viernes, 29 de mayo de 2015

Perros que son buenos gracias a humanos que no lo son tanto

Foto tomada de Erikeltic (Wikipedia).

Muchas virtudes adornan a los perros: el espíritu cariñoso, la fidelidad y la nobleza suelen caracterizar a un animal considerado el mejor amigo del hombre. Hay que coincidir con Arturo Pérez-Reverte en que los canes son, por lo general, mejores que los humanos. Pero lo curioso es que el origen de esas cualidades está en el propio ser humano, en el proceso de selección llevado a cabo por nuestros antepasados sobre los antepasados de los actuales perros, empezando por el primer lobo domesticado. Una selección que debió ser implacable: los perros-lobos que no se ajustaban a lo que los hombres buscaban de ellos eran eliminados sin miramientos.

Para cuidar del ganado, ayudar en la caza, proteger a las personas o simplemente servir de compañía era necesario que el animal fuera obediente y fiel. Los actuales perros son como son porque así es como los humanos hemos querido que fueran: paradójico ejemplo de cómo la bondad puede ser hija no solo de la bondad sino también del puro interés, el egoísmo e incluso la maldad. Por desgracia, también están los perros de los macarras: animales seleccionados solo por su fortaleza y agresividad para pelear. Aquí la brutalidad (animal) sí que es clara hija de la hijoputez (humana). En cualquier caso, la evolución del perro evidencia que su nobleza ya estaba inscrita potencialmente en el primer lobo.

Quizá unos extraterrestres superinteligentes deberían tomarse la molestia de seleccionarnos, cribando la población de psicópatas y demás gente indeseable. Nuestro sino podría ser convertirnos en "el mejor amigo del extraterrestre": de verdad que no sería un mal destino (mientras no nos ahorcasen de viejos, como los cazadores hacen con los galgos).

viernes, 22 de mayo de 2015

Destrucción 'ab toto', no creación 'ex nihilo': una metáfora escultórica de la realidad física


Imaginémonos un bloque esférico de piedra (sin irregularidades, liso y macizo) y un escultor dispuesto a trabajar sobre él. Ante sí tiene un material en bruto perfectamente simétrico y muy ordenado (o sea, con muy baja entropía y, por tanto, muy escasa información), que merced a su oficio artístico podrá convertirse en cualquier forma imaginable (también ordenada o con baja entropía, como cualquier creación o ser vivo -desde un tigre hasta una novela pasando por una nevera y una flor-, pero con menor orden, mayor contenido informativo y menor simetría que el bruto inicial).

Es pertinente señalar que la imaginación del escultor está limitada por lo que éste ha visto: podrá esculpir un elefante con patas de canario y orejas de burro, pero porque ya sabe lo que es un elefante, un canario y un burro. La imaginación consiste en jugar de manera más o menos audaz o traviesa con la información que ya tienes de algo, pero su ejercicio es imposible con lo que nunca has visto. Ningún humano puede imaginarse un tistallu, hipotética criatura de la constelación de Orión. Yo solo he podido imaginar su nombre y su procedencia porque he jugado con las letras de un alfabeto que conozco y con un objeto celeste que sé positivamente que existe. En cualquier caso, un tistallu también estaría dentro del bloque de piedra, al igual que un elefante, un burro o un canario.

De la primera decisión del escultor (por ejemplo, cortar con una motosierra una sección de la esfera para hacerla horizontal por un lado) dependerá el devenir de su obra, al iniciar una secuencia irreversible de causas y efectos. Si la esfera ha quedado reducida a un objeto con cabeza y cuatro extremidades, ya sabemos que nunca será un pistón, una teja, un piano o el programa electoral del PP. El escultor ha podado mucho el objeto original, pero aún así sigue habiendo infinidad de posibilidades a su alcance. Si su cincel alumbra posteriormente el retrato a cuerpo completo de David Hasselhoff, las posibilidades se habrán recortado bastante (ya nunca será Franco Battiato ni Jorge Luis Borges ni Borja Bartolo Santesmases Huidobro), pero continuará habiendo un amplio abanico a disposición del artista: Hasselhoff vestido de vigilante de la playa, Hasselhoff de drag queen, Hasselhoff con el traje de marinero de su primera comunión...

