sábado, 10 de diciembre de 2022

Espacio de posibilidades: el océano por el que navega la consciencia



Todo está ahí fuera en el llamado espacio de posibilidades, en el inabarcable reino abstracto de lo posible. Absolutamente todo, tanto el pasado (aunque ya se nos haya manifestado subjetivamente) como el futuro. Están todos los seres posibles y sus relaciones, todas las novelas y canciones (incluyendo las que a fecha de hoy no han sido aún escritas), todas las rocas, sombreros, anticiclones, pistones, goles, sueños, gramáticas y cuerpos celestes, cada una de las formas imaginables e inimaginables... Y también nuestro nacimiento. Y cada una de nuestras diferentes muertes.

Para el hinduismo, el dios Vishnu sueña el universo mientras duerme. Pongamos mejor que sueña todos los universos posibles, un multiverso autocontenido en un espacio de posibilidades que podríamos definir -conforme a un paradigma monista pampsiquista- como la proyección virtual del potencial de un objeto lógico-matemático eterno (la consciencia pura) subyacente. 

Pero esto no va solo de metafísica: el espacio de fases es un espacio de posibilidades que representa todos los posibles estados de un sistema físico, que puede ser el de un gas contenido en un recinto cerrado o el de la totalidad del universo. El homólogo en una partida de ajedrez sería el conjunto de todos los estados posibles sobre un tablero. Muchos de esos estados siguen inéditos (no se han manifestado físicamente) en su abstracto espacio de fases, pese a haberse disputado ya miles de millones de partidas desde la invención del juego por los antiguos indios. Lo mismo puede decirse de las partidas en el multiverso, en el que la consciencia es una exploradora de un ingente espacio de posibilidades, procesando información (o sea, reduciendo la incertidumbre) de manera ininterrumpida. Dicho de otro modo, haciendo una destrucción ab toto (a partir de la totalidad) ordenada y coherente. Esa exploración es necesariamente subjetiva. Y, conforme a un esquema pampsiquista, en ella hay volición.

¿Pero cuál es la naturaleza ontológica de una posibilidad? ¿No será un mero constructo de nuestra mente, algo que no es real, carente de existencia propia? El sentido común nos dice que solo existe lo que ocurre, no así los contrafactuales (las posibilidades que no se manifiestan, lo que pudo haber sido pero no fue). Pero la hipótesis de la realidad de toda posibilidad encuentra apoyo nada menos que en la mecánica cuántica, que se basa en la superposición de todas las posibilidades de un suceso: sin el concurso de todos y cada uno de los contrafactuales no se alumbra la realidad, no sale un suceso de su nube de probabilidad. Una computación cuántica es en el fondo, tal como dice el físico David Deutsch, un cálculo en el que intervienen todos los universos posibles.

Para el filósofo David Lewis, los mundos posibles existen en plano de igualdad con el que llamamos real (un real tan subjetivo, tan dependiente del observador, como aquí o ahora). Lewis considera que cada objeto solo habita un mundo posible. Por el contrario, el también filósofo Saul Kripke sostiene que los objetos tienen una existencia modal: habitan también muchos otros mundos. O sea, el objeto "Pablo Casado" no se limita a una persona que fue líder del PP y acabó descabalgado por su otrora amiga Díaz Ayuso: también es el niño que se ahogó en la bañera con tres años, el adolescente fan de Falete que lo asesinó en un concierto en 1998, el elegido presidente del Gobierno en 2023 y el que invadió Gibraltar en 2025.

En el espacio de posibilidades solo moran las cosas posibles: los objetos y proposiciones contingentes como Pablo Casado o "Esta noche juega Francia". Las cosas necesarias, las verdades lógico-matemáticas como 2+2=4, trascienden el espacio de posibilidades y lo informan. Si están presentes en todos los universos (a diferencia de las posibles) es porque son atributos del susodicho objeto lógico-matemático subyacente: la consciencia pura. Gracias a nuestra naturaleza lógica, que está marcada en las profundidades de nuestro ser (en la raíz de toda consciencia, no solo humana o animal), el mundo nos resulta comprensible y podemos razonar y hacer ciencia.

