domingo, 2 de diciembre de 2012

Ni la política ni la cultura: ¡es la genética!

José Mujica, presidente de Uruguay, pronunció en junio un emotivo discurso en la Cumbre de la Conferencia de las Naciones Unidas por el Desarrollo Sostenible Río+20. El vídeo con sus palabras ha sido muy celebrado en las redes sociales (para ser más exactos, entre las personas de las redes sociales con cierto grado de preocupación política, que son una minoría en ese universo plagado de analfabetos digitalizados).

Mujica (lee aquí su discurso) abogó por la necesidad de "empezar a luchar por otra cultura", de "revisar nuestra manera de vivir". "El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Mis compañeros trabajadores lucharon mucho por las 8 horas de trabajo y ahora están consiguiendo las 6 horas", dijo en la capital carioca. "Pero el que tiene 6 horas se consigue dos trabajos; por lo tanto, trabaja más que antes ¿Por qué? Porque tiene que pagar una cantidad de cuotas: la moto, el auto, y pague cuotas y cuotas y cuando se quiere acordar, es un viejo reumático -como yo- al que se le fue la vida".

Lleva mucha razón el presidente uruguayo, desde luego. Pero conviene recordar que es posible un cambio en nuestro modo de vida pero no en la naturaleza humana. Tenemos el mismo cerebro que un humano de hace cien mil años: los cambios a este respecto solo son apreciables en una escala temporal que sobrepasa con mucho la duración de una civilización (salvo que un día -intuyo no muy lejano- dispongamos de la tecnología para hacer fontanería tanto en nuestro potentísimo ordenador interno como en su base genética).

Por desgracia, hay personas muy poco proclives a cambiar su manera de vida, aun cuando en ello esté en juego su propia supervivencia. En un régimen democrático, esas personas -que, no olvidemos, son la mayoría- nunca votarán a quienes propongan medidas impopulares para combatir el cambio climático, la contaminación, la pobreza extrema, el agotamiento de los recursos naturales o la destrucción de la biodiversidad. Con ellos no se puede contar, aunque, eso sí, serán los primeros en exigir ayuda -y en eximirse de su corresponsabilidad- cuando el agua les llegue al cuello. Puesto que es casi imposible convencerlos, queda la tentación moralmente dudosa de hacerles pasar por el aro con un régimen autoritario. Pero el remedio sería aquí muchísimo peor que la enfermedad: intentar corregir por la fuerza a la gente en busca de un supuesto hombre nuevo solo conduce a las pesadillas más infernales, como la Revolución Cultural de Mao en China o la locura genocida de Pol Pot en Camboya. El hombre nuevo no existe, salvo en la mente calenturienta de algunos revolucionarios ignorantes e insensatos.

No hace falta conocer a mucha gente ni tener un doctorado en Psicología para atestiguar que hay congéneres que dan más valor a tener un buen smartphone que a comer alimentos sanos, que conceden más importancia a la conducción de coches de alta gama que a respirar un aire saludable, que están más preocupados por la limitación de velocidad en las autopistas que por la calidad de los estudios de sus hijos. Y esto no es una cosa de hoy, un mal de la sociedad de consumo o de la globalización. El afán de ostentación existe desde los tiempos en que aún andábamos a cuatro patas, hace seis millones de años, cuando en África se buscaba la vida el antepasado común de humanos, chimpancés y bonobos. Los simios macho actuales también van haciéndose los chulos por ahí (no con ropas, zapatos y relojes caros, ni con coches, tatuajes o iPads, ni pintando cuadros abstractos o dando conciertos pop, sino a su manera aparentemente más tosca). Todo ello es en el fondo una estrategia de apareamiento, ciertamente exitosa porque de otro modo ya no se usaría. Que les pregunten si funciona o no a los magnates rusos, a los narcos mexicanos, a los toreros, a los futbolistas, a las estrellas de la música comercial...

