El 29-S fui a trabajar. Las opciones para ese día sólo eran dos (ir o no ir), pero la realidad es mucho más compleja que esa simple dicotomía. Lo cierto es que no fue una decisión fácil, y sigo sin estar seguro de haber hecho lo adecuado. Pero fue algo meditado. Y hecho está.
En primer lugar, me tiraba para atrás el secundar una convocatoria lanzada por los sindicatos mayoritarios en función no tanto de los intereses de los trabajadores como de los suyos propios: tenían que escenificar un distanciamiento frente al Gobierno ante reformas muy impopulares como las recientemente aprobadas y las que con toda seguridad vendrán más adelante.
También me fastidiaba que calificasen la reforma laboral de agresión intolerable cuando la situación de los contratados temporales -con 8 días de indemnización por año trabajado- ya es desde hace un puñado de años bastante lamentable. ¿Alguien se acuerda de ellos?, ¿y alguien se acuerda de los parados?... Era indignante leer en una de las hojas sindicales distribuidas en mi empresa uno de los "ganchos" para atraer a la huelga a los trabajadores fijos con mucha antigüedad y un sueldo nada desdeñable: que en vez de llevarte a casa una indemnización de 170.000 euros (45 días por año trabajado), sólo pillarías 80.000. A ver quién le cuenta esto a alguien harto de enganchar contratos temporales y de ser parasitado por ETTs; a ver quién le pide que se sume a la huelga para que unos señores o señoras puedan aumentar su patrimonio en 170.000 euros (y no en 80.000) si les despidiesen unos añitos antes de su más que garantizada jubilación.
Al final te das cuenta de que los llamados sindicatos de clase defienden sobre todo a la aristocracia obrera, la compuesta por los trabajadores de la industria y las grandes empresas, los funcionarios y los trabajadores fijos de empresas públicas. Y descubres que los intereses de la mal llamada clase trabajadora no son los mismos, por no hablar ya de los parados.
Otra cosa que me disuadía de ponerme en huelga es la demagogia sindical acerca de la reforma de las pensiones, algo inaplazable en el tiempo por el desequilibrio entre el número de beneficiarios y sostenedores del sistema. Ésta es una cuestión de pura aritmética, no de política. Y proponer que la gente que ahora tiene 40 años se jubile a los 67 en vez de a los 65 no parece un disparate, habida cuenta de que dentro de 30 años el concepto de ancianidad será seguramente diferente.
Lo que puede calificarse ya directamente como engaño es la afirmación de que si la huelga triunfaba sería posible hacer rectificar a Zapatero. Tal como está la situación, nuestro Gobierno -como todos los demás- es rehén de los mercados financieros: un paso atrás del presidente bastaría para que se nos echasen encima los gigantescos fondos de inversión y tuviésemos que recurrir al socorro del FMI (¡y éstos no ayudan gratis!). Éste es el sistema capitalista que tanto aplauden algunos y en el que tan plácidamente parece vivir (al menos hasta ahora) la mayor parte de la gente en Occidente... No es que sea imposible hacer frente a la dictadura del capital: sí que se puede, pero sólo con una acción concertada a nivel internacional, por ejemplo a través de la Unión Europea. Si un país quisiera ir por libre, puede darse ya por machacado...
Mirando las cosas por el otro lado, uno tiene claro que los sindicatos deben existir como contrapeso al empresariado, más aún en un país como España donde la calidad de los empleadores es por lo general muy mala. Aquí hay mucho botarate encorbatado incapaz de entender que sin trabajadores motivados no puede haber productividad, que no se trata de tener a sus empleados 8, 10 u 11 horas encadenados a su puesto sino de alentarles a sacar con inteligencia y flexibilidad lo mejor de sí mismos. Si no existieran los sindicatos, el mundo del trabajo sería un verdadero infierno.
Uno es además consciente de que los grandes logros sociales en Europa han sido fruto de una lucha de siglos que se ha cobrado la sangre y la vida de mucha gente: no son un regalito de quienes manejan el cotarro económico, sino una concesión (no irreversible).
