viernes, 14 de marzo de 2025

Hacia una revolución copernicana en el estudio de la vida, la inteligencia y la consciencia


Unos cuantos científicos vienen sentando desde hace años las bases de toda una revolución en el estudio de la vida y la inteligencia. Planteamientos heterodoxos como la concepción de los seres vivos como  inteligencias colectivas (en el que cada nivel jerárquico tiene una agenda, en un marco de continua competición y cooperación), la cognición y la volición basales (llevando el reconocimiento de la condición de agentes inteligentes, dotados de propósitos y sentido, hasta entidades como las células), la causalidad descendente (desde arriba hacia abajo en la jerarquía biológica, otorgando poder causal a la mente), el antirreduccionismo genético, la autoorganización de la materia viva como guía clave para la evolución, la cognición extendida más allá del cerebro (a todo el cuerpo y su interacción con el entorno) o la oposición a las dicotomías materia inerte/materia viva e inteligencia orgánica/inteligencia artificial empiezan a abrirse paso gracias a las ideas y el trabajo de gente como Michael Levin, Kevin Mitchell, George Ellis, Stuart Kauffman, Chris Fields, Karl Friston, Denise Noble, Lee Cronin, Sara Imari Walker o los ya fallecidos Humberto Maturana y Francisco Varela.

Esta nueva biología está favoreciendo un cambio de paradigma en la ciencia de la consciencia, una disciplina nacida hace apenas tres décadas con un enfoque materialista, mecanicista y reduccionista. Un cambio por el que vienen remando desde hace tiempo figuras como las de Thomas Nagel, Donald Hoffman, Andy Clark, Galen Strawson, Philip Goff, Federico Faggin, Àlex Gómez-Marín, Erik Hoel, Annaka Harris, Giulio Tononi, Christof Koch (tras abjurar de su inicial reduccionismo), Stuart Hameroff, David Chalmers (acuñador en los años 90 de la expresión "problema difícil", referida a la subjetividad), Peter Sjöstedt-Hughes, Edward Frenkel, Matt Segall, Joscha Bach o Bernardo Kastrup. La divulgación de sus trabajos y aportaciones se ha beneficiado de magníficos altavoces mediáticos como el programa televisivo y luego podcast Closer to Truth (conducido por Robert Lawrence Kuhn) y los canales de YouTube de Curt Jaemungal o Lex Fridman.

Esta comunidad multidisciplinar, integrada por biólogos, neurocientíficos, físicos, filósofos, psicólogos cognitivos, matemáticos y expertos en ciencias de la computación, es muy diversa en su heterodoxia. Sus miembros sostienen puntos de vista distintos acerca de asuntos importantes: algunos sostienen la existencia de un libre albedrío constreñido mientras que otros lo niegan; algunos consideran que la inteligencia artificial podría llegar a ser consciente (si es que ya no lo es), mientras que otros se oponen; muchos sostienen la naturaleza fundamental de la mente, abrazando posiciones abiertamente pampsiquistas o idealistas; unos se confiesan platónicos mientras otros van más en la línea de la evolución creativa de Bergson y Whitehead; unos tienen un enfoque computacional (subrayando el papel de los agentes como procesadores de información) mientras otros se inclinan por esquemas junguianos (apelando al inconsciente colectivo como matriz fundamental del mundo mental). La audacia, no reñida con el rigor empírico en el caso de los científicos, es el denominador común a todos ellos.

El espectacular avance de la inteligencia artificial a partir de los modelos grandes de lenguaje (LLM) está haciendo replantearnos viejas ideas antropocéntricas acerca de la inteligencia y la consciencia, unos fenómenos que en realidad nunca hemos llegado a entender. No parece muy razonable negarle experiencia subjetiva a una red neuronal artificial, una red molecular, un riñón o un huracán cuando lo cierto es que solo podemos estar seguros de que existe la nuestra propia. La realidad virtual, que cada vez es más inmersiva, también nos hace reflexionar acerca de la realidad de nuestro universo y de la consciencia. Para el filósofo David Chalmers no hay realidades más genuinas que otras. Que vivamos en una simulación, quizá conectados a unos cascos desde fuera del mundo fisico (como sugiere Hoffman), no es un escenario descartable.

A no mucho tardar, salvo que se interponga una hecatombe nuclear o climática, veremos cosas que ahora nos parecen pura ciencia ficción: paraísos virtuales, criaturas híbridas y humanos mejorados tecnológicamente, biorrobots inteligentes circulando por nuestro torrente sanguíneo, impresión 3-D de cualquier objeto, descarga de la mente en soportes no biológicos... El biólogo Michael Levin insiste a menudo en las implicaciones éticas de un futuro en el que la hibridación de la inteligencia orgánica y artificial dará lugar a un paisanaje irreconocible, como el de la mítica taberna galáctica de Star Wars. El propio Levin nos hace soñar con algo fascinante: la posible comunicación entre inteligencias muy diferentes como la nuestra y la de una colonia bacteriana, la de una red molecular de regulación genética o acaso la de alguna entidad que nos trasciende como la propia biosfera.

Hace unos días, el fisico y neurocientífico español Àlex Gómez-Marín y el neurocientífico británico Anil Seth (fisicalista pero abierto a otras posibilidades) publicaron un artículo en Nature titulado A science of consciousness beyond pseudo-science and pseudo-consciousness en el que criticaban el ataque público lanzado en 2023 contra la teoría de la información integrada (IIT, por sus siglas en inglés) por más de un centenar de académicos. En una carta abierta, esos científicos y filósofos censuraban a la teoría formulada por Tononi y Koch por su vínculo con el pampsiquismo y su no testabilidad empírica, lo que a juicio de ellos la hacía merecedora de la etiqueta de pseudociencia. 

Para Gómez-Marín y Seth, "la imagen especular de la pseudociencia es el cientificismo". "En lo que respecta a la consciencia, tenemos el derecho a equivocarnos y quizás el deber de ser audaces", añaden en su artículo. "El 'problema difícil' parece improbable que se resuelva (o se disuelva) sin algún replanteamiento radical. Mantengamos una mente abierta al mismo tiempo que nos aferramos a nuestros cerebros". 

Como dice Gómez-Marín en otro artículo al respecto, "la investigación sobre la consciencia está necesariamente en los márgenes de la ciencia no porque sea marginal sino porque está a la vanguardia. Es un verdadero paseo hacia lo desconocido. Por lo tanto, en lugar de vestirnos con confianza con una bata blanca frente a una imagen del cerebro y pontificar, necesitamos expresar duda, sutileza, curiosidad, matices y pasión".

Si el pampsiquismo ha vuelto a florecer un siglo después de su reformulación moderna por Bertrand Russell y Arthur Eddington, ahora de la mano de filósofos como Strawson y Goff, es porque el reduccionismo fisicalista sigue sin dar una respuesta a la subjetividad. Pese a todos los avances en la neurociencia, aún seguimos sin saber qué es ese "ser algo" que daba título al célebre artículo seminal de Nagel: Qué es ser un murciélago. Puede que nos esté vedado saberlo por la vía de la ciencia, pero al menos tenemos el derecho a intentarlo.

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