Hay que asumir tanto las debilidades humanas como la variabilidad en los individuos de nuestra especie (la inteligencia, la honradez, la generosidad y el espíritu de sacrificio no están repartidos por igual). Es un error fundar proyectos de mejora social sobre la negación de nuestra natural inclinación al egoísmo, la soberbia y la estupidez. Una amiga con mucha experiencia en el ámbito de la cooperación internacional me contó una vez un caso muy ilustrativo al respecto. Con el dinero de la cooperación española se llevó a cabo hace años un exitoso proyecto de desarrollo en una comunidad de Nicaragua. El nivel de vida y el bienestar social de la comunidad aumentó. Lo que no estaba previsto es que... ¡entonces empezaron a mirar con desprecio a sus vecinos más pobres! ¿Un éxito?... La enseñanza de esto es que muchos de los pobres del mundo no quieren cambiar el sistema, sino solo su lugar en el mismo: o sea, sueñan con vivir como lo hacen los europeos o norteamericanos acomodados. Si alguien tiene dudas, que eche un vistazo a China.

Es cierto, como expone Mujica en su discurso, que estamos gobernados por el mercado en vez de gobernar al mercado. Pero no es menos cierto que el mercado es así porque refleja nuestras preferencias y debilidades (en el fondo, nuestra naturaleza). La economía de mercado es técnicamente un sistema de asignación de recursos que, en ausencia de interferencias (conchabeos de empresas, intervención estatal, etc.), da valor a las cosas atendiendo solo a su oferta y su demanda. Si Cristiano Ronaldo gana mucho más dinero que un investigador del cáncer no es culpa de la economía de mercado, sino en última instancia de las preferencias expresadas por las personas que componen el sistema. Si la gente pasara del fútbol, Mourinho sería probablemente un mileurista amargado pegado a la tele de una taberna cutre de Setúbal; y Cristiano, un matado de Funchal. Si la gente diera mucho menos importancia a la moda, los pantalones vaqueros rotos a lo Beckham valdrían menos que una bolsa de chuches. Si los chinos apreciaran menos el marfil, la población de elefantes y rinocerontes en África sería mayor. Si la alta cultura fuese un fenómeno de masas, La 2 sería líder de audiencia y Tele 5 se vería obligada a cerrar o modificar radicalmente su parrilla.

Esto no es una invitación a resignarse, sino a tener los pies bien firmes en la tierra. La cooperación es posible (sin ella no habría sobrevivido el Homo sapiens), tanto localmente como a escala global (gracias a Internet). Es misión de los poderes públicos (democráticos) poner los incentivos para que las personas saquen lo mejor de sí mismas y también los desincentivos -incluidos los penales, por supuesto- para disuadir a quienes tengan la tentación de sacar lo peor. Y es nuestra misión ser muy exigentes con esos poderes públicos y promover con nuestros actos cotidianos cambios en la cultura y en la conciencia colectiva. Es innegable la extensión de la educación y de la conciencia, que nos hace ver como aberrantes cosas normales en el pasado como la esclavitud, la discriminación femenina, el racismo y la homofobia (y que nos hará ver en el futuro como una inmoralidad el holocausto animal y este modelo ecológicamente insostenible).

Eso sí, no debemos esperar nunca el paraíso en la Tierra, ya que el mal y la estupidez siempre estarán ahí presentes. Ello no quita que se pueda vivir de una manera mucho más civilizada y amable con nuestros congéneres, otros seres vivos y el entorno natural. Esa sí que es una esperanza razonable, pese a nuestra herencia genética... ¡y gracias a ella!

11 comentarios:

Emilio dijo...

La entrada es profundamente sexista.

Nicolás Fabelo dijo...

¿Por qué es 'profundamente sexista', Emilio? ¿Acaso por este párrafo?:

"Los simios macho actuales también van haciéndose los chulos por ahí (no con ropas, zapatos y relojes caros, ni con coches, tatuajes o iPads, ni pintando cuadros abstractos o dando conciertos pop, sino a su manera aparentemente más tosca). Todo ello es en el fondo una estrategia de apareamiento, ciertamente exitosa porque de otro modo ya no se usaría. Que les pregunten si funciona o no a los magnates rusos, a los narcos mexicanos, a los toreros, a los futbolistas, a las estrellas de la música comercial..."

¿Por qué? ¡Cuéntame, por favor!

Emilio dijo...

Entre otras cosas. Lo que me sorprende es que no seas capaz de darte cuenta sin necesidad de que alguien te guíe.

Nicolás Fabelo dijo...

