martes, 18 de septiembre de 2012

Más de una hora con Carrillo


La primavera de 2010 tuve el privilegio de conocer a dos gigantes de la historia española del siglo XX: Manuel Fraga y Santiago Carrillo. El encuentro con el primero, en su despacho del Senado, fue breve y frío (su estado de salud era ya muy delicado). Con el histórico dirigente comunista fue diferente. Para empezar, porque nos recibió a Lola Funchal, a Adrián Lucas (el cámara) y a mí en su piso madrileño, cercano al parque del Retiro. Además, tuve ocasión de charlar con él off the record más de media hora después de la entrevista que le hicimos, mientras Lola hacía lo propio con su esposa Carmen Menéndez.

Carrillo estaba muy mayor (¡no olvidemos que era un nonagenario!), pero tenía mejor la mente y el cuerpo que Fraga. En vez de acomodarse en su sofá ya gastado, prefirió sentarse en una silla frente a mí, derecho como una vela. Me resultaba difícil imaginarme a ese anciano parsimonioso de manos nudosas, de ojillos penetrantes y cordiales, reunido en el Kremlin con Stalin (un ser casi de leyenda, ¡qué pocos contemporáneos que lo conocieron quedarán vivos!). O tomando decisiones como jefe de seguridad del turbulento Madrid republicano de comienzos de la guerra.

Su salón podía ser el de cualquier familia española de clase media (incluso media-baja). Los muebles eran antiguos, y una estantería poblada de retratos familiares, figuritas y algunos libros no daba pistas de la importancia de quien allí moraba. El peso histórico del personaje se evidenciaba en detalles como una caricatura que le había hecho Peridis o un cuadro de Picasso con dedicatoria incluida. A través de los ventanales se podía disfrutar de una espléndida vista de Madrid, ya que el suyo era un piso alto. En algún momento, mirando al horizonte, subrayó el contraste entre los tiempos atroces de la Guerra Civil y el presente democrático. Desde allí arriba se hubiese podido divisar, hacía solo siete décadas, la línea del frente en la que unos españoles se afanaban en matar a otros.

Carrillo y su esposa tuvieron palabras cariñosas para Adolfo Suárez y su familia. Entre ellos se había forjado una relación de amistad. Con las cámaras ya apagadas, don Santiago dijo algunas cosas jugosas. Como canario le pregunté por José Carlos Mauricio, que llegó a ser su delfín (años antes de convertirse en nacionalista). "Un golfo", le salió de dentro con gesto grave. También criticó muy severamente al grueso de la judicatura española, a la que consideraba una casta reaccionaria.

No le saqué para nada lo de Paracuellos del Jarama, pero motu proprio él dijo indirectamente algo que me hizo abrigar una intuición: la de que tuvo algo que ver con aquello, aunque fuese por omisión, y que era una espinita que aún tenía clavada dentro. Es solo una impresión personal, quizá errada, pero es lo que me pareció escrutar en su mirada aquella tarde primaveral en que tuve ocasión de conocerle -¿se lo hubiera imaginado alguna vez mi abuelo comunista?- en su piso de la plaza de los Reyes Magos.

4 comentarios:

Cristina dijo...

La actualidad me ha traído a este interesante post. José Carlos Mauricio, un golfo. ¡Qué bueno! :-)

Rafael Hidalgo dijo...

Me ha parecido interesantísimo todo. La impresión de primera mano de carrillo, sin la pose inevitable que provoca el tener una cámara delante. Tu valoración. Y también el video que has colgado con la alocución grabada durante la guerra civil. De verdad, muy interesante.

Rafael Hidalgo dijo...

Me parece interesantísimo, de verdad. Esa impresión directa a veces aporta más que muchos documentos.

?Habremos aprendido algo de nuestros pasados errores?

Esperemos.

Nicolás Fabelo dijo...

Leyendo 'El mundo de ayer' (Zweig), me temo que no hemos aprendido, Rafa.

Un abrazo

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