ahorro en el uso de papel. Eso sí, dependes de una batería; pero para leer un libro convencional también hace falta luz cuando se hace de noche y no tienes a tu lado al autor de "Cartas a un joven español".
Este rechazo al e-book es parte de la aversión a la informática todavía presente en algunos escritores e intelectuales (supuestos), que deben pensar que la literatura creada en un ordenador es per se inferior a la elaborada con máquina de escribir, lápiz o bolígrafo, por no hablar de la realizada con pluma de ganso y tintero. Hay quienes aún abominan, más por desconocimiento que por estupidez, de cualquier cosa que tenga que ver con Internet como los blogs o las redes sociales. El 90% (puede que incluso más) de lo que hay en Internet es basura, pero eso no es culpa de la fantástica red de redes sino de los generadores y consumidores de contenidos basura.
Precisamente hoy, Diego Manrique publica en 'El País' una 'Guía del rock para idiotas' en la que se burla con razón del cliché que reza "Yo sólo escucho música en vinilo". Manrique dice: "Derivar el énfasis hacia el soporte revela inclinaciones fetichistas". Lo cierto es que yo prefiero leer en formato digital -¡en cualquiera de ellos!- las "Cartas de una desconocida" (Zweig) que degustar en papel las "Cartas a un joven español" (Aznar) o el listín telefónico de Zamora, por muy bonitas y cuidadas que sean las ediciones de estos dos últimos textos. Como no soy un coleccionista ni Naomi Campbell, me interesan las obras escritas mucho más por su contenido que por el soporte en que se presentan.
No niego las magníficas prestaciones de un libro en comparación con una tablilla de arcilla, un rollo de papiro o un pergamino; sobre todo, por la comodidad para leerlo. Pero es que el libro electrónico tiene también muchas ventajas que pueden convertirlo en pocos años en el formato dominante. Estando en casa, la lectura de un e-book en un Kindle o un iPad no me parece más incómoda que la de un libro de papel. Además, en gadgets como el de Steve Jobs -empeñado en vestir como un estudiante de Biología a diferencia de verdaderos emprendedores de punta en blanco como César Alierta- puedes almacenar cientos de obras y acceder rápidamente a cualquier pasaje de cualquiera de ellas que te apetezca. Encima, hay un ahorro en el uso de papel. Eso sí, dependes de una batería; pero para leer un libro convencional también hace falta luz cuando se hace de noche y no tienes a tu lado al autor de "Cartas a un joven español".
Este rechazo al e-book es parte de la aversión a la informática todavía presente en algunos escritores e intelectuales (supuestos), que deben pensar que la literatura creada en un ordenador es per se inferior a la elaborada con máquina de escribir, lápiz o bolígrafo, por no hablar de la realizada con pluma de ganso y tintero. Hay quienes aún abominan, más por desconocimiento que por estupidez, de cualquier cosa que tenga que ver con Internet como los blogs o las redes sociales. El 90% (puede que incluso más) de lo que hay en Internet es basura, pero eso no es culpa de la fantástica red de redes sino de los generadores y consumidores de contenidos basura.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Televisión, servicio público y belenestebanismo
Por definición, una televisión pública debería dar un servicio público: podríamos considerar como tal la información del tiempo, del tráfico, de la Bolsa y del Parlamento, los espacios electorales gratuitos, los servicios especiales destinados a ciertos colectivos como los sordomudos, los programas educativos e incluso la emisión de noticias desde una supuesta neutralidad. Pero, ¿y los programas de entretenimiento no son un servicio público?: claro que lo son, ya que satisfacen una necesidad de ocio de la colectividad. Si esto es así, habría que apostar por programas de ese tipo que fuesen del gusto de la mayoría, o sea traerse espacios como 'Sálvame' de Tele 5 a La 1. Porque, ¿cómo explicarle a un ciudadano medio belenestebanista una hipotética situación en la que "su" televisión, la de todos que él sufraga con sus impuestos, se dedicase a programar -junto al servicio público puro y duro- sólo documentales de naturaleza, especiales del arte románico o conciertos de música clásica seguidos por apenas cuatro pelagatos?.
"¿Por qué la pasta de los contribuyentes tiene que satisfacer los gustos de un 3% de sibaritas?", podría argüir nuestro indignado seguidor de 'Sálvame'". "Tranquilo, señor, contrataremos a la Belén Esteban para La 1, pero seguiremos poniendo programas para esa minoría de estirados en La 2", podría ser la respuesta dada desde la radiotelevisión pública estatal. "Oiga, que yo pago religiosamente mis impuestos sobre lo que no recibo en negro", podría espetar a continuación nuestro ejemplar telespectador para luego añadir, tras un sonoro eructo: "Que esas personas vean sus programas especiales en algún canal de pago y nos dejen tranquilos a la mayoría, a la gente normal, que somos los que más dinero damos a la tele pública". "Pero oiga, caballero, hay que respetar también los gustos de las minorías y dar calidad", salgo entonces yo a la palestra. "¿Y quién coño es usted, señor bloguero, para imponerme a mí y a otros muchos que somos clara mayoría una calidad que no le he hemos pedido? Y ya que tanto le preocupan las minorías, ¿por qué no echan todos los partidos de fútbol del equipo de mi pueblo que está en Tercera?, ¿y por qué no retransmiten en directo las fiestas del pueblo de al lado, donde se lo pasan pipa intentando tirar un toro al agua?". "Pues no lo sé, señor, la verdad es que no tengo respuestas, disculpe que acabe este post y me retire".