Desde luego, la reforma laboral del Gobierno -eso sí, presionado desde fuera- se ha pasado varios pueblos. Con unos empresarios como los nuestros, no es de extrañar que a su amparo proliferen los abusos y la conciliación familiar se convierta en una quimera. Todo ello, para colmo, en perjuicio de la productividad de nuestra economía (¿no se pretende justamente lo contrario?). Aunque, en realidad, el de España es un problema de fondo: un sistema educativo muy deficiente, una economía excesivamente basada en la construcción, unos empresarios chapuceros, unos trabajadores poco productivos, una muy escasa inversión en I + D, un sistema judicial decimonónico, una corrupción arraigada y premiada electoralmente...
En fin, el 29-S por la mañana traspuse la barrera de seguridad de Torrespaña entre el abucheo de un grupo de piqueteros “informativos” (léase coactivos) que ni siquiera se dignaron a preguntarme si mi presencia obedecía a la fijación de servicios mínimos. La defensa de los trabajadores más débiles y de los parados no parece que sea el empeño de esta gente, más típica del cada vez más lejano siglo XX que del XXI. Algo habrá que hacer, pues...
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
jueves, 30 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
Positivity
S.coincidió el otro día conmigo en que mis últimos posts rezumaban un cierto resentimiento, en que todo eran palos a diestro y siniestro, en que parecía no haber lugar para la ternura; en fin, que el blog podía empezar a resultar algo fastidioso. Yo ya lo había apreciado, y luego J. me lo confirmó. Pero cuando se lo conté a M., amenazó con dejar de leerme si abandonaba la línea corrosiva. La verdad es que J. estaba de acuerdo con el contenido, pero ponía acertadamente el dedo en la llaga: "Aunque sea verdad lo que cuentas, públicamente queda mal decir algunas cosas". Y es que siempre es más cómodo y socialmente menos arriesgado hacer un discurso vacío y lleno de 'buenismos' y topicazos que pronunciarse como lo hacen Fernando Vallejo o Arturo Pérez-Reverte dando mandobles a un lado y a otro.
Presa de esa inquietud, me tumbé anoche en el sofá y no tardé en entrar en una extraña especie de duermevela. Sucesivos fogonazos penetraban en mi mente para iluminar mi entendimiento sobre un montón de cosas muy diversas: vi con absoluta claridad que en España le puedes comprar a un desconocido un coche usado sin temor, que el mérito prima siempre aquí sobre los enchufes, que la circulación por nuestras carreteras es maravillosa -gracias sobre todo a la educación de nuestros conductores-, que la gente que escribe libros de cátaros, templarios y esoterismo no lo hace para ganar dinero sino para crear belleza, que aquí nadie se hace rico a costa de la estupidez (con perdón) del prójimo, que un buen libro de Ética debe presentarse siempre en una plaza de Toros, que si Cuba está tan mal económicamente es sólo por el bloqueo norteamericano, que la mayor parte de nuestros empresarios son unos grandes emprendedores generadores de riqueza, que Pedro J. Ramírez es una bellísima persona, que todos los delincuentes no dejan de ser víctimas obligadas a delinquir para dar de comer a sus hijos, que los países ricos sólo lo son porque explotan a otros, que los países pobres sólo lo son porque son explotados por otros, que los gitanos rumanos son en su totalidad buena gente que no crea problemas a nadie, que el Islam es una religión de paz, que el catolicismo ha sido una bendición para Latinoamérica, que los occidentales somos malos y los demás son buenos, que la gente ve telebasura no porque le guste sino porque se la ponen (si no, verían documentales de anfibios o cine expresionista checo), que los norteamericanos son casi todos tontos e incultos -no como nosotros los españoles, que somos todos listos y cultos-, que el deporte de elite es un medio para unir a los pueblos y dar buen ejemplo a los niños, que los sindicatos se preocupan sobre todo de los más débiles (contratados temporales y parados), que el fundador del PNV era un gran sabio, que a los nacionalistas catalanes les preocupa mucho la felicidad de los animales, que no existe un nacionalismo español, que Juan Antonio Samaranch fue siempre un demócrata convencido, que el lugar más seguro para un niño es una sacristía, que la gente del medio rural es siempre más humana y noble que la de la ciudad, que nuestras Universidades son las mejores del mundo, que Damian Hirst es un artista sublime -y también la española Esther Ferrer-, que "Lucía y el sexo" es un producto exquisito de un lirismo extraordinario (Carlos Boyero no ha llegado a entender a Medem, como yo acababa de hacerlo)...
