martes, 26 de diciembre de 2023

Donald Hoffman rastreando la consciencia más allá del espacio y el tiempo



Hace tiempo hablé en este blog de la teoría de la interfaz del científico cognitivo Donald Hoffman, un modelo de realismo consciente conforme al cual lo que llamamos realidad es una ilusión (aunque el filósofo David Chalmers, con buen criterio, jamás utilizaría ese término para ningún tipo de realidad virtual) equiparable a la de un videojuego. Según Hoffman, la evolución no nos ha configurado para conocer la realidad genuina que está más allá del juego sino solo aquello que nos permite sobrevivir y reproducirnos en él: los objetos que vemos en el juego son una interfaz, meras señales o indicaciones para jugar adecuadamente la partida de la vida. La realidad trascendente no son píxeles ni bits, sino una red de agentes conscientes con los cascos puestos: en el fondo, un solo agente con múltiples avatares interactuando consigo mismo. Según Hoffman, al quitarnos los cascos (o sea, al morir), sabremos quiénes somos realmente. Unos años antes de su muerte, Jorge Luis Borges expresó exactamente la misma idea, con la que además confesaba sentirse ilusionado.

Hoffman se encuentra en la actualidad intentando desentrañar de manera matemática la dinámica de esa red interactiva de agentes conscientes que están más allá del espacio-tiempo. Si logra modelizarla, la relatividad general, la mecánica cuántica, la termodinámica y la teoría de la evolución podrán ser derivadas directamente de su teoría, confirmando así su validez. Nos resulta inconcebible un modelo en el que no existen ni espacio ni tiempo (reducidos a meras emergencias), pero ese es el formidable reto. Para ello, Hoffman recurre a conceptos matemáticos como el amplituedro (un objeto geométrico complejo multidimensional), los límites markovianos o las permutaciones decoradas.

Frente a la idea de una consciencia fundamental que hace uso de un aparato matemático externo a ella está la consideración de esa consciencia fundamental como un objeto puramente matemático. Esto último me resulta más parsimonioso, ya que las relaciones lógico-matemáticas serían atributos de esa consciencia y no habría necesidad de apelar a otra entidad ontológica trascendental. Ello explicaría por qué el universo es comprensible, así como por qué nos resulta evidente que 2+2 no es 5.

Hoffman subraya que toda teoría científica no deja de ser una proyección más o menos imperfecta de una verdad última insondable por la ciencia. Y que la consciencia pura no solo dispone de cascos, ya que no estaría limitada: nuestro videojuego sería solo una más de las infinitas posibilidades a su alcance, inconcebibles por avatares tan toscos como los seres materiales desplegados en el espacio-tiempo. Pero, como Borges en 1986, creo que llegaremos a entenderlo.

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