La información que porta la escultura a medida que avanza el tiempo será cada vez mayor, pero siempre muy inferior a la resultante de una obra absolutamente caótica (por ejemplo, un truño diarreico de Esther Ferrazcona). Para entender esto podemos recurrir al ejemplo de una baraja. El mazo de cartas perfectamente ordenado sobre la mesa (con una carta encima de otra, el as de oros al principio y el rey de bastos al final) tiene una entropía muy baja y poca información porque solo hay una manera de disponerla así. Si sacamos los cuatro ases, los ponemos juntos en una fila (el de oros a la izquierda, seguido del de copas, el de espadas y el de bastos) y tiramos el resto de las cartas de cualquier forma sobre la mesa, nuestra disposición tendrá más entropía (menos orden), menos simetría y más información. Y si arrojamos directamente todo el mazo sobre la mesa de cualquier modo, tendremos como resultado un estado con mucha entropía (poco orden), ninguna simetría y mucha más información: hay muchas maneras de que las cartas se dispongan desordenadamente, de modo que nos harían falta muchos más bits para computar específicamente ese estado (que, en consecuencia, ocuparía más memoria en un ordenador) y no otro.



Lo cierto es que el tipo de desorden no es distinguible macroscópicamente, ya que hay muchísimos estados desordenados posibles (por el contrario, solo hay uno ordenado perfectamente). Un teórico silencio absoluto en el patio de butacas abarrotado de un teatro se corresponde con un único estado en el que todos los espectadores están callados. Sin embargo, nadie podría distinguir un murmullo generalizado de otro, porque para ello tendría que disponer de una amplísima información sobre todos los espectadores: en algunos murmullos participan unos espectadores (además, con distinta intensidad) y en otros no. Solo hay un tipo de orden perfecto, mientras que existen multitud de desórdenes diferentes (aunque aparentemente iguales macroscópicamente).

De la metáfora a la realidad

Ha llegado el momento de dar el salto de lo metafórico a lo real. Para el físico serbio Vlatko Vedral, la realidad espacio-temporal sería fruto precisamente de esculpir la totalidad, de podar o reducir todas las posibilidades que ofrece el Cosmos: no se trataría de una creación ex nihilo (desde la nada) sino de una destrucción ab toto (desde el todo), a semejanza de nuestro escultor. Este último podría ser un ordenador cuántico que ejecuta un programa llamado "leyes del Universo". Un programa con el que se cincela una ruta coherente internamente, o sea matemáticamente consistente, por el espacio-tiempo. Pero habría otros programas (otras leyes), que alumbrarían rutas diferentes y, por tanto, distintos universos. Para Vedral, la información es el componente fundamental de nuestra realidad, en conformidad con el it from bit sostenido por John Wheeler. Materia y energía serían en el fondo dígitos binarios (ceros o unos), información que se va generando a cada instante al cribar la realidad total y última. Sin embargo, como apunta Julian Barbour, quizá sería más atinado hablar de bit from it (siendo it la realidad total y última). O sea, nuestra realidad (el it inmediato) es alumbrada por información (bit) generada por la interacción con la cosa en sí o noumeno (el it último u objeto multiversal).

Demos una vuelta de tuerca a la elucubración metafísica. Imaginémonos un fractal (como un diamante) perfectamente simétrico y ordenado, pero con once dimensiones (tal como sostiene la teoría M de supercuerdas) y una existencia abstracta, ideal o platónica. Un objeto así es inconcebible por nuestra mente, que no puede siquiera intuir espacios de más de tres dimensiones. Dentro de él estarían ya inscritos (al modo en que lo están un elefante, un canario y un burro en nuestra esfera de piedra) todos los universos posibles y todos los eventos de cada uno de ellos: los que para nosotros ya han sucedido, los que ahora nos están sucediendo, los que nos sucederán en lo que llamamos futuro, los que nos habrían sucedido en otros universos, los que nunca nos sucederán... Estaría representado el completo catálogo del Multiverso, absolutamente todo -¡y solo todo!- lo que puede existir: de hecho, se trataría del propio Multiverso.

