domingo, 5 de abril de 2020

Coronavirus y Homo sapiens


Ya escribí hace unas semanas sobre la cara humana más fea de la pandemia del coronavirus Covid-19, de la que cada vez hay más evidencias en las noticias que nos llegan de España y el resto del mundo. Me refiero a esa gente que no hace caso a las restricciones impuestas por sus Gobiernos o intentan burlarlas de la manera más retorcida, que propagan bulos, que se convierten en chuscos inquisidores desde las ventanas de sus casas o, peor aún, se aprovechan del virus para intentar sacar tajada legal (haciendo acaparamiento de productos) o ilegalmente (por ejemplo, mediante virus informáticos para hacerse con contraseñas y bloquear ordenadores -¡incluso de hospitales!- para exigir un rescate). En algunos países como Colombia, India, Sudáfrica o el sur de Italia, la realidad cotidiana es una olla a presión que podría estallar de la peor manera si esta situación se mantiene unos meses más.

Las ramificaciones económicas, sociales, políticas y culturales de esta crisis son, desde luego, enormes y difícilmente predecibles. Muchas de ellas ni siquiera han podido ser exploradas en profundidad y se van manifestando sobre la marcha, lo que obliga a los Gobiernos a improvisar en un escenario inédito. Las medidas adoptadas para combatir la enfermedad, seguramente necesarias, tendrán unos efectos colaterales profundos e inevitables. En otra entrada anterior de mi blog hablaba precisamente de la ley de las consecuencias no deseadas. Si el confinamiento se prolonga demasiado, bastantes personas van a salir de esto con serios problemas físicos (por la falta de ejercicio y exposición al Sol) y psicológicos (neurosis, ansiedad, fobias...). Y le llegará el agua al cuello, por falta de ingresos, a cientos de miles. No pocas relaciones de pareja saltarán por los aires, por no hablar de las mayores oportunidades para los maltratadores de ejercitar en su casa la violencia machista. El riesgo de que la crisis acabe dando un impulso a los ya rampantes nacionalpopulistas es innegable. Y aquí el papel de la Unión Europea como cortafuegos es clave (de hecho, la UE saltará por los aires si no actúa contundentemente).

Adonde quería llegar hoy con este post es a la constatación de que la naturaleza humana es impepinablemente la que es: para bien y para mal. Claro que esta crisis es una oportunidad para hacernos más resilientes y austeros, para aprender a vivir de una forma menos agresiva con el medio natural y más empática con otras criaturas sintientes (una buena noticia derivada de todo esto es la prohibición oficial en China de la cría de perros para servir de comida, y seguro que ya no se verán en sus sucios mercados callejeros pangolines o murciélagos destinados al consumo). Pero, como en toda crisis, esta es una ventana de oportunidad para infames tipejos de toda índole. Y un escenario igualmente propicio para el ejercicio de la más burda estupidez. Aquí, por ejemplo, la religión no tarda en retratarse: musulmanes convencidos de que el virus es un castigo de Dios que no les afectará a ellos, el patriarca ortodoxo Kiril paseando por Moscú con un icono de la Virgen María que impedirá que se contagien los cristianos rusos, el rabino ultraortodoxo judío que dice que esto es un castigo divino por la homosexualidad (y que luego cae infectado junto a su mujer)...

Como bien decía Javier Sampedro el otro día en El País, nos equivocaríamos si pensásemos que después de esto la humanidad será mejor. La especie humana será la misma, con sus héroes y sus canallas, sus valientes y sus cobardes, sus indignados y sus indiferentes, sus inteligentes y sus estúpidos... Aplicando la teoría de juegos, hay un equilibrio evolutivo entre buenos y malos que asegura la pervivencia de ambos. Desde la izquierda utópica nos quieren convencer (y se quieren autoconvencer) de que esto marca el fin del capitalismo y la llegada de algo mejor. Siempre amenaza el infierno con volver empedrado de buenas intenciones...

No es la primera vez que saco a colación a Carl Sagan a este respecto, ni creo que sea la última. Seamos de una vez conscientes de esa advertencia suya de que el desfase entre el desarrollo económico-tecnológico y el cultural-educativo amenaza con socavar la civilización: "Antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara".

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