Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
sábado, 25 de julio de 2015
Concluye una fructífera investigación científica española sobre los tortellini, el chorizo de Cantimpalos y Moldavia
Una vez más se demuestra que España no es solo jamón serrano, paella, playa, sol y toros. Un equipo científico multidisciplinar de nuestro país (compuesto por lingüistas, bromatólogos, epistemólogos, curadores de contenidos y couchers artísticos y emocionales) acaba de concluir con éxito una investigación en la que ha estado inmerso varios años. Sus resultados aparecerán en la próxima edición de la prestigiosa revista internacional Social Science Update Review.
El punto de partida del trabajo fue la constatación por el filósofo español Rubén Santiago Armenteros Pi, en el marco de un congreso de Epistemología celebrado en enero de 2008 en Curaçao (Antillas neerlandesas), de que en Moldavia no llaman "tortellini" a nuestro conocido -e internacionalmente reputado- chorizo de Cantimpalos. Un colega moldavo del filósofo español le confirmó a éste, durante un receso del evento académico, lo que nuestro compatriota venía intuyendo desde hacía tiempo tras ver en Intereconomía un documental sobre la influencia del cultivo doméstico de marihuana en maceta sobre la desecación del mar de Aral. A su vuelta a España, Armenteros transmitió su inquietud a colegas, académicos e instituciones varias. No tardaría en ponerse en marcha el proyecto, financiado mediante una campaña de crowdfunding en redes sociales y diversas subvenciones públicas y patrocinios comerciales.
El equipo científico español, que ha realizado un intenso trabajo de campo en lugares tan diversos como la localidad segoviana de Cantimpalos, la capital moldava Chisinau, la región italiana de Emilia-Romagna y la isla polinesia de Bora Bora, concluye que la razón por la que en Moldavia no llaman "tortellini" al chorizo de Cantimpalos es porque "no tiene nada que ver una cosa con la otra". "Se trata de productos radicalmente diferentes desde una óptica puramente ontológica", adelantaba esta mañana en Madrid a la prensa Armenteros Pi, director del plantel investigador. "Hemos comprobado que el non sint aequales opera tanto a efectos lógico-estructurales como cognitivos. Así pues, podemos afirmar con absoluta certeza que es un error categorial de bulto la identificación de la pasta anilloide rellena de origen italiano con el conocido embutido segoviano en cualesquiera de sus formatos de comercialización: sarta, achorizado o cular". "El corolario semántico de todo ello es claro y revelador", añadía Armenteros: "La lengua rumana hablada en Moldavia -me atrevo a decir que cualquier idioma, incluido el catalán- no puede adjudicar a nuestro querido chorizo de Cantimpalos la denominación de 'tortellini' sin incurrir en grave falla lógica".
El prestigioso epistemólogo también ha comunicado en primicia a los periodistas españoles el descubrimiento por su equipo de dos "casos extremos y muy peligrosos" de non sequitur que trasladarán al próximo congreso mundial de Epistemología en Vanuatu. "Es un buen ejemplo", ha dicho, "de hallazgos colaterales de un trabajo de investigación duro y sistemático como el que nos ha ocupado estos años. Sin duda allanarán el camino a muchas investigaciones futuras, e incluso en curso, en las más diversas ramas del saber científico" (*véase al final).
Preguntado por un periodista acerca del elevado presupuesto en viajes del proyecto, Armenteros Pi subrayó que solo se viajó una vez a Chisinau, dos a Cantimpalos y "otras tres o acaso cuatro" al norte de Italia. "Nuestro centro operativo estaba en un hotel de Bora Bora: allí se concentró nuestro trabajo el 90% del tiempo, por lo que me parece profundamente deshonesto insinuar que estos años hemos estado haciendo turismo".
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha celebrado desde un campamento de verano de NNGG en Lausana (Suiza) este hito científico con la marca España: "Cuando nos ponemos, nos ponemos, porque somos una gran nación y s'acabao. Y fíjese usted, además, que el Real Madrid tiene un equipo muy compensao esta temporada, es un plantel con mucha llegada y gol que nos dará muchas satisfacciones a todos los españoles".