Supongamos ahora que la única manera de que dicho objeto perfecto pudiera materializarse fuese colocándose sobre la parrilla cuántica, ese vacío no vacío en permanente ebullición que hay debajo de nuestra realidad inmediata en su escala más pequeña, donde tiempo y espacio pierden su significado. Sometido a sus salvajes y frenéticos embates, ese objeto resultaría ligeramente alterado, lo que rompería su orden y simetría. Ese accidente determinaría el estado inicial de un universo, además de generar sus leyes y los valores de sus parámetros físicos (la Matemática podría ser lo único común en todos los universos).

Recurramos a otro símil: un saco repleto de tierra que ponemos al alcance de un gorila balanceándose con una cuchilla de afeitar en la mano. Dependiendo de dónde y cómo impacte la cuchilla, saldrá la tierra del saco por un lado u otro y con mayor o menor intensidad. En este caso, la ley de la gravedad se encarga de determinar cómo será el vaciado del saco. En nuestro supuesto cósmico, la ley sería generada automáticamente por la forma en que quedase el objeto en el instante 0 (el de la cuchillada).

En este universo en el que escribo se habrían plegado siete de las 11 dimensiones, con lo que solo se habrían expandido cuatro -tres de ellas espaciales y una cuarta temporal- con la gigantesca inflación cósmica posterior. Y las constantes físicas (constante gravitacional, masa del protón y del electrón, etc.) son las que son, pero podían haber tomado otros valores de haber sido ligeramente diferente el accidente. De hecho, toman otros valores en otros universos (unos viables y otros no, por no ser internamente consistentes) del infinito catálogo del Multiverso. ¿Y por qué un tipo de accidente y no cualquier otro?, ¿por qué el objeto abstracto perfecto es zarandeado de una cierta manera y no de otra? Pues se trataría de algo aparentemente aleatorio, pero como el azar no existe cabría imaginar la existencia de un generador de números aleatorios (¿a su vez autogenerado?) allí abajo del todo.

En cada punto del espacio-tiempo quedaría incrustada una forma de Calabi-Yau en la que estarían compactadas las dimensiones espaciales no desplegadas (existe un número mareante de modalidades de Calabi-Yau, dependiendo de cómo sea esa compactación), una forma resultante del accidente sufrido por el original perfecto. Dentro de cada universo, la forma correspondiente de Calabi-Yau sería siempre la misma en todos sus puntos o átomos espacio-temporales: algo así como su ADN. El modo en que están allí compactadas o enrolladas las dimensiones ocultas marca la dinámica de un universo: sus leyes y sus constantes físicas.


Todo esto que planteo, a riesgo de llevarme una buena colleja (¡no me consuela pensar que se tratará de simples ceros y unos!) de quienes de verdad saben de Física, es fruto de mezclar osadamente la mecánica cuántica, la teoría de cuerdas, el universo inflacionario, las leyes de la termodinámica y el Multiverso (por cierto, es compatible con una supuesta computación simulada del Universo como la planteada por Nick Bostrom). En el último capítulo de su libro Decoding Reality, Vedral concluye que la información se explica por sí misma: sería un fenómeno autogenerado y autosostenible. Y me pregunto, ya para cerrar: ¿Por qué no considerar que ese presunto objeto multiversal siempre ha existido (en su ámbito platónico inmaterial), como sostenía el griego Parménides? ¿Y el vacío cuántico, esa parrilla o hervidero siempre fluctuante? ¿Cómo se pone a tostar allí el Objeto con mayúsculas?... Pues mira, yo qué sé...

domingo, 10 de mayo de 2015

Solo hay un electrón en el Universo... ¿y si solo hubiera una persona?

