martes, 22 de diciembre de 2015

¿Podemos con estos mimbres?

Los españoles se acercaron anteayer a sus colegios para votar en las elecciones generales. Bueno, mejor dicho, solo lo hizo un 73,2% del censo: más de un cuarto de la población con derecho a voto ni se dignó a ejercer su derecho (yo creo que si algún día se decidiera en referéndum el restablecimiento de la esclavitud, no menos del 20% de nuestro electorado seguiría sin molestarse en ir a votar, más preocupado acaso por lo último de Gran Hermano, Sálvame o Mujeres, Hombres y Viceversa). El dato de la abstención fue aún más vergonzante en lugares como Canarias: ¡casi un tercio! No es casual que en mi tierra natal haya una especial querencia por lo más infecto de la telebasura estatal, sin perjuicio de la autonómica propia.

Antes de conocer el sondeo a pie de urna, y recordando la PPestafa electoral de 2011, se me pasaron por la cabeza dos cosas: primero volví a preguntarme -de vez en cuando lo hago- qué sería en el mundo de los poderosos sin el concurso de los tontos; luego, en un ejercicio de realismo para no llevarme un chasco (las encuestas de Andorra me habían animado), fui nuevamente consciente del riesgo de sobrestimar a los españoles.

Estos pensamientos se afianzaron al día siguiente de las elecciones tras charlar con una compañera que había sido apoderada de Podemos en un colegio electoral de un barrio humilde de la periferia de Madrid. Lo que me contó es buen ejemplo de que la realidad supera muchas veces a la ficción. ¡Y menuda realidad! Estar todo el día en un colegio electoral puede proporcionar información más relevante que todo un trimestre en un máster doble de Sociología y Psicología.

Para empezar, el tipo dominicano de edad media, acompañado de su numerosa prole y vestido como si fuera al templo evangélico, que le dice solemnemente a mi compañera, pese a lucir ella un cartelón de Podemos: "¿La papeleta del señor don Mariano Rajoy, por favor?" (éste es el típico que votaría en EE.UU. a Donald Trump solo por su conservadurismo religioso, aunque en su programa figurase expresamente la expulsión de los inmigrantes latinos). A continuación, el chico de origen ecuatoriano que con amaneramiento extremo pregunta dónde está la papeleta del "guapito". ¿El guapito? "Sí, es que no he encontrado la papeleta con su foto" (hablaba de Albert Rivera, claro).

Pero no seamos injustos con la inmigración: el paisanaje nativo no es un dechado de virtudes. Al parecer, no era infrecuente el votante español de pura cepa de en torno a los 30 años que iba por primera vez a las urnas (ya había tenido, por edad, ocasiones de haberlo hecho varias veces) y no tenía ni puta idea de qué hacer. Algunos de los electores que no venían con el voto de casa cogían la papeleta sepia del Senado y la metían sin más en el sobre... ¡sin marcar las equis correspondientes! Mi compañera sospecha que incluso más de uno cogió la papeleta del Senado y la papeleta de Falange (solo por el hecho de estar justo al lado del montón de las sepias) para meterlas en sus respectivos sobres y volverse a casa muy ufano. Esto ya me parece un tanto exagerado, aunque no hay que perder de vista el analfabetismo funcional que sigue exhibiendo nuestro país. Es algo que sorprende a mucha gente que apenas ha salido de su burbuja de clase media relativamente acomodada. Pero el país real es el representado en la mili de antaño o en ese colegio electoral de anteayer, no en el estrecho círculo de amigos de la Universidad, del trabajo o de la vecindad de barrio bien.

Por si fuera poco, el apoderado del PP era un tipo que no tenía donde caerse muerto, semidependiente de la caridad pública, lo que haría las delicias del tuitero ObreroLiberal (parodia de un obrero de derechas profundamente católico y español que recoge basura de un contenedor, duerme en un cajero automático y come en Cáritas). En suma, un retrato esperpéntico que es fiel reflejo de las carencias de nuestra educación y nos hace dudar de si realmente podemos. Ojalá podamos, porque en esta maltratada España hay mucha gente que se lo merece, pero por desgracia no hay más cera que la que arde. Y hay que ser consciente de ello.

2 comentarios:

Adolfo dijo...

Hola Nico, entiendo lo que quieres decir, pero no puedo estar de acuerdo con el trasfondo. No creo que el votante de izquierdas sea mucho mejor que los ejemplos que describes. Yo conozco un par de casos de personas que están en las estructuras locales de Podemos, y no les confiaría la custodia de un lápiz. Y de simples votantes, cuyo único argumento es "que todo reviente y que se jodan".

En cualquier caso, todos los votantes de las diferentes opciones, creen con sinceridad, que están haciendo lo correcto en función de su nivel de información, intuición o simples sensaciones. Todos nos dejamos llevar, con mayor o menor profundidad por ello.

Sin conformarme con lo que hay, tiendo a sentir respeto por los ciudadanos (no siempre), y por sus intenciones, que (salvo excepciones), creo que son buenas.

Nicolás Fabelo dijo...

Claro que hay que respetar a esas personas, Adolfo. Pero imaginarse a ese inmigrante dominicano votando en EE.UU. a Donald Trump por ser el voto "cristiano y decente" es tristísimo. Por desgracia, la historia de la humanidad es en parte la historia de una estafa de unos seres humanos a otros: magnífico trabajo al respecto el de los sacerdotes y magos.

Y por supuesto que hay imbéciles en la izquierda, y que no es uno mejor persona por ser de izquierda que de centro o de derecha. Sobre la imbecilidad e intolerancia de la izquierda ya escribí aquí: http://picandovoy.blogspot.com.es/2013/11/hastiados-de-estos-mongoles-de-izquierda.html

En fin, ¡un abrazo, amigo!

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