*Los dos casos extremos de non sequitur descubiertos por el equipo dirigido por Rubén Santiago Armenteros Pi son:
CASO 1:
1. Si soy un tortellini, entonces soy un alimento.
2. Soy un alimento.
3. Por tanto, soy un chorizo de Cantimpalos.
CASO 2:
1. Si estoy en Cantimpalos, estoy en España.
2. Estoy en España.
3. Por tanto, estoy en Bora Bora.
domingo, 19 de julio de 2015
'La Razón' publica una comprometedora foto de 1985 de Pablo Iglesias y Manuela Carmena
Pablo Iglesias agrede en 1985 a un compañero de clase, jaleado por Manuela Carmena. |
El tabloide británico The Sun daba ayer la campanada mediática con unas imágenes de 1933 de la actual reina Isabel alzando el brazo al estilo nazi. Y esta mañana era el diario La Razón el que irrumpía en las redes sociales con una imagen igualmente comprometedora para sus protagonistas, pero mucho más reciente (de 1985) y familiar para los españoles. Por desgracia, la foto del escándalo (véase arriba) está completamente en negro al haberse velado en su día el rollo fotográfico usado en la cámara.
En la imagen, según explica La Razón, se observa a un Pablo Iglesias (actual líder de Podemos) de apenas siete años de edad golpeando en el patio de su colegio a un chaval de su clase, jaleado por la entonces jueza Manuela Carmena (actual alcaldesa de Madrid). Mediante una vanguardista técnica de lectura estática de labios desarrollada por la Dermoethics Corporation, el diario madrileño ha podido desentrañar lo que el jovencísimo Iglesias decía al niño al que agredía: "Eres un puto pijo facha y te vas a cagar vivo". De ese mismo análisis se desprende que Carmena se limitaba a exclamar: "¡Dale caña, dale caña, coletas!". La presencia de la ahora alcaldesa en esa escena da pábulo a quienes sostienen que existe un plan de largo recorrido para derribar a la monarquía, algo de lo que se hacía eco recientemente el ABC.
El Fiscal General del Estado ya ha pedido a La Razón la entrega de la foto para abrir diligencias. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no ha tardado en pedir la dimisión "inmediata" de Iglesias y de Carmena: "No hay otra si les queda algo de decencia", apuntaba en un encuentro en Béjar (Salamanca) con ganaderos del sector porcino. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha señalado que está a la espera de más información para emitir un comunicado: "Si se confirma", ha dicho, "se trataría de algo muy alarmante para la salud de nuestras instituciones democráticas". Por su parte, los dos implicados siguen sin pronunciarse al respecto.
Fuentes próximas al diario La Razón aseguran que la cabecera de Marhuenda podría poseer una segunda fotografía de mucho mayor impacto (se rumorea que también totalmente en negro, al haberse sacado de noche sin flash) en la que aparecerían Carmena e Iglesias paseando junto a Fu Manchú, el ayatolá iraní Ali Jamenei y el presidente venezolano Nicolás Maduro por los jardines del Palacio de Miraflores de Caracas.
ACTUALIZACIÓN: La artista conceptual Esther Ferrazcona ha anunciado que emprenderá acciones legales por la publicación de la foto de Iglesias y Carmena, que considera un "burdo plagio" de su cuadro de 2003 "Anochecer minimal-existencial en el bucle espacio-temporal del Peine de los Vientos de Donosti".
domingo, 12 de julio de 2015
Justicia y retribución en el Cosmos
Una de las cosas que más desasosiegan a un ser humano medianamente sensible (supongo que a toda inteligencia al menos equiparable, aquí en la Tierra como hipotéticamente fuera de ella) no es tanto la existencia del mal como la posible inexistencia de una justicia universal que retribuya de algún modo a aquél: mientras que el mal es algo constatable y omnipresente, no hay indicios razonables -los cuentos religiosos son un aparte- de que la Naturaleza se preocupe lo más mínimo al respecto. O sea, que no está escrito en el firmamento ni en los insondables espacios subatómicos que torturar y matar a una criatura inocente por pura diversión tenga un precio, más allá del legal y penitenciario si acaso es pillado al asesino (y si la víctima es también humana, no una vaquilla). Y no está claro que los responsables de Auschwitz, convertidos ya casi todos en polvo, hayan contraído alguna deuda con el Cosmos por ello. Dentro de miles de años nadie se acordará siquiera de esa infamia (ni de lo de Camboya, Guatemala, Ruanda, Srebrenica o Estado Islámico) y seguirá, como siempre, saliendo y poniéndose el Sol: ¿acaso se ha alterado el Universo por las inimaginables masacres cometidas por nuestra especie desde que andamos a dos patas?
