viernes, 10 de abril de 2015

Religión versus espiritualidad

El Universo es tan asombroso que no hay que descartar hipótesis aparentemente descabelladas como la de que sea una simulación informática creada por algún dios-programador ahí fuera (ya he escrito en este blog que la metafísica seria tiene futuro). Ante lo maravilloso de su existencia, y lo más alucinante aún de la nuestra (viviéndolo y pensándolo, aunque sea efímeramente), es inevitable la perplejidad y, en ocasiones, el sentirse embargado por un sentimiento de pertenencia (llamémoslo espiritualidad) a algo grande y misterioso. "Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mi interior", decía Kant.

Albert Einstein llegó a afirmar que "la ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega". Pero su religión no era una colección de dogmas, fantasías, prohibiciones y ritos a cuál más pintoresco y absurdo, un artefacto cultural heredado de los padres por el mero accidente de haber nacido en un sitio u otro, aceptado acríticamente y concebido como un recurso fácil para dar sentido a la vida frente a la injusticia, el mal, el sufrimiento y la inevitabilidad de la muerte. Eso no tiene nada que ver con la espiritualidad de Einstein y otros ilustres científicos como Schrödinger, Planck o Bohm (o, yendo más atrás, de un gigante de la filosofía como Spinoza). "Detrás de todas las concatenaciones discernibles, queda algo sutil, intangible e inexplicable. La veneración de esta fuerza más allá de lo que podemos comprender es mi religión", sostenía el artífice de la teoría de la relatividad.

La religión tal como la entiende la mayoría de la gente es también muy distinta a la búsqueda de un equilibrio interior y una conexión íntima con el Cosmos a través de la contemplación y la meditación, como hacen el budismo genuino (el despojado de sus creencias supersticiosas y de la adoración de estatuillas) y otras corrientes místicas como el sufismo. Al maestro sufí persa Mansur al-Hallaj se le atribuyen frases, fruto de estados extáticos, como "Vi a mi Señor con el ojo del corazón y le pregunté: ¿Quién eres tú? Y él respondió: Tú", "No hay nada envuelto en mi turbante salvo Dios" y "Yo soy la verdad". Por esas palabras fue descuartizado y luego quemado en el año 922, conforme a las órdenes del califa de turno.

Aun reconociendo su función social cohesiva y su carácter ordenador y balsámico para muchas personas que no pueden vivir sin Dios (exista o no), la religión convencional suele ser un deformador de mentes infantiles, un generador de fobias, miedos y traumas, un verdugo del conocimiento y de la felicidad (propia y ajena) que por su condición excluyente -como el nacionalismo, con el que está frecuentemente hermanada- sigue enfrentando a unos humanos contra otros. Sam Harris tuvo el acierto de señalar que la moderación religiosa es un resultado de la moralidad secular y la ignorancia religiosa: ¡esa es justo la clave! Cuanto más conocedor y fiel a la letra de una religión eres, tanto más integrista y, en consecuencia, mayor peligro tienes. Por eso la mayor parte de los creyentes, los que no se lo toman ni literalmente ni muy a pecho, son inofensivos. Cuánta razón lleva también el físico Steven Weinberg: "Con o sin religión, siempre habrá gente buena haciendo el bien y gente mala haciendo el mal. Pero para que la gente buena haga el mal, hace falta la religión".

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Excelente Nico!

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