sábado, 13 de mayo de 2017

"Cuestión de genes" ("A dangerous idea"): un burdo panfleto negacionista


Hace unos días emitieron en La 2 el documental "A dangerous idea", doblado al español bajo el título de "Cuestión de genes" (puedes verlo en este enlace). Se trata de un panfleto destinado a convencernos de que los genes "no determinan nuestros rasgos" ni tienen demasiada importancia. Y también a desacreditar a científicos de la talla de James Watson (Premio Nobel, codescubridor en 1953 de la estructura en doble hélice del ADN), Edward O. Wilson (padre de la sociobiología), Richard Dawkins (autor de El gen egoísta) e incluso indirectamente al propio Charles Darwin, estableciendo vínculos entre sus hallazgos y cosas tan repugnantes como el supremacismo racial, las esterilizaciones forzadas o los delirios eugenésicos. ¡Como si los nazis hubieran inventado la selección natural y los genes! El documental pretende vendernos la idea de que la heredabilidad de la inteligencia o las diferencias entre hombres y mujeres son "ridiculeces biológicas", que el género es un constructo social sin fundamento biológico (penes, testículos y vaginas tendrían poco que decir al respecto), que la biología molecular se ha convertido en una peligrosa religión con profetas a los que se sigue ciegamente...

Posmodernistas y feministas radicales harán las delicias con un antropólogo llamado Agustín Fuentes que afirma alegremente que "la biología no explica la diferencia de géneros" y que "la idea de que hay una cosa ahí dentro que yo paso a mis hijos y tú a tus hijos (...) no es así, pero es una metáfora muy potente y una historia realmente buena". Los estudios culturales y de género, cada vez más influyentes en las universidades occidentales pese a estar sesgados ideológicamente y teorizar de espaldas a toda evidencia científica, están haciendo un flaco favor al conocimiento de la naturaleza humana. Según cuenta el tuitero @Yeyoza, en la televisión sueca han llegado a afirmar que si las mujeres son más pequeñas que los hombres es por culpa del patriarcado.

Es un disparate negar que tenemos, al igual que cualquier otro ser vivo, una programación genética en nuestras células. Por supuesto, los humanos también contamos con cultura además de genes: de hecho, la clave de nuestro triunfo evolutivo parece estar en ella, en nuestra capacidad para cooperar en masa gracias al lenguaje y los mitos compartidos (que, según el historiador Yuval Harari, no habrían sido inventados sin una mutación genética -¿o quizá una modificación en la expresión de los genes?- que hace 70 mil años permitió a nuestros antepasados el desarrollo de una nueva capacidad cognitiva: la de imaginar cosas inexistentes). Lo que somos es producto de la interacción entre genes y cultura, pero el sustrato genético es fundamental y lo cultural emerge de él.

El genoma del Homo sapiens es el código de instrucciones que hace que seamos humanos y no ardillas, bacterias o robles. Todos los bípedos implumes compartimos la mayor parte de esa programación, pero hay pequeñas diferencias (solo en un 0,1% del ADN) que son las que explican la diversidad individual de la humanidad. Nadie es genéticamente igual a otro, salvo que se trate de gemelos univitelinos: hay personas más listas y más tontas, más altas y más bajas, más pacíficas y más agresivas, con mayor o menor tolerancia a la lactosa o el gluten... Esa variabilidad existe en todos los reinos de la vida y es el repertorio sobre el que actúa la selección natural: no habría selección o criba si todo fuese igual. Constatar que somos diferentes, y en particular que hombres y mujeres son distintos, no significa que no debamos disfrutar de los mismos derechos.

