sábado, 25 de febrero de 2017

En torno al misterio de los tres mundos de Roger Penrose



El físico, matemático y cosmólogo británico Roger Penrose se confiesa desde hace tiempo profundamente intrigado por la relación existente entre tres ámbitos muy distintos de la realidad: el matemático, el físico y el mental. Fruto de esa inquietud intelectual fue su libro de 2004 El camino a la realidad: Una guía completa a las leyes del Universo.

El punto de partida de la perplejidad de Penrose es el siguiente: las Matemáticas se ajustan como un guante a la Física, pero esta solo necesita una pequeña parte de aquella para ser perfectamente descrita. Dicho de otro modo, la mayoría de las construcciones matemáticas no parece tener relación alguna con el mundo físico: no hacen falta para explicarlo, al menos hasta donde conocemos. La cosa sería diferente si la realidad física se extendiera más allá de nuestro universo y de las cuatro dimensiones -tres espaciales y una temporal- con las que estamos familiarizados. La teoría de cuerdas se fundamenta en la existencia de dimensiones ocultas no desplegadas, que nuestro cerebro no puede concebir pero que son perfectamente manejables matemáticamente. Por otra parte, cuando se descubrieron -¡nadie los inventó!- los números complejos se desconocía que tuvieran alguna aplicación física y fueron considerados un simple artificio o rareza matemática. Ahora sabemos que sin los números complejos, construidos a partir de la aparentemente ilógica raíz cuadrada de -1, no es posible explicar la mecánica cuántica: desempeñan un papel fundamental en la descripción de nuestro mundo (un universo generado a partir de la superposición compleja de todos sus posibles estados en el inimaginable espacio infinito multidimensional de Hilbert donde mora la llamada función de onda). Podría ser que todo el mundo matemático se sustanciara en algún tipo de realidad física, buena parte de la cual nos desbordaría (por ejemplo, un Universo de 11 dimensiones como el de la teoría M de cuerdas), de modo que no hubiera región alguna de la Matemática sin un correlato físico. Pero también es posible que existan ámbitos matemáticos etéreos, sin correspondencia física alguna.

El tercer ámbito de la realidad es la conciencia, que parece un fenómeno minoritario dentro del mundo físico del que emerge; siempre y cuando no adoptemos un enfoque neopampsiquista como el sugerido por el filósofo australiano David Chalmers, conforme al cual toda entidad física procesadora de información -lo que incluiría un sencillo termostato y acaso toda partícula elemental- tendría conciencia. La posible correspondencia entre mundo físico y conciencia bajo un paradigma pampsiquista sería iluminadora a este respecto: toda realidad física tendría un correlato mental (por muy primario que fuese), así como toda realidad matemática podría tener un correlato físico.

Triángulo imposible de Penrose.


Cerrando el triángulo de manera paradójica (como el famoso triángulo inspirado por Escher), la Matemática solo representa una pequeña parte del fenómeno de la conciencia: esta va descubriendo a aquella, apartando velos e iluminando terra incognita en ese ámbito, pero es mucho más amplia. Penrose aventura un hipotético componente no algorítmico en nuestra mente, una especie de conexión directa al mundo matemático que nos hace ver como ciertas verdades indemostrables internamente y supuestamente vedadas a toda inteligencia artificial (IA): solo la inteligencia orgánica tendría ese don de la intuición que permite saber cuándo una partida de ajedrez está casi ganada o entender el carácter infinito de los números naturales; solo la inteligencia orgánica, y no una basada en una mera computación o cálculo algorítmico, sería capaz de comprender y ser consciente (aquí choca Penrose con la tesis de la IA fuerte, que no ve obstáculo a que una máquina adquiera conciencia). Ese presunto componente no computacional de la mente permitiría a esta autorreferenciarse, sorteando así la limitacion impuesta a todo sistema por el teorema de incompletitud de Gödel (que prueba que ni siquiera las matemáticas son completas, al contener verdades no demostrables desde dentro). Porque cuando un ser consciente sabe algo, no solo lo sabe sino que sabe que lo sabe. Y sabe que sabe que lo sabe... y así sucesivamente en una regresión infinita.