Patrón de difracción de un electrón obtenido con un átomo de berilio.

El gran físico John Wheeler (que acuñó el it from bit para expresar el supuesto carácter computable del Universo, además de dar nombre a los agujeros negros) llamó un día por teléfono a su colega no menos eminente Richard Feynman (artífice de la versión de las múltiples historias de la mecánica cuántica, que considera que una partícula sigue todos los caminos posibles para ir de un lugar a otro) para decirle que había llegado a la conclusión de que en el Universo solo había un electrón. No era una broma, no era una chifladura, no era una afirmación fruto de la ingesta desordenada de alcohol o de alguna sustancia alucinógena. Wheeler, uno de los físicos más originales y perspicaces -junto al propio Feynman- del siglo XX, había concebido la idea de que solo existen los campos, de que las partículas son epifenómenos de dichos campos, meros rizos, fluctuaciones o excitaciones en ellos. La audaz conclusión no se limitaba, por tanto, al electrón: en el Universo solo existiría un quark, solo existiría un fotón, solo existiría un neutrino...

En su célebre llamada telefónica, Wheeler también expresaba a Feynman su visión de las antipartículas como partículas que viajan hacia atrás en el tiempo. Un positrón es una partícula exactamente igual a un electrón salvo en su carga (positiva para el positrón; negativa para el electrón): por ello se trata de la antipartícula del electrón, con la que se aniquila en caso de encuentro (produciendo, como resultado de la colisión, rayos gamma). Según Wheeler, electrón y positrón serían la misma cosa (el rizo o excitación de un campo, como ya vimos antes), que se manifiesta como partícula o como antipartícula dependiendo de si viaja hacia el futuro o hacia el pasado. O sea, que las partículas pueden ir hacia atrás en el tiempo (las leyes de la Física son indiferentes a la flecha del tiempo: funcionan igual hacia adelante que hacia atrás, lo que desafía nuestra percepción macroscópica de que el tiempo corre siempre hacia el futuro).

Para tener una idea de lo que sería el campo del electrón o el de cualquier otra partícula, imaginémonos una gigantesca cuadrícula (el espacio-tiempo) con bombillas colocadas en cada uno de sus cuadraditos. La cuadrícula es tetradimensional (tres dimensiones espaciales y una temporal), pero tendremos que hacer el ejercicio mental en 3-D puesto que nuestro cerebro no es capaz de concebir una cuarta dimensión. En un determinado instante habría un montón de bombillas encendidas -con mayor o menor intensidad- y otro montón apagadas (en el siguiente momento, algunas seguirían encendidas -con mayor o menor intensidad-, otras se apagarían y otras antes apagadas se encenderían).

Cada bombilla encendida es un electrón que se desplaza por el espacio-tiempo hacia el futuro (o, visto de otro modo, un positrón que se desplaza por el espacio-tiempo hacia el pasado). Cada bombilla apagada indica la ausencia en ese cuadradito de un electrón (el valor nulo en ese punto del campo del electrón). Puede que allí se manifieste otra partícula, al tomar un valor no nulo algún otro campo como el electromagnético (cuya partícula es el fotón). O puede que no se manifieste ninguna, de modo que el cuadradito estaría vacío (lo pongo en cursiva porque la Física nos enseña que el vacío no es nada sino algoinestable y en permanente ebullición, que permea todo el espacio-tiempo).

Electrón y positrón seguirían pues una ruta jalonada de bombillas encendidas con distinta intensidad: cuanto más luminosa la bombilla, mayor energía (o sea, mayor impulso o momento físico, más cantidad de paquetitos energéticos de Planck) tendría la partícula en ese instante. Por cierto, cabría considerar si las partículas realmente se mueven, porque nuestras metafóricas bombillas no lo hacen: se limitan a encenderse, a crecer o decrecer en luminosidad o a apagarse. ¿Y acaso se mueven los fotogramas de una película?...

