domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Por qué? (Pinker te responde)

¿Por qué ocurren las enfermedades y los desastres naturales? ¿Por qué existen el dolor, el sufrimiento y la injusticia? ¿Por qué los seres humanos se matan entre sí? ¿Por qué hay hombres que violan a mujeres?...

Para responder a estos interrogantes podemos elegir entre acudir a la razón o a la superchería (dentro de la cual debe incluirse, por supuesto, a la religión), ese vistoso manto con que suele adornarse la tradición. Podemos echarle la culpa de todos nuestros males al pecado original, los albinos, las brujas, el mal de ojo, el gato negro, Satanás, la voluntad insondable de un supuesto Creador... Pero por esa vía nunca llegaremos a comprender y quedaremos siempre a merced de la frustración y la impotencia (salvo que optemos por el autoengaño -como Unamuno- o seamos estúpidos). La ciencia es la mejor herramienta para procurar entender no solo el funcionamiento del Universo y el comportamiento de sus objetos, sino también nuestra propia naturaleza y conducta. Para responder incluso a preguntas menos solemnes como por qué la gente tiende a ser altruista con su entorno familiar y egoísta más allá de su círculo afectivo, por qué hay tanto imbécil presumiendo de coche, ropa y smartphone, por qué los hombres tienden a ser más infieles que las mujeres o por qué las top-models y los empresarios muy adinerados se atraen mutuamente.

Si queremos combatir o erradicar algo, necesitamos conocerlo bien. Ninguna medicación funcionará, por muy eficaz que sea, si no está asociada a un diagnóstico correcto (y es irrelevante que este nos guste o no). De nada sirve aplicar quimioterapia para aliviar un catarro, de nada sirve tomarse una aspirina para curar un cáncer. Si no comprendemos bien nuestra naturaleza humana estaremos dando palos de ciego en la lucha contra lacras a ella asociadas como la violencia o el machismo.

Eso es lo que sostiene el brillante psicólogo evolutivo canadiense Steven Pinker, autor entre otras obras de La tabla rasa y de Los ángeles que llevamos dentro. En la primera de ellas, La tabla rasa, Pinker desmonta tres mitos muy arraigados en nuestro pensamiento y en la ortodoxia académica de las ciencias sociales y las humanidades: el de la tabla rasa (porque no somos una hoja en blanco al nacer, ya que venimos equipados genéticamente con un hardware y un software de serie), el del buen salvaje (porque no es cierto que nazcamos buenos y el entorno luego nos corrompa) y el del fantasma en la máquina (porque la mente es un producto del cerebro, a su vez modelado por la selección natural).

Por supuesto, para comprender hay que tener en cuenta los diferentes niveles de análisis de la realidad. Como dice el propio Pinker, es absurdo analizar las causas de la Primera Guerra Mundial atendiendo a la dinámica de electrones y quarks. En este caso habría que hacer un análisis en el plano social (sociología-economía-historia), sin perder de vista el plano individual (psicológico) del que este emerge. Y conscientes de que este plano individual es a su vez deudor del genético, que a su vez lo es del químico y en última instancia -hasta donde conocemos- del físico. Obviamente, siempre diferenciando la causalidad próxima de la causalidad última. Los seres humanos se enamoran porque les hace felices (causa próxima), aunque en el fondo haya una inclinación genética (causa última): ello no tiene por qué quitarle valor al amor u otros sentimientos, insiste Pinker.

El científico canadiense afirma que el ejercicio de la violencia tiene un fundamento racional, aunque a veces sea consecuencia de cálculos erróneos. Somos máquinas de supervivencia informadas genéticamente, y el conflicto de intereses entre máquinas de supervivencia -y entre agregados de máquinas de supervivencia como los clanes o los Estados- es inevitable. Para minimizar la violencia, por tanto, hay que desactivar sus fundamentos: esa es la única manera efectiva. No se frena la violencia apelando a la paz, del mismo modo que no se elimina una inclinación al maltrato doméstico haciendo seminarios de igualdad de género o cursos de papiroflexia.

