viernes, 21 de octubre de 2022

El precio por vivir una buena vida


El otro día, un gato callejero le dio un buen mordisco en la mano a un amigo mío que estaba acariciándolo en la protectora de animales donde colabora. Se le llegó a infectar la profunda herida y hubo de recurrir a antibióticos.

Este suceso me hizo pensar lo siguiente: si te dedicas a acariciar a todos los gatos o perros con los que te cruzas, acabarás más tarde o más temprano corriendo la misma suerte que mi amigo. Lo suyo sería poner en un lado de la balanza esa dolorosa dentellada, y en el otro la satisfacción obtenida por los cientos de caricias correspondidas con el cariño del animal.

Esa conclusión se puede generalizar a muchas otras acciones en la vida. Si siempre te entregas plenamente a las personas con las que te relacionas (vínculos tanto sentimentales como de amistad), acabarás defraudado y engañado más de una vez. Si te vas mil veces a pasear a la montaña, acabarás al menos alguna vez con un esguince o algo incluso peor. Si viajas en avión 100.000 veces, acabarás con más de un sobresalto. Y si lo haces cien millones de veces, da por segura tu muerte en un accidente aéreo. Por eso la inmortalidad es una quimera, por mucho que se avance en el detenimiento e incluso la reversión del envejecimiento: la potencial inmortalidad termina desmoronándose en un mundo donde hay accidentes y muchísimo tiempo por delante para que estos se manifiesten.

¿Renunciamos a acariciar perros y gatos, a pasear por la montaña, a viajar en avión o a entablar una relación para no ser mordidos, hacernos un esguince, estrellarnos o salir trasquilados sentimentalmente?... Es cuestión de sopesar con la susodicha balanza, conscientes de que vivir una buena vida entraña riesgos entre los cuales está el ineludible de morir (cuando adoptamos un cachorrito no prevalece el sentimiento de saber que seguramente le sobreviviremos). Yo estoy convencido de que, como dice la canción, es mejor querer y después perder que nunca haber querido (generalizando, es mejor vivir y después morir que nunca haber vivido). Y que no debemos renunciar a acariciar un animal doméstico por el hecho de que haya algunos perros y gatos revirados. Aunque una cosa es estar convencido y otra aplicárselo a uno mismo: reconozco que nunca he querido tener una mascota por evitar el mal trago de su hora final. Quizá es que yo no sepa vivir...

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