Haciendo recuento de curiosidades vitales me vienen a la cabeza estas otras anécdotas pintorescas (todo el mundo tiene las suyas, a veces fruto del azar y en no pocas ocasiones propiciadas por uno mismo):
-Sacar una foto a Juan Pablo II en una de sus audiencias semanales en la plaza de San Pedro, rodeado por mis compañeros y profesores del Colegio Claret de Tamaraceite.
-Ser perseguido y detenido en la calle con quince años de edad por el compositor de la canción eclesial Somos un pueblo que camina (Emilio Vicente Mateu), por entonces director del Colegio Claret de Las Palmas. Llamados a su despacho días más tarde, nos perdonó a Carlos y a mí por la estúpida chiquillada de dar la tabarra cada noche tocando el timbre del colegio.
-Llamar de vez en cuando desde cabinas a mi número de teléfono con el prefijo de Perth (Australia): de jovencito me fascinaba ese fugaz contacto con las antípodas. Todavía a principios de los años 80, las cabinas te permitían hacer llamadas sin dinero y escuchar un segundo al interlocutor antes de que se cortase la comunicación.-Sembrar el pánico entre los monitores de vela de un curso-acampada en Veneguera, tras cargarme un día la quilla (por meterla, ignorando las normas, muy cerca de la orilla) y al siguiente la botavara de sendos botes de Optimist.
-Tener a mi lado, dentro de una oficina de la Caja de Canarias, fajos de billetes por importe de más de 200 millones de pesetas. Fue precisamente por esas fechas cuando El Dioni dio el golpe de su vida.
-Pagar el subsidio de desempleo, en la susodicha oficina, a la hija mayor de la Dulce Neus.
-Recibir de manos de Tom Sharpe en el Teatro Guiniguada, tras pedírselo expresamente, un autógrafo en afrikaans: Pas op voor de Tom Sharpe! (¡Cuidado con Tom Sharpe!).
-Hablar desde el parque Santa Catalina con Diego Armando Maradona, asomado al balcón de la habitación del hotel Santa Catalina (el mismo desde donde Gregory Peck arrojó un piano al vacío en 1954 durante el rodaje de Moby Dick) que compartía con Lobo Carrasco.
-Concertar por teléfono con el periodista Pepe Navarro una cita en el susodicho hotel para hacerle una entrevista para un periódico escolar inexistente (el mismo periódico inexistente para el que entrevistamos por esas fechas a Butragueño y a casi todos los jugadores del Barça -incluidos el presidente Núñez y el vicepresidente Casaus- excepto el huidizo Maradona). Finalmente no fui a la cita con Navarro, y la verdad es que no recuerdo por qué.
-Charlar en el aeropuerto de Málaga con un Pablo Carbonell en estado de ebriedad, recién bajado de un avión con un ejemplar de Diario 16 con un gran manchón rojo. "Oye, ¿aquí toca esta noche George Michael?", le pregunté. "Sí, es nuestro telonero", me respondió.
-Tener que pegar un volantazo en San Isidro (Gáldar) al irrumpir en la carretera... una iguana que sin duda se había escapado de la cercana Reptilandia.
-Hacer esta pregunta en una rueda de prensa en Las Palmas, para su estupor, a Antonio Gutiérrez (entonces secretario general de CC.OO.): "¿Qué opina usted de la reforma de la Administración?".
-Ser retratado con José Miguel Santos frente al MIT de Massachusetts por el entonces estudiante dominicano Feniosky Abelerí Peña Mora.
-Coger en Miami un listín telefónico, llamar a alguno de los Fabelo que allí figuraban (¡eran unos cuantos!) y charlar unos minutos en español con una señora Fabelo.
-Encontrarme en el aeropuerto JFK de Nueva York a un antiguo compañero del colegio y no cruzar palabra alguna con él desde allí hasta Las Palmas vía Madrid.
-Encontrarme a otro excompañero del Claret en la calle Madrid de Getafe y saludarme sin detenerse como si nos hubiéramos visto en la calle Mesa y López de Las Palmas.