Hace tiempo elucubré acerca de los contrafactuales, preguntándome si existe un universo en el que Los Angeles Clippers me fichan para jugar con más de 50 años de edad. La conclusión era que ese suceso seguramente no se halle en el espacio físico de posibilidades, en el manifestado en el espacio-tiempo tal y como lo conocemos. Sí podría estar en el espacio virtual de una simulación informática. Así como está en la mente de quien idea la ficción, o puede expresarse como historia en un papel o un trozo de celuloide. El mundo de Mario Bros no es físicamente posible, pero esa imposibilidad no rige en su ámbito (en este caso, digital). En su último libro (Reality+), el filósofo David Chalmers insiste en subrayar que la realidad virtual no es menos real que la convencional. ¡Ya no hablemos de si encima es indistinguible de esta! Una civilización muy avanzada con un gran poder de computación tendría pues la capacidad tecnológica de convertir en real (aunque con el formato de una simulación informática) todo lo posible, así como de alumbrar el "mejor de los mundos posibles" que el bueno de Leibniz identificó erróneamente con el nuestro (el cual podría ser una simulación chapucera). 

lunes, 31 de octubre de 2022

Las matemáticas, Dios y el problema del mal

La naturaleza de las matemáticas sigue siendo un misterio. Me inclino a pensar que aciertan quienes consideran que no son un invento humano sino un descubrimiento de algo que está ahí fuera (mas allá del espacio-tiempo, en un ámbito abstracto), como creía Platón. ¿Pero cómo puede un ser inscrito en el espacio-tiempo aprehender algo que lo trasciende? Para el filósofo griego, esto es posible gracias a la razón, que tiende un puente entre el mundo físico y el orbe eterno de las ideas. Ello implica que la razón está dentro de nosotros y también fuera. Para mí, ese nosotros es cualquier criatura inteligente, no necesariamente humana ni moradora de nuestro planeta.

El físico platónico Max Tegmark cree que nuestro universo y todo lo existente dentro del mismo, así como en cualquier otro universo del Multiverso (del que es un firme proponente), son objetos matemáticos. ¿Lo sería también la consciencia?... No es de extrañar que los seres conscientes podamos concebir los números y tengamos una estructura lógica, conforme a la cual jamás podremos aceptar que 2+2=5, si fuésemos manifestaciones de una consciencia pura subyacente que tiene una naturaleza lógico-matemática (las matemáticas son una extensión de la lógica, como apuntaban Frege y Russell). 

De ahí llegamos a la idea de Dios, pero de un Dios/Consciencia pura muy rebajado con respecto a la creencia judeocristiana. Tan disminuido que no solo no sería omnisciente ni omnipotente, sino un absoluto ignorante de todo lo que desborde su naturaleza matemática (de saber intimamente, entre otras cosas, que 2+2=4 y que los ángulos de un triángulo suman 180 grados): ignorante del bien, el mal, el placer, el dolor, la noche, el día, el chocolate, las montañas o El Quijote.

Su ignorancia del bien y del mal haría que ni siquiera fuese benevolente (tampoco malvado): no sabe lo que es la empatía y la moral, que descubriría en el mundo fisico (junto a la angustia, la injusticia, el sonido del agua corriendo o los amaneceres) bajo algunos de sus avatares materiales conscientes. Este planteamiento implica que no hay una moral objetiva, ya que no está escrito en ninguna expresión matemática que torturar a un ser inocente sea algo deplorable. Ahora bien, es innegable que la compasión (también la crueldad) puebla el espacio de posibilidades y que es abrazada por seres conscientes inteligentes, avatares materiales de la consciencia pura. Todo lo que es posible se manifiesta en al menos algún universo (así como lo necesario -las verdades lógicas y matemáticas- está presente en todo el Multiverso), y la moral como posibilidad ha sido seleccionada por la consciencia en este universo. O sea, por ti; o sea, por Dios. Dicho en términos darwinistas, algunos seres conscientes han sido seleccionados evolutivamente por portar valores morales que han resultado ser adaptativos. ¿Habrá algo en la razón pura, en la raíz de la consciencia, que de algún modo empuje hacia la compasión?...

