martes, 20 de julio de 2021

Adiós a Fidel (escrito en el verano de 1993)



Ordenando cajones hace unos días me encontré con una grata sorpresa: un reportaje escrito a máquina (lo daba por perdido desde hace años) en 1993 tras coincidir en una guagua en Key West (Cayo Hueso) con balseros recién llegados de Cuba. A mi vuelta a España de aquel viaje con mi amigo José Miguel Santos por toda la costa este de EEUU y Montreal, mandé el texto al diario La Provincia, en el que había hecho prácticas el verano anterior: nadie me respondió y, obviamente, no se publicó (por entonces, criticar al régimen cubano era poco menos que propaganda fascista). Pues ha llegado la hora de hacerlo, coincidiendo casualmente con la insólita ola de protestas callejeras en la isla. Me limito a digitalizar esos cuatro folios (con algún error en las tildes) que ya empezaban a amarillear. ¡Ya han pasado 28 años! (y sigue habiendo gente en Occidente que aún cree en dictaduras del del proletariado o democracias populares).

ADIÓS A FIDEL

"Compatriotas, ojalá tengan mucha suerte en este país", desea a los pasajeros, a modo de despedida, un miembro de la Fundación Nacional Cubano-Americana, organización ultraconservadora que presta asistencia a los recién huidos del régimen castrista. Son las siete y media de la mañana en la estación de la compañía Grayhound de Cayo Hueso (Florida), punto más meridional de EEUU, a solo 144 kilómetros de Cuba. La guagua inicia un viaje de casi cinco horas hasta Miami, la meca del exilio cubano, una ciudad en la que se habla más español que inglés.

"En los libros se dice que los comunistas son gente humilde, pero en Cuba no es así. Allí son ellos los privilegiados", dice María, uno de los 28 cubanos llegados a las costas de Florida hace apenas 24 horas tras una precipitada huida de la isla. Todo comenzó para María, su esposo Eduardo y su hijo de siete años Wilber a las 10 de la mañana del sábado 21 de agosto de 1993 en su pequeña localidad pesquera de Santa Isabel, en el norte de la isla, a unos 200 kilómetros de La Habana. María y su marido dijeron en el pueblo que iban a pasar el día en el monte. Se trataba de no levantar sospechas entre los integrantes de los CDR (consejos de defensa de la revolución), los odiados comisarios políticos encargados de llevar a cabo un severo marcaje sobre todo aquel bajo su área de vigilancia. Ya en el monte, María y su familia se reunieron con otros fugitivos procedentes de La Habana para iniciar un largo recorrido por una zona pantanosa que les llevaría de nuevo a la costa, a una zona deshabitada donde Raúl, el padre de Eduardo, aguardaba con una pequeña embarcación con motor. El camino por los pantanos fue lo más duro. "El fango me llegaba hasta el cuello", relata María. "Los niños estaban sobre los hombros de sus padres y lloraban de miedo".

Ya de noche, una vez en la balsa, Raúl, con la orientación de la estrella Polar y del Camino de Santiago, puso rumbo hacia la ansiada tierra de la libertad, hacia aquel soñado lugar que en las noches más oscuras dejaba ver sus luces a los sufridos cubanos de la isla. Tras ocho horas de navegación por unas aguas infestadas de tiburones, la balsa era avistada por una unidad de la Armada norteamericana. Poco después, los 28 cubanos desembarcaban en la base naval de Cayo Hueso, una isla de deliciosas casas terreras y playas rebosantes de cocoteros que se ha convertido en punto de encuentro de neojipis, homosexuales, motoristas de Harley y artistas del más variado pelaje.

