jueves, 8 de julio de 2021

Cuando se dice estalinismo para exculpar al comunismo



El estalinismo es la coartada de muchos comunistas actuales en Occidente (siguen quedando algunos) para salvar de la quema al sistema que defienden. Para ellos, todas las atrocidades de los autoproclamados regímenes socialistas (del también conocido como "socialismo real" o "democracia popular", denominación a cuál mas grotesca) serían producto de una desviación aberrante atribuida a figuras como la de Stalin. Lo llamativo es que en todos los países donde se aplicó ese nuevo orden social ocurrió lo mismo: desastre económico, aumento de la pobreza, emigración, represión masiva y brutal, absoluta arbitrariedad del poder, delirantes proyectos de ingeniería social (con la China de Mao, la Camboya de los jemeres rojos y la monarquía hereditaria de Corea del Norte como ejemplos más siniestros) para alumbrar el hombre nuevo... Para la consecución de esto último se asumía cualquier coste y sufrimiento: si tenían que morir 10 millones de personas, pues adelante. La consigna "socialismo o muerte" es muy ilustrativa al respecto. No se trató pues de algo exclusivo de la URSS de Stalin o la China de Mao, atribuible a la paranoia psicopática de un dictador, ya que pasó en todos lados con mayor o menor crudeza. Realmente, el tirano georgiano y sus homólogos en el resto del mundo (incluso la deriva totalitaria de movimientos armados de inspiración leninista como ETA) fueron frutos inevitables de un vicio ideológico de partida: la dictadura del proletariado.

Solo desde una visión utópica o "no limitada" (unconstrained es el término utilizado por el afroestadounidense Thomas Sowell) de la naturaleza humana podía uno creer que eso tenía alguna posibilidad de salir bien. Dicha visión incluye la ingenua confianza en supuestos gigantes morales que como líderes lo darán todo, de manera desinteresada, por el pueblo trabajador y el socialismo. Dar a una persona o grupo poderes ilimitados corrompe siempre, al favorecer sus peores inclinaciones. Porque todos tenemos, unos más y otros menos, un sesgo natural al egoísmo y el ensoberbimiento (también a la generosidad, desde luego). Si no hay límites claros al poder, si no hay un Estado de derecho, división de poderes y contrapesos varios, no es de extrañar que surjan los monstruos. Ya Trotsky decía al comienzo de la revolución rusa: "La intimidación constituye un poderoso instrumento político, y el que diga no comprenderlo es que se las da de santurrón". El líder bolchevique ignoraba que él mismo -y muchos de sus correligionarios- probaría en sus propias carnes esa medicina (en su caso, administrada con un piolet por la mano de un militante del PSUC catalán mandado por Stalin).

El gran error del marxismo, además de su determinismo histórico, es creer que somos una hoja en blanco al nacer, algo que la ciencia de verdad (el marxismo no es más que una presuntuosa pseudociencia) ha desvelado como falso: ya venimos con un software de serie recogido en nuestro código genético, que luego se modula con el ambiente. El egoísmo (también el altruismo, insisto) forma parte de ese paquete. Y siempre habrá psicópatas y malvados entre nosotros, así como gente normal que acabará maleándose si se les permite actuar sin límites en un marco que encima propugna el odio entre clases.

Los experimentos de ingeniería social es mejor hacerlos con gaseosa, dada la susodicha naturaleza humana (todo intento de reprogramar a las personas -salvo que se admita una más que inquietante manipulación neuronal- está condenado al fracaso) y la complejidad del mundo social. Por eso, para minimizar riesgos y estropicios, Karl Popper abogaba por el cambio gradual frente al revolucionario basado en el borrón y cuenta nueva. La evolución biológica no funciona así a las bravas: una mutación en los genes que regulan las estructuras anatómicas, de modo que se desarrollen unas alas en vez de unas patas, casi nunca suele tener un final feliz. 

Definirse en positivo es siempre más elegante y convincente que hacerlo en negativo, pero no debemos renunciar a esto último para marcar la frontera con lo inmoral y lo indeseable. Y lo cierto es que todo progresista no debe ser solo antifascista sino también anticomunista. Porque no se puede dejar de estar en contra de una ideología (obviemos innegables buenas intenciones de muchos de sus partidarios) responsable de tanta muerte y sufrimiento.

Por último me pregunto si un socialdemócrata en 2021 puede tener como aliados a autodeclarados comunistas (caso del eurodiputado de Unidas Podemos Manu Pineda) que rinden homenaje a regímenes como el chino. Un régimen que desde hace años exhibe lo peor tanto del comunismo como del capitalismo.




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