Puede que la moral acabe inscrita de manera indeleble en los mimbres de un cosmos seleccionado por la consciencia bajo la guía de la razón. En ese sentido podría considerarse de algún modo objetiva, pero no a priori sino a posteriori: en un mundo donde la consciencia materializada sí que se ha hecho omnipotente (¿acaso también omnisciente?) a la par que benevolente. Ese otro Dios, esculpido a partir de una consciencia pura exclusivamente lógico-matemática, estaría en construcción. Nosotros somos sus constructores.

viernes, 21 de octubre de 2022

El precio por vivir una buena vida


El otro día, un gato callejero le dio un buen mordisco en la mano a un amigo mío que estaba acariciándolo en la protectora de animales donde colabora. Se le llegó a infectar la profunda herida y hubo de recurrir a antibióticos.

Este suceso me hizo pensar lo siguiente: si te dedicas a acariciar a todos los gatos o perros con los que te cruzas, acabarás más tarde o más temprano corriendo la misma suerte que mi amigo. Lo suyo sería poner en un lado de la balanza esa dolorosa dentellada, y en el otro la satisfacción obtenida por los cientos de caricias correspondidas con el cariño del animal.

Esa conclusión se puede generalizar a muchas otras acciones en la vida. Si siempre te entregas plenamente a las personas con las que te relacionas (vínculos tanto sentimentales como de amistad), acabarás defraudado y engañado más de una vez. Si te vas mil veces a pasear a la montaña, acabarás al menos alguna vez con un esguince o algo incluso peor. Si viajas en avión 100.000 veces, acabarás con más de un sobresalto. Y si lo haces cien millones de veces, da por segura tu muerte en un accidente aéreo. Por eso la inmortalidad es una quimera, por mucho que se avance en el detenimiento e incluso la reversión del envejecimiento: la potencial inmortalidad termina desmoronándose en un mundo donde hay accidentes y muchísimo tiempo por delante para que estos se manifiesten.

¿Renunciamos a acariciar perros y gatos, a pasear por la montaña, a viajar en avión o a entablar una relación para no ser mordidos, hacernos un esguince, estrellarnos o salir trasquilados sentimentalmente?... Es cuestión de sopesar con la susodicha balanza, conscientes de que vivir una buena vida entraña riesgos entre los cuales está el ineludible de morir (cuando adoptamos un cachorrito no prevalece el sentimiento de saber que seguramente le sobreviviremos). Yo estoy convencido de que, como dice la canción, es mejor querer y después perder que nunca haber querido (generalizando, es mejor vivir y después morir que nunca haber vivido). Y que no debemos renunciar a acariciar un animal doméstico por el hecho de que haya algunos perros y gatos revirados. Aunque una cosa es estar convencido y otra aplicárselo a uno mismo: reconozco que nunca he querido tener una mascota por evitar el mal trago de su hora final. Quizá es que yo no sepa vivir...

miércoles, 17 de agosto de 2022

La vida como objeto platónico atemporal

El matemático y físico británico Roger Penrose nos habla al final de su libro La nueva mente del emperador de la capacidad que aparentemente tenía Mozart de captar de golpe una compleja composición musical en su totalidad. Se nos hace imposible concebir la idea de que algo como una sinfonía, que por su propia naturaleza requiere un despliegue en el tiempo, pueda ser captado de manera instantánea como un objeto atemporal. Nos resulta no menos increíble que el célebre matemático indio Srinivasa Ramanujan pudiera visualizar de manera súbita intrincados teoremas, lo que él atribuía a su conexión con una divinidad hindú. Para Penrose, todo ello es posible gracias a la conexión de la mente con una realidad platónica trascendente e intemporal: "La consciencia es en esencia la 'visión' de una verdad necesaria".