¿Cuál es la solución a este rompecabezas? ¿Hay algo subyacente a esos tres mundos que desconocemos? Lo que Penrose tiene claro es que la Matemática es una verdad objetiva eterna previa tanto a la realidad física como a la mental: la suya es una visión platónica. Hace 12 mil millones de años no había conciencia alguna en este universo nuestro, y antes del Big Bang (lo pongo en cursiva porque es absurdo utilizar un adverbio de tiempo cuando no existe el tiempo) ni siquiera había mundo físico. Pero la Matemática es una realidad intemporal que está ahí (lo pongo también en cursiva porque es absurdo utilizar un adverbio de lugar cuando no existe el espacio). La interpretación canónica de la mecánica cuántica sostiene que la realidad no se alumbra, o sea que no colapsa la función de onda en alguna de sus posibilidades (por ejemplo, en la cara o la cruz de una moneda), a menos que un observador consciente interactúe con ella. Entonces, ¿se podría decir que el Universo no existía -que solo estaba en una nebulosa superposición de todas sus posibilidades- antes de la emergencia de su primer observador?...

martes, 14 de febrero de 2017

Preguntas y respuestas dentro del Universo


El Universo es un objeto complejo con abundante información que funciona conforme a determinadas reglas o leyes. Hay un orden, lo que parece evidente pero no tendría por qué ser así: de hecho, el propio Albert Einstein se sorprendía de que pudiese ser explicado y entendido: "Lo más incomprensible del Universo es que sea comprensible".

Para responder en este mundo a preguntas como los "qué", "quién", "cuándo", "dónde", "cómo" o "cuánto" disponemos los humanos, además de inteligencia natural (igual que los demás animales), de una útil herramienta llamada ciencia que se fundamenta en la observación, la razón y un estricto método. La serpiente es, según la ciencia, un reptil del orden Squamata originado hace unos 140 millones de años a partir probablemente de la evolución de algún lagarto acuático. Pero según una herramienta alternativa de abordaje de la realidad que podríamos etiquetar como religión-tradición-superchería, la serpiente es un animal castigado por Dios a arrastrarse sobre su vientre por haber incitado verbalmente a la primera mujer -a su vez hecha de la costilla del primer hombre, creado el mismo día que la serpiente y solo seis después del supuesto inicio del Universo- a comer una fruta prohibida.

Los "para qué" también pueden ser respondidos por la ciencia sacando de su chistera el potentísimo concepto de selección natural. En tiempos precientíficos nos encomendábamos a la religión o la teleología de Aristóteles, quien sostenía que todo tenía un propósito en la Naturaleza. Víctima de ese ingenuo teleologismo, un teólogo cristiano llegó a decir en el siglo XVIII que Dios había dispuesto que los conejos tuvieran la cola blanca para que los humanos pudiéramos cazarlos más fácilmente. Entonces, ¿para qué tienen colmillos grandes los leones, largas patas las gacelas o cerebros potentes los humanos? Usando la luminosa lámpara de Charles Darwin, solo hay una respuesta inequívoca: para sobrevivir. ¡Pero no es que tengan esos rasgos para sobrevivir, sino que gracias a ellos han sobrevivido -y transmitido sus genes- y por eso los tienen!

Muchos "por qué" tienen también una respuesta científica (otra cosa es que los humanos aún no la hayamos encontrado). Dentro de este género de interrogantes se incluirían el por qué la Tierra está a 149 millones de kilómetros del Sol, por qué hay oxígeno en la atmósfera terrestre, por qué existen los psicópatas o incluso por qué la bandera catalana tiene barras amarillas y rojas. Siempre hay una explicación fisicalista final (hasta donde conocemos) a todo, pero la respuesta sensata a las tres preguntas anteriores ha de darse en ámbitos diferentes: la primera debe ser competencia de la Física (tiene que ver con la masa de nuestra estrella y de los discos protoplanetarios de polvo y gas que gravitaban en torno a ella durante la formación del sistema solar); en la segunda hay que convocar a la Química y la Biología (las cianobacterias fueron, con su respiración, las que oxigenaron la atmósfera terrestre hace más de dos mil millones de años); en la tercera, a la Biología (la psicopatía es un rasgo premiado por la selección natural por otorgar una ventaja a sus portadores); y en la cuarta, solamente a la Historia y acaso la Psicología (esa curiosa anécdota probablemente legendaria del escudo dorado de Wifredo el Velloso que quedó manchado de rojo por su sangre en una batalla). La respuesta genérica fisicalista a estos cuatro casos sería la de "porque necesariamente había de ser así conforme al estado inicial del Universo y sus leyes": determinismo y reduccionismo extremos, pero no por ello menos ciertos.

