(1997)
-Porque, don Severo, hombres como usted levantan día a día este país -le
dijo de reojo el ministro, frente a la nutrida audiencia del salón
de plenos de la corporación municipal.
Ya con el galardón pendiendo de su cuello, balanceándose suavemente
sobre su descubierto y velludo pecho, Severo Machado Hinojosa no
logró contener alguna emocionada lágrima. A un inopinado eructo
achacable a la reciente ingesta masiva, a cuenta del
erario público, de judiones de La Granja y mariscos varios siguieron
unas sencillas, pero no por ello menos graves, palabras:
-Gracias
al señor ministro. Aunque no era para tanto, sí que me lo merecía
un poco. Al pan pan, y al vino vino. El agua es clara y el chocolate
oscuro, como es lo suyo.
Una ventosidad anal puso el colofón a su escueto discurso, celebrado con
euforia por los asistentes.
Machado Hinojosa era, desde luego, un ciudadano ejemplar. Notable esposo y
padre de familia, amigo de sus amigos, se nos antoja fiel transmisor
y guardián de las mejores tradiciones brotadas en el suelo patrio.
Trataba a su mujer con devoción: contadas eran las ocasiones en que
tuvo que utilizar con fines punitivos la flexible vara de encina del
abuelo Ernesto; no solía ir más allá, en aras siempre del
mantenimiento de una mínima organización y disciplina en el
ejercicio de las tareas domésticas, de algunos cachetes semanales
administrados con el mayor de los afectos. La fractura de mandíbula
de años atrás fue un suceso puntual, atribuible a la inexplicable
desaparición del preciado autógrafo de Amancio Amaro. En un
derroche de virtud con su señora, sus cinco descendientes se
correspondían con sendos coitos -todos ellos muy breves, nocturnos y
marcadamente convencionales- que compusieron toda su vida
matrimonial. El insobornable respeto a su esposa le había conducido,
como todo hombre que se precie de viril, a numerosas relaciones fuera
del marco matrimonial; para mayor honra del galardonado,
todas ellas con contraprestación económica de por medio, muestra de
su sensibilidad por el tejido económico regional. Lo de su hija era un capítulo aparte, un mero y
desprendido ejercicio didáctico: "Es lo
suyo, y no estar por ahí con peludos imberbes de tu edad que no
saben hacer una O con un canuto".
Eso sí, no todo era templanza conyugal y pedagogía filial. Había
ciertas cosas por las que Machado Hinojosa no pasaba. No soportaba,
por ejemplo, la degeneración del lenguaje. "Me molaría mazo ir
a la fiesta de Chuchi, papa", le dijo su hija una noche de viernes,
recién llegado del trabajo vía bar de la esquina. "La tengo dicha que hable bien, coño, que el
vocabulario español es el más voluminoso del planeta mundial...",
justificábase ante su esposa tras el cachete con el que sancionó su
aberrante vulgaridad, causante de la pérdida de dos de sus
piezas dentales. Y es que la mano de Machado Hinojosa, con no ser muy
grande, era muy gruesa y nervuda, coronada por unas uñas de una
coloración entre el negro y el amarillo que ponían de manifiesto
tanto su rechazo al contacto con aguas cloradas -extensivo a todo
avatar hídrico- como su condición tabaquista. En este terreno, como
en tantos otros, nuestro hombre había sido un adelantado, un
paradigma de precocidad y asombrosa perspicacia: había engrosado a
la edad de nueve años el colectivo de consumidores de tabaco, al que
contribuiría decisivamente a sumar con posterioridad a sus cuatro
hijos varones -no así a la niña, cuyo vicio siempre achacó
a los amarihuanados del instituto- para
satisfacción del alicaído sector de marras. Recordaba muchas veces
con indisimulado orgullo el primer pitillo a los 14 años de su hijo
mayor. Luego de encenderle el cigarrillo con su preciado mechero de
plata del Bingo Sociedad Recreativa y enseñarle con gracejo los
rudimentos del arte de fumar, lo llevó a conocer el mundo de las
mujeres de la calle. "No te fíes nunca de ellas, Fede. La madre de uno y la
parienta son las únicas decentes en este mundo, hijo mío".
Aquella noche la remataron tomándose juntos unos güisquis y jugando
a las máquinas tragaperras en la peña futbolística de la manzana
de al lado de su casa. "Los hombres toman vino y güisqui; el
agua es para las mujeres, los niños y los patos", le decía,
apoyado en la barra y dándole palmadas en el pecho, a su hijo. Se
acostó ese día radiante de felicidad, tras haber licenciado
como adulto, con todas las de la ley, a uno de los suyos.
Machado Hinojosa también se sentía orgulloso de haber trasladado a sus
retoños el gusto por los buenos coches. "Dime qué coche calzas
y te diré si eres o no un señor", les recordaba, de vuelta de
la excursión dominical, a 180 km/h por la carretera de Extremadura,
entre bocinazos, maniobras tanto admonitorias como punitivas y
descalificaciones al resto de usuarios de la autovía. "No
soporto a esos pardillos que van pisando huevos, coño",
afirmaba ante los suyos. La rectificación en el motor de
explosión contribuía a viciar sobremanera los humos de la
combustión, así como al logro de un más que aceptable nivel de
sonoridad, acorde con su reciente ascenso al puesto de adjunto al subencargado de mantenimiento del polideportivo municipal. "Tantos decimetrios, tanto eres, eso es ley de vida,
hijos; mirad si no la moto de Ramiro el del vídeo-club, o el Audi
de don Francisco el del banco", solía decir en la sobremesa, esos escasos 40 segundos que mediaban entre las
últimas ventosidades y gruñidos masticativos de miembros de la
familia y la sintonía de la teleserie En el manglar.
Desgraciadamente, un pesado sopor impedía siempre a Machado Hinojosa
terminar despierto el capítulo del día. Su hija se encargaba
diligentemente de que el vídeo familiar registrara esas escenas
robadas por Morfeo a su padre, para que éste pudiera contemplarlas
entre el final del reality-show televisivo de las 21.00 y el programa
radiofónico deportivo de las 23.00, mientras su esposa preparaba la
cena y sus hijos se pegaban patadas de full-contact en alguna de las habitaciones. Era lo mínimo que su pequeña podía
hacer para agradecerle la inmensa generosidad de procrearla.
Y es que a Machado Hinojosa pocos hacían
sombra en el capítulo de la generosidad. No cualquiera con su aversión al líquido elemento se hubiese
lanzado presto aquel día de primavera a la piscina exterior,
arriesgando su corbata del Real Madrid, para rescatar de sus aguas la valiosa pamela arrebatada por el viento a la esposa del portavoz del
Gobierno de la Nación.
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
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4 comentarios:
Menudo ejemplar. Qué menos que hacerle miembro de la Real Academia de la Lengua. Eso sí, poniendo un cartelito sobre su asiento que dijera: "¡Cuidado, zona inflamable!"
Jaja, gracias por seguir teniendo la paciencia de leerme, Rafa.
Si tipos como ese no existieran, el nuestro sería un país mucho más habitable. En fin, que lamentablemente no "to er mundo e güeno".
Un fuerte abrazo
Nicolás, para las cosas con las que disfruto no necesito paciencia alguna, sólo un poquito de tiempo.
Otro abrazo para ti.
Ja,ja,!qué bueno!, en cada casa debería haber uno.
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