Cualquier persona con criterio que haya navegado por Internet es consciente de que buena parte de los contenidos que circulan por la Red son basura e imbecilidades, lo que los angloparlantes dirían nonsense. En Internet está lo mejor y lo peor de la inteligencia humana, pero lo primero son pequeños tesoros a la deriva en el ruidoso océano de improperios, memeces, falsedades, incorrecciones y disparates de lo segundo. Para acceder a esos tesoros es imprescindible el auxilio del buen criterio, esa cosa que nunca se ha cultivado en nuestros colegios, institutos y universidades, que ahora resulta más necesario que nunca para saber separar el grano de la paja.
Todo lo que sea segar esa paja, limpiar la Red de excrementos, insultos y estupideces, debe ser bienvenido como saludable. Aunque alguno dirá que es antidemocrático. Porque ciertamente no hay nada más democrático que Internet, donde cualquiera puede poner prácticamente lo que quiera donde quiera -amparado encima por el anonimato, si así lo desea- sin ningún control de veracidad, rigurosidad o calidad. Esto se observa particularmente en los comentarios vertidos en blogs, noticias y retransmisiones en directo (sobre todo, de fútbol). Por no hablar de la sufrida Wikipedia, constantemente asediada por los trolls para desesperación de quienes se la toman en serio y pueden aportar cosas interesantes.
Afortunadamente, este vale todo empieza a ser cuestionado. Hace unas semanas, una periodista sueca comentaba en la BBC que varios diarios digitales de su país habían decidido reservarse el derecho de admisión de comentarios. Es algo que nadie ha cuestionado jamás en la prensa escrita: son los medios de comunicación los que deciden qué cartas al director se publican y cuáles no, atendiendo a su interés público y al valor de su contenido. ¿Por qué no llevar este principio a Internet? ¿Por qué tenemos que estar soportando a toda esa legión de trolls y de mentecatos? Ya tenemos bastante con aguantarlos en el mundo real, con tener que pagar peajes como los guardias muertos en las carreteras (fastidiando nuestros amortiguadores por culpa de los tontos del culo de siempre).
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
martes, 27 de septiembre de 2011
sábado, 17 de septiembre de 2011
Entrevista de Belén Esteban a Paul Krugman
-Tenemos hoy en el programa al señor Paul Krugman, Premio Nobel de Economía. Bienvenido, Sr. Krugman. Lo primero de todo, ¿no cree usted que el precio del pollo está por las nubes?
-Desconozco la evolución del precio del pollo en el mercado español. ¿No hay una pregunta más interesante?
-Las preguntas son las que son, las hacen interesantes las respuestas de los invitados. En fin, ¿cree usted que deberían subir los tipos de interés en Europa?
-Todo lo contrario. Los tipos de interés en la zona euro deberían bajar para alejar el fantasma de una nueva recesión. Además...
-Pero, Sr. Krugman. ¿Habla usted de bajar los tipos? Resulta que suben el IPG, la ITV, el KH-7... ¡Y viene usted a defender aquí que bajen los tipos! ¿No ve usted esto contradictorio?
-Mire, los tipos de interés son un instrumento de la política monetaria para...
-Respóndame, Don Paul, aquí hago yo las preguntas. Se me ciñe usted a la pregunta, por favor.
-Señora, le digo que hay que relajar la política monetaria al tiempo de apostar por una política fiscal expansiva para alejar a la economía del desastre.
-¿Pero por qué bajar los tipos si sube el KH-7, por ejemplo? ¿Qué razón hay para esa discriminación?
-Señora, no tiene que ver una cosa con la otra. Yo lo que digo es que...
-Por otra parte, si baja usted los tipos, nos la clavan a los de siempre con impuestos. ¿No está de acuerdo?, ¿no?
-Señora, ¿deja que me explique?
-Yo quiero que me responda, ya solo por respeto a los oyentes. A ver: si bajan los tipos, ¿no suben los impuestos? Se lo repito: si bajan los tipos, ¿no suben los impuestos?