-Escribir en 1994 un reportaje sobre los estudiantes canarios en Madrid para Tiempo y advertir, 18 años después (solo porque me lo dijo mi compañera de trabajo Susana), que uno de los de la foto era el cineasta Mateo Gil (por cierto, el del centro es Pepe Naranjo, ahora informando desde Mali).
De derecha a izquierda, Mateo Gil, José Luis Pestana, Pepe Naranjo y dos chicas cuyo nombre no recuerdo. |
-Asistir con Julio Oliva ese mismo año a la grabación en directo de un ¡Hola Raffaella! en Prado del Rey por el que te daban 500 pesetas (a cobrar en Prado del Rey un mes más tarde; obviamente no fuimos, porque descontando el transporte se quedaba en casi nada) y no recuerdo si también un bocadillo.
-Estar dentro de un Seat Arosa, con un fitipaldi de Gaceta universitaria al volante, haciendo trompos en un descampado de Lanzarote (en la isla se celebraba la presentación nacional del coche, a la que me mandó mi jefe desde Madrid). "Afloja un poco", le dije cuando el acojone pasó a ser más fuerte que el embarazo.
-Ir de paquete a 160 km por hora por la M-40, en la moto del susodicho jefe, y llegar a dar mi vida por perdida. Pese a todo, no llegué a agarrarme de su cintura.
-Ver abandonar el estadio a un casi desconocido Samuel Eto'o, rodeado de un grupo de chavales de Leganés que le decían "Eto, Eto, Eto, nos vamos al bareto", tras un Leganés-Las Palmas de 1998.
-Preparar cada sábado para uno de los clientes de la cantina del Erdington College de Birmingham un sandwich de papas fritas con mantequilla.
-Ir a Miranda de Douro (Portugal) a escuchar gente hablando en mirandés.
-Buscar y encontrar en Estambul una persona que hablaba ladino.
-Descubrir en Internet que un tal Nicholas Fabelo reposa en un cementerio de Nueva York y una tal Nicolasa Fabelo en un cementerio de Florida. Y, de paso, hacerme amigo en Facebook de un ciudadano estadounidense llamado Nicolás Fabela.
-Escribir una novela (El último dodo) en horario laboral.
-Encontrarme sentado en un banco de una calle de Madrid a un tipo solitario con aspecto de vagabundo, sonarme su cara, acercarme a él y charlar un rato amigablemente presentándome como grancanario de Las Palmas: era el tinerfeño Manuel Hermoso, expresidente de Canarias.
-Impartir clases en el Campus de Colmenajero de la Universidad Carlos III a, entre otros alumnos, un chico tártaro y otro sobrino-nieto de Antonio Buero Vallejo.
-Encontrarme junto a un contenedor de la basura de Parquelagos un ejemplar de El jardín de los Finzi Contini (Giorgio Bassani), libro que había leído hacía más de veinte años con mucho gusto. Al poco tiempo pasó por casa José María, camino de Inglaterra, y me le pidió prestado: no he vuelto a ver el libro.
-Llegar a conocer personalmente a gigantes de la política española como Manuel Fraga, Santiago Carrillo y Alfonso Guerra.
-Entrar con sigilo durante cinco semanas en el Estudio 1 de RNE en Prado del Rey a sacar fotos de los invitados de Juan Ramón Lucas (entre ellos, Natascha Kampusch, que no ocultó su incomodidad por tener una cámara enfrente).
-Sacarnos en el trabajo una histórica foto con Ana Obregón, poco antes de asistir con ella a la inauguración de un congreso dedicado al legado intelectual de Oswald Spengler (bueno, esto último es falso, pero qué más da).
De izquierda a derecha, Alberto Fernández, David Ramos, Anica, servidor y Agustín Alonso. |
-Encontrarme en el suelo, en un descampado cerca de casa, una moneda de cinco dracmas.
-Ser amonestado por un guardia civil por andar por la carretera por la derecha en uno de mis paseos campestres por la sierra de Madrid...