viernes, 11 de julio de 2025

¿La muerte como fracaso de la inteligencia?

El biólogo Theodosius Dobzhansky acuñó el siglo pasado una célebre frase: "Nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución". Décadas más tarde, el tambien biólogo Michael Levin propone corregir esta máxima, reemplazando evolución por teleología. Porque es evidente que los seres vivos (también subentidades como las células y las redes moleculares, y quizá entes más exóticos como una IA) tienen propósitos y actúan en consecuencia. 

Según Levin, cada ser vivo es una inteligencia colectiva jerárquica en la que todos sus niveles, desde el personal superior (nuestro yo) hasta el molecular-celular basal, conspiran para mantener la supervivencia y perseguir otros objetivos. Una inteligencia que opera en distintos espacios (el transcripcional genético, el fisiológico o metabólico, el anatómico, el tan familiar para nosotros 3-D...), con mecanismos de corrección de errores y reparación de daños que hacen posible el milagro de seguir viviendo cada día. Hasta que llega la fatídica hora de morir.

¿Es la muerte un fracaso de esa inteligencia colectiva, derrotada por un azaroso accidente irreparable, el zarpazo de otra inteligencia depredadora o parasitaria, un error o desalineación interna (caso del cáncer), un envejecimiento que acumula daños en el cuerpo que este ya no es capaz de afrontar?... ¿Puede la inteligencia en la cima de la pirámide jerárquica resolver ese fallo y sobreponerse a la selección natural?... ¿Podremos ser los humanos como las hidras o las planarias, pequeños animales acuáticos cuasi inmortales por tener la capacidad de regenerarse indefinidamente?... 

El conocido gerontólogo Aubrey de Grey confía en la medicina regenerativa o de mantenimiento para lograr ese sueño quimérico de la inmortalidad, aunque nadie estaría nunca a salvo de un accidente o asesinato. La idea clave es no interferir en el proceso mediante el cual el complejo fenómeno del metabolismo causa los daños en el organismo, ni en el subsiguiente proceso merced al cual estos causan las enfermedades, sino limitarse a reparar los desperfectos como hace un mecánico con un automóvil. La materia encontró hace unos 4.000 millones de años una forma de ordenarse, replicarse y avanzar en complejidad sobre unas bases más o menos firmes. ¿No estaremos a las puertas de otro hito de esa materia ya viva, ahora guiada por una especie humana auxiliada por -o acaso hibridada con- una inteligencia artificial?...

Según el ingeniero y futurólogo venezolano José Luis Cordeiro, no solo el envejecimiento y la muerte son un error sino también nuestro propio diseño. En una conferencia pronunciada en Panamá en 2015, Cordeiro dijo a los asistentes: “Todos ustedes aquí están por error. Ustedes forman parte de la última generación humana que no ha sido diseñada. En el futuro vamos a diseñar a nuestros hijos como queramos, con los genes que queramos”. En esa misma línea transhumanista se encuentra el gurú de la Singularidad Ray Kurzweil, que aspira a escapar de la muerte por envejecimiento y a descargar su propia mente en un soporte computacional más a prueba de accidentes que el orgánico. Deposita para ello sus esperanzas en el advenimiento de la Singularidad, fusión de cerebros humanos, inteligencia artificial e Internet que ya predijo hace dos décadas.

¿Pero podemos considerar a la muerte como un error o fracaso?... Para un individuo claramente lo es, ya que representa su desaparición física. La muerte es el final de todos los placeres (grandes y pequeños), anhelos, ilusiones y propósitos, aunque también de los padeceres. ¿Quién querría morir, salvo que su vida fuese un infierno? Pero si todos los organismos vivos se hicieran inmortales, la selección natural sería borrada de un plumazo. ¡No habría nada que seleccionar! Parece que sin muerte, sin una fuerte presión selectiva, la vida compleja e inteligente no habría surgido en nuestro planeta y no estaríamos aquí para contarlo. Ya no es que impalas o leones correrían mucho menos y serían menos listos y ágiles, sino que -al igual que nosotros- ni siquiera habrían llegado a existir. Desde este punto de vista biológico global, en un escenario de escasez de recursos, la mortalidad de los individuos sería un acierto para el avance de la vida en complejidad.

