Hoffman se encuentra en la actualidad intentando desentrañar de manera matemática la dinámica de esa red interactiva de agentes conscientes que están más allá del espacio-tiempo. Si logra modelizarla, la relatividad general, la mecánica cuántica, la termodinámica y la teoría de la evolución podrán ser derivadas directamente de su teoría, confirmando así su validez. Nos resulta inconcebible un modelo en el que no existen ni espacio ni tiempo (reducidos a meras emergencias), pero ese es el formidable reto. Para ello, Hoffman recurre a conceptos matemáticos como el amplituedro (un objeto geométrico complejo multidimensional), los límites markovianos o las permutaciones decoradas.
Frente a la idea de una consciencia fundamental que hace uso de un aparato matemático externo a ella está la consideración de esa consciencia fundamental como un objeto puramente matemático. Esto último me resulta más parsimonioso, ya que las relaciones lógico-matemáticas serían atributos de esa consciencia y no habría necesidad de apelar a otra entidad ontológica trascendental. Ello explicaría por qué el universo es comprensible, así como por qué nos resulta evidente que 2+2 no es 5.
Hoffman subraya que toda teoría científica no deja de ser una proyección más o menos imperfecta de una verdad última insondable por la ciencia. Y que la consciencia pura no solo dispone de cascos, ya que no estaría limitada: nuestro videojuego sería solo una más de las infinitas posibilidades a su alcance, inconcebibles por avatares tan toscos como los seres materiales desplegados en el espacio-tiempo. Pero, como Borges en 1986, creo que llegaremos a entenderlo.