"¿Por qué la pasta de los contribuyentes tiene que satisfacer los gustos de un 3% de sibaritas?", podría argüir nuestro indignado seguidor de 'Sálvame'". "Tranquilo, señor, contrataremos a la Belén Esteban para La 1, pero seguiremos poniendo programas para esa minoría de estirados en La 2", podría ser la respuesta dada desde la radiotelevisión pública estatal. "Oiga, que yo pago religiosamente mis impuestos sobre lo que no recibo en negro", podría espetar a continuación nuestro ejemplar telespectador para luego añadir, tras un sonoro eructo: "Que esas personas vean sus programas especiales en algún canal de pago y nos dejen tranquilos a la mayoría, a la gente normal, que somos los que más dinero damos a la tele pública". "Pero oiga, caballero, hay que respetar también los gustos de las minorías y dar calidad", salgo entonces yo a la palestra. "¿Y quién coño es usted, señor bloguero, para imponerme a mí y a otros muchos que somos clara mayoría una calidad que no le he hemos pedido? Y ya que tanto le preocupan las minorías, ¿por qué no echan todos los partidos de fútbol del equipo de mi pueblo que está en Tercera?, ¿y por qué no retransmiten en directo las fiestas del pueblo de al lado, donde se lo pasan pipa intentando tirar un toro al agua?". "Pues no lo sé, señor, la verdad es que no tengo respuestas, disculpe que acabe este post y me retire".
domingo, 5 de septiembre de 2010
De humanistas incultos
Seguimos considerando convencionalmente una persona culta a alguien bien versado en humanidades y filosofía -y también, aunque no se valore tanto a este respecto, en ciencias sociales (exceptuando la economía)-, con amplios conocimientos en ámbitos de la creación como la literatura, la pintura, la música o el cine. A una persona muy culta se le presume la lectura de muchos libros, sobre todo de narrativa, poesía, teatro, historia, filosofía, arte... e incluso un dominio de lenguas clásicas (preferiblemente, occidentales) como el latín y el griego. Y, por supuesto, la visita frecuente a la ópera, el teatro, los cines y las exposiciones de arte.
Quien pretenda pasar por medianamente culto en ciertos círculos (no los de Belén Esteban ni los de Gunilla von Bismarck) no puede desconocer la leyenda fundacional de Roma, los tipos de capiteles clásicos, los nombres de media docena de reyes visigodos o la capitalidad del antiguo imperio otomano. Un “no sé” a preguntas referidas a La Ilíada, la música de Richard Wagner, el significado de “alea jacta est” o la autoría del Lazarillo de Tormes lo dejaría muy malparado socialmente. Ahora bien, una persona “culta” (en su versión convencional) sí que puede admitir en esos mismos círculos -y hasta presumir alegremente de ello- un desconocimiento absoluto en saberes como la física, la matemática, la química, la biología, la etología o las nuevas tecnologías; todo ello, sin merma alguna de su autoestima y de su valoración social.
Una vez me contaron una anécdota de un profesor de Derecho de la Complutense -quizá sea una leyenda urbana, pero viene a cuento- que era incapaz de entender cómo el número 1,11 era más bajo que el 1,2. Puede que se tratase de una persona “culta” conforme a los patrones establecidos. Pero yo creo que no se puede ser culto sin una base matemática mínima; y sin entender la selección natural, los fundamentos de la genética, las leyes de la termodinámica y algo de mecánica cuántica y teoría de la relatividad. Para intentar comprender el mundo, la vida e incluso el propio hombre es necesario tener esa base científica, desde luego mucho más útil que dominar de cabo a rabo el código de Derecho canónico, conocer cientos de latinajos y la etimología de “mentecato” o saberse de memoria pasajes de La Odisea o de Los extremeños se tocan. No digo con ello que las humanidades no sean importantes o deban ser desdeñadas: lo que critico es un enfoque rancio de éstas, muy arraigado en una cultura tan proclive al engreimiento fatuo y despreciativa de la ciencia como la nuestra. En cualquier caso, una cosa son los conocimientos y otra bien distinta la sabiduría...
Quien pretenda pasar por medianamente culto en ciertos círculos (no los de Belén Esteban ni los de Gunilla von Bismarck) no puede desconocer la leyenda fundacional de Roma, los tipos de capiteles clásicos, los nombres de media docena de reyes visigodos o la capitalidad del antiguo imperio otomano. Un “no sé” a preguntas referidas a La Ilíada, la música de Richard Wagner, el significado de “alea jacta est” o la autoría del Lazarillo de Tormes lo dejaría muy malparado socialmente. Ahora bien, una persona “culta” (en su versión convencional) sí que puede admitir en esos mismos círculos -y hasta presumir alegremente de ello- un desconocimiento absoluto en saberes como la física, la matemática, la química, la biología, la etología o las nuevas tecnologías; todo ello, sin merma alguna de su autoestima y de su valoración social.
