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Sísifo, por Tiziano. |
Dijo una vez el físico Steven Weinberg que cuanto más comprensible parece el universo, más absurdo (menos carente de sentido) resulta. Pero como bien señala el divulgador científico Philip Ball en su libro How Life Works, Weinberg pasa por alto un fenómeno emergente muy importante: la vida. Si por algo esta se distingue de la materia inerte es precisamente por tener propósitos, perseguir objetivos y extraer significados del mundo. El universo en su conjunto puede carecer de sentido, pero es evidente que los seres vivos (incluyendo cada una de sus células) sí lo tienen. Gracias al trabajo de personas como el biólogo Michael Levin, el neurocientífico Kevin Mitchell o la física y astrobióloga Sara Imari Walker, propósito y sentido son conceptos que han empezado a salir del ámbito exclusivo de la filosofía y la psicología para formar parte del vocabulario científico de la vida.
Los humanos somos, como cualquier otro animal (también como una planta, una bacteria o una célula), agentes cognitivos activos con un cierto grado de libertad para decidir y conducirnos por el tablero del espacio-tiempo en busca de objetivos. Tenemos una base genética que nos condiciona fuertemente, pero no nos determina. Algún aguafiestas podría argüir que el único sentido sería la supervivencia y quizá la reproducción, pero en el fondo eso no se lo cree ni él mismo. Muchos humanos tenemos pocas dudas de que las relaciones de amor/afecto/cuidado entre unos trocitos ordenados y conscientes del universo ya dan a estos (sus efímeros pasajeros) un sentido, definido por el filósofo Nick Bostrom como "un tipo especial de propósito que se deriva no de alguna cosa particular en nuestra vida que necesitemos o nos apetezca, sino de razones ancladas en algún valor o preocupación más grande que transcienda nuestra existencia mundana y cualesquiera cosas deseables que pudieran estar allí presentes". Bajo esa definición se incluyen otros posibles sentidos como la religión/espiritualidad, la ayuda a los menos favorecidos (no solo humanos), el servicio público, el trabajo bien hecho, la lucha ideológica, la defensa de las tradiciones, el arte y la creación en general, la superación personal, la búsqueda del conocimiento, la enseñanza...
Bostrom analiza en un capítulo de su ensayo Deep Utopia las implicaciones del mito de Sísifo. Lo que intriga a Bostrom, sirviendo de punto de partida a su reflexión, es por qué se empeña en seguir empujando la piedra hacia la cima de la montaña. Esa tarea es el "emblema mismo del sinsentido", pero aún así Sísifo podría considerar que su vida merece la pena si obtiene placer en empujar la piedra o en la contemplación de las vistas durante el ascenso. Ahora bien, ¿podría ir más allá y encontrar un sentido, conforme a la definición anterior de Bostrom, a una existencia marcada por el recurrente fracaso?... Para Albert Camus, autor de un célebre ensayo al respecto (El mito de Sísifo), la vida de cada uno de nosotros semeja los esfuerzos de este sufrido personaje. El filósofo y apicultor Richard Taylor decía que cada uno de nuestros días es como cada uno de sus pasos hacia la cumbre, con la diferencia de que nosotros no volvemos abajo a empezar de nuevo. En cualquier caso, Camus consideraba que debemos imaginarnos que Sísifo es feliz cuando llega a comprender la futilidad de sus esfuerzos y acepta su destino: la lucha misma sería suficiente para llenar su corazón y el de cualquier humano.
Bostrom apunta varias explicaciones al comportamiento de Sísifo. La primera es la de la coacción: solo empuja la piedra porque, si deja de hacerlo, será castigado por el látigo de algún servidor de Zeus. En este caso, su existencia carecería de sentido y muy probablemente ni siquiera podría ser considerada una buena vida. La segunda posible explicación es la de que disfruta de esa tarea o tiene un poderoso impulso para hacerla. En este supuesto, Bostrom descarta que tenga necesariamente un sentido genuino, pese a que pueda resultarle gratificante. Lo compara con la vida de un corredor compulsivo, que se ejercita de sol a sol para acabar todos los días sudoroso y rendido de cansancio. Para Bostrom, ni siquiera la meta de ganar una medalla olímpica daría sentido pleno a esa existencia; si acaso, los esfuerzos de una persona discapacitada, al representar un reto de superación y servir de ejemplo a muchas otras. Entre otros posibles motivos con sentido de Sísifo figuran la creencia de que será premiado con una feliz vida de ultratumba, el salvar a la humanidad de ser devorada por alienígenas, el honrar una vieja promesa tribal o el resolver una larga disputa científica. Sea cual sea el motivo, para que su existencia tenga un sentido subjetivo (para que él experimente su vida como dotada de sentido) tiene que preocuparse e implicarse plenamente en la consecución de sus metas, no limitarse a perseguirlas por mera obligación o rutina. Bostrom pone el ejemplo del científico que hace grandes descubrimientos no por una sed de conocimiento sino solo por conseguir premios y reconocimiento: su vida tendría un sentido objetivo, pero no subjetivo (el que aparentemente le proporcionaría una dicha genuina).