Ayer acabó la serie Better Call Saul, precuela de Breaking Bad. Ambas series, unidas a la secuela El camino, podrían también contemplarse como un objeto coherente. A su vez, compuesto de otros objetos coherentes como los personajes. "Para la comprensión de la vida entera de un individuo necesitaríamos contemplar diversos sucesos cuya adecuada apreciación parecería requerir su actualización mental en 'tiempo real'. Pero no parece que esto sea necesario", señala Penrose.

Quién se atreve a descartar que nuestras propias vidas (al igual que las ficticias de Saul Goodman, Walter White y Jesse Pinkman) puedan ser visualizadas instantáneamente a su final como un solo objeto, con sus particulares simetrías y anfractuosidades...

domingo, 12 de junio de 2022

El "it from bit from It by Her": una hipótesis metafísica para explicar (casi) todo



El otro día un tuitero que me sigue me instó a expresar en forma de silogismo la hipótesis (para él, absurda y ridícula) de que la mente es un ente fundamental (no emergente) que informa la realidad. Ya inquirido por él, yo le había invitado a conocer mi postura en tres versiones de extensión: una larga (mi último ensayo), una relativamente corta (una entrada en mi blog donde resumo el estado actual del debate sobre la consciencia y mi opinión al respecto) y una telegráfica ("it from bit from It by Her", inspirada en el célebre "it from bit" de Wheeler). Descartó la primera, lo cual me parece razonable, pero también la segunda esgrimiendo que era muy larga (¡una lectura de 15 minutos!) e igualmente la tercera por considerarla un burdo eslogan.

De lo que decía se desprendía que no estaba muy ducho en asuntos relacionados con la consciencia y que profesaba un cientificismo alérgico a cualquier asomo metafísico (era más hitchenista que el gran Hitchens con su navaja más afilada). También se evidenciaba un marcado prejuicio, dando por hecho que el texto sería pura verborrea: el típico tostón filosófico presuntuoso e infumable. Esto último puedo entenderlo, sabiendo cómo se las gastan no pocas lumbreras intelectuales del orbe hispánico. También admito que temiera vérselas con algún género de misticismo cuántico al estilo de Deepak Chopra: ante la sospecha de una choprada, yo sería el primero en huir como de la peste.

Pasado el asombro ante la insólita exigencia de un silogismo (¡pretende despachar el misterio de la consciencia en ese formato!) y la posterior incursión de un trol con un gif de Maradona (jaleando a su amiguete en el supuesto partido que disputaba conmigo), asumí el reto de intentar expresarlo de la manera más sucinta posible a partir de mi eslogan. Antes de seguir quisiera dejar algo claro: nunca he tenido intención de convencer a nadie (lograrlo me dejaría incluso un sabor agrio, ni siquiera agridulce). Escribo para aclararme a mí mismo y siempre como un reto personal.

Lo cierto es que la consciencia, entendida como esa mirada subjetiva al mundo que todos sentimos dentro como la cosa más segura e innegable, no ha podido ser aún explicada por la ciencia. Y lo más importante: es posible que la ciencia, nacida para explicar la cara objetiva y cuantificable de la realidad, jamás logre explicarla. Por eso tenemos derecho a recurrir a la metafísica; lo contrario sería callar, como nos invitaba a hacer Wittgenstein, algo que se opone a nuestra naturaleza curiosa e inquisitiva.

Puedes empezar a leer a partir de aquí, estimado seguidor hitchenista:

1) Lo que conocemos como realidad (it) es fruto de una computación (bit), de una poda -reductora de la incertidumbre- del espacio de posibilidades (It) expresado en la función de onda cuántica.

2) Sin consciencia (She) no hay colapso o ramificación de la función de onda cuántica: ella es la que hace la computación, iluminando la realidad (it).

Ergo:

La consciencia no puede ser un fenómeno emergente, ya que se precisa su concurso desde el mismo inicio del universo.

La consciencia ha de estar presente en todas las escalas de la realidad física (y ser consustancial a ella), incluyendo la más básica.

3) La ciencia ha probado (vía teorema de Bell) que no existe una programación local o algoritmo que determine el resultado de un suceso cuántico: que se manifieste una realidad (it) A en vez de B.

