domingo, 20 de marzo de 2022

Guerra en Ucrania: otra vuelta de tuerca a mi hobbesianismo



Los acontecimientos en España y en el mundo en los últimos años (desde el Brexit y la elección de Trump y Bolsonaro hasta la pandemia covídica y la invasión rusa de Ucrania) han reafirmado no solo mi temor a la peligrosidad de la estupidez humana sino también mi hobbesianismo. Vengo diciendo en este blog desde hace una década que la hijoputez es una constante que hay que asumir (no es algo erradicable) y combatir sin demasiadas contemplaciones: no hay que excluir la cadena perpetua o el eventual envío de algún dron.

No voy a decir sobre Ucrania nada sustancialmente diferente a lo que ya comenté sobre dramas como el de los refugiados sirios o el de los elefantes masacrados. Los componentes del juego siempre son los mismos: codicia, ignorancia, estupidez, maldad y, en este caso, también fanatismo nacionalista (por fortuna, como contrapunto que hace que vivir valga la pena, también están la integridad, la compasión y el altruismo). Y siempre pasa igual: desde tipejos que extorsionan, engañan o maltratan a los refugiados ucranianos (como otros ya hacían con los sirios) hasta mercenarios llegados al escenario bélico para hacer de las suyas (a todo mercenario -alguien que cobra por ir a matar- solo se le puede desear la muerte, para así proteger a personas, animales, plantas y cosas) pasando por gentuza que en todas las escalas sociales pretende obtener ganancias a río revuelto.

Cuando estalla una guerra es la gran hora de psicópatas ramboides como el grupo armado ruso Wagner o el batallón neonazi ucraniano Azov. Gente de la peor ralea abandona el gimnasio, la puerta de la discoteca y el fondo del estadio de fútbol para ir a pasárselo bien, a diferencia de los pobres chicos reclutados a la fuerza o de los militares profesionales con principios. Siempre me opondré a esa visión del "todos podemos ser unos monstruos" sostenida por no pocas personas inteligentes y con conocimiento, desde Pablo Malo a Arturo Pérez Reverte. Muchos no somos unos santos e incluso podríamos llegar a ser muy dañinos, presa de alguna enajenación mental o de la rabia desatada frente a un asesino. Pero de ahí a regodearse torturando y acabando con la vida de un inocente hay un abismo. Huelga señalar que un niño de cuatro años o una persona normal de cualquier edad (con todos sus defectos y pequeñas o medianas mezquindades) son inocentes y que Franco, Stalin, Gaddafi o Sadam Hussein son culpables (de hecho, todos ellos llegaron arriba gracias a la ventaja conferida por su psicopatía), tanto como ejecutores secuaces de la calaña de Billy el Niño, la torturadora norteamericana en Irak Lindie England o el cortacabezas ceutí de Estado Islámico.

Insisto: tenemos que neutralizar con todos los medios a nuestro alcance, algunos de ellos necesariamente letales, a quienes disfrutan causando sufrimiento al prójimo (también a quienes lo hacen por puro interés o por una convicción ideológica o religiosa, aunque en este último caso se trate de agentes morales). Y a quienes los instrumentalizan en las altas esferas para ejecutar sus planes criminales. Y protegernos de los imbéciles, inconscientes y desaprensivos que les dan cobertura, ya sea en un púlpito religioso, en una emisora de radio o en un colegio electoral a la hora de votar. Poniendo el ejemplo de Ruanda 1994, hay que arrebatar el machete al asesino (si no hay otra opción, a tiro limpio) y mandar a La Haya al político y al agente mediático (Radio de las Mil Colinas) que lo instiga. Y ya de paso implantar una epistocracia, aunque ese es otro debate (Trumps, Dutertes, Johnsons y Bolsonaros jamás llegarían al poder en democracias con voto cualificado)...

Ya dije que en Ucrania el esquema es el mismo que en el caso de los elefantes. Los imbéciles o inconscientes que demandan marfil son en Ucrania los ultranacionalistas que quieren erradicar la lengua rusa; y en Rusia, quienes apoyan en las urnas a un sátrapa. Los desaprensivos que ofertan marfil son quienes en Ucrania intentan aprovecharse de los refugiados y desprecian a los inmigrantes subsaharianos, y quienes en Rusia son cómplices de las atrocidades de Putin. Los más bestias son los que disparan a los paquidermos y los que masacran a gente haciendo cola por el pan (no creo que Putin dé órdenes de hacer eso, no porque le preocupen esas vidas sino porque no le conviene mediáticamente). Como siempre, mueren los elefantes y muchos humanos inocentes: Homo homini lupus (Homo hijoputensis y Homo fanaticus, para ser más rigurosos, ya que malvados y fanáticos siempre han sido una minoría; los estúpidos que les dan cobertura sí que son más numerosos).

Vuelvo a repetirlo nuevamente, por si no quedó claro: un mercenario de Wagner o un francotirador de Sarajevo son CULPABLES. Así pues, una misma bala es moralmente ambivalente: es mala cuando es disparada desde un balcón contra un transeúnte inocente en la capital bosnia; es buena cuando es disparada hacia ese mismo balcón contra quien se dedica a matar indiscriminadamente (algo propio de un psicópata o un sádico).  

Pérez Reverte ha visto muchas cosas feas y conocido la cara humana de algunos  matarifes (Hitler también era cariñoso con sus perros), pero no llegó a estar en un campo de concentración nazi como Viktor Frankl. Recordemos sus palabras al respecto:

"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración".


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