martes, 7 de julio de 2020

Aleatoriedad, libre albedrío y pampsiquismo


"Generador de números aleatorios" es un oxímoron, una contradicción tan evidente como "círculo cuadrado". No puede haber tal cosa, ya que si un número es aleatorio no puede ser generado por ningún algoritmo o regla de cálculo. Porque la aleatoriedad viene dada precisamente por la inexistencia de una pauta algorítmica, que hace que un suceso sea intrínsecamente imprevisible (no hay manera de saber de antemano su resultado, por mucha información que reúnas) y, por ende, no computable clásicamente.

Si la pauta la marca una serie empírica dada (los colores de los coches con los que nos vamos cruzando sucesivamente en un viaje por carretera, el movimiento de unas bacterias en una placa de Petri o el número anual de ahogamientos en Turkmenistán, por poner tres ejemplos), es en el fondo pseudoaleatoriedad: no es intrínsecamente imprevisible, ya que teóricamente podrías descubrir (algo casi inabordable en la práctica, salvo para un superobservador omnisciente o un superordenador que dispusiera de toda la información del Multiverso) el patrón oculto.

Para que sea aleatoriedad genuina tenemos que encomendarnos a sucesos cuánticos, como la desintegración de un neutrón en un núcleo atómico radiactivo o la elección (up o down) del espín por un electrón: no hay manera de conocer de antemano lo que ocurrirá, algo que depende del capricho de la naturaleza (como pampsiquista, lo atribuyo al ejercicio por todo agente procesador de información -electrones inclusive- de su margen de libertad). Lo único que podemos conocer con certeza son las probabilidades de cada posible resultado, ofrecidas con una exquisita exactitud por la ecuación de Schrödinger de la función de onda cuántica.

Sabemos que a la serie 0, 1, 0, 1, 0, 1 seguirá seguramente un 0 porque es una regla de cálculo muy sencilla e intuitiva. Saber qué decimal del número Pi sucederá a otro es mucho más complicado, pero no imposible porque hay un algoritmo que permite calcularlo (no hay pues aleatoriedad alguna al respecto). Es cierto que detrás de un 4 podría venir cualquier dígito (incluido el propio 4) con la misma probabilidad a priori. Dicha equiprobabilidad está demostrada, ya que al cabo de millones de decimales (y conforme a la ley de los grandes números) se constata que no hay ningún dígito privilegiado: o sea, la probabilidad de cada uno de ellos (desde el 0 al 9) es exactamente del 10%. Pero eso no es aleatoriedad en el sentido estricto de algo intrínsecamente impredecible (aplicando el algoritmo, podemos obtener cada uno de los términos de la serie ad infinitum): es pseudoaleatoriedad (alguien con un ordenador o con lápiz y papel podría lograr dicha información), suficiente para convertir los decimales de Pi en uno de los generadores de números aleatorios más conocidos y útiles.

¿Pero por qué habría de haber equiprobabilidad en la distribución de los decimales de Pi (da igual que empleemos un sistema numérico diferente al de base 10)?... La razón por la que ocurre con el lanzamiento de monedas o de dados es porque el número (gigantesco) de universos asociados a cada resultado es el mismo. Esto es igualmente aplicable a sucesos cuánticos equiprobables, como el espín de un electrón: si lo mides 100.000 veces, encontrarás un 50% up y un 50% down.

Detengámonos en los sucesos cuánticos (los aleatorios de verdad), que son los que subyacen a absolutamente todos los sucesos del mundo. ¿Y si no fueran el resultado de la más pura volición de los agentes procesadores de información (ya antes me confesé como pampsiquista) sino que siguieran mecánicamente una oculta y compleja pauta? ¿Y si esta pauta estuviera marcada por los decimales de Pi o algún otro número trascendente como e (es lo que esperaríamos del diseñador de un complejo mundo simulado, a modo de un videojuego)?... En ese caso tendríamos que abandonar el pampsiquismo activo (en el que partículas como el electrón deciden libremente), pero al precio de aceptar el más absoluto determinismo. Porque si las partículas elementales no disponen de libre albedrío, el teorema de Conway-Kochen nos dice que tampoco lo tendríamos nosotros.

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