Volviendo al título de esta entrada, hay que tener cuidado para no incurrir en pseudociencia o mentecuanteces al buscar una respuesta a la pregunta de si la conciencia podría ser también un campo cuyos rizos o partículas serían las conciencias individuales: la mía, la tuya, la de un koala, la de una bacteria... ¿Y si solo hubiera una persona en el Universo?... Una metafísica seria (como la formulada por el filósofo australiano con pinta de músico heavy David Chalmers: ver este magnífico vídeo suyo) podría darnos, siempre en forma de hipótesis bien construidas, valiosas pistas al respecto.

viernes, 1 de mayo de 2015

Borja Bartolo se pasa por sorpresa a Ciudadanos

Borja Bartolomé Santesmases Huidobro ha anunciado esta mañana, Día de los Trabajadores, su abandono de las NNGG del Partido Popular para ingresar en Ciudadanos. La noticia ha caído como una bomba en la dirección del PP, particularmente en el entorno más próximo a Mariano Rajoy, al que se le comunicó mientras desayunaba en pijama en Moncloa. Fuentes cercanas al presidente aseguran que éste, tras apartar su café con leche y su ejemplar subrayado del Marca, no dejaba de implorar: "¡Decidme que esto es una cosa de El Mundo Two Days, por favor, decídmelo!".

A las 7:30 de la mañana de hoy arrancaba en Internet una señal en streaming que mostraba al joven de 39 años de pie, duchado y vestido con polo rosa y vaqueros lavados, con una hoja en la mano derecha y una bandera de España y una cabeza disecada de toro a sus espaldas. "Hola, soy Borja Bartolo y soy español. Tengo una cosa importante que contaros", abría su comunicado Santesmases. "Lo primero de todo, quiero deciros que no soy ni de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. Y también que quizá se equivocara el presidente norteamericano Truman Capote cuando dijo aquello de que la política era el arte de lo imposible".


"Porque lo cierto es que me voy a Ciudadanos", proseguía Santesmases. "Mi decisión de ingresar en el partido de Alberto Rivera ha sido muy meditada. Este vídeo va dirigido sobre todo a mi novia Carolina y a sus compañeros de clase de 4º de la ESO. Sé que algunos de ellos no lo entienden, sé que su hermanito de 6 años tampoco. Pero estoy aquí para dar la cara. Quiero anunciaros que la clave es emprender y crear riqueza, combatir la corrupción y defender sin complejos, por encima de todo, a España y a los españoles. Como me dijo una vez Rodrigo Rato en una capea en Titulcia, 'emprender es poder'. Yo le puse a prueba: '¿Y poder es emprender?'. Y él me replicó: 'El que no corre, vuela, y marica el último'. Nunca dejaré de recordar esos sabios consejos de una persona a la que, por cierto, no conozco y con la cual jamás he cruzado una sola palabra en toda mi vida".

"Mi marcha a Ciudadanos no significa otra cosa que defender mis valores con otro equipo. Y defender no solo a España, tan rica en su folclore y sus dialectos regionales, sino también al mundo en general", aseveró el joven antes de añadir: "Porque mi compromiso internacional sigue en pie: nunca dejaré de apostar por la reconciliación de checos y eslovenos, por la justa devolución de la península de las Malvinas a Chile y por una solución negociada al conflicto entre democristianos ortodoxos y comunistas pro Maduro en Ucrania". Borja Bartolo informó, al final de su discurso, que se dirigiría "de inmediato" al domicilio de José María Aznar para devolverle las Cartas a un joven español ("Hoy he dejado de ser joven, hoy he dado un salto cuantitativo como persona humana y ya no me hace falta") y hacerle entrega tanto de un ejemplar del programa económico de Ciudadanos como de la serie completa en DVD de Pokémon.

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