Al colegio sin desayunar

La escasez de alimentos en Cuba es dramática. El estado físico de los huidos es buena muestra de ello. "Allá ya no se puede vivir", cuenta María. "A los siete años ya no le dan leche a los niños. Mi hijo iba al colegio sin desayunar y pasaba muchas fatigas". Aún así, en el pueblo se está mejor que en La Habana, puesto que se puede criar algún cerdo o pescar, siempre en la orilla y con la absoluta prohibición de capturar langostas, reservadas para los mimados turistas. Estos se han convertido prácticamente en la única fuente de ingresos del país caribeño. La corrupción también permite ir escapando. María tenía un familiar trabajando en uno de los almacenes estatales que de vez en cuando le suministraba por encima de lo estipulado oficialmente. "En Cuba solo hay jabón para los funcionarios del Partido. Mi marido, que es mecánico y tiene que trabajar con mucha grasa, se tenía que bañar solo con agua".

A las privaciones de todo tipo se une el infernal calor húmedo de estas latitudes, superior a los 30 grados en agosto. Los habitantes de Florida combaten el calor con todo tipo de ventiladores y equipos de aire acondicionado. Sin embargo, para los cubanos de la isla, dados los cortes de energía eléctrica, el único alivio son las playas. Los apagones, que llegan a ser de veinte horas diarias, hacen que se pudra en las neveras la poca carne mezclada con soja que corresponde a cada cubano.

Segun los recién llegados, el descontento social es creciente. Aprovechando la oscuridad, empiezan a proliferar las pintadas y las caceroladas contra la dictadura. Además, la delincuencia crece peligrosamente. "En Cuba te matan para robarte un pantalón vaquero", señala uno de los huidos. Estos cubanos no creen en una transición pacífica. Piensan que la ceguera de Castro conducirá a un derramamiento de sangre. La dolarización de la economía isleña puede contribuir al encendido de la chispa, al convertir en ciudadanos de segunda a aquellos que no cuentan en Miami con alguien de quien recibir dinero. María asegura que, una vez empiece a trabajar y a ganar dólares, ayudará económicamente a los miembros de la familia que aún permanecen en la isla.

Los fugitivos miran absortos a través de los cristales de la guagua. Un mundo totalmente diferente al que dejaron en la isla se abre ante sus ojos: autopistas, lujosos centros comerciales, coches fabulosos... Estamos a punto de llegar a Miami, donde les esperan otros voluntarios de la Fundación Nacional Cubano-Americana para facilitarles todo tipo de ayuda. La Iglesia católica también les ha prometido apoyo para salir adelante en un país cuya nacionalidad podrán obtener tras un año de residencia. Lo más difícil de la aventura puede que comience ahora, en una nación que ofrece multitud de oportunidades pero que no tiene compasión con los perdedores. Ganas de trabajar y de lograr honradamente una vida mejor sobran en todos estos hombres y mujeres escapados de la pesadilla castrista. 

Cubanos en Florida

Lo último que haría Fidel Castro en su vida sería darse un paseo sin escolta por la calle Ocho de Miami. Una turba de enfurecidos disidentes daría en poco tiempo buena cuenta de sus barbas. La importancia de la comunidad cubana de Miami se ha venido acrecentando desde el inicio de la revolución, cuando los primeros exiliados se establecieron al principio de esa famosa calle -en la que se dio en llamar la pequeña Habana-, hoy día deteriorada por la marginación y la delincuencia. Los cubanos de Florida cuentan en la actualidad con sendos miembros en la Cámara de Representantes y en el Senado norteamericano, así como con el periódico en español -El Nuevo Herald- de mayor tirada de EEUU. La comunidad cubana se ha convertido en un influyente grupo de presión, estrechamente vinculado a un Partido Republicano que tiene aquí uno de sus más firmes feudos. Gran parte de una cierta mala fama de los cubanos del exilio se debe a los marielitos, llegados a Cayo Hueso en 1980 desde el puerto de Mariel. El astuto dictador cubano no desaprovechó entonces la ocasión de mandar a EEUU, junto a presos políticos, a un puñado de delincuentes comunes. Muchos marielitos se instalaron en Miami Beach, espantando a la comunidad judía del lugar y convirtiendo la zona en una de las mas peligrosas de la ciudad. El precio del poder, interpretada por Al Pacino, es una muestra de la degradación moral a la que llegaron algunos de aquellos disidentes.



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