¿Y por qué ese estado inicial y esas reglas?... Aquí las respuestas parecen resistirse. Recurriendo al comodín del principio antrópico, podemos ofrecer una explicación a por qué la constante gravitatoria tiene el valor que tiene y no cualquier otro o por qué la masa y la carga del electrón son las que son y no otras: ¡pues porque de lo contrario no estaríamos aquí para contarlo! La existencia del Multiverso nos permitiría entender que no hay nada raro en esto: hay infinidad de universos con parámetros físicos diferentes y nosotros vivimos en uno de ellos que, por razones obvias, es compatible con nuestra existencia. Por supuesto, esto va más allá de la ciencia y de momento cae dentro del ámbito de la metafísica (lo que no obsta para que pueda ser cierto).

Otro tipo de respuesta al "por qué" es sencillamente "porque sí", caso de toparnos con verdades absolutas evidentes cuya negación es ilógica (tautologías): no otra respuesta puede darse a la pregunta de por qué 2 más 2 es igual a 4 o a la de por qué la raíz cuadrada de 9 es 3. Por mucho que las Matemáticas sean incompletas en el sentido apuntado y demostrado por Gödel (o sea, que haya proposiciones lógico-matemáticas que no puedan ser demostradas matemáticamente), es inconcebible que 2 más 2 sea 5. Y por muy florido que sea el Multiverso, este no puede contener universos en los que la raíz cuadrada de 9 sea 4. El físico y matemático Roger Penrose sugiere que hay una realidad platónico-matemática que trasciende el mundo físico, a la cual estaríamos conectados los humanos -como toda criatura consciente incrustada en el espacio-tiempo- de tal modo que percibimos verdades indiscutibles que no son internamente demostrables.

En fin, no dejemos de hacer todo tipo de preguntas mientras sigamos actuando conscientemente dentro del Universo. ¡Preguntad, preguntad, malditos! Eso sí, procuren ustedes encontrar respuestas racionalmente (sobre todo, por la cuenta que les trae).

domingo, 5 de febrero de 2017

Tabaco, adolescentes y estupidez humana


Cada vez que paso por delante de un instituto y veo a chavales fumando para hacerse los guays me asaltan emociones que van desde la lástima hasta el desprecio. Que predomine esto último depende del rictus del fumador, que suele decir mucho de su carácter: he de reconocer que mi empatía hacia el malote o el chulo (da igual su edad) es muy baja, relacionada inversamente con mi simpatía por las compañías tabaqueras en caso de que fume.

Estupidez, ignorancia, irresponsabilidad, inseguridad, inestabilidad emocional, gregarismo, vanidad, rebeldía, falta de escrúpulos (en lo tocante a su producción y distribución)... Todas estas cosas, entre otras igualmente familiares para los humanos, guardan relación con el tabaco. Auténticas lecciones de psicología y sociología pueden extraerse del consumo de esta droga de origen americano que inicialmente fue condenada por la Iglesia católica, la cual llegó a dictar excomunión para los fumadores: ¡Algo diabólico debía haber en la exhalación de humo por boca y narices!

No es sorprendente que un ser supuestamente racional se dedique a ingerir de manera voluntaria sustancias nocivas, ya que no todo es malo en dicho consumo. Junto a la cara B del deterioro de la salud, en toda droga legal o ilegal hay también una cara A: pueden ser temporalmente fuente de sosiego, concentración, autoconfianza, inspiración o felicidad, además de aliviar el dolor y el sufrimiento. Pero parece claro que tanto la dependencia física y psicológica como el daño a la salud propia desaconsejan un consumo que no sea esporádico o puntual (cuestión aparte es su uso terapéutico, caso de la marihuana o los opiáceos).