-No tiene nada que ver, señora. Le estoy intentando explicar que es necesaria una acción conjunta en el plano monetario y el fiscal para...
-¿Y los impuestos qué?, ¿qué pasa con los impuestos? ¡Que nos tienen fritos al pueblo ya!
-Son cosas diferentes. Mire..
-Tipos bajos, impuestos altos, el pollo por las nubes. ¡No mienta, señor Krugman!
-Déjeme hablar por favor, con usted es imposible. Le estoy diciendo que una bajada de tipos y una política fiscal keynesiana se hacen necesarios para evitar el desastre y sentar las bases de la recuperación. Luego, más adelante, ya se podrá reducir el déficit. Pero eso no es la prioridad en este momento.
-Hace diez minutos que tiene la palabra... Usted está equivocado, caballero: la política fiscal cartesiana nos lleva precisamente al desastre al hacer que suban los impuestos y reboten los precios del pollo.
-Señora, por Dios...
-Pero, vamos a ver, vamos a ver. Si bajan los tipos, ¿no suuuuubeeeee el pooollo? ¿Y no se dispaaaaaran los impueeeeestos? Mire, escúchese, aclárese y, si quiere, hablamos otro día. ¿Vale?
-Usted es una maleducada, señora.
-Lo será la zorra de su madre, ¿me oyó bien? Buff... una pausa y entramos en Sálvame de luxe.
(Escucha aquí la entrevista)
-Desconozco la evolución del precio del pollo en el mercado español. ¿No hay una pregunta más interesante?
-Las preguntas son las que son, las hacen interesantes las respuestas de los invitados. En fin, ¿cree usted que deberían subir los tipos de interés en Europa?
-Todo lo contrario. Los tipos de interés en la zona euro deberían bajar para alejar el fantasma de una nueva recesión. Además...
-Pero, Sr. Krugman. ¿Habla usted de bajar los tipos? Resulta que suben el IPG, la ITV, el KH-7... ¡Y viene usted a defender aquí que bajen los tipos! ¿No ve usted esto contradictorio?
-Mire, los tipos de interés son un instrumento de la política monetaria para...
-Respóndame, Don Paul, aquí hago yo las preguntas. Se me ciñe usted a la pregunta, por favor.
-Señora, le digo que hay que relajar la política monetaria al tiempo de apostar por una política fiscal expansiva para alejar a la economía del desastre.
-¿Pero por qué bajar los tipos si sube el KH-7, por ejemplo? ¿Qué razón hay para esa discriminación?
-Señora, no tiene que ver una cosa con la otra. Yo lo que digo es que...
-Por otra parte, si baja usted los tipos, nos la clavan a los de siempre con impuestos. ¿No está de acuerdo?, ¿no?
-Señora, ¿deja que me explique?
-Yo quiero que me responda, ya solo por respeto a los oyentes. A ver: si bajan los tipos, ¿no suben los impuestos? Se lo repito: si bajan los tipos, ¿no suben los impuestos?
-No tiene nada que ver, señora. Le estoy intentando explicar que es necesaria una acción conjunta en el plano monetario y el fiscal para...
-¿Y los impuestos qué?, ¿qué pasa con los impuestos? ¡Que nos tienen fritos al pueblo ya!
-Son cosas diferentes. Mire..
-Tipos bajos, impuestos altos, el pollo por las nubes. ¡No mienta, señor Krugman!
-Déjeme hablar por favor, con usted es imposible. Le estoy diciendo que una bajada de tipos y una política fiscal keynesiana se hacen necesarios para evitar el desastre y sentar las bases de la recuperación. Luego, más adelante, ya se podrá reducir el déficit. Pero eso no es la prioridad en este momento.
-Hace diez minutos que tiene la palabra... Usted está equivocado, caballero: la política fiscal cartesiana nos lleva precisamente al desastre al hacer que suban los impuestos y reboten los precios del pollo.
-Señora, por Dios...