Kirian y el fútbol
Hace más de una semana, el jugador canario Kirian Rodríguez (capitán de la UD Las Palmas) hacía público que había recaído en su linfoma de Hodgkin y se retiraba de los campos de fútbol por lo que resta de temporada. Tendrá que volver a afrontar nuevas sesiones de quimioterapia, tras haber superado la enfermedad hace dos años. Kirian no solo es un gran jugador, que ha dado a los aficionados como yo no pocas alegrías sobre el césped, sino una persona ejemplar: amable, humilde, empático, valiente, tenaz... Asumía el reto de volver a pasar por el calvario del tratamiento con una entereza y una naturalidad dignas de encomio. No exagero al afirmar que es un exponente humano de lo mejor de mi Canarias natal.
A principios de 2023, cuando volvió recuperado de su primer combate a la enfermedad, Kirian fue decisivo para el ascenso a Primera. Y ya en la división de honor del fútbol español protagonizó junto a sus compañeros sonadas victorias (como frente al Atlético de Madrid, partido en el que marcaron tanto él como su mejor amigo: Benito) que no disfrutábamos desde hace décadas. Luego el equipo entraría en barrena, con más de ocho meses sin ganar entre una temporada y otra, aunque salvando afortunadamente la categoría. Él siempre dio la cara tanto en las victorias como en las derrotas, a las duras y a las maduras. Ahora le tocará volver a pelear por su salud, así como a la UD Las Palmas le tocará volver a luchar por la permanencia tras una nueva racha de malos resultados.
Una vida sin retos ni dificultades, sin fracasos ni padecimientos, sin altos ni bajos, no sería tan preciosa. Lo mismo que una actividad deportiva en la que nunca perdieses ni te empataran en el último minuto, en la que no hubiese momentos de zozobra ni vivieses bajo la amenaza permanente de la eliminación o el descenso. El fútbol es una especie de escuela de vida que te recuerda que un día estás en la gloria y otro en la miseria, que a veces hay injusticias, que a la mala suerte sucede la buena (solo hay que apelar a la estadística), que las mieles del triunfo son mucho más dulces cuando este cuesta y no es frecuente, que siempre hay que levantarse después de cada golpe o caída. Es además una pequeña fuente de sentido, una ficción compartida (en mi caso, la UD Las Palmas) a través de la cual yo me siento en comunión con mi tierra natal, con mi familia y amigos de allá, con el propio Kirian y otros jugadores con los que simpatizo y, sobre todo, con mi hijo peninsular convertido en fan que ahora estudia fuera del hogar. Por mucho que nos empeñemos en negarlo, sobre todo desde posiciones intelectuales, los goles de los futbolistas hacen feliz a mucha gente. El fútbol es tan pequeña fuente de sentido como ir a un concierto, preparar una cena especial para familia o amigos o preocuparte por tu bonsai, actividades en modo alguno incompatibles con los sentidos con mayúsculas apuntados en el segundo párrafo de este artículo.
Kirian se emocionó mucho cuando metió un golazo in extremis al Granada el año pasado, el primero que lograba en Primera tras su recuperación. Cuando salga nuevamente de esto y vuelva a hacer de las suyas sobre el césped, nuestro disfrute y el de él serán mucho mayores, por mucho que el susodicho aguafiestas considere un sinsentido intentar meter un balón en la portería del equipo contrario. El ya fallecido David Graeber creía que la clave en la vida es jugar e intentar divertirse (huelga añadir que sin hacer daño al prójimo). Hay que vivir con pleno sentido, optimismo, alegría y entrega a nuestras metas, disfrutando de las pequeñas y grandes perlas que a diario nos regala la existencia aunque muchas veces no seamos conscientes de ellas. Reconozco que yo mismo no lo consigo. Que tanto el Sísifo imaginado por Camus como el bueno de Kirian nos sirvan de ejemplo. Aún a sabiendas de que habrá sinsabores y derrotas, de que el propio universo acabará muriendo y toda memoria de la humanidad y sus ficciones compartidas quedarán en nada (un escenario en el que, por cierto, no cree el físico Frank Tipler).
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