Una vez me contaron una anécdota de un profesor de Derecho de la Complutense -quizá sea una leyenda urbana, pero viene a cuento- que era incapaz de entender cómo el número 1,11 era más bajo que el 1,2. Puede que se tratase de una persona “culta” conforme a los patrones establecidos. Pero yo creo que no se puede ser culto sin una base matemática mínima; y sin entender la selección natural, los fundamentos de la genética, las leyes de la termodinámica y algo de mecánica cuántica y teoría de la relatividad. Para intentar comprender el mundo, la vida e incluso el propio hombre es necesario tener esa base científica, desde luego mucho más útil que dominar de cabo a rabo el código de Derecho canónico, conocer cientos de latinajos y la etimología de “mentecato” o saberse de memoria pasajes de La Odisea o de Los extremeños se tocan. No digo con ello que las humanidades no sean importantes o deban ser desdeñadas: lo que critico es un enfoque rancio de éstas, muy arraigado en una cultura tan proclive al engreimiento fatuo y despreciativa de la ciencia como la nuestra. En cualquier caso, una cosa son los conocimientos y otra bien distinta la sabiduría...
viernes, 3 de septiembre de 2010
Especismo y desprecio a la vida ajena (animal)
Agradezco a Alejandro Martín Navarro por ser inductor involuntario, con su post Animalismo y antropofobia (muy bien escrito, por cierto), de la apertura de este blog. Y todo ello, a raíz del comportamiento de una energúmena que arrojaba vilmente unos cachorritos perrunos al río, para escándalo de muchos internautas.
Todo depende de nuestra forma de ver el mundo. La cosmovisión dominante -en nuestro caso, la judeocristiana- sigue considerando que los animales fueron puestos por Dios en la Tierra sólo para nuestro servicio, algo poco tragable para una inteligencia medianamente crítica. Dentro de esta cosmovisión se hallan dogmas muy enraizados -mucho más que la "filosofía-peluche" de la factoría Disney- como el que afirma graciosa y arbitrariamente que la vida de un ser humano vale más que la de cualquier otro ser vivo: especismo humano puro y duro. Parece todavía para muchos una monstruosidad el manifestar una mayor inquietud por la vida de tu fiel perrito doméstico que por la de un criminal de guerra, pero a mí me parece razonable y hasta moralmente sano albergar ese sentimiento.
No se trata de sostener que los hombres son malos y los animales buenos (estupidez infumable), sino en ser conscientes de nuestro origen -incluso de nuestro destino- común, de que nosotros somos solamente "los más listos de la clase" (quizá dentro de 100.000 años no sea así) y de que la moral sólo es exigible de momento a los seres humanos. La capacidad de empatizar con los seres sufrientes está asociada con un nivel de conciencia alto, lo que a su vez se relaciona con una inteligencia elevada (quizá los delfines sientan algo parecido a nosotros). Esa conciencia no parece ser un logro específicamente humano, sino una consecuencia necesaria de la evolución de la materia y de la vida tal y como la conocemos. A todo esto, no hace falta añadir -aunque lo hago- que dentro de la humanidad se incluye por desgracia mucho imbécil moral como el criminal de guerra o la chica que arroja alegremente los cachorritos al río.
Todo depende de nuestra forma de ver el mundo. La cosmovisión dominante -en nuestro caso, la judeocristiana- sigue considerando que los animales fueron puestos por Dios en la Tierra sólo para nuestro servicio, algo poco tragable para una inteligencia medianamente crítica. Dentro de esta cosmovisión se hallan dogmas muy enraizados -mucho más que la "filosofía-peluche" de la factoría Disney- como el que afirma graciosa y arbitrariamente que la vida de un ser humano vale más que la de cualquier otro ser vivo: especismo humano puro y duro. Parece todavía para muchos una monstruosidad el manifestar una mayor inquietud por la vida de tu fiel perrito doméstico que por la de un criminal de guerra, pero a mí me parece razonable y hasta moralmente sano albergar ese sentimiento.
No se trata de sostener que los hombres son malos y los animales buenos (estupidez infumable), sino en ser conscientes de nuestro origen -incluso de nuestro destino- común, de que nosotros somos solamente "los más listos de la clase" (quizá dentro de 100.000 años no sea así) y de que la moral sólo es exigible de momento a los seres humanos. La capacidad de empatizar con los seres sufrientes está asociada con un nivel de conciencia alto, lo que a su vez se relaciona con una inteligencia elevada (quizá los delfines sientan algo parecido a nosotros). Esa conciencia no parece ser un logro específicamente humano, sino una consecuencia necesaria de la evolución de la materia y de la vida tal y como la conocemos. A todo esto, no hace falta añadir -aunque lo hago- que dentro de la humanidad se incluye por desgracia mucho imbécil moral como el criminal de guerra o la chica que arroja alegremente los cachorritos al río.
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