Muchos españoles se han tragado esa milonga propalada por el PP de que la crisis en que nos hallamos es atribuible a una supuesta mala gestión económica del Gobierno de Zapatero (que, desde luego, no ha sido buena). Bastante gente va a votar a Rajoy pensando que con un mero cambio de Ejecutivo las cosas empezarán a enderezarse y se acabará con el paro. Si les manifiestas tu incredulidad, no tardan en esgrimirte la experiencia de Aznar: "Si él lo hizo, Rajoy lo hará también".
Lo que esta gente no sabe, o no quiere saber, es que la creación y la destrucción de empleo no dependen en los países desarrollados tanto de la política económica aplicada por los Gobiernos como de la fase del ciclo económico por la que se atraviesa. Y que la economía española es especialmente sensible, por sus características, tanto a los auges como a las depresiones: se crean muchos empleos cuando llega el ciclo expansivo y se destruyen muchos en el caso contrario. También desconocen que la situación económica de 2011 no tiene nada que ver con la de 1996, que asistimos a una crisis internacional diferente que puede degenerar en sistémica y precipitar al abismo al propio capitalismo.
En España hemos sido víctimas de la combinación de: 1) la crisis financiera internacional desatada hace unos años por las hipotecas basura estadounidenses, causantes de una debacle bancaria (al contaminarse las entidades con activos vinculados a dichas hipotecas), de una crisis de la deuda pública (al obligar a los Gobiernos a destinar sumas multimillonarias para salvar a los bancos) y de una recesión en los países desarrollados (causada por la contracción del crédito y la caída de la confianza en empresas y consumidores); y 2) el estallido de la burbuja inmobiliaria nacional engordada irresponsablemente desde finales del pasado siglo (cuando gobernaba el PP, no lo olvidemos).
Lo primero es achacable al descontrol de un sector financiero cada vez menos regulado, lo que permitió la proliferación de actividades especulativas de alto riesgo: de ello es culpable la irresponsabilidad, e incluso abierta complicidad, de banqueros, inversores institucionales, supervisores monetarios, agencias de calificación de riesgos... A lo que hay que sumar, más recientemente, el descubrimiento de las mentiras del Gobierno griego (conservador, por cierto) acerca de sus cuentas públicas, detonante de la crisis de la deuda en la zona euro.
Lo primero es achacable al descontrol de un sector financiero cada vez menos regulado, lo que permitió la proliferación de actividades especulativas de alto riesgo: de ello es culpable la irresponsabilidad, e incluso abierta complicidad, de banqueros, inversores institucionales, supervisores monetarios, agencias de calificación de riesgos... A lo que hay que sumar, más recientemente, el descubrimiento de las mentiras del Gobierno griego (conservador, por cierto) acerca de sus cuentas públicas, detonante de la crisis de la deuda en la zona euro.
Por su parte, nuestra burbuja inmobiliaria se infló gracias al binomio liberalización del suelo (decidida por Aznar)-bajos tipos de interés (decididos en Frankfurt), del que se beneficiaron sobre todo promotores inmobiliarios, bancos y cajas, corporaciones locales y no pocos ciudadanos que pudieron vender sus terrenos a precio de oro, emplearse en el sector de la construcción y/o comprarse viviendas y buenos coches. Esa burbuja alimentada por los Gobiernos de Aznar no fue frenada por los de Zapatero. Desde luego, los políticos rara vez miran al largo plazo (excepto al suyo), y mucho menos si hay que pagar por ello el peaje de perder votos e incluso las siguientes elecciones. En el debe de nuestros gobernantes -da igual su partido- está también no haber afrontado una más que necesaria reforma de la Administración y de las empresas públicas para poner freno a tanto enchufismo, ineficacia y derroche de fondos públicos. Y no haber apostado por un tejido económico más productivo y sostenible.
