viernes, 16 de marzo de 2012

A la deriva

Cientos de estrellas tiemblan sobre él, colgadas del firmamento más profundo que han visto nunca sus ojos cansados. Sus luces viejas iluminan débilmente la función de la que es actor protagonista. El viento recorre su nuca y riza las aguas oscuras que mecen su cuerpo. Por un momento se siente protegido por el denso manto marino, abrigado por esta postrera noche en la que solo se escucha el leve chapoteo de las aguas. Hasta que siente la punzada de la sed, y la certeza aún más mortificante de que este líquido no podrá calmarla. Hasta que siente el desgarro de la soledad, y la certeza de que ya no volverá a ver a nadie.



Ha dejado una estela de sufrimiento desde que nació. Ha matado animales para comer, hecho llorar a su madre, traicionado a su mejor amigo, mentido a su esposa. Pero también ha amado, construido una casa con sus propias manos, salvado a un hombre, dejado en tierra tres hijos. En cualquier caso, ¿hay alguien que lo sepa por debajo de la superficie en la que flota y por encima de ella hasta las honduras del Universo? Ahora añora tierra firme, el calor de una hoguera, el cuerpo de su mujer, la contemplación de sus hijos. Su voluntad se resiste a entregarlo al océano, a devolverlo al mundo del que se despegó al ser concebido. Los rayos estelares impresionan sus ojos con indiferencia, desde su insultante atemporalidad. Ya está agotado. No tenía que haberse arrojado por la borda. No tenía que haberse rendido. Ahora quiere vivir.

2 comentarios:

Adolfo dijo...

Muy buena entrada. Casi siento la angustia infinita del protagonista que tomó una desición irreversible, y ahora sabe que estaba equivocado.

Nicolás Fabelo dijo...

Gracias, querido amigo.

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