La maldad parece haber sido incluso premiada por la selección natural por su utilidad para la supervivencia: la psicopatía en los humanos no es una patología sino una mera adaptación evolutiva. De hecho, somos hijos de la depredación: no estaríamos aquí si nuestros antepasados hubiesen sido veganos (el desarrollo de nuestro cerebro debe mucho a una dieta carnívora), animalistas y pacifistas. Pero la evolución también ha hecho que alberguemos en nuestro código genético sentimientos de empatía y conceptos como el de justicia. Parejos a este último se encuentran la indignación ante la injusticia y, para repararla, la inclinación al castigo o la venganza. Esto no parece exclusivo de la humanidad, ya que los etólogos aseguran que ocurre más o menos igual en el resto de los mamíferos. El deseo de venganza es algo muy natural, un intento de restablecer cierto orden en el mundo ante lo que se juzga como un inaceptable atropello a la justicia: desde la percepción de una falta de respeto, un agravio o un insulto a la dignidad personal o colectiva hasta una atrocidad en toda regla.
Claro que andaba en lo cierto Buda -quizá el mayor sabio de la Historia- al afirmar que la venganza es tóxica para quien la ejerce por cuanto supone de apego a lo que se odia. Desde luego que no puede ser sana, pero eso no quita que sea una forma reconfortante de retribución (¡si fuera posible preguntarle a este pobre toro embolado!). El budismo cree precisamente en una suerte de justicia cósmica en torno al concepto de karma, conforme al cual todo acto de un individuo genera consecuencias que van más allá de su vida en este mundo. Pero si no existiera el libre albedrío (y parece razonable que no haya tal cosa), nadie sería culpable de sus actos y sería tan absurda la búsqueda de venganza como la retribución kármica.
Que en una amalgama ordenada de polvo de estrellas (nuestro cuerpo y la mente que emerge de él) se hayan alumbrado sentimientos como el amor y la compasión es algo verdaderamente sublime, mucho más asombroso y conmovedor que cualquier cosmovisión religiosa. Y quizá ahí estribe la esperanza: en que la justicia y el bien imperen finalmente en el Cosmos porque una superinteligencia -fruto de la vida, a su vez producto de la evolución del Universo- acabe tomando sus riendas (de acuerdo a un esquema determinista, porque cumpla sin saberlo -como hacemos todo nosotros con nuestras vidas- un misterioso guion ya escrito con una finalidad desconocida y seguramente inimaginable).
La maldad parece haber sido incluso premiada por la selección natural por su utilidad para la supervivencia: la psicopatía en los humanos no es una patología sino una mera adaptación evolutiva. De hecho, somos hijos de la depredación: no estaríamos aquí si nuestros antepasados hubiesen sido veganos (el desarrollo de nuestro cerebro debe mucho a una dieta carnívora), animalistas y pacifistas. Pero la evolución también ha hecho que alberguemos en nuestro código genético sentimientos de empatía y conceptos como el de justicia. Parejos a este último se encuentran la indignación ante la injusticia y, para repararla, la inclinación al castigo o la venganza. Esto no parece exclusivo de la humanidad, ya que los etólogos aseguran que ocurre más o menos igual en el resto de los mamíferos. El deseo de venganza es algo muy natural, un intento de restablecer cierto orden en el mundo ante lo que se juzga como un inaceptable atropello a la justicia: desde la percepción de una falta de respeto, un agravio o un insulto a la dignidad personal o colectiva hasta una atrocidad en toda regla.
Claro que andaba en lo cierto Buda -quizá el mayor sabio de la Historia- al afirmar que la venganza es tóxica para quien la ejerce por cuanto supone de apego a lo que se odia. Desde luego que no puede ser sana, pero eso no quita que sea una forma reconfortante de retribución (¡si fuera posible preguntarle a este pobre toro embolado!). El budismo cree precisamente en una suerte de justicia cósmica en torno al concepto de karma, conforme al cual todo acto de un individuo genera consecuencias que van más allá de su vida en este mundo. Pero si no existiera el libre albedrío (y parece razonable que no haya tal cosa), nadie sería culpable de sus actos y sería tan absurda la búsqueda de venganza como la retribución kármica.