Agotado mentalmente por tal bombardeo de verdades, que debió durar horas, volví de pronto al estado de vigilia. Entonces pensé: "Qué bien vivir en este mundo, y sobre todo en España (en Italia o México tampoco estaría mal), con tanta verdad, tanta justicia, tanta inteligencia, tanta bondad y generosidad". Por entre las cortinas se colaban unos rayos de luz: ya había amanecido. Las descorrí y vi un cielo de un azul intenso. Los pajarillos cantaban, y la brisa mecía las hojas de los chopos de enfrente. Entonces me dije: "Bueno, aunque todo fuera al revés (¡que no lo es!), qué mañana más estupenda hace. Hoy voy a subir con mi hijo a la sierra para dar un rico paseo por el bosque, hacer un pícnic y jugar con los cromos del Mundial de fútbol... ¡qué bien nos lo pasaremos!".
Presa de esa inquietud, me tumbé anoche en el sofá y no tardé en entrar en una extraña especie de duermevela. Sucesivos fogonazos penetraban en mi mente para iluminar mi entendimiento sobre un montón de cosas muy diversas: vi con absoluta claridad que en España le puedes comprar a un desconocido un coche usado sin temor, que el mérito prima siempre aquí sobre los enchufes, que la circulación por nuestras carreteras es maravillosa -gracias sobre todo a la educación de nuestros conductores-, que la gente que escribe libros de cátaros, templarios y esoterismo no lo hace para ganar dinero sino para crear belleza, que aquí nadie se hace rico a costa de la estupidez (con perdón) del prójimo, que un buen libro de Ética debe presentarse siempre en una plaza de Toros, que si Cuba está tan mal económicamente es sólo por el bloqueo norteamericano, que la mayor parte de nuestros empresarios son unos grandes emprendedores generadores de riqueza, que Pedro J. Ramírez es una bellísima persona, que todos los delincuentes no dejan de ser víctimas obligadas a delinquir para dar de comer a sus hijos, que los países ricos sólo lo son porque explotan a otros, que los países pobres sólo lo son porque son explotados por otros, que los gitanos rumanos son en su totalidad buena gente que no crea problemas a nadie, que el Islam es una religión de paz, que el catolicismo ha sido una bendición para Latinoamérica, que los occidentales somos malos y los demás son buenos, que la gente ve telebasura no porque le guste sino porque se la ponen (si no, verían documentales de anfibios o cine expresionista checo), que los norteamericanos son casi todos tontos e incultos -no como nosotros los españoles, que somos todos listos y cultos-, que el deporte de elite es un medio para unir a los pueblos y dar buen ejemplo a los niños, que los sindicatos se preocupan sobre todo de los más débiles (contratados temporales y parados), que el fundador del PNV era un gran sabio, que a los nacionalistas catalanes les preocupa mucho la felicidad de los animales, que no existe un nacionalismo español, que Juan Antonio Samaranch fue siempre un demócrata convencido, que el lugar más seguro para un niño es una sacristía, que la gente del medio rural es siempre más humana y noble que la de la ciudad, que nuestras Universidades son las mejores del mundo, que Damian Hirst es un artista sublime -y también la española Esther Ferrer-, que "Lucía y el sexo" es un producto exquisito de un lirismo extraordinario (Carlos Boyero no ha llegado a entender a Medem, como yo acababa de hacerlo)...
Agotado mentalmente por tal bombardeo de verdades, que debió durar horas, volví de pronto al estado de vigilia. Entonces pensé: "Qué bien vivir en este mundo, y sobre todo en España (en Italia o México tampoco estaría mal), con tanta verdad, tanta justicia, tanta inteligencia, tanta bondad y generosidad". Por entre las cortinas se colaban unos rayos de luz: ya había amanecido. Las descorrí y vi un cielo de un azul intenso. Los pajarillos cantaban, y la brisa mecía las hojas de los chopos de enfrente. Entonces me dije: "Bueno, aunque todo fuera al revés (¡que no lo es!), qué mañana más estupenda hace. Hoy voy a subir con mi hijo a la sierra para dar un rico paseo por el bosque, hacer un pícnic y jugar con los cromos del Mundial de fútbol... ¡qué bien nos lo pasaremos!".