-Pero, vamos a ver, vamos a ver. Si bajan los tipos, ¿no suuuuubeeeee el pooollo? ¿Y no se dispaaaaaran los impueeeeestos? Mire, escúchese, aclárese y, si quiere, hablamos otro día. ¿Vale?
-Usted es una maleducada, señora.
-Lo será la zorra de su madre, ¿me oyó bien? Buff... una pausa y entramos en Sálvame de luxe.
(Escucha aquí la entrevista)
martes, 13 de septiembre de 2011
Una explicación biológica del mal
Quienes buscan acercarse a la naturaleza del mal a través de la razón
(no de la religión) cometen quizá el error de recurrir más a la
Filosofía que a la Biología, una ciencia que podría aportar pistas más
valiosas. Dicho de otro modo, puede ser más útil a este respecto leer a
Darwin que a Savater (¡por no hablar de Santo Tomás de Aquino!).
La Biología nos dice que los seres vivos depredan en este planeta para obtener su sustento desde hace al menos unos 2.700 millones de años, cuando unas bacterias empezaron a fagocitar a otras al agotarse el caldo primigenio de moléculas que había en el mar. Hace más de 500 millones de años apareció el primer asesino macrófago: quizá un platelminto (gusano plano) marino que envenenó y digirió a alguna otra criatura marina. Así es la Naturaleza que conocemos, en la que no abunda la compasión y rige la ley del más fuerte o del más listo. O sea, el pez grande se come al pez chico. No debe ser muy diferente en otros lugares donde haya prendido la vida.
Lo que entendemos por mal es la depredación aplicada entre seres humanos, no tanto para sobrevivir como para disfrutar con el sometimiento o humillación de otros o saciar a su costa nuestro hambre de poder, sexo o dinero. Mal también sería la violencia ejercida contra los animales que hemos decidido convencionalmente excluir de nuestro círculo depredador, caso de las mascotas. Porque matar a palos a un galgo no cuenta con la misma consideración moral que decapitar a un cerdo en una matanza. Al igual que matar a un congénere no tiene la misma calificación moral que abatir a un ciervo en una montería. Esto es así puesto que la moral es una mera invención humana para su mejor autoconservación. Aunque disparar a un ciervo por entretenimiento no deja de ser un crimen monstruoso para un nivel alto de conciencia.
La raíz del mal habría que buscarla pues en nuestras profundidades genéticas, en la pasta de la que estamos hechos: el mal está ya latente en los primeros organismos vivos, programados para reproducirse a toda costa. No es culpa de la humanidad ni del resto de los seres vivos estar hechos de esa pasta, o que el agotamiento del caldo nutritivo primigenio llevase un día a las criaturas a la depredación: podríamos decir que allí radica el pecado original (justificado, por cierto, porque no les quedaba otra). Además, si la humanidad sobrevivió posteriormente como especie fue no solo por su faceta social cooperativa sino también por haber matado a diestro y siniestro a sus predadores, presas y competidores. Es innegable que la depredación siempre ha sido premiada evolutivamente.
Por tanto, detrás de un torturador, un violador o un asesino no solo hay un sádico, un estúpido, un inconsciente o un psicópata, sino millones de años de depredación y violencia. Es imposible desprenderse de ese componente depredador -¡hasta ahora tan funcional!-, incrustado en lo más profundo de nuestro ser. Que se manifieste en unos individuos más que en otros depende de su predisposición genética y de factores ambientales como el entorno familiar y social, su educación, su historia personal, etc. Por otra parte, es cierto que en nuestra herencia genética también anida el bien. Y que la compasión ha arraigado no solo en los humanos sino en otros seres vivos inteligentes. Está en nuestras manos cultivarla.
Por último, ¿por qué el mundo tendría que estar siempre regido por las leyes de la depredación? ¿Por qué no podríamos nosotros, con nuestra inteligencia, intentar cambiar sus reglas? Quizá alguna civilización extraterrestre mucho más inteligente ya lo haya hecho en su ámbito. Contra natura, por supuesto. Como debe ser.