Por lo que una hipótesis sería que:

Todo agente consciente (avatar material de She) decide libremente, conforme a un margen de libertad limitado por el estado inicial del universo, las leyes físicas y las decisiones de otros agentes conscientes (otros avatares materiales de She). El sentido de esa decisión es intrínsecamente impredecible en las escalas fundamentales de la realidad. Y más o menos predecible a escala macroscópica, en la que se ensancha el espacio de posibilidades.

Elucubraciones adicionales:

Siendo el espacio de posibilidades, la función de onda cuántica y las leyes físicas (así como la computación de la que surge y conforme a la cual evoluciona un universo) productos de She.

Siendo las matemáticas y las verdades lógicas atributos de She.

Siendo tú, yo y un electrón manifestaciones materiales de She.

"Dios no juega a los dados", decía Einstein. Más bien, Dios (She) practica un juego de rol inmersivo con todos sus avatares materiales (todas las subjetividades posibles) más allá de su morada como consciencia pura en la nada.  ¿Y el problema del mal?... Quizá la consciencia pura no sabe nada del bien y del mal, que son descubiertos por She en el mundo físico.


viernes, 22 de abril de 2022

La hipótesis Casado-Fabelo: la muerte como asíntota

Hace ya unos años, durante una caminata campestre en compañía de mi amigo Salva (el conocido médico bloguero Salvador Casado), fue pergeñada la que me tomaré la licencia de acuñar como hipótesis Casado-Fabelo: la aplicación del concepto de relatividad a la fase final de toda consciencia individual.

La hipótesis sostiene que la muerte de un ser vivo podría suponer el inicio del acercamiento asintótico de su consciencia a una singularidad, una vez traspasado el horizonte de sucesos de esta (horizonte del que la consciencia individual, en proceso de extinción por la muerte de su cuerpo físico, ya no tendría posibilidad de salir). Al aproximarse a esa singularidad, el tiempo de esa consciencia jerárquicamente superior (la que se siente a sí misma como un yo) se curvaría cada vez más, como lo hace la luz al acercarse a un agujero negro. Esto alargaría su tiempo interior subjetivo de un modo que permitiría repasar toda una vida conclusa en un tiempo infinito que, a ojos de un observador externo, serían unos pocos segundos. Todo lo vivido podría pasar ante los ojos de la consciencia en ese viaje asintótico rumbo a... ¿la nada?, ¿una consciencia pura universal?, ¿ambas cosas, que serían lo mismo?...

domingo, 20 de marzo de 2022

Guerra en Ucrania: otra vuelta de tuerca a mi hobbesianismo



Los acontecimientos en España y en el mundo en los últimos años (desde el Brexit y la elección de Trump y Bolsonaro hasta la pandemia covídica y la invasión rusa de Ucrania) han reafirmado no solo mi temor a la peligrosidad de la estupidez humana sino también mi hobbesianismo. Vengo diciendo en este blog desde hace una década que la hijoputez es una constante que hay que asumir (no es algo erradicable) y combatir sin demasiadas contemplaciones: no hay que excluir la cadena perpetua o el eventual envío de algún dron.

No voy a decir sobre Ucrania nada sustancialmente diferente a lo que ya comenté sobre dramas como el de los refugiados sirios o el de los elefantes masacrados. Los componentes del juego siempre son los mismos: codicia, ignorancia, estupidez, maldad y, en este caso, también fanatismo nacionalista (por fortuna, como contrapunto que hace que vivir valga la pena, también están la integridad, la compasión y el altruismo). Y siempre pasa igual: desde tipejos que extorsionan, engañan o maltratan a los refugiados ucranianos (como otros ya hacían con los sirios) hasta mercenarios llegados al escenario bélico para hacer de las suyas (a todo mercenario -alguien que cobra por ir a matar- solo se le puede desear la muerte, para así proteger a personas, animales, plantas y cosas) pasando por gentuza que en todas las escalas sociales pretende obtener ganancias a río revuelto.