domingo, 19 de septiembre de 2010
Peligro: estúpidos sueltos
La primera de las leyes fundamentales de la estupidez humana formuladas por el economista italiano Carlo Cipolla reza: "Siempre e inevitablemente, cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo". Y la cuarta afirma: "Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas". En consecuencia, un no estúpido debería suscribir necesariamente la opinión de Borges acerca de la democracia: un "abuso de la estadística" basado en el error de dar igual valor al voto de Belén Esteban (una mujer del PPueblo, como bien sabemos) que al del estimado individuo que me honra con la lectura de estos párrafos.
Pero los estúpidos no se contentan con refrendar con sus actos u omisiones (votando -o no haciéndolo-, consumiendo irresponsablemente y pasando olímpicamente de casi todo) a unos políticos nefastos, unos empresarios diazmarsanianos, unos corruptos impresentables, unos "creadores" y "artistas" de medio pelo y, a la postre, un orden socioeconómico mundial profundamente injusto e insostenible; algunos hasta se permiten pontificar públicamente con todo el desparpajo lo mismo de política tributaria que de neutrinos, del conflicto kurdo o de los chemtrails. Y han encontrado en Internet un paraíso para campar impunemente a sus anchas: entran en la Wikipedia para reventar de mala fe el trabajo de mucha gente o contribuir de manera bienintencionada con sandeces de toda índole a cuál más risible; se inmiscuyen en retransmisiones en directo, en foros y en blogs serios para insultar o, en el mejor de los casos, hacer apuntes de lo más estúpido, plagados de disparates y de faltas de ortografía y con la sintaxis de un niño de seis años; y a veces crean incluso sus propias páginas en las que vuelcan sin complejos su basura esperando un reconocimiento que a veces, en virtud de la querencia social por la coprofagia, termina por producirse.
Lo único que podemos hacer es volver a Cipolla y tomarle la palabra: "Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error". Avisados estamos.
Pero los estúpidos no se contentan con refrendar con sus actos u omisiones (votando -o no haciéndolo-, consumiendo irresponsablemente y pasando olímpicamente de casi todo) a unos políticos nefastos, unos empresarios diazmarsanianos, unos corruptos impresentables, unos "creadores" y "artistas" de medio pelo y, a la postre, un orden socioeconómico mundial profundamente injusto e insostenible; algunos hasta se permiten pontificar públicamente con todo el desparpajo lo mismo de política tributaria que de neutrinos, del conflicto kurdo o de los chemtrails. Y han encontrado en Internet un paraíso para campar impunemente a sus anchas: entran en la Wikipedia para reventar de mala fe el trabajo de mucha gente o contribuir de manera bienintencionada con sandeces de toda índole a cuál más risible; se inmiscuyen en retransmisiones en directo, en foros y en blogs serios para insultar o, en el mejor de los casos, hacer apuntes de lo más estúpido, plagados de disparates y de faltas de ortografía y con la sintaxis de un niño de seis años; y a veces crean incluso sus propias páginas en las que vuelcan sin complejos su basura esperando un reconocimiento que a veces, en virtud de la querencia social por la coprofagia, termina por producirse.
Lo único que podemos hacer es volver a Cipolla y tomarle la palabra: "Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error". Avisados estamos.
lunes, 13 de septiembre de 2010
¡Es el contenido, estúpido!
Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a Alfonso Guerra (como diría Borges, el hermano de Juan), quien nos recibió en su despacho en el Congreso para hablar de la Transición. Al final, el hombre se empeñó en que viéramos un vídeo en su ordenador. No podía evitar troncharse con la exposición de las magníficas prestaciones de un Dispositivo de Conocimiento Bioóptico Organizado, también llamado Book: o sea, lo que todos conocemos con el nombre vulgar de 'libro'. El vídeo, bastante ingenioso, pretendía ser una crítica irónica del libro electrónico. Pero también, sin pretenderlo, es el reflejo de una incapacidad de la intelectualidad (o presunta intelectualidad) más rancia para entender que una cosa es el formato o soporte de una obra creativa y otra bien distinta su contenido.
