lunes, 8 de septiembre de 2014

Alegato anticonsumista de pringado (en España)

No es posible superar el capitalismo sin una honda transformación cultural que haga mucho más sencillas y austeras (y, con ello, más ricas) nuestras vidas, al tiempo de convertirnos en ciudadanos con mayúsculas: educados, bien informados y muy exigentes con los políticos y las empresas. No sirve de nada esgrimir las maldades del neoliberalismo cuando la inmensa mayoría de la población, y no solo en los países desarrollados, está atrapada a gusto en las redes del más grosero consumismo y materialismo. 

Solo estaremos en el buen camino (casi diría que en el camino de la supervivencia de la especie) cuando no demos tanta importancia a las marcas de ropa y cosmética, los teléfonos inteligentes, los coches de alta gama y otros juguetitos de lujo. Cuando veamos menos telebasura y más documentales. Cuando vayamos en bicicleta al trabajo o circulemos por la autopista por debajo de 120 km/h sin temor a que nos cuelguen la etiqueta de pringado. 

De hecho, esta es la tendencia en los países cultural y socialmente más avanzados del mundo. Si vas en cochazo al trabajo (ya no digamos si te lleva un chófer con gorra, como es el caso de un catedrático español de universidad pública afecto al anarcocapitalismo y el Tea Party) o te compras glamurosos bolsos de piel de diseño, en la rica Noruega quedas como un palurdo y un hortera.

Al igual que en Berlín o en la bahía de San Francisco (donde ir al trabajo en chanclas es cool porque se valora la profesionalidad y no la marca del traje), lugares donde ya hay suficiente masa crítica de ciudadanos para impulsar una nueva manera de vivir más austera, equilibrada, sana, feliz y amable con el medio ambiente. No es casual que en estos sitios haya mucha gente que se desplaza en bici y es vegetariana. Y también, por otra parte, que se muestra abierta a la inmigración (siempre y cuando no porte valores reñidos con una convivencia civilizada) y acepta con naturalidad la homosexualidad. No es casual que en ellos no se coma una rosca la derecha, haya una alta preocupación por los animales, tenga tanto predicamento la comida orgánica y no vaya a misa ni el Tato.

Esa es la meta, ese es el camino para superar inteligentemente el capitalismo sin grandes alharacas ni proclamas solemnes. La desgracia es que en España, pese a haber avanzado, seguimos siendo unos cafres. El otro día me encontré en la parada del bus a un chico que trabaja en mi empresa de limpiador. Siempre le había visto dentro con ropa de faena. En la calle pude advertir que lucía una ropa y unas zapatillas supercaras, además de un smartphone de varios cientos de euros. Yo, que quizá gane el doble que él, llevaba un polo de hace cinco años, unos vaqueros normales y unas zapatillas de 5 euros del Alcampo, así como el móvil cutre que me regaló mi compañía a cambio de seguir con ella. Y nada de relojes u oro. En este país abundan los curritos como ese, que se ventilan buena parte del sueldo en trapos, quincalla y juguetitos. Y en coches potentes con los que ir a toda pastilla.

Estoy convencido de que hay gente que no entiende mi indiferencia a este respecto, o que acaso la tome como una pose o incluso un berrinche (¿quizá por no poder permitírmelo?). Sinceramente, no pueden importarme menos esas cosas: ya tengo suficiente con mi coche de hace 12 años, mi bicicleta de 100 euros, mi Kindle, mis zapatillas deportivas desgastadas para patear por el campo, mi móvil gratuito y mi ordenador conectado a Internet para informarme y escribir estas líneas. A ojos tanto del limpiador mileurista de mi curro como del conductor pepero de un 4x4 (comprado solo para ir a llevar y recoger sobre asfalto al niño al cole privado) con banderita de España en el salpicadero -un tipo humano abundante en la sierra de Madrid-, yo sería un pringado por ese desdén hacia lo material y las modas. Me importa poco que lo piensen. Tengo además la suerte de relacionarme con gente que comparte mi neohippismo y mi desprecio hacia esos tipos (sobre todo a los segundos -los del 4x4-, a cuenta de los cuales nos echamos frecuentes y saludables risas).

Uno no puede ser excesivamente optimista aquí, dada nuestra falla educativa y cultural. ¡Y qué decir del resto del mundo, por ejemplo de China (paraíso del consumismo más inmundo)! Pero aunque el cambio no fuera posible a nivel español o global, nosotros podemos hacerlo realidad en nuestro ámbito personal sin necesidad de votar con los pies (o sea, de irnos a vivir a Noruega, San Francisco o Berlín). Nadie nos obliga a comprar o consumir productos innecesarios -e incluso inmorales por lo que hay detrás de su fabricación-, ni a estar todo el día viendo anuncios y demás mierda en la tele. Desde luego que podemos, porque es algo que solo depende de nosotros. Y que da una enorme libertad.

2 comentarios:

Adolfo dijo...

Hola Nico, comparto hasta cierto punto lo que dices, básicamente, porque me estoy proponiendo el intentar no juzgar a los demás en la medida que pueda. Que el limpiador de tu empresa tenga esos objetos no lo convierte en mala persona, que es lo realmente importante.

Tampoco sabemos si este chico, justo considera que se debe gastar dinero en esos objetos y otra persona se lo gasta en otros. Quiero decir que hay muchas formas de consumismo. Conocí algunos que para tener su uniforme jipi se compraban unas zapatillas artesanales y mochila herreña, que costaba cada uno de esos elementos más que la ropa que me pongo en una semana. Pero ellos eran chachis porque no iban de marca. En realidad llevaban la marca "jipi". Pero, mira, los estoy juzgando y no me gusta.

Quiero decir que al final la gente se gasta el dinero en cosas que lo satisfacen: unos en copas, otros en ropa, otros en viajes... y todos consideran que su opción de consumo es mejor que las demás, porque si no, no lo harían. Todas ellas tienen su coste ecológico, aunque ciertamente, no todas te hacen crecer igual.

Cierto que mucho habría que cambiar el sistema y a mucho tendríamos que renunciar si vamos a una sociedad en la que se consuma poco. (Afectaría a la renta, al empleo, a la acumulación de capital necesaria para avanzar en tecnología, en medicina, en ciencia....).

Quizá no sea el problema consumir, sino consumir mejor. Elegir el producto menos contaminante, el que se elaboró bajo principios éticos. No sé, no tengo la solución.


Nicolás Fabelo dijo...

Tienes razón, Adolfo, en lo de no juzgar. Realmente yo no pretendía juzgar: cada uno que haga lo que le dé la gana mientras no cause daño al prójimo. Lo que sí afirmo es que si alguien me toma por un pringado por este neojipismo confeso, puede estar bien seguro de que yo le tomaré por ello como un botarate (la postura budista óptima sería la de sentir compasión por él o ella, pero mi talla espiritual no es aún lo suficientemente alta para ir más allá del mero desprecio).

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