La Biología nos dice que los seres vivos depredan en este planeta para obtener su sustento desde hace al menos unos 2.700 millones de años, cuando unas bacterias empezaron a fagocitar a otras al agotarse el caldo primigenio de moléculas que había en el mar. Hace más de 500 millones de años apareció el primer asesino macrófago: quizá un platelminto (gusano plano) marino que envenenó y digirió a alguna otra criatura marina. Así es la Naturaleza que conocemos, en la que no abunda la compasión y rige la ley del más fuerte o del más listo. O sea, el pez grande se come al pez chico. No debe ser muy diferente en otros lugares donde haya prendido la vida.
Lo que entendemos por mal es la depredación aplicada entre seres humanos, no tanto para sobrevivir como para disfrutar con el sometimiento o humillación de otros o saciar a su costa nuestro hambre de poder, sexo o dinero. Mal también sería la violencia ejercida contra los animales que hemos decidido convencionalmente excluir de nuestro círculo depredador, caso de las mascotas. Porque matar a palos a un galgo no cuenta con la misma consideración moral que decapitar a un cerdo en una matanza. Al igual que matar a un congénere no tiene la misma calificación moral que abatir a un ciervo en una montería. Esto es así puesto que la moral es una mera invención humana para su mejor autoconservación. Aunque disparar a un ciervo por entretenimiento no deja de ser un crimen monstruoso para un nivel alto de conciencia.
La raíz del mal habría que buscarla pues en nuestras profundidades genéticas, en la pasta de la que estamos hechos: el mal está ya latente en los primeros organismos vivos, programados para reproducirse a toda costa. No es culpa de la humanidad ni del resto de los seres vivos estar hechos de esa pasta, o que el agotamiento del caldo nutritivo primigenio llevase un día a las criaturas a la depredación: podríamos decir que allí radica el pecado original (justificado, por cierto, porque no les quedaba otra). Además, si la humanidad sobrevivió posteriormente como especie fue no solo por su faceta social cooperativa sino también por haber matado a diestro y siniestro a sus predadores, presas y competidores. Es innegable que la depredación siempre ha sido premiada evolutivamente.
Por tanto, detrás de un torturador, un violador o un asesino no solo hay un sádico, un estúpido, un inconsciente o un psicópata, sino millones de años de depredación y violencia. Es imposible desprenderse de ese componente depredador -¡hasta ahora tan funcional!-, incrustado en lo más profundo de nuestro ser. Que se manifieste en unos individuos más que en otros depende de su predisposición genética y de factores ambientales como el entorno familiar y social, su educación, su historia personal, etc. Por otra parte, es cierto que en nuestra herencia genética también anida el bien. Y que la compasión ha arraigado no solo en los humanos sino en otros seres vivos inteligentes. Está en nuestras manos cultivarla.
Por último, ¿por qué el mundo tendría que estar siempre regido por las leyes de la depredación? ¿Por qué no podríamos nosotros, con nuestra inteligencia, intentar cambiar sus reglas? Quizá alguna civilización extraterrestre mucho más inteligente ya lo haya hecho en su ámbito. Contra natura, por supuesto. Como debe ser.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Noche
¿Qué hago yo aquí, sentado en esta guagua medio vacía, contemplando cómo comienza a deshacerse esta noche que aún nos envuelve más allá de los cristales mojados?
Juraría haber estado asomado hace un momento al balcón del hotel de Maspalomas donde veraneaba con mi novia, sintiendo el aire fresco y perfumado de flores y salitre de una noche salpicada de lucecitas, con el mar, el cielo y las montañas confundidos en una negrura solo violada por los destellos periódicos del viejo faro.
Había salido afuera después de cenar y quedarme dormido en el regazo de mi abuelo, mientras echaban Un, dos, tres en la tele. Ya había hecho los deberes, después de que la oscuridad hubiese empezado a adueñarse de la habitación y a cercar mi cuna.
Tenía miedo y lloraba. No conocía la noche, porque había venido al mundo por la mañana.
Un cartel dice que quedan 15 kilómetros para llegar a Madrid. Ha amanecido y tengo 43 años.
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