Si la altura, el tipo de cabello o el color de los ojos son rasgos heredados (quiero suponer que esto no lo pone en duda ningún abanderado del posmodernismo o el feminismo radical), ¿por qué no iban a serlo la inteligencia, la agresividad o la empatía? Si los masai son por lo general más altos que los galeses, y los chinos más intolerantes a la lactosa que los suecos, es por una cuestión genética (por supuesto, siempre habrá galeses más altos que masais, suecos intolerantes a la lactosa y chinos que beban leche sin problema). Pero, así como hay individuos más inteligentes que otros, ¿nos atreveríamos a descartar que un pueblo o colectivo X sea en promedio más inteligente que otro Y por una posible ventaja genética? (ya hay quienes sostienen con buenos argumentos que hay culturas superiores a otras, como apunté en otra entrada de este blog)... Reconozco que esto supone entrar en terreno espinoso porque podría dar munición a gentuza racista, que además no suele ser muy inteligente. ¿Debería la verdad abrirse paso siempre, por incómoda que sea?... En cualquier caso, insisto en que las diferencias en las capacidades y aptitudes de los humanos no deben traducirse en distinciones en su dignidad: aquí entra en juego la moral (recordemos que el discurso especista convencional priva a los animales de todo derecho a vivir apelando a su inferior inteligencia).

En "A dangerous idea" se señala que "la idea del ADN como la de un gen todopoderoso (sic)" fue severamente cuestionada cuando se descubrió que el llamado ADN basura es mayoritario, o sea que la mayor parte del genoma no codifica proteínas ni desempeña función conocida alguna. Precisamente, recientes investigaciones científicas (como las de Ewan Birney, coordinador del proyecto ENCODE) apuntan en sentido contrario: todo el genoma sería funcional, de modo que lo que pensábamos que no hacía nada parece estar implicado en la regulación de la expresión de los genes y en la organización de la arquitectura cromosómica. Pero aun suponiendo que existiera el ADN basura (se especulaba que fuese simple material parasitario de acompañamiento), ¿por qué habría de ello derivarse que no estamos fuertemente influidos por los genes?... Otro supuesto golpe a la religión genetista habría sido, según el panfleto, descubrir que el número de genes de los humanos (unos 20.000) era mucho más pequeño que el esperado inicialmente e incluso inferior al de otras especies animales y vegetales. ¿Pero eso acaso significa que no estemos en buena medida determinados genéticamente?... Antes también pensábamos que un cerebro más grande debía ser más inteligente, pero no necesariamente es así. Genoma y cerebro son realidades extremadamente complejas y todavía bastante desconocidas.

Podríamos definir al gen como cualquier trozo del genoma (el genoma humano tiene más de 3 mil millones de caracteres extraídos de un alfabeto de cinco letras -A, G, C, T y U- que son las bases nitrogenadas) que determina algún rasgo de un organismo vivo y se transmite a través de la herencia de generación en generación. Desde luego que no existe un gen del terrorismo o un gen de la creencia en Dios, pero sí que hay una mayor o menor predisposición genética a la agresividad, la impulsividad o la racionalidad que hace que algunas personas estén más inclinadas -la educación y la cultura dan el empujoncito- al ejercicio del terrorismo o la creencia en Dios (o a las dos cosas al mismo tiempo). Claro que no hay un gen de la inteligencia, puesto que se trata de un rasgo multifactorial definido por diferentes genes. Y por supuesto que el entorno influye, ya que el sustrato genético puede ser potenciado o inhibido culturalmente. Una propensión genética a una alta inteligencia puede verse truncada si quien la porta sufre malnutrición, no recibe adecuados cuidados médicos o no es estimulado intelectual y afectivamente en los primeros años de su vida. Eso explica que los tests de inteligencia realizados a individuos de los colectivos sociales más desfavorecidos suelan arrojar malos resultados. O sea, la pobreza perjudica a la inteligencia por la misma razón por la que el bienestar económico y social la favorece. Pero eso no debe hacernos olvidar que la inteligencia potencial viene de serie al nacer.

