miércoles, 1 de febrero de 2012

Parada en el monte Uludag

(AGOSTO 2001) Pastan las vacas en una verde pradera suavemente inclinada, abierta en medio del bosque, sobre la que se yergue la cima del monte Uludag. Allá abajo se extiende Bursa, antigua capital del imperio otomano, derramada sobre la tierra como una abigarrada mancha de rojos, blancos y azules. Desde irreconocibles alminares, almuecines minúsculos llaman en ese mismo instante a la oración. Aunque no se escuchan, deben llegar a la montaña -uno de los Olimpos de la antigüedad clásica- fragmentos agonizantes de sus voces, dispersados por el viento fresco junto con los gemidos placenteros de jóvenes bitinias, las palabras reflexivas de Justiniano, los estertores de Osmán, los feroces gritos de guerreros selyúcidas, otomanos, cruzados y mongoles y los quedos lamentos de las madres de todas sus víctimas, sonidos todos ellos igual de inaudibles. El Sol ha vuelto a salir de entre las nubes. Las vacas siguen pastando. Corro por la hierba, me detengo, vuelvo a correr gozoso, de nuevo anclado en la pradera me esfuerzo por detener el tiempo... Debo ya marchar: empieza a hacer frío y me aguarda un teleférico rumbo al futuro.

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