viernes, 3 de mayo de 2013

Gente que hace el mundo más amable

Para mejorar el mundo no es necesario que haya una mayoría trabajando activamente en favor del progreso: basta con minorías comprometidas que actúen con convicción e inteligencia, capaces de movilizar a una cierta masa crítica de ciudadanos. Hace unos días leía en el informe mensual de Greenpeace los logros recientes de este club internacional del que me enorgullezco de formar parte (aunque solo sea aportando una pequeña cantidad de dinero al mes): el abandono temporal por Shell de la búsqueda de petróleo en el Ártico, la suspensión por el Gobierno autónomo groenlandés de la concesión de licencias para su exploración, el compromiso de Volkswagen para cumplir los objetivos de eficiencia energética de la Unión Europea... Greenpeace, con sus cerca de tres millones de socios repartidos por todo el mundo, contribuye a que este mundo sea más habitable (para los que ya estamos en él y para los que vengan detrás de nosotros). Igual puede decirse de otras ONGs como Amnistía Internacional, de la que también me precio de ser socio: en su caso, los éxitos suelen tener nombres y apellidos, los de quienes son liberados por la presión mediática ejercida sobre los Gobiernos -da igual su inclinación política- que pisotean los derechos humanos.

Una enseñanza es que se pueden conseguir metas importantes sin necesidad de esperar al hombre nuevo (una espera inútil mientras sigamos siendo Homo sapiens), utilizando como palanca en beneficio de causas justas el interés de quienes cortan el bacalao. La clave es que nuestras acciones puedan comprometer el bolsillo de los empresarios y la reputación (en una democracia, por consiguiente, la cesta de votos) de los políticos, los puntos donde realmente más les duele (desde luego, más que cualquier escrache o acto vandálico). Conscientes del coste de verse señalados como indiferentes al sufrimiento de la gente, como codiciosos o antiecológicos, a estos no les queda muchas veces mejor opción que la de plegarse a demandas ciudadanas como la regulación del comercio de armas, la preservación de espacios naturales vírgenes o la limitación de actividades contaminantes. Aunque no las compartan, los políticos tienden a funcionar a lo Fernando VII, ese impresentable Borbón absolutista que en 1820 instase a marchar "francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Es curioso observar que hoy en día casi todo el mundo, hasta las empresas siderúrgicas, presume de verde: saben que se penaliza no serlo (o, al menos, no fingirlo). La economía del bien común trabaja precisamente en esta línea de instar a las empresas a portarse bien aunque solo sea por su propio interés.

Quitando las acciones espectaculares destinadas a captar el interés mediático, el trabajo de las personas que  militan en estas organizaciones suele ser discreto y sin alharacas. Al igual que el de los voluntarios de muchas otras ONGs como las "Sin Fronteras" (Médicos, Bomberos, Payasos...), de entidades eclesiales como Cáritas o Manos Unidas, de fundaciones como la de Vicente Ferrer, de quienes ayudan a ancianos y discapacitados... Y no menos que el de los cada vez más numerosos activistas contra el maltrato a los animales. Seguro que la labor de todos ellos es mucho más eficaz que la de quienes gritan eslóganes o se llenan la boca de verborrea en partidos políticos o sindicatos mayoritarios. Porque no son miembros de castas peleando por cuotas de poder o en defensa de sus intereses corporativos. Y lo más importante es que se trata de personas que suelen traducir su compromiso en gestos cotidianos aparentemente simbólicos -pero de gran impacto agregado- como votar y consumir responsablemente, reciclar basuras e ir al punto limpio, ciberprotestar, usar el transporte público, ahorrar agua y energía, etc. Gente que por lo general tiene un mayor respeto por el prójimo -incluso aunque este no sea humano- que la media de sus congéneres. Ya solo con esos gestos cotidianos, sin necesidad de desempeñar algún tipo de voluntariado, se estaría ejerciendo suficiente contrapeso tanto a quienes solo buscan maximizar su beneficio o sus resultados electorales como a los curritos que miran exclusivamente por su culo.

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