Que en una amalgama ordenada de polvo de estrellas (nuestro cuerpo y la mente que emerge de él) se hayan alumbrado sentimientos como el amor y la compasión es algo verdaderamente sublime, mucho más asombroso y conmovedor que cualquier cosmovisión religiosa. Y quizá ahí estribe la esperanza: en que la justicia y el bien imperen finalmente en el Cosmos porque una superinteligencia -fruto de la vida, a su vez producto de la evolución del Universo- acabe tomando sus riendas (de acuerdo a un esquema determinista, porque cumpla sin saberlo -como hacemos todo nosotros con nuestras vidas- un misterioso guion ya escrito con una finalidad desconocida y seguramente inimaginable).
miércoles, 1 de julio de 2015
Desmontando frases solemnes (II): "El hombre es el único animal que mata por placer"
Frente al palurdo especista que ignora que las diferencias entre los humanos y el resto de los animales son solo de grado (sin duda es mayor la brecha evolutiva entre una bacteria y un organismo eucariota como un hongo que entre este último y un Homo Sapiens) está el animalista bobo que demoniza a su propia especie y coloca un halo de pureza al resto de los seres vivos: ambos yerran al no advertir que animales no humanos y humanos animales estamos hechos de la misma pasta, aunque las liebres no lean a Dan Brown (¡no se pierden mucho!), las jirafas no sepan conducir o los orangutanes no jueguen al fútbol.
Todos estamos en el tablero de la biosfera pugnando por sobrevivir (haciendo presas y evitando ser predados, así como cooperando) y por reproducirnos (mejor dicho, por follar, haya o no reproducción): ¡porque los animales no se reproducen por instinto, sino que (como nosotros) copulan porque les gusta! (y con ello resulta que se reproducen, ya que no conocen métodos anticonceptivos). Por otra parte, al igual que ocurre con los humanos, no todos los animales son iguales: la variabilidad de comportamiento se da también en ellos, de modo que hay perros más agresivos que otros, elefantes más tranquilos que otros, leonas más maternales que otras, gatos más tramposos que otros, chimpancés más empáticos que otros... Cualquiera que haya tenido al mismo tiempo como mascotas varios gatos o perros lo sabe perfectamente.
En fin, que lo que llamamos bondad y maldad no son solo atributos de los humanos (como nos han hecho creer tantos humanistas legos en Biología). Cuando el león mata a los cachorros para beneficiarse a su madre está haciendo objetivamente el mal: actúa brutalmente (aunque, en el fondo, manipulado por sus genes), en busca de su propia satisfacción sexual, contra seres indefensos que quieren vivir. Cuando una hembra de una especie amamanta a un bebé de otra, está haciendo objetivamente el bien: actúa altruistamente (aunque, en el fondo, manipulada por sus genes), movida por su pulsión maternal, en favor de seres indefensos que quieren vivir. Detrás de estos conceptos de bondad y maldad hay un enfoque utilitarista inapelable: el que constata que todos los seres vivos pugnan por seguir viviendo y ser felices a su manera. Algunos de ellos, entre los que se incluyen todos los mamíferos, sufren más que otros por tener un sistema nervioso y una conciencia más desarrolladas. Un virus no tiene capacidad empática alguna, pero un mamífero sí (al menos, potencialmente).
Los delfines no parecen ser esos tipos tan majetes que nos vende la factoría Disney: abusan de sus hembras y de sus pequeños, torturan y matan por placer (no son mejores que los humanos, desde luego). Y muchas otras cosas del mismo cariz se pueden decir de otros animales tan aparentemente disneybuenos como los osos panda o los suricatos: eso por no hablar de los insectos, arácnidos y otras especies consideradas inferiores... Pero, frente a la creencia tradicional de que la moral es solo una cosa humana, los científicos apuntan indicios de que los mamíferos también tienen un sentido moral (producto de la evolución) incrustado en su cerebro: son capaces de distinguir lo bueno de lo malo e incluso pueden sentirse culpables de esto último. O sea, que en cada especie hay individuos más buenos e individuos más malos.