Cuando estalla una guerra es la gran hora de psicópatas ramboides como el grupo armado ruso Wagner o el batallón neonazi ucraniano Azov. Gente de la peor ralea abandona el gimnasio, la puerta de la discoteca y el fondo del estadio de fútbol para ir a pasárselo bien, a diferencia de los pobres chicos reclutados a la fuerza o de los militares profesionales con principios. Siempre me opondré a esa visión del "todos podemos ser unos monstruos" sostenida por no pocas personas inteligentes y con conocimiento, desde Pablo Malo a Arturo Pérez Reverte. Muchos no somos unos santos e incluso podríamos llegar a ser muy dañinos, presa de alguna enajenación mental o de la rabia desatada frente a un asesino. Pero de ahí a regodearse torturando y acabando con la vida de un inocente hay un abismo. Huelga señalar que un niño de cuatro años o una persona normal de cualquier edad (con todos sus defectos y pequeñas o medianas mezquindades) son inocentes y que Franco, Stalin, Gaddafi o Sadam Hussein son culpables (de hecho, todos ellos llegaron arriba gracias a la ventaja conferida por su psicopatía), tanto como ejecutores secuaces de la calaña de Billy el Niño, la torturadora norteamericana en Irak Lindie England o el cortacabezas ceutí de Estado Islámico.

Insisto: tenemos que neutralizar con todos los medios a nuestro alcance, algunos de ellos necesariamente letales, a quienes disfrutan causando sufrimiento al prójimo (también a quienes lo hacen por puro interés o por una convicción ideológica o religiosa, aunque en este último caso se trate de agentes morales). Y a quienes los instrumentalizan en las altas esferas para ejecutar sus planes criminales. Y protegernos de los imbéciles, inconscientes y desaprensivos que les dan cobertura, ya sea en un púlpito religioso, en una emisora de radio o en un colegio electoral a la hora de votar. Poniendo el ejemplo de Ruanda 1994, hay que arrebatar el machete al asesino (si no hay otra opción, a tiro limpio) y mandar a La Haya al político y al agente mediático (Radio de las Mil Colinas) que lo instiga. Y ya de paso implantar una epistocracia, aunque ese es otro debate (Trumps, Dutertes, Johnsons y Bolsonaros jamás llegarían al poder en democracias con voto cualificado)...

Ya dije que en Ucrania el esquema es el mismo que en el caso de los elefantes. Los imbéciles o inconscientes que demandan marfil son en Ucrania los ultranacionalistas que quieren erradicar la lengua rusa; y en Rusia, quienes apoyan en las urnas a un sátrapa. Los desaprensivos que ofertan marfil son quienes en Ucrania intentan aprovecharse de los refugiados y desprecian a los inmigrantes subsaharianos, y quienes en Rusia son cómplices de las atrocidades de Putin. Los más bestias son los que disparan a los paquidermos y los que masacran a gente haciendo cola por el pan (no creo que Putin dé órdenes de hacer eso, no porque le preocupen esas vidas sino porque no le conviene mediáticamente). Como siempre, mueren los elefantes y muchos humanos inocentes: Homo homini lupus (Homo hijoputensis y Homo fanaticus, para ser más rigurosos, ya que malvados y fanáticos siempre han sido una minoría; los estúpidos que les dan cobertura sí que son más numerosos).

Vuelvo a repetirlo nuevamente, por si no quedó claro: un mercenario de Wagner o un francotirador de Sarajevo son CULPABLES. Así pues, una misma bala es moralmente ambivalente: es mala cuando es disparada desde un balcón contra un transeúnte inocente en la capital bosnia; es buena cuando es disparada hacia ese mismo balcón contra quien se dedica a matar indiscriminadamente (algo propio de un psicópata o un sádico).  

