miércoles, 18 de junio de 2025

Bernardo Kastrup y el destino personal

El neerlandés Bernardo Kastrup era un exitoso emprendedor y empresario, con juventud (en la treintena), un feliz matrimonio, dinero de sobra y reconocimiento social. Hasta que un día se le ocurrió desinstalar por su cuenta la sirena de un viejo sistema de alarma de su casa. El brutal sonido de la sirena al activarse le causó un daño auditivo que se manifestó en un grave tinitus: la percepción de un ruido de fondo constante, las 24 horas del día, que él describe como lo más parecido al sonido del taladro de un dentista. Este suceso lo sumió en un infierno, al punto de que llegó a plantearse seriamente el suicidio. Reconoce que si no lo hizo fue exclusivamente por falta de agallas.

Pasados los años, lo que podría interpretarse como un hecho fatídico se manifestó a la postre como una bendición: un punto de inflexión que llevó a Kastrup a estudiar filosofía, interesarse por el estudio de la consciencia y acabar siendo uno de los pensadores más relevantes (exponente del llamado idealismo analítico y director de la Fundación Essentia) en este ámbito. El propio Kastrup asegura sentirse en paz consigo mismo, pese a seguir acompañado por el dichoso sonido del taladro desde que se levanta hasta que se acuesta: dice que el tinitus es ahora más bien un acompañante, con el que se ha familiarizado tanto que a veces llega a olvidarse de él.

Al filósofo neerlandés le escuché hace tiempo afirmar, fiel a su idealismo analítico (conforme al cual todo el mundo físico es una mera proyección de una única mente fundamental, de la que cada ser consciente es un avatar o personalidad disociada), que el sentirse un receptáculo o canal de expresión de ideas o arquetipos mentales no disociados provenientes del inconsciente colectivo junguiano había supuesto para él toda una liberación. El entregarse a la voluntad insondable de una consciencia superior (la única consciencia, pero no disociada), el entender que su vida no giraba en torno a él sino a esa entidad transcendente, que el valor de su existencia no estribaba en disfrutar, estar cómodo o ser feliz sino en extraer significado de su sufrimiento, había contribuido a eliminar su metasufrimiento (el sufrir por el hecho de sufrir). No elegimos en el fondo nada, según Kastrup, ya que nos limitamos a cabalgar una ola ante la cual se despliega nuestro único grado de libertad: aceptarlo (fuente de serenidad) u oponerse (fuente de sufrimiento). La aceptación de su tinitus había sido fundamental para que este no acabara con él.

No comparto esta visión suya que niega el libre albedrío, ya que me inclino más hacia el planteamiento de Kevin Mitchell y Michael Levin: cada agente cognitivo del universo tendría un cierto margen de libertad, pese a estar muy constreñido. De hecho, esa constricción es lo que define a un agente y hace posible una mirada parcial y subjetiva del mundo. Lo que sí me resulta más convincente es su apelación, en la misma línea que el físico sudafricano George Ellis y siguiendo la estela de William James, a ideas o conceptos que se sirven de nosotros para materializarse: "Los pensamientos son los pensadores", en palabras de James. También me gusta cuando habla de extraer significado del sufrimiento.

Cuestión importante es saber si Kastrup y todos nosotros en el fondo no nos autoengañamos, racionalizando lo que nos ha pasado en la vida con una narrativa coherente que dé significado a sucesos dolorosos. Yo a veces también pienso que si no hubiera sido por episodios desagradables no estaría ahora mismo delante de mi hijo: quizá estaría frente a otro hijo, o una hija, o nadie... ¡o ni siquiera seguiría vivo! Estos pensamientos son reconfortantes y nos brindan un ancla y un sentido. ¿Pero no serán en realidad una ideación justificadora para seguir adelante, pergeñando un supuesto destino personal que acaso no sea más que puro azar?...


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