El margen de acción del futuro Gobierno de España es muy limitado, ya que no tenemos política monetaria propia ni tampoco podemos devaluar la moneda para reactivar la economía. El Estado ni siquiera puede recurrir al gasto público para insuflar aire a la actividad económica, al estar sometido a la vigilancia de la Unión Europea (así como al propio corsé constitucional recientemente aprobado) y a la presión en los mercados de los especuladores, cuyos ataques sobre nuestra deuda soberana pueden ponernos al borde de la quiebra. Así pues, el futuro presidente Rajoy (o Rubalcaba) tendrá que hacer nuevos y dolorosos recortes que afectarán sin duda a la sanidad y la educación, incluso al sistema de pensiones. Además, subirá con toda seguridad los impuestos: sobre todo, el IVA, que paga todo el mundo con independencia de su renta o riqueza.
Lo cierto es que dependemos mucho más de lo que se haga fuera de España. Si el BCE no baja los tipos y Alemania no da un decidido impulso a su economía, estamos condenados a una nueva recesión que podría poner la cifra de parados más cerca de los seis millones que de los cinco. Está claro, salvo para tanto votante incauto del PP, que el desempleo no se soluciona simplemente con un nuevo inquilino en Moncloa, una desregulación del mercado laboral, beneficios fiscales a las empresas y recortes en el gasto público. Y el cambio de modelo productivo, si finalmente se opta por él, no se logra de un día para otro: sus beneficios en la economía y el empleo se cosecharán a medio-largo plazo.
Aunque cada uno es dueño y señor de su ignorancia, conviene estar avisado. Lo más chocante es que muchos de quienes auparán al PP al poder son trabajadores mileuristas que con su voto respaldarán un proyecto que no pretende gravar a las grandes fortunas y sí abandonar a su suerte servicios como la educación y la sanidad públicas que benefician principalmente a los menos favorecidos.
Por si fuera poco, el nuevo Gobierno de Rajoy acercará etarras al País Vasco y gestionará la salida de la cárcel de los presos de la banda terrorista (como haría un Rubalcaba presidente, porque esto ya está más que hablado y negociado). Esto sentará como cuerno quemado a muchos votantes peperos enchufados a Intereconomía-La Gaceta, que se creen esa otra milonga de que el PP no haría jamás concesiones a los etarras.
Aunque no soy de los que piensan que PSOE y PP son lo mismo (las diferencias estriban sobre todo en la política social y los derechos ciudadanos, lo que no es poca cosa), no quiero que esto se entienda en absoluto como una invitación a votar al PSOE. Hay que ir más lejos: ya es inaplazable el replanteamiento de este sistema y de esta forma de vivir tan insostenibles como generadores de infelicidad. Tenemos que aprender a ser más sencillos, austeros y responsables. Tenemos que encontrar maneras más inteligentes de producir, consumir y relacionarnos con el entorno. Por eso votaré a Equo, porque ahí veo una semilla de transformación (no inspirada en modelos fracasados del siglo XX) que no tardará en germinar. Aunque empecemos solo con un diputado en el Congreso.
2 comentarios:
Mi querido Nico, gracias por compartir tu reflexión.
Ojalá la gente tuviera la perspectiva y memoria que tienes tú para analizar dónde estamos y hacia dónde "podemos" ir, con el "piloto" que parece que nos dirigirá unos cuantos años...
Esperemos que las expectativas que mucha gente tiene y se ha generado al menos sirva para reactivar la economía, porque la realidad es que no hay soluciones mágicas, ni el que puede gobernar es un mago, nada más que para esconder el conejo debajo de la chistera y sus propuestas.
Lo que me da más me preocupa y miedo me da es que no tienen plan B. Todo se basa en que generarán crecimiento económico y empleos por sí solo...Y si eso no sucede, qué?
Un fuerte abrazo y brindaremos porque el 2012 sea un mejor año que este.
Bueno, me alegra verte otra vez por aquí, amigo.
¡Un abrazo!
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