Pérez Reverte ha visto muchas cosas feas y conocido la cara humana de algunos  matarifes (Hitler también era cariñoso con sus perros), pero no llegó a estar en un campo de concentración nazi como Viktor Frankl. Recordemos sus palabras al respecto:

"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración".


miércoles, 9 de marzo de 2022

Sobredeterminacion, subdeterminación, pampsiquismo y libre albedrío

Cuando una persona tira del pomo de una puerta al mismo tiempo que otra empuja desde el otro lado, el resultado es que dicha puerta se abre. La cuestión es: ¿cuál fue la causa de su apertura?... Cualquiera de las dos acciones podría ser reivindicada como causa, ya que por sí solas (aunque actuando de modo diferente: la una, tirando; la otra, empujando) habrían tenido el mismo efecto. Hablamos de sobredeterminación porque observamos varias causas (en este caso, dos) de un efecto, pero una de ellas (cualquiera de las dos) ya es suficiente por sí sola para que se produzca. Ejemplo parecido, pero más macabro, es el del pelotón de fusilamiento. Cuatro fusileros disparan contra una persona, causándole la muerte. Pero cualquiera de los disparos, si van dirigidos a partes vitales, sería por sí mismo suficiente.

Caso contrario sería el de la subdeterminación, cuando hay causas ocultas o desconocidas de un efecto que nos impiden preverlo con certeza: no contamos con la información suficiente. Imagina que sabemos positivamente que alguien se va a gastar justo 100 euros entre comida y bebida en un restaurante cuya carta de precios tenemos a mano. Pero con esa sola información (desembolso total y carta de precios), ¿cómo saber lo que ha consumido?... Hay un cierto número de posibles combinaciones de la carta que arrojarían ese gasto de 100 euros, pero la información de que disponemos no es completa: no nos permite saber qué combinación será la elegida.

Vayamos ahora a un ejemplo más interesante, relacionado con la consciencia. Si un estado físico P ejerce sus poderes causales sobre un estado mental M, que a su vez los ejerce sobre un estado físico P', ¿podríamos concluir que M es suficiente para que se produzca P'?... Si así fuera estaríamos ante un caso de sobredeterminación, porque el poder causal de P no sería necesario (bastaría con M). ¡Pero M es a su vez efecto de P! Los materialistas sustentan en ello su hipótesis de que la mente emana de la materia y carece de poderes causales, aunque así pudiera parecer. 

Mi idea es que la sobredeterminación no existe nunca; a diferencia de la subdeterminación, que está siempre presente en nuestro tránsito por el mundo físico. Tendemos a aceptar la primera por la simplificación extrema del mundo brindada por el cerebro a nuestra mente consciente. En el ejemplo de la puerta, nos limitamos a constatar que se abra o no, cuando lo cierto es que hay infinidad de maneras de abrirse (con más o menos amplitud, rapidez, brusquedad, etc.). O sea, al tirar y empujar al mismo tiempo ninguna de esas dos fuerzas es por sí sola suficiente para el particular efecto consiguiente: ambas coadyuvan y son necesarias. Y además nos encontramos con subdeterminación porque desconocemos otras muchas causas coadyuvantes, desde luego menores (corrientes de aire, fricción de la puerta y del pomo...) pero no por ello irrelevantes para el resultado final. Eso sin contar las causas previas a esas causas, desde una vuelta adelantada del trabajo a casa de una de las personas al deseo de la otra de comprar chuches en el chino de abajo. A su vez causadas por un monumental enfado en la oficina (por una discusión sobre Tolstoi, a su vez erigido en causa) o la previsión de ver una película iraní en Netflix (tras ser informado telefónicamente por un amigo al respecto). Lo mismo es aplicable al pelotón de fusilamiento (hay muchísimas formas de morir fusilado, la mayoría de ellas indistinguibles macroscópicamente) y al caso de la consciencia.