Obviamente, desde una genuina óptica liberal, cada uno tiene derecho a hacer con su vida lo que le plazca con el único límite del respeto al prójimo. Si alguien quiere drogarse, nadie es quien para impedírselo salvo que cause un perjuicio a terceros, por ejemplo pretendiendo conducir a continuación (en cuyo caso la ley debería ser implacable). Eso sí, los poderes públicos están obligados a informarle de sus consecuencias y deberían regular el comercio de estas sustancias e incluso monopolizarlo (para que algunas drogas sean expendidas por estanqueros en vez de por desaprensivos e indeseables). Es absurdo derrochar energías en perseguir a quien quiere drogarse, tanto como multar a quien no lleva puesto el cinturón de seguridad en el coche o va sin casco sobre la moto (equivalente a sancionar a quien solo come bollería y hamburguesas o se dedica a la escalada libre o las apuestas on line). La policía y los jueces tienen cosas mucho más serias de que preocuparse.

En el caso del tabaco, el componente social es muy importante para enganchar a los más jóvenes. Eso bien lo saben los directivos de las compañías tabaqueras, que han encontrado en los ídolos del cine y la música la mejor manera de compensar la prohibición de toda publicidad o patrocinio. Porque cada vez que sale en la tele un actor o un cantante famoso fumando durante unos segundos, anula de golpe los millones de euros o dólares invertidos en campañas antitabaco. El malote exhalando humo sigue siendo, por desgracia, una figura atractiva (también lo son, para un sector más cultivado de la juventud, el pensador rebelde y el creador heterodoxo, complejo y maldito tipo Panero). Parte de la culpa la tiene una industria audiovisual y musical de masas que exalta, además de la burricie cool y la mera búsqueda de la fama y el dinero, la figura del tipo duro y el macarra (desde las películas de Chuck Norris y Steven Seagal hasta el rap y el reggaetón). Un amigo me dijo una vez con algo de sorna que habría que promover el consumo del tabaco y otras drogas entre la gente irrespetuosa y violenta para hacer así un favor a la sociedad. Si la droga consumida por el macarra es el alcohol, yo sugeriría habilitar circuitos especiales para la posterior conducción donde no puedan causarse daños a terceros: más que en el Jarama o Montmeló, pienso en carreteras con terminación abrupta en lo alto de un acantilado...

Hay dos maneras de aprender: la sabia (siguiendo el consejo y ejemplo de los demás) y la estúpida (llevándose directamente la hostia por ignorar consejos y ejemplos). Por desgracia, siempre habrá gente -buena y mala- que tome esta segunda ruta. Para ayudar a los buenos chicos a tener un aprendizaje no traumático de los daños del tabaco hay que informar adecuadamente tanto en casa como en la escuela. Pero el problema es el ya señalado en el párrafo anterior: la televisión (¡por no hablar de Internet!) es un medio de socialización mucho más potente que el sistema educativo y promueve valores en conflicto con los transmitidos en las aulas. Las amistades (los pares, como dirían los sociólogos) también influyen mucho en la conducta de un adolescente, un ser especialmente necesitado de aceptación social que podría estar dispuesto a cometer más de un disparate a cambio de ella. Destruir toda esa aureola mítica del malote (y, también, del pensador y el creador rebelde) haría mucho bien, pero parece difícil en un mundo donde tienen tanto predicamento popular individuos como Chris Brown, Don Omar o Benzema. Y donde 60 millones de estadounidenses votan a un tipo como Donald Trump.

Creo que la solución debe articularse en dos pilares: uno informativo y otro propagandístico. Por un lado, hay que inquirir directamente a los chicos y chicas: ¿Quieres joderte la salud, levantarte todas las mañanas tosiendo y con un aliento apestoso y, encima, gastarte una pasta en esta mierda adictiva que contribuirá a que se forren los propietarios de las tabaqueras (los cuales, no lo dudes, no fuman)? No se trata de una apuesta por vivir más o menos años, sino por el bienestar personal. Por otro lado, hay que ridiculizar a esos iconos de la chulería, el machismo, la velocidad, la horterada, la basura cultural y la violencia gratuita (aprovecho para recordar que la violencia no es mala per se: depende de su finalidad y destinatario). Hay pocas cosas más grotescas que un primate engreído con un pitillo humeante en los labios y el ceño fruncido. En última instancia, desde luego, siempre habrá que apelar a la inteligencia y fortaleza de carácter del adolescente.

En fin, que ya va quedando menos para el advenimiento de la singularidad tecnológica que pondrá a la imbecilidad humana en su sitio (no es otro que la papelera de reciclaje)...

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