Precisamente hoy, Diego Manrique publica en 'El País' una 'Guía del rock para idiotas' en la que se burla con razón del cliché que reza "Yo sólo escucho música en vinilo". Manrique dice: "Derivar el énfasis hacia el soporte revela inclinaciones fetichistas". Lo cierto es que yo prefiero leer en formato digital -¡en cualquiera de ellos!- las "Cartas de una desconocida" (Zweig) que degustar en papel las "Cartas a un joven español" (Aznar) o el listín telefónico de Zamora, por muy bonitas y cuidadas que sean las ediciones de estos dos últimos textos. Como no soy un coleccionista ni Naomi Campbell, me interesan las obras escritas mucho más por su contenido que por el soporte en que se presentan.
No niego las magníficas prestaciones de un libro en comparación con una tablilla de arcilla, un rollo de papiro o un pergamino; sobre todo, por la comodidad para leerlo. Pero es que el libro electrónico tiene también muchas ventajas que pueden convertirlo en pocos años en el formato dominante. Estando en casa, la lectura de un e-book en un Kindle o un iPad no me parece más incómoda que la de un libro de papel. Además, en gadgets como el de Steve Jobs -empeñado en vestir como un estudiante de Biología a diferencia de verdaderos emprendedores de punta en blanco como César Alierta- puedes almacenar cientos de obras y acceder rápidamente a cualquier pasaje de cualquiera de ellas que te apetezca. Encima, hay un ahorro en el uso de papel. Eso sí, dependes de una batería; pero para leer un libro convencional también hace falta luz cuando se hace de noche y no tienes a tu lado al autor de "Cartas a un joven español".
Este rechazo al e-book es parte de la aversión a la informática todavía presente en algunos escritores e intelectuales (supuestos), que deben pensar que la literatura creada en un ordenador es per se inferior a la elaborada con máquina de escribir, lápiz o bolígrafo, por no hablar de la realizada con pluma de ganso y tintero. Hay quienes aún abominan, más por desconocimiento que por estupidez, de cualquier cosa que tenga que ver con Internet como los blogs o las redes sociales. El 90% (puede que incluso más) de lo que hay en Internet es basura, pero eso no es culpa de la fantástica red de redes sino de los generadores y consumidores de contenidos basura.
Precisamente hoy, Diego Manrique publica en 'El País' una 'Guía del rock para idiotas' en la que se burla con razón del cliché que reza "Yo sólo escucho música en vinilo". Manrique dice: "Derivar el énfasis hacia el soporte revela inclinaciones fetichistas". Lo cierto es que yo prefiero leer en formato digital -¡en cualquiera de ellos!- las "Cartas de una desconocida" (Zweig) que degustar en papel las "Cartas a un joven español" (Aznar) o el listín telefónico de Zamora, por muy bonitas y cuidadas que sean las ediciones de estos dos últimos textos. Como no soy un coleccionista ni Naomi Campbell, me interesan las obras escritas mucho más por su contenido que por el soporte en que se presentan.
No niego las magníficas prestaciones de un libro en comparación con una tablilla de arcilla, un rollo de papiro o un pergamino; sobre todo, por la comodidad para leerlo. Pero es que el libro electrónico tiene también muchas ventajas que pueden convertirlo en pocos años en el formato dominante. Estando en casa, la lectura de un e-book en un Kindle o un iPad no me parece más incómoda que la de un libro de papel. Además, en gadgets como el de Steve Jobs -empeñado en vestir como un estudiante de Biología a diferencia de verdaderos emprendedores de punta en blanco como César Alierta- puedes almacenar cientos de obras y acceder rápidamente a cualquier pasaje de cualquiera de ellas que te apetezca. Encima, hay un ahorro en el uso de papel. Eso sí, dependes de una batería; pero para leer un libro convencional también hace falta luz cuando se hace de noche y no tienes a tu lado al autor de "Cartas a un joven español".