Guíame, por favor, para decirme dónde está el sexismo.

Emilio dijo...

Pongamos que por el párrafo del que entresacaste esas líneas pero también por el siguiente.

Nicolás Fabelo dijo...

La ostentación, la exhibición de estatus, es claramente una estrategia de apareamiento masculina. Es un juego que se ven obligados a desplegar los varones heterosexuales dada la asimetría existente en el mercado sexual, en el que las mujeres son las que eligen tener una relación consentida. Afortunadamente hay muchas mujeres a las que les repugnaría salir con el presidente del Chelsea, el magnate de la Fórmula 1 o Berlusconi, por muchos diamantes y pieles que les ofrezcan. Pero haberlas haylas, sobre todo en el segmento de las féminas menos inteligentes. De vez en cuando es instructivo echar un vistazo a la prensa del corazón...

¿Qué hay de sexista en constatar esta realidad?

Emilio dijo...

En la entrada lo que leí se refería a los simios machos y por ningún lado aparecían esas señoras que ahora sí sacas a relucir, aunque por supuesto sin que oses llamarlas simios hembra.

Sinceramente ¿crees que de forma espontánea escribirías en una entrada atribuyendo lo que ahora cuentas o las estrategias de seducción femenina a unas simios hembra?

Nicolás Fabelo dijo...

No tengo ningún problema en usar la expresión de "simios hembra", Emilio. No seré yo quien caiga en correcciones políticas de esta clase. Quien me siga en el blog sabe que creo -como cualquier persona sensata- que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos. Y que ser hombre no es mejor que ser mujer (ni al revés, por supuesto). También sostengo que es una estupidez decir que si el mundo estuviera gobernado por mujeres sería más habitable.

Adolfo dijo...

Hola Nico, hola Emilio.

Si me permiten, me meteré en esta polémica.

Cierto es, que resulta importante evitar el sexismo,(machismo o hembrismo) y combatirlo. Pero precisamente Nicolás es un declarado enemigo de la dictadura de lo políticamente correcto.

También puede ocurrir que centrándonos demasiado en esa misión, podamos perder la naturaleza del mensaje que se pretende dar y que va más allá del sexo de los protagonistas.

En este caso, creo que se usa el símil del simio, no tanto como una burla, (que también), a un comportamiento reprochable, (empieza especificando que se refiere "a los que van haciéndoselos los chulos"), sino por conectarlo con nuestra naturaleza más primitiva, pues es un tipo de comportamiento - de unos y de otras- que, con las diferencias propias de cada época, se viene repitiendo desde que bajamos de los árboles hasta ahora.

Saludos

Emilio dijo...

Solo por aportar un dato más. Si por algún lado existe un intento de "hombre nuevo" es por el lado del neofeminismo.

Así lo recoge Elisabeth Badinter en: Por mal camino, donde a propósito de la división en géneros de la humanidad por parte de este feminismo dice:

"Las categorías binarias son peligrosas porque diluyen la complejidad de lo real en favor de esquemas simplistas y forzados. Malestar también por la condena "en bloque" de un sexo, que se parece mucho al sexismo. Malestar, en suma, por la voluntad de "reeducar" a los hombres, lo que desempolva recuerdos vergonzantes. El eslogan implícito o explícito de "cambiar al hombre", más que el de "luchar contra los abusos de ciertos hombres", revela una utopía totalitaria."

Leonardo F. dijo...

Con qué facilidad se tira el epíteto de "sexista" últimamente. Es una acusación con tanta inercia social que pregna rápidamente, uno teme haber cometido el pecado sin darse cuenta. Hay que estar aclarando continuamente que si uno dice "simios femeninos", se refiere en el contexto de la naturaleza homínida y que por lo tanto, por supuesto, faltaba más, huelga aclararlo, los hombres también son simios, válgame dios madre del amor hermoso, qué ganas de romper las pelotas haciendo comisariado ideológico, tirándo la frase "sexista" y luego punto final, que sea el acusado y no el que hace la afirmación el que cargue con el Onus Probandi.

Curiosamente, en el último párrafo citado por Emilio, la propia Elisabeth Badinter deja en claro que el slogan de "cambiar al hombre" es un afán totalitario.

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