lunes, 2 de febrero de 2015

Votando al senador José Macías Santana

Iba esta tarde en el coche con mi hijo cuando me preguntó: "Papá, ¿a quién vas a votar?" Y le dije la verdad: que para las elecciones generales aún no lo sabía (para las autonómicas y municipales sí lo tengo claro). Como me pedía ser más concreto, le conté a quién no votaría seguro: al Partido Popular (no le dije que tampoco apoyaría en las urnas a partidos como UPyD o Ciudadanos, o que si pudiera depositar la papeleta en mi Canarias natal o en cualquier otra comunidad periférica tampoco respaldaría a partidos nacionalistas). Le iba a añadir que nunca había votado al PP desde mi debú en los colegios electorales en el referéndum sobre la OTAN de marzo de 1986... ¡cuando me di cuenta de que no era cierto! Una vez lo hice y esa es una curiosa historia que me place ahora rememorar.

Corría el año 1986 en Las Palmas y yo tenía 18 años. A un amigo que estaba a mi lado en la calle le dije en voz alta, al pasar frente a nosotros el político conservador José Macías (la intención era que él lo oyese): "¿Sabes a quién NO voy a votar?: ¡a Alianza Popular!". Macías se dio la vuelta y me dijo con gesto serio pero amable: "Está usted en su derecho, joven". El hombre desactivó con estas palabras mi absurdo odio juvenil dirigido a su persona solo por ser de AP (el partido de Manuel Fraga precursor del PP). Hizo sentirme, con toda justicia, avergonzado de esa lamentable acción: fue una lección en toda regla.

Nueve años más tarde, ya en Madrid, pedí una ayuda al Cabildo de Gran Canaria para los estudios de doctorado en la Universidad Complutense. No se me concedió por razones que ya no recuerdo. Lo que no se me ha olvidado es que le mandé una carta (todavía se estilaban los manuscritos enviados por correo postal, aunque el correo electrónico empezaba a abrirse paso) al entonces nuevo presidente del Cabildo, que no era otro que José Macías, en el que le hablaba de la importancia de la educación para una sociedad y le contaba mi situación en la capital (la verdad es que estaba a dos velas). Días más tarde, el mismísimo Macías llamaba a la casa de mi novia en Aluche para hablar conmigo (le había dejado ese teléfono porque era mucho más fácil encontrarme allí que en mi habitación alquilada en Malasaña). El hombre finalmente hizo gestiones para que pudiera conseguir una pequeña ayuda para ese curso de otra partida presupuestaria de la corporación insular. 

Por supuesto, yo no le dije que nueve años atrás le había increpado de manera tan bochornosa. A Macías nunca se le habría pasado por la cabeza esa curiosa conexión. Ni tampoco que un decenio más tarde (en 1996) aquel mismo chico exaltado que pretendía incomodarle pondría una "x" en la casilla con su nombre de la papeleta al Senado. Esa última vez que voté en Canarias decidí darle mi sufragio por ser una persona honrada y llana que justificaba con creces su cargo: no era para nada el típico senador español que llega a la Cámara Alta para ejercer de funcionario y levantar la mano siguiendo las instrucciones del jefe de bancada, sino alguien realmente preocupado por los problemas de la gente y siempre cercano y dispuesto.

José Macías tiene ahora casi 90 años. Ya jubilado desde hace tiempo de sus quehaceres políticos, preside una fundación contra la leucemia en Canarias. Es justo que lo recuerde hoy y me haría ilusión que le llegase este reconocimiento. Porque, por muy tópico que pueda resultar, por encima de las adscripciones partidistas o ideológicas están las personas.

7 comentarios:

Adolfo dijo...

Hola Nico, recuerdo la anécdota, y que por la misma razón de considerarle, ante todo, una buena persona al servicio de la gente, ya también le voté para el senado.

(Aunque algunos me tachen de derechista, es la única vez que he votado a la derecha, ¡Qué cosas!).

Un buen tipo, al que la última vez que le vi, estaba comprando en una frutería (él y yo).

Es la maravilla de poder votar en una lista abierta.

Nicolás Fabelo dijo...

Adolfo, no recuerdo quién estaba conmigo: creo que era o José María o José Miguel.

Rafael Hidalgo dijo...

Nicolás, me ha encantado. Y me parece que presenta de forma lúcida y palpable el fundamento de cualquier relación humana, incluída la política: la confianza.

Todos sabemos la línea editorial de los principales periódicos, pero a la hora de leer suelo buscar el artículo de aquel periodista que me parece riguroso, independiente, que me aporta algo... ¡fiable!

En la política sucede igual. Es una pena que nos hagan pasar por el filtro de las banderías. Yo no me siento identificado con ningún partido, pero sí me inspiran confianza unos pocos políticos (muy pocos, desgraciadamente). Y si tuviera la posibilidad de votarlos me sentiría mejor representado.

¿Sabías que en las últimas elecciones de la II República el Partido Socialista estuvo a punto de no presentar a Julián Besteiro por no seguir la deriva que llevaba el partido? ¿Y sabes quién fue el candidato más votado de toda España? Pues eso, que menos hablar de la "democracia de los partidos" y más preocuparse por la "democracia de los ciudadanos".

Lo dicho, me ha encantado.

Nicolás Fabelo dijo...

Muchas gracias, Rafa. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Hola Nicolás, casualmente el otro día encontré tu blog y esta historia. Hoy me tome un café con D. José y se la conté. Decirte que se le veía emocionado mientras se la narraba, le ha hecho mucha ilusión, hasta el punto de pedirme que se la diera impresa para poder leerla y conservarla.
El próximo día se la entrego.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola Nicolás, casualmente el otro día encontré tu blog y esta historia. Hoy me tome un café con D. José y se la conté. Decirte que se le veía emocionado mientras se la narraba, le ha hecho mucha ilusión, hasta el punto de pedirme que se la diera impresa para poder leerla y conservarla.
El próximo día se la entrego.
Un saludo.
Sergio Pérez.

Nicolás Fabelo dijo...

Hola, Sergio:

Pues la verdad es que te lo agradezco mucho. A mí también me hace ilusión que a él le llegue. Es lo único (y lo más valioso) que nos queda al final: la gratitud y el cariño de la gente. Dile también que él tenía amistad con mi abuelo: José Fabelo Ruano.

¡Un abrazo!

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