domingo, 22 de junio de 2014

La pena por el elefante


En uno de sus reportajes en El País, el bueno de Pepe Naranjo aborda el exterminio de elefantes en África asociado al tráfico ilegal de marfil. Lo que no suele decirse es que detrás de este drama están la imbecilidad y/o inconsciencia de millones de personas (sobre todo, nativos del este de Asia que gustan de adornar sus casas con objetos de marfil o atribuyen propiedades afrodisíacas a los colmillos del hermoso paquidermo). Los responsables son seres humanos corrientes y molientes (gente "normal"), no Satán ni el Doctor No ni la CIA ni algún siniestro compló conspiranoico...

El esquema es muy simple: los imbéciles o inconscientes demandan, los desaprensivos ofertan, los más bestias disparan, los elefantes mueren... Pero la culpa no es del mercado (simple concurrencia impersonal de oferta y demanda), sino de unos demandantes enajenados por sus supersticiones y estupideces locales. De nada sirve que los países africanos se tomen en serio la lucha contra la trata (como parece que está ocurriendo) si un montón de cretinos en Asia sigue alimentándola.

Se trata de la típica película real protagonizada por humanos, con todo lo que conlleva: egoísmo, ignorancia, estupidez, maldad... Al igual que en las pelis de ficción también hay, por supuesto, cosas buenas como la gente que se indigna e incluso se rebela arriesgando su pellejo. El modelo explicativo aplicable es siempre el mismo, hablemos de tráfico de marfil, de peletería, de diamantes, de industria cárnica o de esclavismo (aunque en este último caso los demandantes eran -¡y son!- más bien hijos de puta que inconscientes o imbéciles).

La culpa tampoco es del capitalismo ni del neoliberalismo: como ya apunté, en primera instancia es de quienes demandan esos productos y, luego, de la cultura y tradición de la que maman dichos demandantes (en última instancia, de la propia naturaleza humana). Eso es lo que no acaba de entender la izquierda ortodoxa, que atribuye todos los males a EE.UU. e Israel, aparte de al capitalismo, el neoliberalismo, el mercado e incluso (¡esto ya es el colmo!) el liberalismo. El problema es el Homo sapiens y su (maldita) cultura. Pero no desesperemos: la solución también es el Homo sapiens y su (bendita) cultura.

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