El experto en relaciones entre ciencia y religión Robert Pollack alerta de que no hemos aprendido nada de la capacidad humana para hacer el mal al nacido diferente, una capacidad supuestamente alimentada por ideas relacionadas con la genética. Ignora que esa propensión genocida está precisamente inscrita en nuestros genes y, por desgracia -¡aunque sin ella no estaríamos aquí!-, ha informado nuestra historia evolutiva. Quizá también desconozca que nuestros buenos instintos están igualmente impresos en nuestro genoma. Desde luego, ignorando la naturaleza humana (que es tanto cooperativa como egoísta y malvada) no aprenderemos demasiado y seguiremos tropezando con la misma piedra. Al final del programa se dice que es "muy liberador" descubrir que los genes no pintan mucho, ya que ello significa que a través de la educación podremos un día erradicar la violencia y el mal y alcanzar una Arcadia feliz e igualitaria: ¡todos seríamos compañeros y compañeras cooperadores y cooperadoras! Pero es falso que seamos hojas en blanco al nacer y que la educación pueda redimir a toda la humanidad (la psicopatía, que tiene un fundamento genético, es incorregible). Como bien dice Watson, "no podemos ser lo que queramos"... salvo que modifiquemos nuestra programación genética. Y es mejor saberlo para no llamarnos a engaño con quimeras irrealizables (unos sueños utópicos que, paradójicamente, nos han conducido a algunas de las más siniestras distopías).

En su ataque a los profetas del gen, los autores del documental han tenido la mala fe de poner inmediatamente después de un plano de Richard Dawkins hablando desde un estrado la imagen de un cartel de Monsanto, uno de los patrocinadores del acto en que participaba. El mensaje subliminal es evidente: "Ya veis los intereses espurios que hay detrás de estos fanáticos del gen". Es la guinda de un panfleto pseudocientífico que de manera singularmente grotesca, aunque con la mejor de las intenciones (poner freno a las idioteces supremacistas en la sociedad estadounidense), pretende hacer pasar como pseudociencia tanto a la genética como a la biología y la psicología evolucionarias.

(Mi agradecimiento al biólogo Antonio José Osuna Mascaró, autor de El error del pavo inglés, por su atenta lectura del texto y sus valiosas sugerencias)

6 comentarios:

emejota dijo...

Por si nadie te lo ha dicho antes te lo dice alguien de la generación de tus padres.: Ole tu blog, gracias por mantenerme bien informada. Eres una de las personas con textos de lo más coherente que conozco. No entraré en detalles pero aprecio en gran medida las oportunidades que me ofrece la vida, especialmente en el sector científico. Juzgar, admitir o no, es harina de otro costal. De todos modos, desde mi inmenso desconocimiento, se agradecen tus palabras en este blog y si encima es biligüe como yo, más de lo mismo. Ahora mismo voy a tu wordpress. Un saludo.

Nicolás Fabelo dijo...

Muchísimas gracias por tu comentario, María José. Me anima bastante a seguir regularmente con el blog. Un abrazo.

Elena R.S. dijo...

De verdad que es una delicia leerle.Un artículo de una gran sensatez.Hace mucha falta en un mundo en el que escasea la profundidad en cierto temas, se da pábulo a las "interpretaciones mágicas" de la vida y se condena la ciencia en favor de la libre interpretación y ausenciay fuga de la realidad. Personas que escriben como usted constituyen una "esperanza" para la cordura. GRACIAS

Nicolás Fabelo dijo...

Muy agradecido por tu generoso comentario, Elena. Un abrazo.

Lavandera dijo...

Intentar contrarrestar a los elementos racistas con argumentos falaces, sólo sirve al propósito de los primeros. Constato que últimamente está mal visto ir contracorriente del "ismo" que se haya puesto de moda esa semana. Se daña al feminismo de auténtica lucha, se daña también a los que de verdad trabajan por los derechos humanos, se dan alas al machismo recalcitrante y al racismo más estúpido, precisamente porque discutir con estúpidos es batalla perdida, siempre llevarán las de ganar porque tienen mas práctica. Un gusto leer esta entrada.

Julio Oliva Freuding dijo...

Excelente.

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