Hace ya unos años, durante una caminata campestre en compañía de mi amigo Salva (el conocido médico bloguero Salvador Casado), fue pergeñada la que me tomaré la licencia de acuñar como hipótesis Casado-Fabelo: la aplicación del concepto de relatividad a la fase final de toda consciencia individual.
La hipótesis sostiene que la muerte de un ser vivo podría suponer el inicio del acercamiento asintótico de su consciencia a una singularidad, una vez traspasado el horizonte de sucesos de esta (horizonte del que la consciencia individual, en proceso de extinción por la muerte de su cuerpo físico, ya no tendría posibilidad de salir). Al aproximarse a esa singularidad, el tiempo de esa consciencia jerárquicamente superior (la que se siente a sí misma como un yo) se curvaría cada vez más, como lo hace la luz al acercarse a un agujero negro. Esto alargaría su tiempo interior subjetivo de un modo que permitiría repasar toda una vida conclusa en un tiempo infinito que, a ojos de un observador externo, serían unos pocos segundos. Todo lo vivido podría pasar ante los ojos de la consciencia en ese viaje asintótico rumbo a... ¿la nada?, ¿una consciencia pura universal?, ¿ambas cosas, que serían lo mismo?...