Este rechazo al e-book es parte de la aversión a la informática todavía presente en algunos escritores e intelectuales (supuestos), que deben pensar que la literatura creada en un ordenador es per se inferior a la elaborada con máquina de escribir, lápiz o bolígrafo, por no hablar de la realizada con pluma de ganso y tintero. Hay quienes aún abominan, más por desconocimiento que por estupidez, de cualquier cosa que tenga que ver con Internet como los blogs o las redes sociales. El 90% (puede que incluso más) de lo que hay en Internet es basura, pero eso no es culpa de la fantástica red de redes sino de los generadores y consumidores de contenidos basura.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Televisión, servicio público y belenestebanismo
Por definición, una televisión pública debería dar un servicio público: podríamos considerar como tal la información del tiempo, del tráfico, de la Bolsa y del Parlamento, los espacios electorales gratuitos, los servicios especiales destinados a ciertos colectivos como los sordomudos, los programas educativos e incluso la emisión de noticias desde una supuesta neutralidad. Pero, ¿y los programas de entretenimiento no son un servicio público?: claro que lo son, ya que satisfacen una necesidad de ocio de la colectividad. Si esto es así, habría que apostar por programas de ese tipo que fuesen del gusto de la mayoría, o sea traerse espacios como 'Sálvame' de Tele 5 a La 1. Porque, ¿cómo explicarle a un ciudadano medio belenestebanista una hipotética situación en la que "su" televisión, la de todos que él sufraga con sus impuestos, se dedicase a programar -junto al servicio público puro y duro- sólo documentales de naturaleza, especiales del arte románico o conciertos de música clásica seguidos por apenas cuatro pelagatos?.
"¿Por qué la pasta de los contribuyentes tiene que satisfacer los gustos de un 3% de sibaritas?", podría argüir nuestro indignado seguidor de 'Sálvame'". "Tranquilo, señor, contrataremos a la Belén Esteban para La 1, pero seguiremos poniendo programas para esa minoría de estirados en La 2", podría ser la respuesta dada desde la radiotelevisión pública estatal. "Oiga, que yo pago religiosamente mis impuestos sobre lo que no recibo en negro", podría espetar a continuación nuestro ejemplar telespectador para luego añadir, tras un sonoro eructo: "Que esas personas vean sus programas especiales en algún canal de pago y nos dejen tranquilos a la mayoría, a la gente normal, que somos los que más dinero damos a la tele pública". "Pero oiga, caballero, hay que respetar también los gustos de las minorías y dar calidad", salgo entonces yo a la palestra. "¿Y quién coño es usted, señor bloguero, para imponerme a mí y a otros muchos que somos clara mayoría una calidad que no le he hemos pedido? Y ya que tanto le preocupan las minorías, ¿por qué no echan todos los partidos de fútbol del equipo de mi pueblo que está en Tercera?, ¿y por qué no retransmiten en directo las fiestas del pueblo de al lado, donde se lo pasan pipa intentando tirar un toro al agua?". "Pues no lo sé, señor, la verdad es que no tengo respuestas, disculpe que acabe este post y me retire".
"¿Por qué la pasta de los contribuyentes tiene que satisfacer los gustos de un 3% de sibaritas?", podría argüir nuestro indignado seguidor de 'Sálvame'". "Tranquilo, señor, contrataremos a la Belén Esteban para La 1, pero seguiremos poniendo programas para esa minoría de estirados en La 2", podría ser la respuesta dada desde la radiotelevisión pública estatal. "Oiga, que yo pago religiosamente mis impuestos sobre lo que no recibo en negro", podría espetar a continuación nuestro ejemplar telespectador para luego añadir, tras un sonoro eructo: "Que esas personas vean sus programas especiales en algún canal de pago y nos dejen tranquilos a la mayoría, a la gente normal, que somos los que más dinero damos a la tele pública". "Pero oiga, caballero, hay que respetar también los gustos de las minorías y dar calidad", salgo entonces yo a la palestra. "¿Y quién coño es usted, señor bloguero, para imponerme a mí y a otros muchos que somos clara mayoría una calidad que no le he hemos pedido? Y ya que tanto le preocupan las minorías, ¿por qué no echan todos los partidos de fútbol del equipo de mi pueblo que está en Tercera?, ¿y por qué no retransmiten en directo las fiestas del pueblo de al lado, donde se lo pasan pipa intentando tirar un toro al agua?". "Pues no lo sé, señor, la verdad es que no tengo respuestas, disculpe que acabe este post y me retire".