Se socava la violencia prohibiendo su ejercicio individual para convertirla en monopolio del Estado (el Leviatán del que hablaba Hobbes) y creando una comunidad de intereses a través del comercio (una idea brillante que se remonta a Kant y sobre la que se fundó la Unión Europea), además de fomentando el cosmopolitismo y la extensión de la educación. Por eso Pinker afirma en su último libro, respaldado por una amplísima munición estadística, que nunca la humanidad fue menos violenta que ahora. "Con la violencia, como con otras muchas preocupaciones", se lee en La tabla rasa, "el problema es la naturaleza humana, pero, al mismo tiempo, la naturaleza humana es la solución".

En suma, que venimos al mundo con un equipamiento mental de serie, que no nacemos buenos (los niños menores de dos años matarían a diestro y siniestro si tuvieran armas a su alcance) y que el alma como artefacto separado del cuerpo es tan real como el vaporoso éter del que hablaban los antiguos. Pero, para Pinker, esto no tiene por qué ser tomado como una desgracia: "Nada impide que el proceso amoral de selección natural desarrolle un cerebro con unos auténticos sentimientos de generosidad. Se dice que aquellos a quienes gustan las leyes y las salchichas no deberían ver cómo se hacen. Lo mismo ocurre con los sentimientos humanos". Conclusiones las suyas, fruto de la razón, mucho más atinadas que la superchería para acercarse al entendimiento de la realidad y poder actuar en consecuencia.

2 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

Me despierta algunos interrogantes. Por ejemplo, ¿qué es el bien y qué el mal? Si en última instancia somos mera consecuencia de procesos naturales, no hay juicio moral, ¿por qué tratar de dirigir a los hombres en una determinada dirección? Dejémosles hacer.

Hay comportamientos humanos que no se dan en los animales, tanto en lo bueno como en lo malo. No conozco nada asimilable a un Auschwitz ni a una Teresa de Calcuta. ¿Hitler y Gandi merecerían el mismo juicio moral, como mero producto histórico-material?

Interesante, pero, a mi entender, insuficiente.

Nicolás Fabelo dijo...

El bien y el mal son subjetivos, Rafa. A veces, incluso, son las dos caras de una misma moneda: detrás de una cena caliente que alivia el hambre de un niño pobre puede estar el sufrimiento de un animal brutalmente maltratado desde su nacimiento hasta su degüello. Otra cosa es el Bien (con mayúsculas), que yo creo que existe en un ámbito platónico. A ese Bien, sinónimo de Justicia, de Compasión (¿de Dios?), nos acercamos a veces. Lo descubrimos (no lo inventamos), porque realmente existe, está ahí como están las Matemáticas (que quizá sea la misma cosa)...

"¿Por qué tratar de dirigir a los hombres en una determinada dirección?". Pues por la misma razón por la que hay semáforos y otras señales de tráfico: para procurar una convivencia lo más civilizada y grata posible. Cada uno que haga con su vida lo que quiera, pero respetando a los demás.

Los etólogos siguen insistiendo en que las diferencias entre humanos y el resto de animales son solo de grado, no sustantivas. En los animales no humanos hay conductas violentas pero también cooperativas. Y hay crueldad, desde luego: asesinatos masivos (entre especies diferentes e incluso dentro de la misma especie), infanticidio, canibalismo, etc.

La cuestión del libre albedrío es muy espinosa, porque si no existiera -¿por qué habría de existir si el mundo es determinista?- todos deberíamos ser absueltos de cualquier atrocidad (¡estaríamos interpretando sin darnos cuenta un guion preestablecido!). Pero eso no significa, por supuesto, que no haya que perseguir y neutralizar a quienes hacen daño a los demás. En cualquier caso, allá cada uno con su conciencia. Si Hitler dormía tranquilo, allá él...

Por cierto, cada vez me hago más la pregunta que se hacía Perales: "¿Y quién es él?" Quizá los pronombres solo sean diversas manifestaciones del Yo, del Ser.

"La conciencia es un singular del que se desconoce el plural (...) existe una sola cosa y (...) lo que parece ser una pluralidad no es más que una serie de aspectos diferentes de esa misma cosa, originados por una quimera (la palabra hindú: MAJA)"
Esto lo escribió nada menos que... Erwin Schrödinger, Premio Nobel de Física y formulador de la ecuación fundamental de la mecánica cuántica.

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