El biólogo Richard Dawkins diría que desde la óptica del gen también es un fracaso la muerte de los individuos fértiles, ya que al gen solo le interesa su replicación: cuantos más individuos con capacidad reproductiva, más contenedores para replicarse. Pero el esquema del gen egoísta de Dawkins empieza a ser impugnado por científicos como Levin, que considera el genoma más como un borrador o repositorio a disposición de agentes inteligentes (no es el caso de un gen, sí el de una red molecular o una célula) que como un plano constructivo ya determinado a semejanza del de una casa o una obra ingenieril.

La vida sería pues un combate perenne de la inteligencia contra la segunda ley de la termodinámica, que empuja todo hacia el desorden. Esa creciente entropía es lo que hace que las cosas tiendan a desordenarse y a estropearse o romperse a medida que pasa el tiempo: las casas, los coches, los libros, los ordenadores, los cuerpos… La vida actúa precisamente en sentido contrario (no es un fenómeno entrópico sino neguentrópico): consiste en la creación y mantenimiento de islotes de orden, en permanente batalla para no disolverse en un entorno cada vez más desordenado. O sea, para no estar en equilibrio energético con este, lo que es sinónimo de muerte. Vivir solo es posible manteniendo gradientes: en humanos, por ejemplo, la diferencia entre los 36ºC y los 50º si estamos en el desierto del Sahara a mediodía en verano o entre los 36º y los -50º si estamos en Siberia a medianoche en invierno. Sin otros dos gradientes térmicos, nuestro planeta ni siquiera habría alumbrado la vida: el que hay entre el interior caliente de la Tierra y su superficie y, sobre todo, el existente entre el ardiente Sol y su entorno planetario.

Quizá estemos equivocados al asumir la muerte como algo insoslayable, impuesto por la dictadura de la segunda ley. Los avances científicos y tecnológicos que se esperan en un futuro próximo hacen albergar esperanzas a los transhumanistas. Kurzweil critica "racionalizar la tragedia de la muerte como una buena cosa", algo que hacen no solo las religiones sino también humanistas enfrentados a lo que consideran (el transhumanismo) una amenaza directa a nuestra propia esencia como Homo sapiens. ¿Pero acaso existen esencias fijas, no dinámicas? Si hay una verdad universal irrebatible, esa es el cambio: nada permanece igual, todo se transforma. 

El temor a que la erradicación de la muerte prive de sentido y valor a nuestras vidas tiene un fundamento. Pero no parece muy deseable vivir a merced de un "accidente sin sentido", como dice Kurzweil. Ni de graves infecciones o enfermedades degenerativas que nos empujen a la tumba tras un sufrimiento indecible. Un mundo sin muerte podría permitirnos una existencia más serena y espiritual, ensanchando el abanico y la profundidad de nuestras experiencias. Aunque no dejo de preguntarme: ¿Podríamos sentir tanta compasión por seres inmortales que por humildes mortales condenados a una existencia efímera? ¿Podríamos sufrir un terrible aburrimiento?...

Algunos cosmólogos aventuran que la muerte térmica del universo puede ser también evitable gracias a la vida inteligente (¡valga la redundancia!), que podría impedir de algún modo ese temido estado final de máxima dispersión y entropía (con una temperatura homogénea de -273ºC en todas las regiones del cosmos) en el que ya nada sucedería porque el tiempo mismo se habría detenido. ¿Vamos, en cambio, camino del Punto Omega soñado por el cura, científico y filósofo Pierre Teilhard de Chardin?...

Al final de El origen de las especies, Charles Darwin escribía: "Hay grandiosidad en esta visión de la vida". Se refería a la asombrosa diversidad de especies fruto de la acumulación gradual de pequeños cambios seleccionados por la evolución a lo largo de millones de años. Contemplar la vida como una navegación inteligente y creadora de la materia (¿pilotada por un agente trascendental?) a través del universo, para acaso acabar tomando sus riendas, es mucho más grandioso si cabe. 

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