Si adoptamos un enfoque monista en el que solo existe la mente-materia, no tiene sentido hablar de M, P, M' o P' sino de MP o MP' (porque mente y materia son dos caras de una misma y única cosa). MP' es pues efecto de MP. Y aquí es donde encaja la hipótesis pampsiquista: la materia es la cara de una moneda cuya cruz es la mente, una moneda que toma decisiones y ejerce una cierta cuota de albedrío (limitada por el albedrío de otras monedas y por las leyes físicas). La subdeterminación obedece a que no podemos saber que hará a cada momento cada moneda de la superred jerárquica de agentes conscientes del universo (desde un electrón hasta quien lee estas líneas): solo manejamos probabilidades. Pero no hay sobredeterminación alguna: el mundo es un producto de la acción combinada de todos esos agentes, cada una de las cuales (cada acción) es estrictamente necesaria amén de no suficiente por sí misma.

sábado, 26 de febrero de 2022

Cisnes negros y Ucrania


Mi abuelo Nicolás, fallecido en 1980, jamás podría haber imaginado un titular de la guisa de "Rusia ataca Ucrania": hace 40 años eso solo podría ser concebido por un escritor de ciencia-ficción y ucronías distópicas como Philip K. Dick. Pero el mundo es caótico e imprevisible, no deja de haber cisnes negros y sorpresas (me pregunto si hubiese considerado más disparatado el hecho de que un desconocido equipo de Tercera -el Villarreal- se quedara a un paso de la final de la Copa de Europa en 2006).

Como decía ayer en la tele el exministro de Defensa Eduardo Serra, mucha gente se ha creído que la guerra en Europa es necesariamente cosa del pasado. La paz nunca es un estado natural de los asuntos humanos o una conquista definitiva: hay que esforzarse siempre en mantenerla (como los equipos se esfuerzan por no bajar a Segunda) con las instituciones adecuadas, algunas de ellas de naturaleza coercitiva. El problema es que en Europa occidental, tras la Segunda Guerra Mundial, nos hemos acostumbrado tanto a la paz que hemos llegado a creer que esta es irreversible. Y no lo es, insisto.

Sin perder de vista el sentimiento imperante en Rusia (no del todo infundado) de que Occidente les ha acorralado y faltado al respeto tras la caída de la URSS, el principal culpable de esta guerra es el nacionalismo. Para no variar. Un nacionalismo instrumentalizado en este caso por un sátrapa sin escrúpulos, con vocación de zar, que al menos puede presumir de haber devuelto el orden y cierta prosperidad a un país destrozado moral, económica y socialmente hace 20 años.

Esta invasión ha sido perfectamente calculada por Putin (no es un agente irracional, como ha dicho nuestro ministro de Exteriores) para dar un golpe en la mesa y devolver a Rusia el rol de superpotencia a la que no se puede chulear o ningunear. Está claro que el camino de Ucrania hacia la OTAN era una línea roja para él y mucha gente en Rusia. Y esto es comprensible. Pero otra cosa es invadir el país con tamaña brutalidad para imponer su neutralidad y de paso anexionarse un buen tajo, dentro de su plan de revivir la Unión Soviética en clave nacionalista rusa y cristiano-ortodoxa.

Una enseñanza que hay que sacar de lo ocurrido es que Europa tiene que unirse políticamente y dotarse de un ejército común coordinado con la OTAN, una pieza insustituible ahora misma de nuestra defensa y de la seguridad colectiva mundial.

Otra es que no se debe partir en dos una sociedad compleja, con al menos dos almas dentro (una de ellas, rusa), con una decisión divisiva como la de acercarse a la OTAN. Eso solo alimenta nacionalismos antagónicos. El caso de Ucrania tiene ahí semejanzas con Cataluña, donde la convocatoria de un referéndum por la independencia fue el acto divisivo que alimentó nacionalismos encontrados. Por fortuna, en nuestro país la cosa no fue a mayores (amén de no tener potenciales efectos globales).

Un incierto futuro se abre ante la aterrorizada Ucrania, con las inevitables implicaciones (sobre todo en términos de refugiados y desplazados) en su vecindad. Pero mi gran temor es que el agente racional (aunque sin escrúpulos) Putin cometa el error de creer que una pequeña escaramuza intimidatoria en Finlandia o Suecia, para frenar un posible ingreso exprés en la OTAN (ya se lo plantean allí con buenas razones), no le saldría muy cara al no estar estos dos paises bajo el paraguas defensivo de la Alianza: eso sería un 1 de septiembre de 1939. Esperemos que el cisne negro de una Tercera Guerra Mundial no salga del espacio imaginario de las ucronías distópicas.


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