domingo, 5 de septiembre de 2010
De humanistas incultos
Seguimos considerando convencionalmente una persona culta a alguien bien versado en humanidades y filosofía -y también, aunque no se valore tanto a este respecto, en ciencias sociales (exceptuando la economía)-, con amplios conocimientos en ámbitos de la creación como la literatura, la pintura, la música o el cine. A una persona muy culta se le presume la lectura de muchos libros, sobre todo de narrativa, poesía, teatro, historia, filosofía, arte... e incluso un dominio de lenguas clásicas (preferiblemente, occidentales) como el latín y el griego. Y, por supuesto, la visita frecuente a la ópera, el teatro, los cines y las exposiciones de arte.
Quien pretenda pasar por medianamente culto en ciertos círculos (no los de Belén Esteban ni los de Gunilla von Bismarck) no puede desconocer la leyenda fundacional de Roma, los tipos de capiteles clásicos, los nombres de media docena de reyes visigodos o la capitalidad del antiguo imperio otomano. Un “no sé” a preguntas referidas a La Ilíada, la música de Richard Wagner, el significado de “alea jacta est” o la autoría del Lazarillo de Tormes lo dejaría muy malparado socialmente. Ahora bien, una persona “culta” (en su versión convencional) sí que puede admitir en esos mismos círculos -y hasta presumir alegremente de ello- un desconocimiento absoluto en saberes como la física, la matemática, la química, la biología, la etología o las nuevas tecnologías; todo ello, sin merma alguna de su autoestima y de su valoración social.
Una vez me contaron una anécdota de un profesor de Derecho de la Complutense -quizá sea una leyenda urbana, pero viene a cuento- que era incapaz de entender cómo el número 1,11 era más bajo que el 1,2. Puede que se tratase de una persona “culta” conforme a los patrones establecidos. Pero yo creo que no se puede ser culto sin una base matemática mínima; y sin entender la selección natural, los fundamentos de la genética, las leyes de la termodinámica y algo de mecánica cuántica y teoría de la relatividad. Para intentar comprender el mundo, la vida e incluso el propio hombre es necesario tener esa base científica, desde luego mucho más útil que dominar de cabo a rabo el código de Derecho canónico, conocer cientos de latinajos y la etimología de “mentecato” o saberse de memoria pasajes de La Odisea o de Los extremeños se tocan. No digo con ello que las humanidades no sean importantes o deban ser desdeñadas: lo que critico es un enfoque rancio de éstas, muy arraigado en una cultura tan proclive al engreimiento fatuo y despreciativa de la ciencia como la nuestra. En cualquier caso, una cosa son los conocimientos y otra bien distinta la sabiduría...
Quien pretenda pasar por medianamente culto en ciertos círculos (no los de Belén Esteban ni los de Gunilla von Bismarck) no puede desconocer la leyenda fundacional de Roma, los tipos de capiteles clásicos, los nombres de media docena de reyes visigodos o la capitalidad del antiguo imperio otomano. Un “no sé” a preguntas referidas a La Ilíada, la música de Richard Wagner, el significado de “alea jacta est” o la autoría del Lazarillo de Tormes lo dejaría muy malparado socialmente. Ahora bien, una persona “culta” (en su versión convencional) sí que puede admitir en esos mismos círculos -y hasta presumir alegremente de ello- un desconocimiento absoluto en saberes como la física, la matemática, la química, la biología, la etología o las nuevas tecnologías; todo ello, sin merma alguna de su autoestima y de su valoración social.
Una vez me contaron una anécdota de un profesor de Derecho de la Complutense -quizá sea una leyenda urbana, pero viene a cuento- que era incapaz de entender cómo el número 1,11 era más bajo que el 1,2. Puede que se tratase de una persona “culta” conforme a los patrones establecidos. Pero yo creo que no se puede ser culto sin una base matemática mínima; y sin entender la selección natural, los fundamentos de la genética, las leyes de la termodinámica y algo de mecánica cuántica y teoría de la relatividad. Para intentar comprender el mundo, la vida e incluso el propio hombre es necesario tener esa base científica, desde luego mucho más útil que dominar de cabo a rabo el código de Derecho canónico, conocer cientos de latinajos y la etimología de “mentecato” o saberse de memoria pasajes de La Odisea o de Los extremeños se tocan. No digo con ello que las humanidades no sean importantes o deban ser desdeñadas: lo que critico es un enfoque rancio de éstas, muy arraigado en una cultura tan proclive al engreimiento fatuo y despreciativa de la ciencia como la nuestra. En cualquier caso, una cosa son los conocimientos y otra bien distinta la sabiduría...