Hay un factor clave a este respecto: la inteligencia. Maldad y bondad serían pues hermanas, hijas ambas de la inteligencia, condenadas a coexistir. En estos últimos años me ha dado por pensar que una superinteligencia dotada de una elevada tecnología tendría que ser necesariamente benevolente y empática con el sufrimiento de todas las criaturas vivientes. Viendo el trato que los humanos dispensamos, no ya a las hormigas, sino a mamíferos sensibles como las ballenas, los cerdos, los chimpancés o los elefantes, me entran dudas. Aunque una explicación tranquilizadora es que la humanidad sigue aún en una etapa infantil (como prueba, por ejemplo, la pervivencia de las religiones) y que todo se andará... eso sí, no necesariamente a partir de la estirpe del Homo sapiens.
Leer Desmontando frases solemnes (I): "La verdad os hará libres".
Todos estamos en el tablero de la biosfera pugnando por sobrevivir (haciendo presas y evitando ser predados, así como cooperando) y por reproducirnos (mejor dicho, por follar, haya o no reproducción): ¡porque los animales no se reproducen por instinto, sino que (como nosotros) copulan porque les gusta! (y con ello resulta que se reproducen, ya que no conocen métodos anticonceptivos). Por otra parte, al igual que ocurre con los humanos, no todos los animales son iguales: la variabilidad de comportamiento se da también en ellos, de modo que hay perros más agresivos que otros, elefantes más tranquilos que otros, leonas más maternales que otras, gatos más tramposos que otros, chimpancés más empáticos que otros... Cualquiera que haya tenido al mismo tiempo como mascotas varios gatos o perros lo sabe perfectamente.
En fin, que lo que llamamos bondad y maldad no son solo atributos de los humanos (como nos han hecho creer tantos humanistas legos en Biología). Cuando el león mata a los cachorros para beneficiarse a su madre está haciendo objetivamente el mal: actúa brutalmente (aunque, en el fondo, manipulado por sus genes), en busca de su propia satisfacción sexual, contra seres indefensos que quieren vivir. Cuando una hembra de una especie amamanta a un bebé de otra, está haciendo objetivamente el bien: actúa altruistamente (aunque, en el fondo, manipulada por sus genes), movida por su pulsión maternal, en favor de seres indefensos que quieren vivir. Detrás de estos conceptos de bondad y maldad hay un enfoque utilitarista inapelable: el que constata que todos los seres vivos pugnan por seguir viviendo y ser felices a su manera. Algunos de ellos, entre los que se incluyen todos los mamíferos, sufren más que otros por tener un sistema nervioso y una conciencia más desarrolladas. Un virus no tiene capacidad empática alguna, pero un mamífero sí (al menos, potencialmente).
Los delfines no parecen ser esos tipos tan majetes que nos vende la factoría Disney: abusan de sus hembras y de sus pequeños, torturan y matan por placer (no son mejores que los humanos, desde luego). Y muchas otras cosas del mismo cariz se pueden decir de otros animales tan aparentemente disneybuenos como los osos panda o los suricatos: eso por no hablar de los insectos, arácnidos y otras especies consideradas inferiores... Pero, frente a la creencia tradicional de que la moral es solo una cosa humana, los científicos apuntan indicios de que los mamíferos también tienen un sentido moral (producto de la evolución) incrustado en su cerebro: son capaces de distinguir lo bueno de lo malo e incluso pueden sentirse culpables de esto último. O sea, que en cada especie hay individuos más buenos e individuos más malos.
Hay un factor clave a este respecto: la inteligencia. Maldad y bondad serían pues hermanas, hijas ambas de la inteligencia, condenadas a coexistir. En estos últimos años me ha dado por pensar que una superinteligencia dotada de una elevada tecnología tendría que ser necesariamente benevolente y empática con el sufrimiento de todas las criaturas vivientes. Viendo el trato que los humanos dispensamos, no ya a las hormigas, sino a mamíferos sensibles como las ballenas, los cerdos, los chimpancés o los elefantes, me entran dudas. Aunque una explicación tranquilizadora es que la humanidad sigue aún en una etapa infantil (como prueba, por ejemplo, la pervivencia de las religiones) y que todo se andará... eso sí, no necesariamente a partir de la estirpe del Homo sapiens.
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