viernes, 3 de septiembre de 2010
Especismo y desprecio a la vida ajena (animal)
Agradezco a Alejandro Martín Navarro por ser inductor involuntario, con su post Animalismo y antropofobia (muy bien escrito, por cierto), de la apertura de este blog. Y todo ello, a raíz del comportamiento de una energúmena que arrojaba vilmente unos cachorritos perrunos al río, para escándalo de muchos internautas.
Todo depende de nuestra forma de ver el mundo. La cosmovisión dominante -en nuestro caso, la judeocristiana- sigue considerando que los animales fueron puestos por Dios en la Tierra sólo para nuestro servicio, algo poco tragable para una inteligencia medianamente crítica. Dentro de esta cosmovisión se hallan dogmas muy enraizados -mucho más que la "filosofía-peluche" de la factoría Disney- como el que afirma graciosa y arbitrariamente que la vida de un ser humano vale más que la de cualquier otro ser vivo: especismo humano puro y duro. Parece todavía para muchos una monstruosidad el manifestar una mayor inquietud por la vida de tu fiel perrito doméstico que por la de un criminal de guerra, pero a mí me parece razonable y hasta moralmente sano albergar ese sentimiento.
No se trata de sostener que los hombres son malos y los animales buenos (estupidez infumable), sino en ser conscientes de nuestro origen -incluso de nuestro destino- común, de que nosotros somos solamente "los más listos de la clase" (quizá dentro de 100.000 años no sea así) y de que la moral sólo es exigible de momento a los seres humanos. La capacidad de empatizar con los seres sufrientes está asociada con un nivel de conciencia alto, lo que a su vez se relaciona con una inteligencia elevada (quizá los delfines sientan algo parecido a nosotros). Esa conciencia no parece ser un logro específicamente humano, sino una consecuencia necesaria de la evolución de la materia y de la vida tal y como la conocemos. A todo esto, no hace falta añadir -aunque lo hago- que dentro de la humanidad se incluye por desgracia mucho imbécil moral como el criminal de guerra o la chica que arroja alegremente los cachorritos al río.
Todo depende de nuestra forma de ver el mundo. La cosmovisión dominante -en nuestro caso, la judeocristiana- sigue considerando que los animales fueron puestos por Dios en la Tierra sólo para nuestro servicio, algo poco tragable para una inteligencia medianamente crítica. Dentro de esta cosmovisión se hallan dogmas muy enraizados -mucho más que la "filosofía-peluche" de la factoría Disney- como el que afirma graciosa y arbitrariamente que la vida de un ser humano vale más que la de cualquier otro ser vivo: especismo humano puro y duro. Parece todavía para muchos una monstruosidad el manifestar una mayor inquietud por la vida de tu fiel perrito doméstico que por la de un criminal de guerra, pero a mí me parece razonable y hasta moralmente sano albergar ese sentimiento.
No se trata de sostener que los hombres son malos y los animales buenos (estupidez infumable), sino en ser conscientes de nuestro origen -incluso de nuestro destino- común, de que nosotros somos solamente "los más listos de la clase" (quizá dentro de 100.000 años no sea así) y de que la moral sólo es exigible de momento a los seres humanos. La capacidad de empatizar con los seres sufrientes está asociada con un nivel de conciencia alto, lo que a su vez se relaciona con una inteligencia elevada (quizá los delfines sientan algo parecido a nosotros). Esa conciencia no parece ser un logro específicamente humano, sino una consecuencia necesaria de la evolución de la materia y de la vida tal y como la conocemos. A todo esto, no hace falta añadir -aunque lo hago- que dentro de la humanidad se incluye por desgracia mucho imbécil moral como el criminal de guerra o la chica que arroja alegremente los cachorritos al río.
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